Fotos de la dignidad tibetana y su vecindario

3 marzo, 2012

Siempre en bicicleta, de Teherán a Shanghai, en los insondables pasos entre Pakistán y Afganistán, en Kirguistán, la India, Sri Lanka o en el interior de China, sobre todo en las alturas del Tíbet que ama, Nicolás Marino va registrando todo en su corazón y en su cámara fotográfica. Vive en China hace cinco años, pero pasó por su país para contarle al público lo que vio y aprendió de los humildes habitantes del centro asiático. Para comprender un poco más de ese lado del mundo Dang Dai registró su charla durante la inauguración de la muestra “Objetos Guardados”, del Museo Nacional de Arte Oriental (MNAO).

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Marino, arquitecto, nació en Buenos Aires en 1978 y desde 2007 vive en la ciudad de Chengdu, provincia de Sichuan. El jueves dio una extraordinaria charla en la sede del Museo Nacional de Arte Decorativo (MNAD) que ilustró con una serie de fotos deslumbrantes.

En China trabaja como jefe de diseño en proyectos arquitectónicos y como fotógrafo free lance. Y es el resultado de ese empeño el que vino a mostrarnos ahora. En su bici recorrió, estima, “unos 20.000 kilómetros, sobre todo de China y de la región tibetana”, pero también de otros países asiáticos. En total, anduvo pedaleando por 45 regiones, hasta ahora.

Marino se define un apasionado de las culturas históricas y vernáculas de las regiones más remotas del mundo, en especial de Asia. Y entre otros premios obtuvo, en 2011, el primero de la galería internacional 1x, de Suecia.

Las imágenes que mostró en el MNAD impactan por la profundidad y retratan, como dice, “personas y los ambientes donde viven, la condición humana en su más honda dignidad. Es lo que trato de reflejar en cada uno de quienes fotografío; en ellos, en cada uno advierto un vínculo conmigo y es lo que compartimos todos, lo que tenemos en común”.

Marino reniega de la modernización que va conquistando esos lugares remotos, como el altiplano tibetano, y que de a poco quisiera alejar a su gente de sus propios orígenes. Pero va hacia ellos, porfiado, y atrapa imágenes que revelan sobre todo rostros, miradas, manos, cocinas, ollas humeantes, herramientas, imbricación con la naturaleza y en particular, se insiste, la dignidad de esas personas que para Occidente y sobre todo sus urbes parecen tan lejanas, tan de otros siglos.

A más de 4.000 metros de altura, en general solo en la inmensidad, entre cumbres del Himalaya o entre ganados de ovejas o de iacs —animales típicos, y claves, en esa cultura—, con mujeres tibetanas con sus manicords para los rezos, hospedado en sus casas de adobe o en tiendas de nómades por la “infinita hospitalidad” de los habitantes del lugar, “que no conocen la maldad” (aunque quizá la adivinen, sugiere, “en los aviones de la muerte” que cruzan a veces sus cielos, refiriéndose a los de Estados Unidos tras la invasión a Afganistán en 2001 y hasta hoy), Marino va atrapando cientos, miles de imágenes de un alto impacto emotivo.

Durante su charla en el MNAD, Nicolás Marino dio una lección de la fotografía y el viaje entendidos como lazo social, como hermandad. Alguien le preguntó si no tenía miedo de andar por esas regiones de las cuales, en general, los medios escupen su veneno diario de inseguridad, terrorismo, catástrofe. “No”, dijo. Y también: “No tomo ninguna foto sin establecer un mínimo contacto con la persona fotografiada”. Y se podría agregar, sin que él lo haya dicho, inclusive con los picos nevados o la estepa atrapada digitalmente. Porque ese contacto se ve en la sonrisa de ese niño tibetano, de esa anciana afgana o aun en las tomas de las montañas sagradas del Tibet.

Categorías: Cultura

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