Crímenes de Japón en China: 80 años de impunidad
El desquicio inhumano de la actual guerra mundial híbrida y fragmentada en varios escenarios exige una explicación y quizá una génesis posible haya sido la impunidad de bestialidades cometidas el siglo pasado, como las del Imperio japonés sobre China, analizó Eric Calcagno en el sitio Tektónikos.
“En 1931 -escribe-, militares japoneses montaron un atentado a una línea férrea de propiedad nipona en la zona de Mukden, lo que habilitó la ocupación de Manchuria para defender a los ciudadanos y los intereses económicos que se supone estaban en riesgo. Más aún, en 1932 Japón declaró la independencia de ese territorio chino y estableció el Estado títere de Manchukuo. Que careció de reconocimiento internacional. Pero era un detalle. Otro “incidente” sucedió en 1937, esta vez en el puente Marco Polo a las afueras de Beijing, donde hubo tiroteos menores entre chinos y japoneses, como así también disturbios en Shanghái, que fueron suficientes para desencadenar la guerra abierta entre China y Japón, que terminaría en 1945. 1937 es el año en que comenzó la segunda guerra mundial, y nadie lo sabía. Es más, nadie lo sabe. Salvo los chinos, que lo supieron desde 1931 y que además son memoriosos”.
El notable artículo recorre mucha bibliografía china y occidental sober la masacre y la resistencia, incluyendo los episodios de Nanjing, Wuhan, Shanghái y el de las mujeres escalvas sexuales, entre otros.
No habrá paz mientras se nieguen violaciones, torturas, experimentos biológicos y otras atrocidades
Por Eric Calcagno, para Tektónikos
Luego de constatar qué sucedió con la (des)nazificación en Europa después de 1945, toca analizar lo sucedió con los crímenes cometidos por Imperio del Japón en China, bastante antes que lo europeos decidieran masacrarse otra vez en la segunda guerra mundial. Preparen sus pañuelos, que allá vamos.
No sabemos en qué localidad de la Provincia de Shanxi fue secuestrada Liu Mianhuan por las tropas de ocupación japonesas en China en 1939. Liu tenía quince años y luego de ser molida a palos y violada reiteradas veces fue asignada para atender las necesidades sexuales de los soldados nipones. Eso cuenta en el libro “Chinese Comfort Women: Testimonies from Imperial Japan’s Sex Slaves” (2013), escrito por Peipei Qiu de la Universidades de Beijing y Columbia. Liu no fue la única, al menos 400.000 mujeres sufrieron la misma suerte en manos de las fuerzas armadas imperiales, hubo coreanas, filipinas, malayas y chinas, que contaron por la mitad del total. Se las llamó “confort women”, destinadas a saciar los apetitos sexuales de los conquistadores. Sabemos que este sistema funcionó de manera organizada al menos desde 1937 hasta 1945, ya sea en puntos fijos en las grandes ciudades o en burdeles ambulantes que acompañaban el avance de las tropas. En jornadas de catorce horas atendían desde 20 a 45 soldados por día, estaban bajo vigilancia militar, contraían sífilis, gonorrea y demás enfermedades de transmisión sexual, siempre castigadas e incluso torturadas en caso de intento de fuga. Había que dar el ejemplo para mantener la moral de las tropas, con azaroso control sanitario, mucha disciplina y lucro privado para el proxenetismo monopólico de mercado. Esto era llamado “ianfu”, y el objetivo no era sólo de reducir a la esclavitud sexual a las mujeres, consideradas botín de guerra, sino de humillar a los hombres, incapaces de defender a las mujeres. Fue una acción militar deliberada y organizada, en una escala jamás conocida en la historia. Sarah Soh, de la Universidad de San Francisco, editó en 2013 “Survivors Speak: Testimonies of Comfort Women” acerca de los testimonios de coreanas y chinas reducidas a la esclavitud sexual. Escuchemos a la víctima identificada como “Mei”, entrevistada en Beijing en 2001: “Tenía doce años cuando los soldados japoneses me capturaron. Me llevaron a una escuela ocupada. Me violaron esa misma noche. Sangré durante días. Luego vinieron otros. Me escupían, me pateaban. Me orinaban encima. Una niña murió a mi lado. Nadie vino a buscarla. Cuando volví a la aldea, me dijeron que era una vergüenza. Nunca me casé. Nunca dormí sin miedo.” Cuando ya no servían, las esclavas sexuales eran descartadas o torturadas o ejecutadas. Las sobrevivientes volvieron a sus regiones de origen, con el peso de los traumas y las cicatrices, muchas veces marginadas, tanto que recién a partir de los años noventa del siglo pasado comenzaron a elevarse las memorias de las aberraciones cometidas en un reclamo de justicia… que nunca llegó. Por cierto, el ejército japonés no fue el primero ni el único en organizar burdeles de campaña, algo que ya existía desde la primera guerra mundial —aunque no tan brutal. Un horror más fue lo que pasó en Nanjing en 1937.
