Un gigante tecnológico

6 abril, 2021

En una columna publicada hoy en el diario Clarín, el embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja, da cuenta del desarrollo reciente del gigante asiático, en especial en el terreno de las nuevas tecnologías, donde advierte un enorme potencial de cooperación con Argentina, en áreas donde se avanzó ya (aeroespacial, satelital, acuerdos con el Conicet) y en otros de vanguardia.

Del hecho en China al creado en China

Por Sabino Vaca Narvaja, Embajador argentino en la República Popular China, para Clarín, 6 de abril de 2021

China es una de las pocas economías a nivel mundial que cerró el 2020 habiendo reanudado un crecimiento positivo. Tras unos primeros meses de incertidumbre, el gigante asiático recuperó niveles de actividad previos a la pandemia: de acuerdo a la Oficina Nacional de Estadística, creció en dicho período un 2,3%, en tanto que para este año, el FMI prevé un crecimiento estimado del 8,2%.

Para entender esta realidad, debemos retrotraernos algo más de 40 años atrás cuando China inició un proceso de rasgos inéditos que dio lugar a una espectacular transformación económica y social basada en la apertura hacia el exterior, lo cual le permitió sostener un crecimiento continuado a una tasa promedio del 10% hasta fines de los 2000.

Un giro determinante en lo económico se dio cuando la Organización Mundial del Comercio (OMC) aprobó, en septiembre de 2001 y tras quince años de negociaciones, el ingreso de China a ese organismo, lo que significó la plena integración de aquel país en la economía mundial. Las reformas posteriores dispuestas por las élites gobernantes no hicieron otra cosa que profundizar la orientación impuesta originalmente por Deng Xiaoping. Pero fue a partir de la inserción de las empresas chinas dentro de las cadenas globales de valor que la economía china dio un salto cualitativo y se volvió vendedora de productos más sofisticados, con la resultante evolución en la composición del valor incorporado.

Años más tarde, con la crisis financiera mundial de 2008-2009, Beijing implementó una serie de medidas de inversión pública y de estímulo al consumo para compensar una eventual caída de las importaciones y menores flujos de inversión extranjera directa. Entre otras políticas, China amplió los incentivos que ya venía instrumentando a sus políticas de largo plazo en materia de investigación y desarrollo (I+D) convirtiéndolo en el segundo país con mayor gasto en I+D después de los Estados Unidos. Pero el dato realmente sobresaliente es que dicho gasto ha crecido anualmente de manera prodigiosa: en los últimos 20 años aumentó a una tasa promedio anual cercana al 17%, casi cuatro veces más rápido que lo sucedido en el país del norte. Solo en la última década, las industrias emergentes —con la tecnología 5G y la industria aeroespacial como abanderadas— contribuyeron en más de un 20% al crecimiento del producto bruto interno chino.

La inversión en ciencia y tecnología han convertido a China en una potencia global e innovadora y, principalmente, le han permitido reducir la dependencia tecnológica sobre todo en algunas industrias definidas como estratégicas dentro de las que sobresalen las energías renovables, las tecnologías de la información y la biotecnología, entre otras. En solo tres décadas Shenzhen, por entonces una aldea de pescadores, fue transformada en la capital tecnológica china y faro tecnológico mundial. Allí tiene su asiento la empresa líder en el mercado global de las telecomunicaciones, Huawei.

A través de proyectos como el “Made in China 2025” o el último Plan Quinquenal (2021-2025) la élite gobernante china ha reforzado la estrategia dirigida a convertir al país en el líder autónomo en las tecnologías del siglo XXI; pero en especial han hecho que la Nación del Centro haya pasado a liderar en la actualidad la carrera tecnológica por el 5G.

El despliegue del 5G constituye una auténtica revolución tecnológica (Algunos analistas hablan de la Cuarta Revolución Industrial) y es a la vez un campo esencial en la lucha por la supremacía dentro del tablero geopolítico mundial. Para comprender de que hablamos cuando señalamos que la tecnología del 5G ha provocado una profunda transformación en el campo de las redes de telecomunicaciones ejerciendo un evidente impacto en todos los ámbitos de la vida humana y social, tenemos que retrotraernos a los años 80, cuando comenzó a comercializarse la primera generación de redes celulares. Si las redes 1G permitieron hacer llamadas telefónicas inalámbricas, años más tarde la red 2G permitiría intercambiar mensajes de texto y la itinerancia. A continuación, la tecnología 3G facilitó la navegación web a través de teléfonos celulares y la 4G hizo realidad la transmisión inalámbrica de video y la conexión continua a los satélites GPS. Las redes 5G, más densa que las anteriores, representan un salto cualitativo con respecto a las anteriores tecnologías. En relación al 4G, la banda ancha móvil mejorada promete velocidades de transferencia de datos hasta 100 veces más rápidas lo cual tendrá impacto no solo en las comunicaciones, sino también las funciones de computación, control y entrega de contenido. Asimismo, reducirá al mínimo la latencia y multiplicará exponencialmente el número de dispositivos conectados.

