Xi.3

12 noviembre, 2021

Por Néstor Restivo (*)

El viernes culminó en la República Popular China la llamada “sexta sesión” del 19º comité central del Partido Comunista, de cara a su Asamblea 2022. Esa instancia suele ser clave. Por ejemplo, se recuerdan ediciones anteriores como las que definieron de supremo el liderazgo de Mao Zedong o cuando se difundió el veredicto oficial del Partido sobre el polémico período de la “Revolución Cultural”. Ahora, la expectativa era la renovación del mandato de Xi Jinping a la conducción del Partido y de la Nación. No hubo sorpresas y se concedió. Al menos, gobernará hasta 2027.

En Occidente se rasgan las vestiduras. Los medios titulan “entronización”, “culto a la personalidad”, “totalitarismo”, “autocracia”, “mano de hierro”. Pero si Xi Jinping llegase como presidente a 2027, recién entonces serían 14 años. Comparemos, odiosamente: Ángela Merkel gobernó Alemania entre 2005 y 2021, o sea 16 años. Nadie leyó sobre ella nada parecido. Ni sobre uno de sus antecesores, Helmut Kohl, quien también ejerció el poder 16 años, entre 1982 y 1998. Ni sobre Felipe González cuando gobernó España 14 años entre 1982 y 1996. Ni, finalmente, sobre Franklin Delano Roosevelt, de 1933 hasta 1945, 12 años que hubieran sido más si no moría en funciones.

Claro que son sistemas de gobierno distintos, pero la doble vara de nuevo apesta: en China habría un régimen autoritario y en Occidente, una democracia formidable, donde de verdad gobiernan las mayorías populares y la efectividad en resolver los problemas de cada día vive su mejor hora.

La resolución que aprobó el PCCh esta semana, y que seguramente se validará en 2022, habla de tres grandes liderazgos, el de Mao, el de Deng Xiaoping y, ahora, el de Xi Jinping. Tres marcas que no desconocen otros momentos de la historia de China desde las revoluciones de 1911 (fin de la era dinástica), la creación del Partido en 1921 y la revolución de 1949 que dio inicio a la República Popular. Pero que son claramente tres grandes hitos.

Sobre Mao, el de poner en pie a un país destruido por la colonización que le propinó Gran Bretaña y otros países de Europa (además de un EEUU en su primera fase expansionista) sobre sus puertos, ríos y gran parte de sus territorios principales, desde las guerras del Opio en adelante. Un país que siguió luego desangrándose por la invasión de Japón y finalmente por la guerra civil. En el medio, cayó un milenario sistema imperial y dinástico. Mao encontró un país completamente pobre, analfabeto, semifeudal, con una ínfima burguesía incapaz de llevar adelante el camino de la recuperación, y en los 27 años que lideró hasta que murió en 1976 alfabetizó a casi toda China, unificó y simplificó el idioma, dio un rol y liberó a las mujeres de prácticas humillantes, distribuyó tierras a cientos de millones de personas, inició las primeras industrias, incluso las aeroespaciales y las de ciencia y tecnología,  recuperó el lugar de China en Naciones Unidas, etc. Es cierto, hubo fracasos rotundos como la colectivización del campo en el llamado “gran salto adelante” o tragedias luego en la revolución cultural. Pero Occidente tergiversa, oculta o  repudia, porque compró la leyenda negra del historiador irlandés Jon Halliday y su esposa de origen chino y anticomunista Jung Chang.

El segundo hito, el de Deng Xiaoping, fue modernizar China sobre esas bases imprescindibles de Mao. Inició la Reforma y Apertura en 1978. No se hizo capitalista, otra torpe lectura occidental. Sí, tomó aspectos del capitalismo (como China hace y resignifica desde hace siglos con sistemas económicos, religiones o pensamientos que incorpora), los cuales le sirvieron para potenciar el mercado en modo inédito en la historia de la humanidad, “mercado” que no inventó –como presume- el capitalismo, sino que los chinos y los asiáticos desarrollaron por milenios en forma magistral. En todo caso, Deng le dio otra impronta tomando lo que necesitaba de los capitales extranjeros.

Y luego de otros presidentes que siguieron a Deng e hicieron sus aportes, llega Xi Jinping en 2013 con una idea de una China más global, aunque sigue el proceso de rejuvenecimiento interno (atacando, sobre todo, las tres desigualdades que generaron las reformas por su altísima velocidad: social, territorial y ambiental), con grandes innovaciones tecnológicas hasta liderar en varios campos, recientemente con fuertes regulaciones a las finanzas y las telecomunicaciones, pero además articulando mucho más con el juego internacional. Con Xi, China quiere volver a tener el poderío del que gozaba antes de aquellas guerras del Opio, cuando China era, como ya es ahora de nuevo, el eje más dinámico, económicamente hablando, del plantea, donde se genera más riqueza mundial. Donde se derrotó a la indigencia y donde la pobreza se redujo como en ningún otro lugar del  mundo.

Por eso lo vuelven a elegir. No es que no haya facciones diferentes al interior del PCCh ni disputas internas de fuerte calibre (entre liberales, confucianos, neomarxistas, etc.). Al contrario, hay enormes debates que Occidente no conoce ni quiere conocer, porque habla de autocracia, dictadura, personalismo, etc. Pero es un experimento excepcionalmente rico para estudiar críticamente, sin comprar ni la encendida propaganda china ni las anteojeras, prejuicios y brulotes que a diario lanzan los intereses afectados por el resurgimiento de Oriente.

(*) Nota aparecida este domingo en El Cohete a la Luna.

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