Antecedentes
Quizás el primer escalón del cadalso fue la guerra sino-japonesa de 1894-95, librada para dirimir la influencia sobre Corea, por entonces un estado allegado a China. Debido a la modernización japonesa comenzada algunos decenios antes, este imperio precisaba materias primas de las que carecía, como carbón y hierro. También precisaba mercados para los productos propios. De allí que sacar a China de Corea e imponer un orden favorable a Tokio significaba ganar los primeros galones como potencia. Pese a la superioridad numérica china, las tropas japonesas ganaron la contienda e impusieron las condiciones de la paz. Cinco años después encontramos de nuevo al Japón en la intervención internacional contra la rebelión popular conocida como “Los puños de acero”. Cansados de los abusos extranjeros, esta sublevación en esencia campesina atacó todo lo que fuera occidental y en especial las concesiones y ventajas obtenidas a punta de pistola por los europeos, producto de los tratados desiguales. Así es como tropas de Alemania, Austria-Hungría, Estados Unidos, Francia, Italia, Rusia, Reino Unido y Japón reprimen la rebelión, imponen reparaciones por 20.000 millones de dólares de hoy y amplían la presencia extranjera en China. También fue el golpe de gracia para la dinastía Qing. Con la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, el Japón victorioso amplia la influencia en Manchuria y exige de China nuevos privilegios, que le son concedidos en 1915. En 1931, militares japoneses montaron un atentado a una línea férrea de propiedad nipona en la zona de Mukden, lo que habilitó la ocupación de Manchuria para defender a los ciudadanos y los intereses económicos que se supone estaban en riesgo. Más aún, en 1932 Japón declaró la independencia de ese territorio chino y estableció el Estado títere de Manchukuo. Que careció de reconocimiento internacional. Pero era un detalle. Otro “incidente” sucedió en 1937, esta vez en el puente Marco Polo a las afueras de Beijing, donde hubo tiroteos menores entre chinos y japoneses, como así también disturbios en Shanghái, que fueron suficientes para desencadenar la guerra abierta entre China y Japón, que terminaría en 1945. 1937 es el año en que comenzó la segunda guerra mundial, y nadie lo sabía. Es más, nadie lo sabe. Salvo los chinos, que lo supieron desde 1931 y que además son memoriosos.
Terror ejemplar
Mejor equipado, mejor entrenado, el ejército nipón tomó la ofensiva. Primero atacó Shanghái. El estado mayor imperial suponía que la ciudad caería en algunas semanas y China capitularía en algunos meses. Pero el ejército regular del Kuomintang destacó a las mejores tropas para la defensa. Aunque en inferioridad técnica, tenían superioridad numérica y habían recibido entrenamiento y armas de… Alemania. De allí que la lucha urbana fue todo menos un paseo, casa por casa, calle por calle, barrio por barrio. Tanto que Japón tardó desde agosto a noviembre de 1937 en reducir la resistencia, con una cantidad mayor de bajas que la esperada, aunque contaba con superioridad en tanques, artillería, aviaciones y apoyo naval. También usaron armas químicas. Es aquí donde hay que comprender que era una guerra asimétrica, pues si los decenios de decadencia habían afectado la capacidad técnica de las fuerzas armadas chinas, no alcanzaron la determinación del pueblo para defenderse de la agresión extranjera, aún en condiciones de extrema debilidad, incluso sin esperanza de éxito. Los chinos sufrieron 300.000 muertos, entre militares y civiles, los japoneses tuvieron 50.000 bajas. No, la guerra en China no sería un paseo. Tal vez sea por eso que el siguiente ataque fue dirigido a Nanjing, por entonces capital del Kuomintang. Eso sería diferente para todos y para siempre.
