El valor de lo regional

17 agosto, 2020

En el contexto de la pandemia y la disputa planteada por EEUU a China, un grupo de diplomáticos argentinos propone resignificar el valor de lo regional y recuperar la visión social del desarrollo, entre otros ejes.

El mundo y las consecuencias del COVID-19 en el contexto de la disputa entre China y los Estados Unidos.

Grupo Activar (*)

El panorama internacional actual.

2020 ocupará un lugar en la historia como el año en el que la humanidad en su conjunto despertó a una realidad largamente anunciada pero lastimosamente ignorada. El crecimiento sostenido de la economía china, su despunte tecnológico e industrial y el inminente e inevitable choque de trenes entre China y Estados Unidos en una disputa por la hegemonía mundial, han dejado de ser una especulación intelectual, para convertirse en el elemento paradigmático del nuevo momento que vive un orden mundial, que ya tenía signos manifiestos de franca descomposición.

La desatención de la globalización a las necesidades de los que menos tienen, la ausencia de voz a quienes con su trabajo o materias primeras también generan riqueza y la pasividad para corregir los serios desequilibrios en la distribución del ingreso, son hechos que han demostrado ser el mejor caldo de cultivo para cuestionar, desde su base, a los modelos neoliberales y además han trastocado el orden mundial. 

Movimientos como el populismo, la reivindicación de las causas sociales, la personificación del pueblo como el eje de la política, han ganado espacio tanto en naciones desarrolladas como en el mundo en desarrollo.  El orden mundial de la posguerra simplemente ha quedado en evidencia como esclerótico y claramente disfuncional, al punto tal que, quienes hasta hoy lo sustentaban, se cuestionan abiertamente su viabilidad. 

Por su parte, los actores internacionales emergentes prefieren optar por nuevos esquemas bajo novedosos arreglos institucionales o, en el mejor de los casos, restituir los presupuestos de membresías debilitadas, pero –inexplicablemente- no están poniendo en la mesa propuestas viables para regresarles a esas organizaciones su sentido y utilidad.

Y en ese momento de plena metamorfosis, el mundo enfrenta una pandemia; que si bien dista mucho de ser el gran fenómeno disruptivo que vaticinaban los expertos -a decir por su bajo nivel de mortalidad frente a los grandes virus y bacterias que ha conocido la humanidad- sin duda ha tenido y continuará teniendo en los próximos meses importantes efectos en la capacidad de los países afectados para recuperar la senda del crecimiento de sus economías. 

Las cadenas globales de valor se han visto seriamente afectadas y, como invita a la reflexión Javier Solana, hoy se cuestiona si el “justo a tiempo – just in time” deberá ceder paso a nuevas cadenas de producción y de distribución que se rijan por un modelo de “por si acaso – just in case”, menos eficiente en materia de costos, pero que aporta mayores márgenes de seguridad.

El conflicto principal.

A pesar de la urgencia de intervenir en la solución de varios de los desafíos ya señalados, será muy difícil la construcción de consensos en ausencia de un arreglo en el alarmante ambiente de Guerra Fría en la que ya se mueven China y los Estados Unidos.

Estos dos países tienen casi un tercio de la población mundial y generan cerca de 45% del Producto Interno Bruto mundial. Ambas naciones parecen dispuestas a librar una cruenta batalla por la hegemonía; afortunadamente parecería por el momento que no con el recurso de las armas, ni siquiera con el poder disuasivo de sus vastos arsenales o de sus ojivas nucleares, sino a través de la competencia por el control de las nuevas tecnologías.

Adicionalmente –y a diferencia de lo que ocurrió durante la Guerra Fría-, las dos potencias rivales tienen importantes vínculos económicos, por lo que cabe pensar que un desacoplamiento –económico, tecnológico o incluso social- sea una hipótesis poco probable.

La hegemonía del siglo XXI no se construye sobre el dominio de territorios o en base a conflictos de ideologías.  Se trata más bien de la capacidad para determinar el control de la información, sobre las formas de transmisión de datos, sobre la nueva arquitectura de las telecomunicaciones, del Internet de las cosas, del big data y las cadenas en bloque. 