Se espera del 5G que sirva para mejorar el ecosistema digital y fomente muchas nuevas aplicaciones y casos de uso como ya sucede en China, por ejemplo, edificios, hogares y ciudades inteligentes, vídeo 3D, trabajo y juegos en la nube, cirugía a distancia, realidad virtual y aumentada, y comunicaciones masivas de máquina a máquina para la industria de la automoción y vehículos sin conductor. Asimismo, el uso masivo de las tecnologías digitales demostró en este último año un enorme valor en la lucha contra la Covid-19.

Este avance comunicacional es esencial para la denominada “Internet de las Cosas” que permitiría generar una red de interconexión en todas las ramas de la industria y la agricultura. Avanzar en este campo es fundamental para evitar el rezago en dichas esferas e impulsar la actualización de toda la cadena industrial. Pero también tendrá un rol no menor en términos de gobierno y gestión pública. Por tal motivo, a través del ENACOM, el gobierno nacional ha manifestado su pleno apoyo a este proceso de transformación en materia de telecomunicaciones dando inicio a pruebas focalizadas utilizando la nueva tecnología con el objetivo de comenzar a disminuir la brecha digital siguiendo el mandato expreso del presidente Alberto Fernández, tal como señaló recientemente el jefe de Gabinete de Ministros, Santiago Cafiero. Desde la concepción de nuestro gobierno estar conectados con calidad es un derecho que no puede continuar demorándose.

El apoyo del gobierno será esencial no solo en el desarrollo y construcción a gran escala de la red, sino también en el soporte que brinde a la llamada industria 4.0 y a los operadores del sector debido a los volúmenes de inversión que son necesarios para desplegar esta tecnología. Tomemos como ejemplo de cooperación entre países para instrumentar dicha tecnología el que llevan adelante China y Chile. El país trasandino apoyará con subsidios a través del ente Desarrollo País la construcción del cable submarino Humboldt —del que participará ARSAT—, entre el sector privado de Chile y empresas chinas, en virtud de las capacidades desarrolladas por éstas en el rubro de las telecomunicaciones. El cable submarino abrirá la primera ruta directa entre Sudamérica y Asia por el Pacífico, sin pasar por los Estados Unidos. Más allá de las sospechas y recelo de éste último hacia las empresas de comunicaciones chinas, ello no implicó trabas al proyecto ni el deterioro de la relación diplomática entre Chile y el país del norte. El proyecto implica un salto cualitativo de importancia ya que a partir de su puesta en marcha no habrá que pasar obligadamente por Estados Unidos y Europa para llegar a Asia, y a la vez abre para los países involucrados nuevas oportunidades para la comercialización de servicios de telecomunicaciones.

En ese marco, sería de suma utilidad aprovechar la sinergia alcanzada con el socio chino. Por ejemplo, el ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación ha retomado los acuerdos firmados entre ambos países y se puso al frente del proceso de intercambio que involucra a todo el sector científico, con una fuerte perspectiva federal. Desde la Embajada argentina en China estamos en constante coordinación con el Ministerio atendiendo cada uno de los temas de agenda. Argentina cuenta con un capital científico-técnico de excelente nivel, con desarrollo en distintas áreas, contando con organismos especializados de gran prestigio como la CNEA, ARSAT, CONAE, INTI, INTA, CONICET, INVAP, etc. Existen iniciativas puntuales en materia de investigación aeroespacial como el acuerdo de cooperación existente entre la Comisión Nacional de Asuntos Espaciales (CONAE) y la Agencia de Lanzamiento y Control de Satélites de China (CLTC) firmado en el año 2012, en el marco del cual se desarrolló en Neuquén la Base Espacial para el Espacio Profundo.

El sector científico y tecnológico argentino ha alcanzado desarrollos de vanguardia en diversos campos como biotecnología, nanotecnología, servicios informáticos digitales, software y otras ramas ligadas a las economías del conocimiento. Todos estos organismos mantienen vínculos con contrapartes chinas y lo están profundizando, lo que implica mayor cooperación, transferencia de conocimiento, inversiones y crecimiento para nuestro país. En este contexto quiero destacar las iniciativas de nuestro gobierno en la búsqueda de jerarquizar y brindar beneficios al sector, como la Ley de Economía del Conocimiento, o la reciente ley que declara de “Interés Nacional el Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología e Innovación” y que incrementa al presupuesto vigente para dichos programas hasta llegar al 1% del PBI, dotándolos a la vez con una perspectiva federal.

Categorías: Política

PUBLICAR COMENTARIOS