Puja en microchips, satélites y otras tecnologías de punta
En “La tecnología en los límites del capital”, Paula Bach trabaja dos fuentes para narrar la disputa tecnológica entre EE.UU. y China: textos de Kai-Fu Lee, quien se destacada en el sector de internet de China, y Jonathan E. Hillman, del Centro estadounidense de Estudios Estratégicos Internacionales.
El libro acaba de ser publicado por Ediciones IPS y la compulsa mencionada es solo uno de los aspectos de la investigación.
Bach, economista y quien suele escribir en La Izquierda Diario y otras publicaciones, dice que “primeramente, es necesario ensayar un mapa del estado de situación para aproximar luego algunos elementos relativos a la dinámica de las disputas abiertas”, para lo cual se apoya en los dos investigadores de miradas contrapuestas
La mirada de Lee, dice, está centrada esencialmente en el desarrollo de las tecnologías, aunque al ensayar, en su trazado de las cuatro fases –que el autor denomina ‘olas’– de inteligencia artificial, las actuales posiciones relativas de China y Estados Unidos, “acaba exponiendo elementos del estado de la cuestión en el terreno geopolítico”. La óptica de Hillman, en cambio, gira en torno a la dimensión geopolítica de las tecnologías enfocada, fundamentalmente, en la arista ‘digital’ de la Ruta de la Seda y la dinámica de la competencia entre China y Estados Unidos en la arena internacional. Con matices sustanciales y objetivos distintos, ambas visiones “exhiben múltiples coincidencias. Incluiremos también apuntes sobre la actual disputa en torno a los semiconductores recurriendo al exhaustivo trabajo Chip War del historiador económico estadounidense Chris Miller.”
Para Bach, “buscando extraer algunas conclusiones del breve recorte de este puzzle de casi infinitas piezas podríamos formular lo siguiente. Por motivos distintos pero, como resultado general del desarrollo desigual y combinado de la división internacional del trabajo, la fabricación –la ‘fundición’– de semiconductores se presenta en la actualidad como un eslabón débil tanto para Estados Unidos como para China. Por su parte, China suma a su atraso en el sector la dependencia del software, del diseño y del hardware. Estados Unidos, por el contrario, es líder indiscutido en el software y en el diseño de las herramientas más avanzadas (hardware) necesarias para tallar los transistores más pequeños, las cuales, no obstante, se producen en Países Bajos –y, con tecnología menos desarrollada, en Japón– y están concentradas en su mayor parte en Taiwán Semiconductors (TSMC). Esa concentración es el resultado de que Taiwán presenta extraordinarias condiciones de costos, incluida una mano de obra relativamente barata y altamente calificada además de contar con un particular sostén del Estado”.
La autora recuerda que TSMC se fue forjando como una multinacional alimentada durante décadas por inversión extranjera, financiamiento y protección del gobierno taiwanés, lo cual la convirtió en la empresa de semiconductores más valiosa del mundo al interior de una industria que requiere altos costos en I+D y actualizaciones constantes. “El problema para los principales demandantes de chips radica, justamente, en que TSMC está localizada en Taiwán. Es decir, en uno de los puntos más calientes del planeta en la actualidad y un territorio histórico de disputa entre los dos mayores actores que, ya sea por limitaciones tecnológicas –en el caso de China– o por las necesidades de la externalización –en el de Estados Unidos–, están muy lejos de poder responder con producción interna a su demanda creciente de semiconductores. Se trata de un dilema que, previsiblemente, carece de dinámicas y soluciones sencillas o lineales.”
La puja satelital
Luego escribe que “hasta 2020, solo Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea habían construido sistemas de navegación satelital verdaderamente globales conocidos como GPS, GLONASS y Galileo, respectivamente. Pero ese mismo año, China lanzó al espacio la pieza final de su sistema global de navegación por satélite Beidou de tercera generación y transmitió el evento para que el mundo pueda observar su unión a las filas de la élite de las principales potencias espaciales. El sistema Beidou, enfatiza Hillman, es hijo de un matrimonio entre las comunidades científica y militar chinas y, aunque emplea tecnología que Estados Unidos logró básicamente en la década de 1990, China mostró que puede moverse rápidamente cuando sus sistemas militares y comerciales se alinean. Aunque el tema constituye materia de discusión poco desinteresada, algunas fuentes destacan que el sistema Beidou supera al GPS en ciertos aspectos, resultando más preciso en la región Asia-Pacífico, aunque algo más impreciso a nivel global. Al igual que en otras dimensiones digitales, señala Hillman, China pasó del lugar de un recién llegado al de un proveedor líder de servicios satelitales, en especial para los mercados en desarrollo, beneficiándose comercial, política y estratégicamente.”
