Una democracia deliberativa

14 diciembre, 2021

En un artículo para el diario chino Guanming, los analistas argentinos Marcelo Rodríguez y Rubén Darío Guzzetti plantean que “la Conferencia Consultiva Política del Pueblo de China y las Asambleas Populares, en todas sus instancias, es en donde el pueblo ejerce la democracia, debate, propone, supervisa y controla la ejecución de las resoluciones adoptadas.

La democracia en EEUU, orígenes y proyección

Esta es la versión en español de la nota “La democracia deliberativa y su consecuente supervisión compensa la ausencia de voto directo en algunas instancias”, publicada por los estudios del CEFMA (Centro de Estudios y Formación Marxista “Héctor P. Agosti”).

Los debates sobre que es la democracia atraviesan permanentemente los ámbitos políticos y académicos, extendiéndose en determinados contextos al conjunto de la sociedad.

Este sistema, concebido para defender la soberanía del pueblo y su derecho a elegir y controlar a los gobernantes a través de mecanismos de participación directa o indirecta, adoptó mayoritariamente en occidente, y en América latina en particular, el modelo estadounidense.

Un modelo que, aclaran organismos oficiales de EEUU: “Aun cuando a menudo se cataloga a Estados Unidos como una democracia, es más preciso definirlo como una república federal constitucional […] “Constitucional” se refiere al hecho de que el gobierno de este país se basa en una Constitución que es la ley suprema de la nación. La Constitución no sólo provee el marco que define cuál debe ser la estructura del gobierno federal y los gobiernos estatales, sino también impone límites significativos a los poderes de todos ellos”

A muchos llama la atención de que la palabra democracia no figure en el texto de la constitución de EEUU de 1787, ni en ninguna de sus veintisiete enmiendas posteriores. A pesar de esto, los EEUU, con el reconocimiento de buena parte de los países de occidente, se presenta como el “faro democrático” que lleva adelante su “destino manifiesto” de ser líder y modelo mundial.

Sucede que entre las principales preocupaciones de los padres fundadores de la nación estadounidense no aparecía la disyuntiva sobre qué tipo de democracia adoptar. El problema principal que enfrentaron, a mediados del siglo XVIII, tampoco fue combatir las rémoras de un sistema feudal que nunca existió, sino como organizar el país tratando de evitar caer tanto en la anarquía como en una tiranía.

Partían de una mirada pesimista de la naturaleza humana, se desprendía de allí una concepción del poder, y de la necesidad de que la sociedad fuera dirigida por una elite que se destacara por ciertas características que el común no tenía. Esa supuesta desigualdad natural entre los seres humanos había que conducirla de manera tal que evitara el exceso de democracia, y esto los pudiera llevar a una situación indeseable.

Esta concepción sobre la desigualdad natural fue un sello de origen que justificó muchas acciones posteriores en la nación norteamericana.

Es así como los Founding Fathers comenzaron a definir que la libertad estaba más ligada a la propiedad que a la democracia. El otro fundamento básico que se planteó es la igualdad de oportunidades, pero no de condiciones. Es decir, que para que esa elite se desarrolle sin trabas había que regular la democracia y evitar que el estado interfiriera en esa “selección natural” y así permitir que los más capaces tuviesen las manos libres para hacer dinero, tener propiedades y contar con acceso a la mejor educación, y de esta manera llegar y permanecer en la cúspide del poder.

Se fue así forjando un bloque de ideas, conceptos y creencias consolidado: desigualdad natural, individualismo, ascenso por competencia, propiedad, riqueza, darwinismo social, protestantismo y capitalismo.

John Adams, uno de los hombres más influyente de los primeros tiempos de la construcción del Estado, sostuvo que el “hombre no es un ángel, no solo los hombres no son buenos, sino que además entre ellos reina una desigualdad física e intelectual. Esta desigualdad es querida por el creador”. (Birnbaum 1972 p. 13)

El historiador francés Pierre Birnbaum. sintetiza de la siguiente manera el sentido común que se fue conformando:

 “La tradición política norteamericana implica la existencia de desigualdades económicas y sociales, teniendo la igualdad de oportunidades como consecuencia la desigualdad de condiciones. La democracia norteamericana es por tanto una democracia que reconoce el aspecto ineluctable de la desigualdad: siendo las capacidades de cada uno extremadamente variadas, la élite deberá aprovechar aquellos que son sus dones”.