Es también el colocarse al frente de los desarrollos en nanotecnología y de los nuevos materiales, es dominar en la producción de microprocesadores, la robótica, la biotecnología y la tecnificación de procesos.

Hacia una nueva estructura internacional

Discernir sobre un nuevo modelo de globalización o regionalización es una asignatura por demás sugerente, como también lo es pensar en la manera en que las cadenas de producción y de valor agregado puedan reconstituirse para ser menos vulnerables a las fluctuaciones coyunturales, a las pandemias o la las tensiones extra regionales. 

¿Acaso la globalización tal y como la conocemos ha llegado a su fin o simplemente se trata de la inaplazable corrección de sus deficiencias?  ¿Deben los gobiernos iniciar ya un proceso de redireccionamiento de sus cadenas productivas favoreciendo nuevos arreglos regionales? ¿Cuan factibles (o costosos) serán estos procesos y rectificaciones?

No es difícil pensar que, cualquiera que sea el derrotero, la condición actual del orden mundial es crítica y requiere de acciones definitivas para su pronta corrección. Sin embargo, no se puede desconocer la importancia que, en cualquier arreglo o intento de reforma, tiene el desenlace del actual conflicto multidimensional que viven China y Estados Unidos. 

La pugna que viven ambos países tiene una dinámica propia, que difícilmente otros países -actuando como mediadores-, o incluso las propias organizaciones internacionales existentes, podrán modificar o alterar de forma significativa. 

Por ello se anticipa un periodo que presagia ser tortuoso, prolongado y con efectos colaterales para una infinidad de terceros países, que no podrán evitar que el movimiento de las placas tectónicas del sistema internacional provocada por el choque entre estos dos protagonistas de la escena mundial, afecte sus flujos comerciales, sus cadenas de suministro, su comercio exterior y, en el peor de los casos, hasta su estabilidad política y social.

No deja de ser preocupante que, ante lo que se deja ver como meras ambiciones electorales, la actual administración en Estados Unidos parece estar decidida a seguir levantando un tsunami de acciones contra China, muchas de las cuales afectan más de una fibra sensible del gigante asiático y podrían tener resultados que habrá que leer con especial cuidado por su potencial expansivo y desestabilizador. 

Las narrativas de suma cero, los riesgos aparentes a la seguridad nacional carentes de justificación, las tomas hostiles de empresas o las vedas a muchas de ellas son tan estériles como lo es la insistencia a mantener un discurso de paz y armonía que no atiende el fondo de la crítica o que es incapaz de poner en la palestra, de forma clara, los intereses que subyacen a las políticas de corte global a las que aspira cualquier potencia emergente.  En los hechos, eso se convierte en un diálogo de sordos. 

Si China y Estados Unidos no son capaces de alcanzar un inteligente y bien calibrado acuerdo político, el caudal de problemas para el mundo en su conjunto será difícil de imaginar.  En cualquier circunstancia, es claro que el ocaso de los grandes imperios nunca ha sido ausente o remiso al conflicto, mucho menos ha sido la resultante de procesos pacíficos de negociación.  Sin embargo, la coyuntura generada por COVID-19, por sus efectos a nivel medular en la estructura económica y en las cadenas locales de valor, no da margen para especular siquiera con la posibilidad de una conflagración entre potencias cuando hay problemas estructurales que amenazan la estabilidad mundial.

Lo que advertimos hoy es la insistencia de la potencia saliente a mantener un status quo sin asumir que en el mundo de hoy el liderazgo no puede ser únicamente producto de la fuerza o amenaza del uso de la fuerza o peor aún, entender que hay entornos permanentemente estáticos y conformidad con un orden internacional fuertemente cargado de inequidades y de desigualdad.  Por otra parte, cualquier potencia emergente no podría suponer que su ascenso está exento de conflicto y de acciones enérgicas por parte de aquellos que se sienten amenazados.  No es un tema de quien cede o no su posición de liderazgo, sino cómo los países perciben las oportunidades que ofrece un nuevo planteamiento internacional y si ello es mejor que status quo ante.

