La vuelta del Maestro Kong
“El confucionismo vive un período de revitalización”, escribe Salvador Marinaro en Infobae. “Años después de que la disciplina fuera censurada por la Revolución Cultural. Escuelas de Estudios Clásicos se abren en las universidades públicas y establecimientos privados reciben alumnos de todas las edades. El presidente Xi Jinping promueve la difusión de los filósofos tradicionales como búsqueda de la identidad nacional en una sociedad que hasta hace una generación se decía «atea»”.
A dos cuadras de la estación Qibao del metro de Shanghái -uno de los complejos subterráneos más extensos del mundo- un edificio anuncia con caracteres chinos tallados en madera una “Escuela de estudios tradicionales”. Su fachada reproduce la arquitectura clásica: ventanas con motivos geométricos, columnas pintadas de rojo, tejas negras y molduras que sobresalen. La pintura blanca y los salones amplios rompen la pretensión histórica: la escuela, inaugurada hace poco más de un año, ofrece clases de arpa china, violín de una sola cuerda, caligrafía, pintura y filosofía. Hoy, sábado a la tarde, un grupo de chicos de diez a doce años recita con precisión militar una de las líneas de las Analectas de Confucio.
“Tenemos lecciones básicas para niños y clases para adultos dedicadas a los cuatro clásicos”, cuenta Ding Zhen, profesor del establecimiento, mientras uno de sus alumnos guarda el cuaderno de caligrafía. “Cada vez más padres esperan que sus hijos aprendan las disciplinas nacionales, no sólo matemáticas, ciencias y lenguas extranjeras”.
La cultura tradicional experimenta un resurgimiento en China: se abren escuelas privadas, se piden voluntarios para dar lecciones en espacios públicos, se inauguran museos y los templos son restaurados. Durante el gobierno de Hu Jintao, al frente del Partido Comunista Chino entre 2001 y 2012, las prácticas religiosas pasaron de estar tácitamente prohibidas a ser patrocinadas por el Estado. De hecho, el gobierno bautizó con el nombre de Confucio a los institutos que difunden la cultura y la lengua del gigante asiático.
Sin embargo, fue su sucesor, Xi Jinping, quien transformó la difusión del confucionismo en una política identitaria del gobierno. En las escuelas públicas se abrieron clases optativas desde el primer año escolar, dedicadas a las enseñanzas de Confucio, Mencio y otros filósofos de la antigüedad. Durante el 2014, el canal de televisión nacional CCTV (Comunist China Television) transmitió los ritos que se celebraban en el pueblo de Qufu, donde según la tradición se encuentra la tumba del filósofo. Ese año, Xi Jinping ofició las ceremonias: fue la primera vez que un miembro del Partido Comunista rindió homenaje al “Maestro Kong”, una práctica que se remonta a los tiempos del Imperio.
Cincuenta años habían pasado desde que Mao Zedong llamó a las ideas del confucionismo “una ideología feudal que debe ser erradicada del pueblo”. Durante la Revolución Cultural, se difundían imágenes de un viejo esquelético, rodeado de telarañas, mientras los líderes estudiantiles intentaban derribar los muros y el templo de Qufu. Se cuenta que las tumbas de la familia Kong fueron saqueadas y sus cuerpos arrastrados por el pueblo, incluso que el templo estuvo a punto de ser demolido. Fue el primer ministro Zhou Enlai quien detuvo el proyecto, ya que al parecer todavía practicaba sus ideas en secreto.
Hoy, Qufu volvió a ser la capital espiritual china, la misma posición que ocupaba durante el Imperio. El tren rápido recorre en tres horas los seiscientos kilómetros que la separan de Beijing: en la estación, una estatua del maestro saluda con ambas manos a los visitantes. Las décadas de proscripción no han variado su gesto tranquilo.
“A principios del siglo XX, se culpaba a los clásicos por el retraso de China. Se miraba a Europa, ya que allí estaba la tecnología que nos había derrotado durante la guerra del Opio, y se pensaba que la solución vendría de un cambio en los valores y tradiciones del país. Después de un siglo, finalmente volvemos a preguntarnos quiénes somos”, cuenta el especialista de la Universidad de Shanghái, Chen Xiu.
