Cuando el escritor Federico Jeanmaire ganó el Premio Clarín de Literatura, hace cuatro años, su hijo le reclamó una vieja promesa: un viaje a China. En uno anterior, a Europa, el hijo le había dicho al padre que su sueño era poder viajar a Júpiter. Y como era imposible, la meta de cruzar al otro lado del planeta parecía lo más cercano a esa fantasía, y quedó como promesa, que con el dinero del premio hubo que cumplir. Fue un viaje fantástico, contó Jeanmaire a De Acá a la China, porque cimentó la relación filial y porque abrió un mundo nuevo en ambos viajeros. Pero no encontraron lo distinto, lo tan extraño, como imaginaban hubiera sido el lejano planeta, sino una cultura milenaria que en sus raíces no difiere tanto de los sentimientos más humanos de todos los habitantes de este planeta. Así, Jeanmaire (autor de libros como Mitre, Las madres no les decimos esas cosas a las hijas, Más liviano que el aire o Fernández mata a Fernández, entre muchos otros) rechaza las posturas xenófobas y apela a su capacidad de asombro y su sensibilidad para ir absorbiendo ese universo que se le abrió en sus recorridas por Beijing, Xi’an, Shanghai y otros lugares que visitó, y disfrutó, en la República Popular, y que aquí trata de reconocer o reencontrar en los inmigrantes y restaurantes chinos.