Es decir que la igualdad a que aspiran se basa en la libertad concebida como el “dejar hacer”, el laissez-faire, que nada interfiera en el desarrollo de las cualidades de los más aptos. La igualdad que persiguen no incluye la igualdad de condiciones sino una estructura sobre las oportunidades que son supuestamente iguales para todos, pero donde algunos acceden con gran ventaja. Inclusive algunos sectores llegan a plantear que una interferencia del Estado a favor de los más desprotegidos distorsiona ese escenario de posibilidades y eso va en desmedro de las elites más capacitadas, modificando las condiciones naturales

Desde el inicio se desarrollaron dos proyectos complementarios y que se alternaron en el gobierno. Uno encabezado por Thomas Jefferson ligado a los granjeros que planteaba el laissez-faire para actuar libremente, sin trabas, donde cada uno podría realizar su ascenso social enriqueciéndose. La otra liderada por Alexander Hamilton que favorecía el nacimiento del capitalismo industrial, creación de un vasto mercado donde se favorecerían banqueros, comerciantes e industriales.

Los conservadores acentuaban la libertad plena, mientras los liberales se preocupaban por la igualdad (de oportunidades).

Más tarde Andrew Jackson logra una primera síntesis de ambas corrientes que acompañaron toda la historia estadounidense.

El mito del self made man (hombre hecho por sí mismo o los más aptos), edificado sobre el protestantismo y el darwinismo social, fue construyendo una conciencia colectiva donde predomina el éxito material y la propiedad privada como principio superior y la desigualdad como valor predominante. Conformando tres puntales: el individualismo económico, el darwinismo social y el protestantismo

El darwinismo social y el protestantismo se basan en una supuesta desigualdad insuperable del hombre, justificado en base a la ciencia natural en el primer caso y en una determinación divina en el segundo. La teoría de la evolución le daría así, sustento científico a la imposibilidad de la igualdad.

El laissez-faire de Jefferson, tomado por los empresarios, se convierte en la doctrina de un capitalismo liberal. Es así como esta concepción particular de la democracia es absorbida por el capitalismo, convirtiéndola en ideología “universal “de la democracia.

Por lo expuesto más arriba la piedra angular de la democracia estadounidense es la desigualdad natural y la supremacía de los mejor dotados sin interferencia alguna de gobierno, Estado o sistema social integrador, y para garantizar esta forma particular de igualdad tiene que preservarse una “libertad” sin restricciones, es decir con un desarrollado laisser-faire, donde el que cuenta con menos condiciones está condenado a un subdesarrollo. Esta estructura de pensamiento es la que le da sostén a la conocida doctrina del “destino manifiesto” expresada por John L. O’Sullivan. Los EEUU eran la nación elegida para llevar la “libertad” y la “democracia” a todos los rincones del planeta.

A medida que avanzaba el siglo XX y el capitalismo productivista cedía paso al predominantemente financiero, la estructura de poder sustentada en la supuesta igualdad de oportunidades, la libertad del dejar hacer y una democracia limitada, se fue transformando en la dictadura de las transnacionales, los lobbys del capital concentrado y el complejo militar industrial y financiero, sobre todo después del 11 de septiembre del 2001 y la crisis del 2007/2008.

Los Estados Unidos son, ante todo un sistema de dos partidos, que se alternan en la administración de los intereses del bloque de poder real del sistema capitalista.

En un acto de sinceridad política no muy frecuente, el presidente Dwight D. Eisenhower (1890-1969), en su discurso de despedida, pronunciado el 17 de enero de 1961. Alertaba que: “[La] conjunción de un sistema militar inmenso y de una gran industria armamentística es algo nuevo en la experiencia estadounidense… En los consejos de gobierno, debemos guardarnos bien de que el complejo industrial militar llegue a tener una influencia injustificable, sea o no alentada. Hay potencial, y seguirá habiéndolo, para que se produzca ese desastroso aumento de poder a todas luces inapropiado.”

