I Ching: Maquinaria natural de lo posible
Esta nota de 1975 fue escrita por Miguel Ángel Bustos como comentario a la edición del I Ching, hecha por primera vez en Argentina por Sudamericana, en diciembre de 1975 (la fecha exacta de impresión es 15/12/75) por lo que se puede inferir que fue escrita en los meses inmediatamente anteriores. Fue también reproducida por el último número de Dang Dai. Bustos (ver nota aparte) fue una víctima del terrorismo argentino en 1976 y sus restos acaban de ser identificados. En Leer más, texto completo de su nota.
–I Ching, maquinaria natural de lo posible (*)
Por Miguel Ángel Bustos
Testimonios diversos van dejando los hombres cuando se entregan a esa larga, peligrosa tarea de construir una cultura. Con la aparición de los factores económicos, sociales y políticos capaces de matar las formas antiguas y liberar lo nuevo, las obras y las ciudades silenciosas de los hombres viejos quedan para ser descifradas.
Estas reliquias venerables, casi siempre, son parcas en hablar sobre el tiempo y el espacio de esos siglos ya idos: sólo el ensueño erudito cubre de oro la crueldad de los antepasados. Los libros de las civilizaciones antiguas también son reliquias como la piedra o las armas de bronce, pero, por su singular inmediatez de documento vivo la escritura puede transmitir los modos íntimos del pensar, del filosofar, de concebir el universo por los hombres pasados. La Biblia, el Popol Vuh y el Chilam Balam, el Libro de los Muertos Egipcio, los Cantos del Milarepa y hasta el gran poema de Lucrecio, son textos velados y pronto a ser descubiertos como lo que fueron en sus orígenes: interpretaciones coherentes del mundo real, suma de creencias y supersticiones de la época, una ciencia naciente bajo la forma de una poesía cósmica, esta poesía podía convertirse en dogma religioso si defendía con sus figuras irreales el poder reinante. Además, estos libros excepcionales por los múltiples niveles de lectura que se les podía aplicar, eran portadores de una íntima dialéctica (entre lo viejo y lo nuevo, la sumisión y la eventual rebelión, la inmersión en el mundo o el retiro a algún paraje semi virgen para meditar).
Un lugar principalísimo en la breve serie de estos libros capitales lo ocupa el I Ching (o I King), el varias veces milenario libro Canónico (llamado así tanto por su vejez, como por el hecho de que Confucio tal vez haya escrito una de las partes del libro) del Antiguo Imperio Chino.
En occidente, el I Ching, fue revelado recién a principios del siglo XIX. Con las primeras ediciones no llegó inmediatamente un profundo conocimiento del libro: faltaba un hombre que accediera a personificar estas antiguas escrituras, que aprehendiera la trama poderosa de los signos y restituyera la majestuosa poesía lúcida del I Ching. Tal personaje fue el estudioso alemán Richard Wilhelm, quien publicó la primera edición de su traducción en la década del 20. En castellano no existía ninguna versión (ni aceptable, ni completa) del viejo texto. La que hace poco ha editado Sudamericana, de Buenos Aires, viene a llenar con holgura tal carencia. El responsable de la traducción, D. J. Vogelman, ha logrado –vertiendo fielmente en español el texto de Wilhelm, con las distintas traducciones- mostrar las muchas virtudes de este “libro-herramienta”, como lo llama su traductor al castellano. Y esta manera de llamar al libro resulta afortunada, ya que toca uno de los rostros menos visibles del I Ching. Aunque hasta ahora nada haya sido comprobado, ciertos hombres han creído encontrar en esta obra una suerte de instrumento adivinatorio que va más allá de lo oracular para invadir el campo de la matemática y del álgebra. Así Leibniz, en 1715, escribía en su Tratado sobre la Filosofía China: “…el reverendo P. Bouvet y yo hemos descubierto el sentido que tienen propiamente los caracteres de Fu-hsi, fundador del Imperio. Estos caracteres consisten solamente en la combinación de líneas enteras y discontinuas, y pasan por ser los caracteres escritos más antiguos de China… hay 64 figuras de esta clase, reunidas en un libro llamado I Ching… en realidad se trata exactamente del sistema numérico binario…”
Caracteres para el cálculo numérico, cuya clave se ha perdido, o signos primitivos de una lengua hablada y ya olvidada, los hexagramas tal vez hayan sido concebidos como la estructura de una máquina posible, futura, en la que cielo y tierra confluyeran fugazmente con el consultor del libro para mostrarle cosas, por un instante, antes que el tiempo volviera a fluir.
(*) Su hijo Emiliano Bustos cuenta que en la página final su dirección (Hortiguera 1529, 6° piso departamento “B”, Capital Federal); quizás el texto fue o iba a ser entregado para su publicación. Dice E.B: “Es interesante cotejar los primeros apuntes de esta nota -hechos a mano en tres hojas sueltas- con la definitiva aunque inédita. Debajo del título provisorio ‘Nota I Ching’, Bustos anotó: ’La adivinación en China alcanzó, con el I Ching o Yi King, la ambigua certeza de una maquinaria cibernética. Como ésta, el Yi King era programado y atesoraba una ‘memoria’ que irrumpía en el momento de la consulta. El consultante programaba su pregunta (con sus más graves inquietudes, con el peso de su posición en la sociedad china de su tiempo, con la guerra o la paz de su época, con el relativo poder de sus contemporáneos). Las monedas antiguas eran lanzadas. El corolario de tal operación era un cierto número de imágenes, oscuras en su compleja rama de referencias, transparentes en la poesía que manifestaban. El depósito de la ‘memoria’ de esa máquina natural cibernética eran el tiempo y el espacio acumulados, históricos y simultáneos al momento mismo de la pregunta. Es decir, lo que se deseaba conocer (aún bajo la forma fugitiva e incierta de lacónicas formas poéticas), jamás podía nacer separado de lo cotidiano. Y este ininterrumpido acontecer engendraba una ‘memoria’ concreta y aparentemente visible que imponía sus fatales características a la respuesta oculta en el hexagrama. En este sentido, el ‘Yi King’ es la gigantesca metáfora, el paisaje poético de una maquinaria futura y posible, capaz de memorizar los siglos y construir miniaturas veladas sólo interpretadas por el consultante’. Estas anotaciones tienen escasas correcciones –apenas algunos agregados- y sirven, en parte, para observar las primeras y las segundas lecturas de Bustos, los apuntes iniciales y las variaciones posteriores.
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