Los 300 kilómetros que separan Shanghái de Nankín fueron recorridos por el ejército japonés sin piedad para los chinos, combatientes o no. Rana Mitter, de la Universidad de Oxford, escribe en “China’s War with Japan, 1937-1945: The Struggle for Survival” (2013) que “El avance hacia Nanjing fue tan rápido como brutal. El objetivo no era solo capturar una ciudad, sino quebrar psicológicamente la resistencia china mediante el terror ejemplar.” Apenas el preludio. Para principios de diciembre, los defensores de la ciudad recibieron el ultimátum: rendición o destrucción. Escuchemos a Mitter: “la destrucción de Nanjing no era un subproducto de la guerra, sino que buscó ser una muestra deliberada de la supremacía japonesa y de la vulnerabilidad china. Cambió el modo de la guerra y la manera en que sería recordada”. Intentó ser un mensaje para el resto de China: lo que le hicimos a Nanjing se lo podemos hacer a todos”.
La violación de Nanjing
Entraron por la puerta de China, por la de la Iluminación y por la de Sun-Yat-Sen. Eran 80.000 soldados japoneses que asaltaron una ciudad que supo tener un millón de habitantes, aunque en ese momento quedaban 250.000 civiles y cerca de 75.000 militares. Las operaciones combinaron el combate contra las tropas chinas y las masacres contra la población civil. Nanjing fue condenada a una ejecución militar, que consiste no sólo en vencer a las tropas regulares, sino en la destrucción sistemática de la ciudad, violaciones en masa de las mujeres y ejecución generalizada de todos los civiles. “Debemos vengarnos de Shanghái”, sostenía la oficialidad japonesa, debido a las pérdidas sufridas en esa ciudad. La pedagoga norteamericana Minnie Vautrin dirigía el Ginling College en Nanjing. Cuando las tropas invasoras se acercaban a la ciudad, convirtió la escuela en un centro para refugiadas, cavó trincheras, resistió lo que pudo y escribió. “Hoy se han llevado a once alumnas. Las violaron. Regresaron nueve”. Hubo niñas de diez años violadas en manada hasta que murieran. Así reporta las razzias cotidianas efectuadas por el ejército japonés que secuestraban alumnas y refugiadas, cuyos cuerpos eran después enterrados por Vautrin. Hasta John Rabe, un ejecutivo de Siemens y miembro del partido nazi, prestó la propia casa para recibir a 600 refugiados y dejó un testimonio de 1800 páginas sobre el horror vivido. “Hoy he visto 50 cadáveres alineados al borde del río”. Rabe también relata como los japoneses ametrallaban de a cien, ciento cincuenta chinos desnudos, o cómo hacían que jóvenes chinos, civiles o soldados, cavaran una fosa común antes de ser pasados por las armas. Fue la violación de Nanjing, que dejó 300.000 muertos.
Hubo un frente chino
Wuhan era el próximo objetivo del ejército japonés, en búsqueda de una batalla de aniquilación que destruyese por siempre la voluntad china de seguir el combate. En camino de Wuhan, los japoneses masacraron a la población de la ciudad de Jiujang, unos 90.000 muertos al paso. Genocidar crea acostumbramiento. Para agosto de 1938, cerca de 400.000 soldados japoneses comenzaron el ataque a Wuhan, defendida por 600.000 soldados regulares del Kuomintang y también por fuerzas del Partido Comunista. Luego de tres meses de combates, los chinos se retiraron, luego de infligir 140.000 bajas al ejército japonés, al costo de 250.000 muertos y heridos, además de los 200.000 civiles masacrados por el ejército japonés una vez que tomaron la ciudad. El Kuomintang de Chiang Kai-shek y el Partido Comunista de Mao Zedong detuvieron las hostilidades internas para afrontar al enemigo común. Huelga decir que las relaciones nunca fueron buenas, más bien lo contrario, pero mientras el Kuomintang desarrollaba una guerra de profundidad contra los japoneses, a través del cambio de tierra por tiempo, el Partido Comunista —menos pertrechado— realizó una eficaz guerra de guerrillas contra el invasor, digna de los Infernales de Güemes. Es así como el Imperio del Japón, que contaba con una rápida victoria en China, se encontró sobre extendido, con graves problemas de logística, y obligado a destinar el 80% de los efectivos al frente chino. Y si, los Estados Unidos así como los aliados occidentales, enfrentarán sólo y nada menos que a la quinta parte del poder militar japonés, gracias a la resistencia de China. No eran sólo las arenas de Iwo Jima de John Wayne. ¿Usted lo sabía?