Ese complejo industrial militar, verdadero bloque de poder en los EEUU, se ha ido adaptando en las últimas décadas transformándose, a nuestro entender en un complejo industrial, militar, cultural, mediático y financiero, que impone sus intereses a las sucesivas administraciones de gobierno ejercidas desde el sistema bipartidista estadounidense, que se presenta ante el mundo como promotor y garante de los sistemas democráticos con el verdadero objetivo de sostener el poder y la influencia de este complejo de poder imperialista.

Tras los procesos de independencia y la conformación de los estado-nación, en la segunda década del siglo XIX, en América Latina, ha sido de gran influencia el modelo de régimen político estadounidense, que fue utilizado como referencia por intelectuales y políticos de la región atraídos por la idea de “igualdad” y federalismo, presentes en la Constitución de los Estados Unidos.

Una idea de igualdad que no supera el estado de promesa teórica, de declaración de buenas intenciones, ya que queda fuertemente acotado a determinados sectores sociales propietarios de los medios de producción, lo que hace de esta declaración de igualdad una formalidad.

Una formalidad planteada por un sistema democrático liberal, que tiene por objetivo central el desarrollo del sistema capitalista y no la transformación de las desigualdades estructurales que este sistema provoca, lo que hace evidente la contradicción insoluble entre desarrollo capitalista y democracia real, o, mejor dicho, la estructural incompatibilidad entre el capitalismo y una democracia que no sea formal y tienda permanentemente a convertirse en una plutocracia.

Como plantea Atilio Boron:

“El resultado es que los “capitalismos democráticos” son una dictadura de facto de los capitalistas, sea cual fuere la forma política –tal como la democracia– bajo la que el despotismo del capital es ocultado a los ojos del pueblo. De ahí la incompatibilidad tendencial entre el capitalismo, en tanto forma socioeconómica basada en la desigualdad estructural que separa a propietarios de no propietarios de los medios de producción, y la democracia, concebida, como en la tradición clásica de la teoría política, en un sentido más amplio e integral y no solamente en sus aspectos formales y procedurales como fundada en una condición generalizada de igualdad”.

Es decir, un sistema “democrático” en el cual la política y lo colectivo quedan subsumidos ante el interés económico, la propiedad privada de los medios de producción y la lógica del mercado, a los cual se suma, en América latina, la constante injerencia de los EEUU que se presenta como el “garante” de los sistemas democráticos generando un tutelaje sobre los sistemas políticos de nuestros países a los que claramente considera su zona de influencia desde el dictado de la Doctrina Monroe en 1823.

Esa injerencia y acoso constante de parte del poder imperial estadounidense se ejerce a través de las instituciones políticas, económicas y financieras bajo su control, como lo son el Fondo monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la Organización de Estados Americanos (OEA), entre otros.

La democracia avanza en China

Una convicción y un debate se van abriendo paso en occidente; la democracia tal como la conocemos ha fracasado para resolver los problemas de los pueblos y simultáneamente se discute si existe o no democracia en China.

En general, entendemos que en China se conoce mucho más de la democracia que se practica en occidente, que en occidente del sistema chino.

El debate sobre la democracia ha crecido en China en los últimos tiempos. Pero se la considera una herramienta para beneficio de la sociedad, no un bien en sí mismo. En cambio, en occidente se tiene la convicción de que, si no hay proceso electoral basado en el pluripartidismo, con una tendencia muy fuerte a concentrarse en el bipartidismo al estilo estadounidense, no hay democracia.

En general en la intelectualidad China hay coincidencia en la necesidad de avanzar en la democracia interna del Partido Comunista de China para seguir profundizando la legitimidad económica, política e ideológica actual. Este tema es observado con gran detenimiento ya que si se deteriorará la legitimidad del PCCh esto no solo tendría consecuencias en China sino en todo el mundo.

La Conferencia Consultiva Política del Pueblo de China y las Asambleas Populares, en todas sus instancias, es en donde el pueblo ejerce la democracia, debate, propone, supervisa y controla la ejecución de las resoluciones adoptadas.

