Aumento de los contenidos de China: de microdramas a blockbusters globales
En un giro que desafía las preferencias de los críticos puristas, China ha emergido como la capital mundial de los microdramas: formatos de dos minutos que condensan novelas épicas en clips digeribles para móviles.
Este formato, consumido mediante gestos de deslizar como en TikTok, genera ingresos proyectados en 90.000 millones de yuanes este año —casi el doble de 2024— superando la taquilla nacional de cine. Solo en los primeros ocho meses, se produjeron 40.000 series, con episodios típicos que superan las 90 entregas.
La Nación explica que el fenómeno no es un caso aislado. Ne Zha 2, producción animada local, se convirtió en la cinta más taquillera de la historia a nivel mundial, mientras Black Myth: Wukong —un videojuego— cautivó jugadores globales al lanzarse. Estos éxitos plantean un dilema al Partido Comunista: cómo equilibrar la exportación cultural con controles de censura.
Históricamente, Pekín priorizó ciencia sobre entretenimiento, desalentando inversiones en videojuegos y cortos. Sin embargo, gigantes como Tencent y ByteDance han invertido en proyectos audaces. Tencent financió Black Myth: Wukong —desarrollado por exejecutivos como Feng Ji— permitiendo campañas de marketing anticipadas y tiempo de desarrollo extendido. Meituan apoyó al equipo de Ne Zha 2, mientras ByteDance invierte en creadores de Douyin (TikTok local).
Estos movimientos reflejan una generación de talentos nacidos en los 80 —época de apertura china— que alcanzaron la madurez en los 2000, cuando la censura digital era laxa y el acceso a cultura extranjera era mayor. Su formación universitaria en humanidades floreció en este contexto.
El ecosistema chino es eminentemente móvil. iQiyi (Netflix local) se consume más en celulares que en TV, mientras juegos y apps como Douyin o Bilibili (YouTube chino) dominan tablets. La monetización prioriza el e-commerce: creadores de Douyin venden productos en vivo; Bilibili crea comunidades exclusivas; microdramas exploran ventas en vivo de actores y AliFish (Alibaba) fomenta marcas derivadas.
Las tecnológicas consolidan su rol: Baidu y Pinduoduo adquieren derechos de microdramas, mientras ByteDance y Tencent controlan participaciones en estudios y plataformas como Xiaohongshu (Instagram local).
La incógnita es si China logrará franquicias generacionales como James Bond. Ivy Ng, de DWS, advierte que estas requieren narrativas originales e inversiones constantes. Muchos éxitos recientes dependen de celebridades más que de creatividad. La industria, según Ng, sigue “centrada en códigos y activos virtuales”, con escasa infraestructura física.
La censura sigue siendo estricta: contenidos sobre sexo, superstición o violencia son prohibidos, y temáticas como el divorcio son censuradas. Esto genera aversión al riesgo: contratos suelen obligar a creadores a reembolsar daños por censura. Sin embargo, Pekín muestra flexibilidad: en agosto, reguladores eliminaron el límite de 40 episodios por serie, agilizaron revisiones y permitieron adaptaciones locales de programas extranjeros. Políticas de videojuegos también se suavizaron.
Para microdramas —plagados de temáticas tabú—, la avalancha de contenido ha llevado a controles más laxos. Quizás estos clips adictivos hayan ganado simpatía en los pasillos del poder.
China no solo exporta contenido, sino un modelo híbrido: tecnológicas impulsan creatividad, mientras el Estado equilibra control y apertura. Si esta síntesis logra franquicias duraderas o se queda en modas efímeras, dependerá de cómo Pekín maneje la tensión entre censura y ambición global. Lo cierto es que, en materia de entretenimiento, China ya no es solo un consumidor —es un laboratorio que redefine las reglas del juego.

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