Poemas Chinos de Laiseca
En su última edición gráfica, Dang Dai publica esta nota de Federico Von Baumbach sobre el poeta Alberto Laiceca y sus Poemas chinos. Imposible leer el tao sin volverse uno bastante chino, dice el escritor, autor de este libro que aborda la textura de las palabras desde la dimensión de lo apócrifo. En Leer más, el artículo completo.
–Los Poemas Chinos de Laiseca
Por Federico Von Baumbach
El humo del cigarrillo envuelve el cuerpo alto, de voz firme y segura, de mirada nietzscheana y sonrisa irónica; las manos acentúan el pronunciamiento pausado de las palabras, deslizando una expresión de grata sorpresa por la evocación a China; esas mismas manos que fueron capaces de escribir más de 1.000 páginas de la que se considera la novela más extensa de la literatura argentina, Los Sorias.
La asociación de la figura del escritor argentino Alberto Laiseca con el mundo chino quizá no resulte demasiado frecuente para los lectores habituados a la temática de su obra literaria. Sin embargo, Laiseca se acercó al universo simbólico de China a través del libro Sabiduría china, de Lin Yutang (1895-1976), escritor, traductor y filólogo chino que supo popularizar traducciones al inglés de textos y poemas clásicos de la literatura del gigante asiático, desde las dinastías legendarias hasta prácticamente la actualidad.
Lo que más impresionó a Laiseca de Lin Yutang fue su traducción del Tao Te King, libro milenario de Lao Tsé, que representa los fundamentos del taoísmo -filosófico en el funcionamiento natural del universo y su relación con el ser humano.
¿Cuál fue el secreto de la traducción de Lin Yutang para que pudiera comprender rápidamente la compleja cultura china? La mimesis: “Es imposible leer el libro del Tao, con toda atención varias veces, sin volverse uno también bastante chino”, afirma Laiseca sonriente.
En 1987, el creador de la novela La mujer en la muralla editó el único libro de poemas escrito en toda su trayectoria, Poemas chinos (reeditado por Editorial Gárgola en 2005). El proceso de invención de los poemas abrió una mirada más profunda y de crecimiento personal para el autor, con el objetivo de contar la historia de China a partir de su poemario: esencia de corte impresionista que busca la trascendencia a partir de imágenes literarias interiores.
Poemas chinos aborda la textura de las palabras desde la dimensión de lo apócrifo: cada poema responde a la autoría de un supuesto poeta vinculado a una determinada dinastía o reino, estableciendo un no equilibrio entre el acto poético, la memoria y la literatura. Lo apócrifo circula en el rescate de la memoria del pueblo y el acceso a historias de personas y personajes legendarios, que en algunos casos vivieron hace miles de años, conjugando el plano creativo de la poiesis con la apertura y acercamiento a una sensibilidad diferente, que no aparece, según la perspectiva de Laiseca, con la misma fuerza cuando escribe prosa. La superficialidad profunda de lo poético despliega un espacio discursivo que ahonda en la concepción de una estética de escritura peculiar: “Mis poemas antes tenían toda la profundidad de la superficie/ Ahora tienen toda la superficialidad de lo profundo”, escribe en el poema En aguas bajas.
La representación del poder en China circula con la potencia metafórica del lenguaje desde uno de los símbolos máximos del país: la Muralla China: “No es frecuente en China/pero a veces ocurre que alguien desarma la Gran Muralla/para que el corazón quede expuesto/y pueda volver a amar”, expresa el apócrifo poeta Yuan Ho de la Dinastía Han.
“Los chinos son bastante herméticos. A mí me gustan muchísimo las mujeres chinas, pero ni siquiera sé cómo se hace para acceder a la mujer china. Ellas mantienen la distancia y te obligan a un alejamiento, a un respeto. Y eso no hace fácil el acercamiento”, enfatiza con sinceridad Laiseca.
En Sabiduría china, de Lin Yutang, una de las poesías que integran la edición describe el periplo de Men Chiang Nu. La mujer está casada con un letrado que ha sido reclutado a la fuerza para construir la Gran Muralla. Ella va detrás de él y se suicida al saber que su marido ha muerto en la construcción.
La anécdota influenció en Laiseca, quien sintió atracción por el llamado Primer Emperador y constructor de la Muralla China, Shih Hwang Ti, también llamado Rey Ch’in. El Rey Ch’in quema libros y construye murallas es uno de los poemas que focaliza con detenimiento histórico en la atroz vulnerabilidad del Rey Ch’in. La sincronización semántica entre la destrucción cultural (quema de libros) y el avance totalitario (construye murallas) trasluce el homenaje a Confucio. Según el “antólogo” y “prologuista” del libro: “Este Emperador odiaba a Confucio e hizo quemar sus libros y perseguir a los letrados que enseñaban sus palabras”. El apócrifo creador del poema, Yen Ts’anglang, de la Dinastía Ch’i, reivindica ideológicamente la figura de Confucio en un detalle que sólo en apariencia pasa desapercibido: Confucio odiaba el color púrpura porque se prestaba a confusión con el rojo, que goza casi del estatus del amarillo, que es el color imperial. Por lo tanto, el Rey Ch’in era un falso Emperador: el púrpura, de uso por parte de Hwang Ti, puede insinuar ser rojo pero no lo es.
Shih Hwang Ti ordenó la construcción de la Gran Muralla, que en realidad fue la unión de varios tramos de murallas previamente levantadas, para garantizar la seguridad del país frente a pueblos del norte que se habían resistido a su conquista. “Tres mil años de cronología tenían los chinos (…) cuando Shih Huang Ti ordenó que la historia comenzara con él”, escribió Jorge Luis Borges en una crónica para el diario La Nación, en octubre de 1950.
Laiseca afina su descreimiento ante las sucesivas maquinarias de poder erigidas por la nación china, sin discernimiento de épocas y contextos sociales, políticos o económicos: sólo la fuerza del pueblo salvará al pueblo, continuador ineludible de la tradición ancestral, más allá de los gobernantes del momento. Ni la imagen de Mao Zedong, cristalizada en Un poema luego de leer tus máximas y El estancamiento, evita el cuestionamiento contemporáneo del líder: “Cabello, Manantial del Este: ¡cuán grande tu terror! (…) ¿Dónde está la industrialización? Dónde la tecnificación de los campos?”. Mao Zedong significa, literalmente, Cabello Manantial del Este.
Si para Laiseca un libre de poesía teje la comunicación entre espíritus, la lectura de Poemas chinos circula en un juego casi “espiritual” de cajas chinas, donde los poemas desojan al significante de máscaras tras máscaras, traslación de capas que el escritor evidencia en Máscaras chinas: los signos nunca terminan por otorgar la clarividencia al secreto de lo inaccesible, aunque “Por la repetición, se adivina el secreto menor y su ilusión vacía”.
Una fría tarde de invierno de inicios de la década de 1960, en una librería de su Rosario natal, para el joven Laiseca el misterio del pensamiento se agudizó y la ilusión se trasparentó tras acceder a la lectura de Lin Yutang.
Desde entonces, el acercamiento y alejamiento en la búsqueda del sabio equilibrio chino aún hoy permanece en proceso continuo para él, agudizando en la profundidad de su pensamiento los rasgos poéticos que aluden a su autobiografía, traducida en el avance implacable del tiempo, dimensión insondable de la otredad: “Yo he dado el primer paso cuantas veces he querido/sin el menor esfuerzo/ El otro, sin embargo, me es imposible/Lo veo, mientras mi edad avanza”.
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