La democracia deliberativa y su consecuente supervisión compensa la ausencia de voto directo en algunas instancias.

La Dra. Cristina Reigadas considera que afirmar que en China no existe democracia es un prejuicio eurocéntrico y que la cultura política China es apta para la democracia, aun cuando el economicismo y el nacionalismo jueguen un papel importante.

En la realidad política China, está presente el manejo de la dialéctica entre tradición e innovación, centralidad y descentralización, continuidad, discontinuidad y debate, en el marco del centralismo democrático, creando las mejores condiciones para la creciente participación popular y el ejercicio democrático. Este proceso dinámico, enriquecedor y no exento de desafíos que se basa en la sinización del marxismo teniendo en cuenta la rica cultura y filosofía china milenaria, permite una adaptabilidad permanente a la realidad cambiante y buscar en esa práctica la “verdad en los hechos”, en dirección a la resolución de las contradicciones, hacia una sociedad regida por la ley y un futuro socialista.

En este sentido, el presidente Xi Jinping pronunció un importante discurso en las jornadas del 13 y 14 de octubre de 2021 en el marco de los trabajos de los Congresos Populares.

Allí destacó que: “El gobierno estimula y promueve la democracia en china y permite la participación popular en la gobernanza nacional”, y agregó que, un país es democrático o no dependiendo de si ésta verdaderamente “dirigido por el pueblo” .

Afirmó que la democracia es un valor compartido de la humanidad y que “es un principio clave sostenido inquebrantablemente por el PCCh y el pueblo chino” y que la misma “…no es un adorno sirve para resolver los problemas que la gente tiene y quiere resolver”.

Además, fue muy claro frente a los ataques que recibe el sistema político chino al afirmar que: “Para juzgar si un país es democrático o no se debe tener en cuenta que procedimientos y reglas políticas están estipuladas por los sistemas y leyes y si esos se implementan bien” y agregó, “Si un país es democrático o no debe ser juzgado por el propio pueblo no por un puñado de personas del exterior”, en una clara referencia a las políticas injerencistas y a la campaña antichina que impulsan los EEUU y sus aliados de occidente.

También afirma el presidente Xi Jinping en su intervención que “Hay muchas formas de lograr la democracia, no existe un modelo único”.

Partiendo de esta premisa, entendemos que el socialismo con particularidades chinas no es incompatible con la democracia como muchos analistas de occidente quieren hacer ver, partiendo de la idea de que la democracia es exclusivamente occidental. Todo lo contrario, en China hay un debate permanente sobre democracia, pero se la considera una herramienta para beneficiar a la sociedad, no un bien en sí mismo.

Un aspecto que consideramos muy importante es la forma en que se eligen los candidatos a distintos cargos legislativos y ejecutivos en cada país. En China se parte de elecciones directas en la base (cantones, distritos y municipios sin distritos) e indirectas en las instancias superiores. Los candidatos son propuestos por vecinos y trabajadores. Luego, los elegidos a su vez designan las autoridades superiores representativas, pero teniendo que responder ante las instancias inferiores de sus decisiones.

En China avanza la democracia deliberativa, una práctica efectiva para hacer realidad el principio de que el pueblo manda.

Si bien es muy difícil realizar predicciones sobre como evolucionaran los sistemas políticos y de participación en China y en los países occidentales que siguen el modelo estadounidense, existen algunos datos brindados por la experiencia histórica, por los procesos en marcha, y por las características sistémicas presentes en los objetivos capitalistas o socialistas presentes en estos países, que nos pueden orientar para establecer tendencias.

En este sentido, entendemos que si el proceso de construcción del socialismo con particularidades chinas continua, con avances y retrocesos, en la consolidación y creación de mecanismos de participación popular, con la misma flexibilidad que viene demostrando, puede lograr avances mucho más profundos que el esperable en aquellas sociedades que enfrentan la contradicción entre la lógica capitalista, basada en la explotación, con la preeminencia de poderes económicos, financieros y mediáticos cada vez más concentrados, que actúan como fuertes limitantes a proyectos autónomos y soberanos y, en definitiva, a la profundización de la democracia.

Categorías: China

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