Tanto en el tendido de redes inalámbricas y la provisión de equipos como, muy especialmente, en las fases iniciales de “internet de las cosas”, un campo en el que China sobresale, dice la autora, “se pone empíricamente de manifiesto la contradicción sobre la que insistimos en el capítulo anterior. Por un lado, el interés económico más inmediato de los “capitales individuales” enfocado en las ganancias de corto plazo conduce a privilegiar ventajas en términos de costos y a apostar por mercados seguros. Por el otro, estos requerimientos del capital plantean vulnerabilidades crecientes en términos de la “seguridad nacional” que se expresan en diversos planos como, por ejemplo, en el de la exposición de la información o en el del conservadurismo en términos de la conquista de espacio estratégico en plazos más extendidos. Todos factores que afectan los intereses del Estado –único instrumento capaz de representar, en última instancia, las necesidades en el largo plazo del capital nacional considerado “en general”– en términos de hegemonía económica, tecnológica y militar. De hecho, esta tensión emerge, aunque en un tono bastante más pragmático, como otro punto de coincidencia entre Lee y Hillman. En ambos autores, el amplio financiamiento estatal de China a empresas y países aparece como potenciador de los menores costos de producción actuando como un móvil determinante de la mayor expansión exterior hacia mercados relativamente marginales. Resaltando, al igual que Lee, la divergencia entre las estrategias expansivas china y estadounidense, Hillman plantea la necesidad de que el gobierno de Estados Unidos se vuelva más “emprendedor” en la forma de abordar los mercados extranjeros y las tecnologías emergentes.”
En reacción, el gobierno de Estados Unidos “dio paso a la conocida escalada de restricciones destinada a afectar, particularmente, la producción china de semiconductores. Un movimiento que debe observarse desde, al menos, tres consecuencias. La primera y más evidente es que las empresas chinas, tal como señala Miller, quedaron aisladas de la infraestructura tecnológica necesaria para la fabricación de los chips más avanzados, excepto en los casos en los que el Departamento de Comercio de Estados Unidos otorga licencias especiales. Huawei no puede diseñar estos semiconductores sin software estadounidense y SMIC aún depende en buena medida de herramientas con tecnología del mismo origen. La segunda constituye más bien un interrogante en torno a las posibilidades chinas de sobreponerse a esta circunstancia. Las restricciones, también según el autor, originaron nuevas y agresivas políticas gubernamentales redireccionando fondos en apoyo a la industria de chips por lo que suele argumentarse que la presión de Estados Unidos permitió concentrar en este sector estratégico el financiamiento de ‘Made in China 2025’ abriendo paso a un ‘momento Sputnik’ para China. Aunque la moneda continúa en el aire y el atraso en el terreno de semiconductores persiste, algo de esto pareció tomar cuerpo unos años más tarde cuando la startup tecnológica china DeepSeek -seguida luego por Alibaba- lanzó su propio modelo de inteligencia artificial conversacional -de alto rendimiento y bajo costo- en competencia con las versiones más avanzadas de ChatGPT empleando aparentemente chips NVIDIA de baja gama no alcanzados por las restricciones estadounidenses. La tercera y última consecuencia, volviendo a Miller, es que representando China uno de los dos principales mercados de semiconductores del mundo, las sanciones conllevan costos significativos para las compañías occidentales en una industria que exige sustanciales y periódicas inversiones. Esto es así tanto para ASML y sus equipos de litografía más avanzados como para los fabricantes de obleas, diseñadores de chips y empresas que producen otras herramientas que participan en la producción de circuitos integrados, incluidas las estadounidenses”.
Más sobre el mismo tema, en Nature.

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