Casa tomada en Beijing
El escritor Juan Cortelletti, agregado cultural de la Embajada de Argentina en Beijing, hace en la Revista Ñ una lúcida interpretación sobre la interculturalidad china-argentina en el plano de la literatura al relatar la experiencia del profesor de letras latinoamericanas en China, Guillermo Bravo. Cuenta que Bravo “tomó hace tiempo una opción pedagógica infrecuente y notable: poner al joven lector chino frente a la obra desnuda, sin mediaciones ni introducciones, sin aparato crítico ni historia de la vida del autor.” Los alumnos imaginaron a los hermanos del cuento “Casa tomada”, de Julio Cortázar, chinos. Cortelleti menciona el término sincization, que define el proceso de adaptación a la cultura local y sugiere que en un “cruce entre el confucianismo, el budismo y el comunismo hay un ávido grupo de lectores preparado para hacer conexiones impensadas. Lo que surge del encuentro entre los escritores argentinos y los lectores chinos es, felizmente, algo nuevo.”
– Cortázar leído en chino
Juan Manuel Cortelletti
El profesor de letras latinoamericanas en Pekín, Guillermo Bravo, les preguntó a sus alumnos –entre fascinados y atónitos por la lectura de Bestiario– cómo pensaban que era el matrimonio de hermanos de “Casa tomada”.
La respuesta fue un intercambio de opiniones sobre su personalidad, sus rutinas y la cuestión endogámica; pero lo más contundente fue que, casi sin excepción, los imaginaban chinos. Además de esta curiosa y tal vez natural proyección de su propia fisonomía a los personajes de Cortázar, el argumento también estimuló conexiones relacionadas con su entorno: la historia de China, la arquitectura local –¿hay casas como la del cuento en Pekín?, ¿en qué se diferencian?–, y las características del matrimonio en grandes ciudades en contraste con las uniones ocurridas en los pueblos o en el campo. La enriquecedora devolución pudo tener lugar porque el profesor Bravo tomó hace tiempo una opción pedagógica infrecuente y notable: poner al joven lector chino frente a la obra desnuda, sin mediaciones ni introducciones, sin aparato crítico ni historia de la vida del autor. Que primero lea el texto, lo disfrute e interprete con espontaneidad; luego, de ser necesario, que consulte material ampliatorio.
Si el proceso fuera al revés y comenzara por una explicación sobre lo que podría representar la “casa tomada”, las implicancias alegóricas de la presencia que va ocupando el espacio, y otro sinfín de observaciones posibles, el entorno creativo que caracteriza sus clases se esfumaría. Peor aún, se desaprovecharía la herramienta de análisis más poderosa que tienen los estudiantes: la cultura china.
Es que en este país-continente, además del enorme potencial para la traducción y difusión de la literatura nacional, aparece una veta fabulosa de reapropiación de las obras nacionales desde un entramado simbólico singular, complejo, fértil. En el cruce entre el confucianismo, el budismo y el comunismo hay un ávido grupo de lectores preparado para hacer conexiones impensadas. Lo que surge del encuentro entre los escritores argentinos y los lectores chinos es, felizmente, algo nuevo.
Sin la nebulosa de los discursos críticos o elementos extraliterarios, a los que el público local –con excepción de los especialistas– casi no ha tenido exposición, nadie rechazará a un autor por sus posiciones políticas –como ocurría entre 1949 y 1980, cuando sólo se traducía bajo un criterio de afinidad ideológica– ni lo elogiará porque haya leído en algún lado que tal libro debe gustarle.
Libres de discusiones que condicionan la recepción creativa de sus obras, nuestros escritores tienen la oportunidad de suscitar interpretaciones originales por parte de un lector con un bagaje cultural y civilizatorio único, que no buscará confirmar en los textos las valoraciones incorporadas previamente en un texto explicativo. Del mismo modo que los argentinos podemos asimilar las Cuatro novelas clásicas, las novelas del Nobel Mo Yan o de autores jóvenes como A Yi, leyendo desde nuestra identidad, los chinos tienen la oportunidad de encantarse –o turbarse– frente a Borges, Aira, Cortázar o fundacionales como Martín Fierro o Facundo.
El primer encuentro de un lector que porta una tradición tan extraordinaria con un cuento como “El Aleph”, por caso, constituye un fenómeno intercultural de magnitud. En el proceso, como todo lo que penetra en el medio local, las obras de nuestros autores se volverán más chinas. Sincization es la palabra en inglés que define el proceso de adaptación a la cultura local. Les ocurrió a otros pueblos que conquistaron China territorialmente pero que fueron finalmente derrotados por asimilación cultural; les pasó a las obras de Karl Marx, también resignificadas –en un proceso de repercusiones históricas universales– y les ocurre hoy en día a las empresas internacionales que deben adaptar a regañadientes sus productos al gusto y lenguaje local si quieren lograr algún éxito comercial.
Con el tiempo, la amplia lectura de la literatura nacional traerá un poco de Argentina a China, pero a su vez las obras se transformarán al ser leídas desde otro lugar, con resultados que quizás incluyan una profunda renovación.
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