La Unidad 731
Hal Gold fue un norteamericano estudioso de Japón, que vivió durante treinta años en Kyoto, Reconocido intelectual, entre otros libros publicó “Testimonios de la Unidad 731” en 1996. Y si todavía le quedan lágrimas, entonces prepárelas. Fundada en 1935-36 como “Departamento de Prevención de Epidemias y Purificación de Agua” esta Unidad 731 tuvo como misión el desarrollo de armamento bacteriológico para el arsenal japonés. A tal efecto, entre 12 o 14.000 personas —prisioneros chinos, coreanos, algunos rusos, pocos occidentales— sirvieron de sujetos de experimentación para evaluar los efectos del congelamiento, inoculados con enfermedades (tifus, peste bubónica, ántrax, cólera, sífilis, gonorrea entre otros) y analizados a través de la vivisección. Esto es, los cortaron vivos sin anestesia para ver las consecuencias. Y además ver los efectos de gases venenosos, de la radiación, de la deshidratación, de la presión barométrica (los ojos saltaban de la cabeza de los prisioneros), de la electrocución, de las amputaciones, de los efectos de gases tóxicos, de balas y explosiones e incluso con la inyección de sangre animal en venas humanas. También usaron a mujeres y a recién nacidos, productos de la violación de las prisioneras. En la ciudad de Pingfang, situada en el estado títere de Manchukuo, con numerosas sucursales a través de China, eminentes médicos e investigadores junto con el personal de apoyo, constituyeron un equipo de cinco mil profesionales dedicados a cometer crímenes sin nombre. Hal Gold pudo recolectar testimonios de profesores de medicina, investigadores, virólogos, higienistas, enfermeras, médicos, farmacéuticos, administrativos, oficiales, soldados y hasta choferes. El Dr. Shirō Ishii, epidemiólogo militar, dirigió el conjunto. Como el método científico exige experimentación, produjeron vectores para diseminar las plagas, en particular pulgas infectadas de peste bubónica y vibriones del cólera para esparcir en ciudades chinas. Las cifras varían, aunque la estimación va de 200.000 a 580.000 chinos muertos provocados por la guerra bacteriológica diseñada desde la Unidad 731.
Con la inminente llegada de las tropas soviéticas en 1945, el estado mayor imperial decidió destruir las instalaciones de la 731, liquidar a los prisioneros que quedaban y eliminar toda documentación. La mayoría de los especialistas fueron repatriados a Japón, aunque algunos fueron tomados prisioneros por los rusos. A bordo del acorazado Missouri —anclado en la bahía de Tokio— Japón firmó la rendición incondicional el 2 de septiembre. Como en Núremberg, se estableció un tribunal para juzgar a los criminales de guerra.