Desafíos para el mundo.

Un divorcio entre ambas partes tiene espacio en el discurso, más no en el ámbito de lo posible en el corto plazo o mediano plazo.

Para el resto de las naciones, que tienen poca o nula influencia para controlar esa competencia entre los poderosos, es importante resolver varios dilemas: ¿Qué actitud tomar frente al conflicto? ¿Es necesario alinearse con uno u otro o es posible mantener relaciones productivas con ambos? ¿Es factible incidir en la disputa a través de las instituciones del sistema internacional? ¿Habrá que migrar con urgencia hacia cadenas regionales de valor y de suministro?

Varias cosas son ciertas ya:

  • El proceso de globalización vive un momento de cambio.  Se ha construido durante décadas sobre la base de visiones coherentes y ampliamente aceptadas y en base a una lógica eminentemente económica,  pero debe adecuarse para recuperar la visión social del desarrollo;
  • En innegable que serán imprescindibles ajustes en las cadenas de valor internacionales y los países deberán optar por ellas como medida necesaria para paliar afectaciones inducidas por comportamientos políticos o por situaciones emergentes como las que se han conocido en el contexto de COVID-19; 
  • El desacople de Estados Unidos y China no es factible que sea ni súbito, ni total, por lo que las acciones de cualquier otro país deben calibrarse en consecuencia; 
  • Construir y reforzar redes regionales es necesario a mediano y largo plazo, pero muy difícil de lograr de súbito, menos cuando las economías en prácticamente todo el mundo se encuentran en recesión y con números rojos; 
  • La crisis económica creada por la pandemia limitará seriamente los recursos disponibles, tanto para las dos principales potencias, como para el resto de las naciones;
  • Recuperar el crecimiento es más urgente que modificar las estructuras actuales. Se trata entonces de un momento para pensar en una reingeniería de procesos, más no urge el debate sobre cómo construir nuevos;
  • Las redes regionales, además de ser un instrumento para consolidar la voz de los países, fortalecerá la visión de un mundo inexorablemente más interconectado y multipolar;
  • China está mejor posicionada para la construcción de un sistema internacional más justo y equitativo.  Ha puesto su capital político y económico en los lugares correctos.  Pero deberá construir confianza en la autenticidad de su esfuerzo si aspira a liderar el nuevo orden mundial;
  • Es inaplazable avanzar en el desarrollo de fórmulas más efectivas, eficaces y confiables de gobernanza global;
  • En cualquier rediseño del orden mundial, las organizaciones regionales tendrán un papel determinante para administrar la crisis de corto plazo y para promover los cambios estructurales que requiere la globalización 2.0 y la normalización de los asuntos internacionales.

La actual situación por la que atraviesa el sistema internacional, con la confluencia de fenómenos de enorme profundidad y con implicaciones de largo plazo, no da cabida a posturas distantes o a dejar que las aguas vuelvan por si solas a su nivel. Ello en sí mismo no sucederá. 

Pero es posible que la urgencia de recuperar la ruta del crecimiento y la centralidad que tienen las implicaciones políticas y sociales de esta tormenta perfecta, sea suficiente impulso para unir voluntades alrededor de objetivos prioritarios comunes al conjunto de las naciones: 

– Primero, para asegurar que las vacunas contra el Covid-19 sean en efecto un bien global, que permita eliminar a la pandemia como el factor disruptivo en el que se ha convertido significando una suma de calamidades;

– Segundo, para subrayar que la urgente recuperación económica no puede ser víctima de caprichos electorales, como tampoco de buenas intenciones que se quedan en el papel;

– Tercero, que la experiencia de esta pandemia es un nuevo aviso para que el mundo esté suficientemente preparado para lo que se presagian como otras contingencias sanitarias. 

Por ello, construir un nuevo orden global ya dejó de ser una asignatura pendiente.  Se ha convertido ya en una urgente misión de supervivencia.

Beijing, Guangzhou, Seoul – Agosto 14, 2020.

(*) Grupo formado por el ex diplomático Mario Quintero y otros servidores activos y retirados del cuerpo del servicio exterior argentino en Argentina, México y China.

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