Cómo entró el I Ching a Occidente

11 diciembre, 2025

El I Ching es una obra fundamental de la cultura china que ha despertado profundo interés en Occidente. En su última edición, la Revista DangDai presenta el análisis del profesor de la Universidad Politécnica de Madrid, Pedro Jesús Jiménez Martín, de cómo se introdujo y difundió en la cultura occidental.

Cuenta Pedro Jesús Jiménez Martín que la llegada del I Ching a Occidente se dio principalmente a través de los misioneros jesuitas en el siglo XVII, lo que le imprimió un tratamiento influenciado por la intención de convertir a los chinos al cristianismo.

En el siglo XVI uno de ellos, el pionero intelectual Matteo Ricci, impresionado por la antigüedad y la sofisticación de la moral china, concluyó que el pueblo chino debió haber recibido en algún momento una “revelación divina”. Con este planteo presentó a los chinos como hermanos espirituales “perdidos”, justificó la interpretación de los textos clásicos chinos como portadores de verdades cristianas ocultas y mostró, dice Jiménez Martín, “la superioridad del conocimiento científico occidental.”

El I Ching entre los jesuitas

Los registros del I Ching entre los jesuitas incluyen referencias breves de Nicolas Trigault en 1626, quien lo nombraba como uno de los clásicos chinos; del portugués Álvaro de Semedo en 1641, quien describió el I Ching como una obra filosófica sobre la generación, destrucción y destino, y de Martino Martini en 1658, quien introdujo el primer diagrama con los 64 hexagramas en Europa y destacó usos tanto adivinatorios como morales y políticos de la obra. En 1687 se publicó una referencia más elaborada en la obra colectiva Confucius Sinarum Philosophus, la cual destacó los valores morales del texto y resaltó la virtud de la modestia.

Otros jesuitas de la época, como Gabriel de Magalhães, lo presentaron también como un libro misterioso y oscuro, especialmente para los extranjeros.

Uno de los protagonistas más importantes en el estudio del I Ching fue el jesuita francés Joaquim Bouvet, quien desde 1688 hasta su muerte en Beijing en 1730 dedicó décadas al estudio de esta obra. Bouvet sirvió al emperador Kangxi como tutor de matemáticas occidentales, y con él mantuvo un intenso diálogo en torno al I Ching. Este misionero veía en la obra la “revelación divina” mencionada por Ricci, y además lo interpretaba a través del Figurismo, una corriente que vio en sus símbolos equivalencias con la Biblia y la teología judeocristiana, llegando a equiparar hexagramas y soberanos chinos con elementos bíblicos y la Santísima Trinidad. Aunque redactó numerosos textos en chino que influyeron en algunos intelectuales chinos de la época, sus ideas no llegaron a Europa, ya que el Figurismo fue rechazado y censurado por Roma e incluso por los propios jesuitas.

Bouvet también participó en la compilación imperial del I Ching ordenada por Kangxi en 1715, pero una combinación de desacuerdos con el emperador, que lamentaba sus avances lentos, y la oposición de jesuitas contrarios a estas ideas, terminaron por relegar su influencia en la corte. No obstante, hasta su muerte, Bouvet mantuvo la convicción de que el I Ching contenía profecías apocalípticas relacionadas con la segunda venida de Cristo.

En manos de las matemáticas

Un personaje crucial en la difusión de la idea del I Ching como un texto de naturaleza matemática y teológica fue el filósofo y matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716). Leibniz, interesado en la unificación de las religiones y la existencia de un lenguaje universal matemático previo a la historia humana, estableció correspondencia con Bouvet y otros jesuitas en China para entender el significado de los hexagramas. Inspirado por la filosofía neopitagórica y neoplatónica, Leibniz desarrolló su famosa teoría del sistema binario, basada en la combinación de 1s y 0s, que él mismo relacionó con los símbolos del I Ching, en los que las líneas continuas y partidas se correspondían con el sistema binario. Para Leibniz, el mundo creado por Dios se explicaba en términos matemáticos. Su ensayo sobre el sistema binario, publicado en 1703, fue una de las primeras contribuciones científicas en conectar la sabiduría china con el pensamiento occidental, aunque entonces su propuesta fue vista como una curiosidad.

Las traducciones completas

Las primeras traducciones completas del I Ching al latín a principios del siglo XVIII fueron hechas por los misioneros franceses Jean-Baptiste Regis, Pierre-Vincent de Tartre y Joseph Marie Anne de Moyriac de Mailla, quienes rechazaban la interpretación Figurista y buscaban un enfoque más histórico y crítico, negando que el texto contenía verdades cristianas.

En el siglo XIX y principios del XX, otros misioneros y sinólogos produjeron traducciones al inglés y francés, destacándose Thomas McClatchie, que veía el I Ching como superstición pagana, y James Legge, cuyo riguroso trabajo en Oxford fue la primera traducción directa al inglés, separando el texto original de los comentarios y subrayando su valor histórico como documento de la época Zhou. Legge, aunque no simpatizaba con el I Ching, contribuyó a secularizarlo, alejándolo de la adivinación y presentándolo como patrimonio cultural.

En el siglo XX

La traducción que realmente popularizó el I Ching en Occidente fue realizada por Richard Wilhelm, un misionero protestante alemán que vivió en Qingdao y colaboró estrechamente con el funcionario chino Lao Nai-hsuan entre 1913 y 1920. Wilhelm desarrolló un trabajo riguroso, buscando capturar el significado moral y psicológico del texto, más allá del simple texto literal, y defendió la idea del I Ching como un legado cultural universal del que Occidente podía aprender. Su obra fue traducida al inglés en 1950 por Cary Fink Baynes, alumna del reconocido psicólogo Carl Gustav Jung.

Jung consideró que la traducción de Wilhelm fue fundamental para su propia obra y espiritualidad, ya que el I Ching le sirvió para desarrollar conceptos fundamentales como el de sincronicidad y para conectar con el inconsciente colectivo. Además, gracias a su apoyo, la versión inglesa alcanzó un público amplio y heterogéneo, lo que permitió que el I Ching trascendiera su origen cultural y se consolidara como herramienta de autoconocimiento y expansión espiritual en Occidente.

Categorías: Cultura

PUBLICAR COMENTARIOS