Revisionismo de los crímenes
Este IMTFE (International Militar Tribunal for the Far East) fue establecido por Douglas Mac Arthur en enero de 1946, por entonces comandante en fuerza de las fuerzas aliadas y uno de los más brillantes generales estadounidenses. De abril del 46 a noviembre del 48 fueron acusados los principales jerarcas civiles y militares japoneses en Tokio. Siete fueron ejecutados, 16 condenados de por vida, dos a penas menores y dos fallecieron durante el juicio. Mac Arthur, que también sabía política —ningún gil— incluyó en el artículo 9 de la nueva constitución japonesa la prohibición soberana de utilizar las fuerzas armadas para dirimir disputas territoriales y negó al Japón el derecho a la beligerancia. Digamos que también hubo tribunales en los demás países afectados, con un total de 5700 acusados, 4600 culpables, cerca de 4200 con penas de prisión y casi 1000 ejecuciones. Si bien podemos contar con el ahorcamiento del General Iwane Matsui, el carnicero de Shanghái y de Nanjing, faltó el Príncipe Asaka, tío del Emperador Hirohito, ese que consideraba tratar a los chinos fuera de cualquier norma internacional. Es que Mac Arthur supo cargar las tintas de la guerra sobre el general Tojo, para inocentar al Emperador y a toda la familia imperial, lo que arreglaba a todo el mundo, ya que es mejor pasar por tonto que por genocida. Como bien saben los criminales de guerra. Y eso permitía a Mac Arthur asegurar la ocupación norteamericana del Japón. Tampoco fueron juzgados los integrantes de la Unidad 731, a los cuales los Estados Unidos les garantizó la inmunidad a cambio de toda la información acerca de los experimentos realizados. Nada detiene al progreso. Digamos que los soviéticos juzgaron a una docena de los miembros del 731 en 1949, en unos procedimientos en los que recibieron condenadas hasta 25 años (luego conmutadas a siete), al tiempo que los norteamericanos denunciaban esa instancia como pura propaganda política. Eran tiempos de guerra fría y mentes congeladas. Ahora, después de tanto tiempo que fue sangre, encontramos en Japón fuertes movimientos para deshabilitar el artículo 9 de la constitución, permitir el rearme japonés y promover el revisionismo acerca de los crímenes cometidos, además de limitar la libertad de prensa. Es lo que piensa Sanae Takaishi, diputada del partido liberal-democrático y varias veces ministra, figura conservadora de la actual política japonesa, feroz antiChina y ferviente pronorteamericana. Y no está sola. Si Mac Arthur salvó al emperador a cambio de la no beligerancia, esta gente rompe el pacto de posguerra. Romper pactos no es nuevo, pero sí es novedoso en el caso nipón. ¿Desmemoriados?
Sin juicio por la esclavitud sexual
Ya es tiempo de concluir. Minnie Valjean volvió a los Estados Unidos, donde cometió suicidio pocos años después de la guerra, incapaz de sobrevivir a los recuerdos de lo vivido. Los diarios de John Rabe fueron usados en el IMTFE, y sirvieron para condenar a algunos. Sin embargo, jamás hubo juicio por la esclavitud sexual a la que fueron sometidas centenares de miles de mujeres, las “confort women”. En 1995, Liu Mianhuan con otras compañeras demandó al Estado japonés por los daños sufridos por la esclavitud sexual. No obtuvo justicia ni de la suprema corte nipona, que sostuvo que una persona no puede demandar a un Estado. Nada sabemos de “Mie”. “El silencio no es ausencia. Es el residuo del miedo, de la vergüenza, y de una vida negada por aquellos en el poder. Escuchar esas voces es un acto de justicia histórica”, nos recuerda Peipei Qiu. Las tropas del Kuomintang conducidas por el muy anticomunista Chang Kai-shek supieron resistir en Shanghái, poco en Nanjing, bastante en Wuhan, que fueron todas derrotas pero en un esquema de defensa en profundidad agotaba las posibilidades logísticas japonesas. A qué costo, pues allí perdieron las tropas de élite… Los comunistas chinos empezaron de abajo, con cuatro o cinco decenas de miles de combatientes. En los territorios que controlaban comenzaron la reforma agraria y la transformación social, lo que les habilitó la confianza del campesinado. La habilidad demostrada en la guerra de guerrillas que le hicieron al ejército japonés merece figurar en los manuales, pues lograron contener un cuarto de las fuerzas invasoras a fuerza de sabotajes que disminuyeron las capacidades económicas del imperio, con ataques y huidas, así como la permanente amenaza sobre las comunicaciones y suministros enemigos. Como dijera Lawrence de Arabia “vencer a una guerrilla que cuenta con apoyo popular es como intentar tomar sopa con un cuchillo”. Lo supieron los japoneses, y pronto lo sabría Chang Kai-shek, en la guerra civil que duró desde 1946 hasta 1949 cuando tuvo que enfrentar al ejército rojo que ya contaba con millones de soldados forjados en la lucha por la liberación nacional. El 1° de octubre de 1949 Mao proclamaba la República Popular de China. Catorce planes quinquenales más tarde, esa Nación es quizás la más poderosa del planeta. Este 9 de mayo en Moscú, Xi Jinping recordó el rol fundamental que tuvo China en la victoria de la segunda guerra mundial. Eso costó al menos 20 millones de muertos. ¿Los memoriosos son los vencedores? Siempre.
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