Una fiesta china en la Avenida Corrientes

19 septiembre, 2011

Completo, de punta a punta, en el Teatro Astral de Buenos Aires, la colectividad china festejó en la noche del lunes 12 de setiembre, la tradicional fiesta de la Luna. Los pocos argentinos que pasaron por el lugar pudieron haberse sentido teletransportados desde la clásica avenida Corrientes a un teatro en Shanghai. El encuentro, organizado por las asociaciones que representan las colectividades de diferentes regiones de China, recibió un elenco variado y representativo de la República Popular China, donde lo tradicional y lo moderno se conjugaron para generar una noche de encantamiento.


 

El encuentro comenzó con cuatro cantantes, dos mujeres y dos varones, vestidos con trajes tradicionales que brillaban de esplendor. Las mujeres, en varios pasajes, alcanzaron unos tonos muy altos, mientras que los dos hombres, mantuvieron los suyos, de modo que se creó una disonancia que daba a la música una fuerte irrealidad.

Una cantante de gran carisma entonó una versión, de alto impacto, de La canción de la luna. Después, dos músicos que parecieron salidos de una región remota y de otro tiempo, interpretaron unos violanchelos exóticos y más tarde seis bailarinas diseñaron una coreografía donde sus manos, sobre todo, producían un efecto mágico.

Un malabarista, enseguida, se plantó solo en el escenario y comenzó a hacer malabares con tres bolas. Al instante, le fueron arrojando más y más pelotas blancas y llegó, en un momento, a mantener en el aire por lo menos siete: era un número digno de cualquiera de las versiones del Cirque Du Soleil que giran por el mundo.

A esa altura de la noche, el show pasó a convertirse en un encuentro casi familiar, cuando una cantante se acercó al público e invitó a un hombre al escenario. Hechizado, ante su pedido apenas susurrado, el hombre se puso a cantar solo. Luego ella le concedió cantar a dúo. Lo llevó de regreso a su butaca y trajo a otro. Hizo esto con varios. En ese momento, se percibió que la colectividad china que vive en la Argentina, casi todos dueños de supermercados, que trabajan más de quince horas por día, cada día de la semana, cada semana del año, recuperaban por un instante el mundo que dejaron atrás.

No faltaron tampoco, un músico de traje muy blanco y pelo muy oscuro, que comenzó a tocar numerosas flautas desplegadas, joyas de artesanías ancestrales que producían sonidos intrigantes y bellos. Al final de su pequeño concierto, el hombre comenzó a hacer silbidos para imitar pájaros. Algunos parecieron cercanos, como el canto de un cardenal o un jilguero, pero otros eran sonidos absolutamente desconocidos para el oído argentino, como si refieran a pájaros orientales.

El canto mongol también estuvo presente en la performance de un intérprete menudo, de expansiva presencia escénica, que llegó a entonar cuatro cantos distintos. Las cuatro entonaciones estaban distribuidos en una escala que iba desde una vibración pesadísima hasta una entonación bastante alta. A veces, su labor tenía una particularidad: mientras mantenía una canción simple, de tres notas en vibrato, formaba un pitido de flauta. Con todo ese material lograba una melodía redonda: algo imposible, claramente enlazado en otra realidad.

Cerró la noche una joven soprano, que tras entonar varias canciones chinas, avanzó sobre el aria Nessun dorma, de la Turandot de Puccini. Es un aria compuesta para un tenor, pero algunas sopranos la encararon con éxito. Ha sido popular la versión de Sarah Brightman: desde las primeras notas que resonaron en el teatro Astral era evidente que la soprano china estaba años luz delante de Sarah Brightman. Fue ella la que recibió los grandes aplausos de la noche.

Redacción de Dang Dai

 

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