Para el sinólogo Michael Schumann, el reciente interés del gobierno está relacionado con una búsqueda moral que contrapese el rápido desarrollo económico; una búsqueda en el interior de la identidad china para los tiempos de cambio. En la avenida Huaihai Lu, uno de los paseos de compras más elegantes de Shanghái, las pantallas anuncian las sesiones del Congreso del Partido Comunista, organizado en Beijing. En el video se abren las compuertas de la Ciudad Prohibida y una tela roja con extremos dorados da la bienvenida: “Recibimos con alegría el Decimonoveno Congreso”, reza la imagen. Mientras una pareja de adolescentes sale de un Starbucks, los caracteres cambian y con la misma tipografía se enumeran los 12 “valores socialistas”. Cuatro de ellos provienen de Confucio: fidelidad, compasión, armonía y justicia.
Con la estética aniñada del comunismo, los afiches con los valores tradicionales se repiten a lo largo de la ciudad. Nietos jugando con sus abuelos, novios recostados en un parque, campesinos labrando la tierra, son postales de una China que dejó de existir hace décadas y que juega con la nostalgia por una identidad que se supone perdida. Al respecto, el politólogo Daniel Bell considera que el gobierno busca suplir el “vacío ideológico” que dejó el marxismo tras de sí, cuando se emprendieron las reformas de mercado.
El profesor en Historia Zhang Kun explica: “La idea del gobierno justo y una sociedad estable está en el centro del pensamiento confuciano”. En este sentido, en el discurso de apertura del congreso, Xi habló de una “sociedad armoniosa”, concepto tomado de las Analectas y que se refiere, entre otros asuntos, al cumplimiento de la “voluntad del Cielo”. Según Confucio, toda comunidad puede resumirse en cuatro roles básicos a los que les corresponden una serie de responsabilidades: padres e hijos, esposas y esposos, gobernantes y gobernados y amigos (como única relación no jerárquica).
En sus actos públicos, Xi Jinping habla del “imperio de la ley”, “de recordar las fuentes sin olvidarse del futuro”, del “poder del ejemplo” y “la honestidad del gobernante”. Las referencias a los clásicos son tantas que, a principios de este año, se publicó un libro con 200 citas realizadas por el líder chino, junto con sus respectivas interpretaciones. El libro se publicitaba como un ejemplo del vasto conocimiento de los clásicos que tiene el presidente Xi.
“Hay una nueva clase alta que quiere deslumbrar con sus menciones a los filósofos de la antigüedad, con su amplia cultura. Esta clase empieza a revalorizar lo propio, en lugar de preferir lo importado”, dice Wen Xia, becaria postdoctoral de la Universidad de Fudan. Para una sociedad que experimentó el despliegue económico más acelerado de la historia, una disciplina que priorice la armonía entre individuo y Estado y las jerarquías, como fundamento del orden, parece la indicada para favorecer al gobierno.
En búsqueda de legitimidad y de estabilidad social, Xi llamó a los intelectuales a “contar la historia del país”. Es decir, a estudiar los clásicos, a difundir el pensamiento de sus filósofos por el mundo y a narrar la historia desde un punto de vista centrado en Asia. Esta afirmación trae consigo una serie de políticas y recursos, como la apertura de centros de Estudios Clásicos en las universidades públicas, la disponibilidad de fondos para traducciones a lenguas extranjeras y la creación de museos y bibliotecas.
A las políticas de difusión, se suma una nueva actitud de la gente. En las afueras de Beijing, en Xiangshan (literalmente, Montes Fragantes), se reúnen desde el 2001 un grupo de voluntarios para enseñar las “disciplinas tradicionales”. La mayoría de ellos son jubilados que llevan a sus nietos a pasear. Mientras escuchan la lección del día, un viejo dibuja caligrafías con agua sobre las baldosas, otros practican con la flauta china o cantan. Estos encuentros se volvieron tan populares que se fundó un grupo de voluntarios conocidos como Jiaohua (“iluminados” o “ilustrados”) y que se replica en distintas ciudades.
En el distrito de Jiading, a las afueras de Shanghái –si es que esta ciudad de 30 millones de habitantes tiene algo que pueda ser llamado las afueras–, el templo de Confucio se transformó en un museo. La muestra explica el sistema de evaluación imperial, vigente entre el siglo VI d.C. y 1905. Para servir como mandarín al emperador había que demostrar conocimientos de los cuatro clásicos, escribir poesía y practicar caligrafía. En el centro del edificio, el altar al filósofo mantiene la estructura descrita en el Libro de los Ritos. Una adolescente camina por el sendero de la izquierda –entra como discípulo–, se inclina ante la estatua del maestro y reza para pasar los exámenes en la universidad.
PUBLICAR COMENTARIOS