El encanto de un olor alcanforado

12 enero, 2016

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El periodista Luciano Galende viajó este año a China para realizar un formidable documental sobre ese país para la Televisión Pública, en la serie “Crónicas de un mundo en conflicto”. Lo sorprendieron las farmacias, las herboristerías, los restaurantes y el concepto del tiempo desde un lugar diferente al que se lo asocia con los chinos: la eficacia y el deber ser.


 – Por Luciano Galende

La inserción en el mundo chino permitiría hablar de muchas cosas que sorprenden, que le producen un impacto visual e intelectual muy fuerte a cualquier occidental que se asoma a él por primera vez. Pero quiero resaltar dos aspectos que me resultaron particularmente interesantes: los restaurantes y las farmacias, en tanto lugares que se emparentan y donde lo que ordena los sabores es la noción de salud, y el concepto del tiempo y de la eficacia entre los chinos de todos los tiempos.

Sentí en China una gran relación entre las casas de comida y las farmacias o herboristerías.  Tal comida o tal remedio, me decían siempre, son buenos para tal o cual cosa, para la circulación, para el corazón, para el sistema nervioso, para el hígado, para limpiar los riñones, para la digestión. Lo mismo sucede con las infusiones, con el té verde como gran estimulante, con todos los demás tés, de una gran variedad y con diversas propiedades. Inclusive pasa con el alcohol, con las bebidas alcohólicas, las que tienen hormigas o culebras. Conocí gente que se emborrachaba con ellas para purgarse o curarse. El jing jie, la “hierba de la vida”, el agua caliente que te sirven en las casas de comida, agua sola, caliente, para aclimatar todo el tracto digestivo y la temperatura del cuerpo antes de la comida, todo eso tiene un sentido profundo. En China el restaurante es una farmacia. Y en las farmacias propiamente dichas, si uno busca un analgésico (el ibuprofeno, el paracetamol, eso a lo cual en Argentina estamos tan acostumbrados), allá están en vitrinas bajo llave. No se consume tanta medicina alopática, sino hierbas, orejas de gato, y si uno quiere un analgésico del tipo occidental es muy difícil, más bien ellos usan pomadas de miles de tipos, o infusiones, hierbas. Tienen cremas para manchas, para dolores, para cicatrices, para enfermedades. El olor de una farmacia es muy intenso y alcanforado, no hay olor a diclofenac. Creo que todo tiene que ver con la asepsia. Suelen decir algunas personas: “los chinos son sucios”, y resulta que tienen un sentido de lo aséptico muy marcado.

En cuanto a las comidas, son exquisitas y de una gran complejidad. Estuve en cuatro regiones distintas como Bejiing, con su pato laqueado; Shanghai, con platos más pequeños y más agridulces; Changchun, con su comida campesina a base de vegetales, legumbres, sin mucha elaboración, más noble (como en Argentina en el campo), pero sin carne; y en Changsha, la ciudad donde Mao Zedong pasó su juventud, donde vi cosas increíbles en cuanto –nuevamente, para no entrar en otro tema fascinante como las casas de caligrafía y de artes en general- a hierbas, raíces, polvos, y una especie de florcita anticancerígena que cuesta 1.000 dólares y que compran muchos turistas de gran poder adquisitivo.

El otro tema impresionante es el tiempo. La cultura china tiene una relación especial con el tiempo; por supuesto no es la única sociedad así: Wall Street también la tiene, tantas otras. Pero el tiempo en China no es lo que define ni lo que ordena. Lo que ordena es lo que hay que hacer, lo que debe hacerse, no importa el tiempo que tome. Pienso en el cuadro con hilos de seda que una mujer borda para dibujar un tigre, y que lleva al menos un año de trabajo, como vi en un taller de costura; o en un cuadro de jade y marfil de unos diez metros de largo por casi cuatro de alto que hay en la Cancillería, en Beijing, y –me cuenta el funcionario que entrevisté- llevó treinta años de hechura, hace unos 600 años durante la dinastía Ming, en la cual se trabajó mucho el arte con figuras humanas. Pienso, digo, en esos ejemplos y concluyo que lo que define esas cuestiones no es el tiempo, esa especie de mito que hay sobre los chinos y el largo plazo, los tiempos extensos. No, lo que me parece define esta cuestión es la eficiencia. Más que la velocidad, la eficacia. Por eso hoy construyen un edificio de 57 pisos en 19 días. No es algo contradictorio. De lo que se trata es de que se haga bien, de que se haga como se debe hacer. Hay que hacerlo bien, no importa si en un día o en un siglo. Hay ahí un compromiso con la responsabilidad, tal lo que marca a la cultura y a la sociedad chinas. El tiempo en definitiva es muy importante en China, pero en el sentido de hacer las cosas que como debe ser. Eso viene del fondo de la historia, no de Mao y del comunismo y su planficación o su estrategia de largo plazo. No hay opción a que las tareas salgan mal. Sólo así pudo concretar China su milagro económico y su industrialización haciendo emigrar del campo a las ciudades a unas 600 millones de personas en 30 años, con un costo altísimo que es la contaminación, pero ese es otro tema, por cierto muy importante en China y sobre el que podríamos reflexionar bajo la luz de lo dicho antes en torno a la salud o a la sanidad. Y otro lugar donde me sorprendieron las reflexiones sobre el tiempo fueron los baños de las fábricas o de los bares. Como en cualquier lugar del mundo, tienen escrituras, pero allí decían, por ejemplo: “¿estás apurado?”, “tenés muchas cosas por hacer”, “no te apures”, “disfrutá el momento”.

Categorías: Sociedad

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