Los días de Verónica Gómez en Songzhuang
La edición Nº46 de la Revista DangDai presenta la experiencia de la artista argentina, que este año permaneció una temporada en la Residencia de Mil Gotas en las afueras de Beijing. Lo que la artista vio —“vi arte contemporáneo, arte chino tradicional y arte antiguo”, “visité talleres de artistas contemporáneos”, “fui a museos y galerías de arte en el Distrito de Arte 798 y en Songzhuang”—, así como su intercambio con artistas locales ya se está volcando en su potente obra.
Por Gustavo Ng. ¿Qué van los ojos de los artistas? ¿Qué ven en China los ojos de los argentinos? Verónica Gómez vio a un viejito barriendo la Gran Muralla “con una escoba hecha con un palo y unas cuantas pajas atadas, como si se tratara de la primera escoba creada por la humanidad, y un robot limpiando el gran hall vacío de un edificio en Beijing”.
¿Qué ven los ojos de una artista argentina que mira, con las ventanas abiertas de par en par, ese planeta laberinto infinito hecho de puertas que es China?
Verónica Gómez fue a la Residencia de Arte Latinoamericano Mil Gotas, ubicada en Songzhuang, el conurbano de Beijing, donde trabajó y convivió con su dueño, el cordobés Guillermo Bravo, y de la baquiana en China, también artista, Sofía Roncayoli Lombardi.
Songzhuang es la mayor villa artística del mundo. Hay miles de artistas viviendo allí. Muchos invitaban a Verónica a sus atelieres, a sus cenas regadas profusamente del temible licor baijiu, a sus inauguraciones. Ella hizo contacto con sus obras y su humanidad china.

Ellos, por su parte, hicieron contacto con la obra de Verónica, que expuso en la galería de la residencia y despertó tanto un interés especial como el agradecimiento de que les llevara sus pinturas desde el otro lado del planeta.
Lo que vio Verónica Gómez en China, en el final del año del Dragón de 2024, se filtró en sus pinturas para siempre, como vemos en estas páginas.
Además de pintar, Verónica escribe con una prosa amable, diáfana y sincera. Dice la verdad directamente. En esta entrevista su palabra expresa con fidelidad espontánea su experiencia en aquel mundo escondido, interminable y remoto, dentro de este mundo.
— ¿Qué arte viste?
— Vi arte contemporáneo, arte chino tradicional y arte antiguo. Visité talleres de artistas contemporáneos chinos en Songzhuang. También fui a museos y galerías de arte en el Distrito de Arte 798 y en Songzhuang. En Beijing fui al Museo Nacional de Arte Chino y a una fábrica museo de cloisonné. Y vi mucho arte en La Ciudad Prohibida.
— En lo que viste, ¿percibiste un diálogo con el arte occidental?
— Sí, en el arte contemporáneo chino percibí ciertas conexiones con el arte occidental que me resultaron sorprendentes, a veces incómodas, también graciosas y en ocasiones ¡hasta me enfurecieron! Es un tema que merecería una profunda investigación. Yo apenas puedo compartir algunas impresiones, muy parciales porque estuve solamente en Beijing y visité un puñado de lugares. Y también lo que pude percibir está impregnado de mi ser argentina, de ser una artista occidental argentina, descendiente de inmigrantes europeos, que se ha formado con la historia del arte occidental y ha negociado estéticamente con esas influencias. Venimos creando un poco desde los márgenes del occidente donde se labró lo que consideramos nuestra historia del arte. Pero la historia del arte occidental nos pertenece, o le pertenecemos, y hemos podido incorporar en ella otras influencias —tanto como la de nuestros pueblos originarios. El arte en China es distinto, porque no se puede decir que hayan estado en los márgenes de Occidente. Son otro planeta. Y tienen una historia de más de cuatro milenios. Se asoman a la historia del arte occidental desde una extranjeridad colosal que es muchas cosas pero seguro que liviana no es. Pareciera que al incorporarlas, algunas características del arte occidental se vuelven un tanto superficiales. Se les nota la ajenidad. El arte contemporáneo chino que abreva en el signo, que reflexiona en el corazón del lenguaje, me pareció más consistente. Me pareció que el encuentro con Occidente se volvía ahí mucho más interesante. Por otra parte está el humor. Que es un divisor de aguas tremendo. En muchos casos no entendía si se trataba de ironía, cinismo o ingenuidad. También hay una presencia muy fuerte del arte chino tradicional que no dialoga ni desea dialogar con Occidente pero no se puede decir que no sea contemporáneo.

— ¿Cómo te interpelaba eso?
— Me empujaba todo el tiempo a poner en cuestión mis nociones de calidad, de gusto, de lo que una obra de arte tiene que tener para que me resulte conmovedora. También envidié muchísimo la escala gigante de los talleres y el acceso a los materiales. Todo el tiempo le preguntaba a Guille, mi anfitrión: “pero acá los artistas son todos ricos?” Y pensaba mucho en la cantidad de artistas de clase media que somos en la Argentina. Lo pensaba con orgullo y con tristeza.
— ¿Viste el fenómeno del shanzai?
—En la mayoría de los paseos que hice en Beijing aparecía en mi cabeza hasta el cansancio la pregunta sobre la época de las cosas. O sobre si esto fue restaurado, reconstruido o hecho desde cero antes de ayer. Llega un momento en que hay que rendirse y tirar a la basura esa categoría nuestra, esa necesidad de saber sobre el original. O por lo menos dejarla en suspenso y entregarse al placer de la pura escenografía autosuficiente, fantasiosa, caprichosa. Ahí es cuando aparece el gusto por lo insólito, y es realmente liberador y divertido.
— ¿Cómo fue la experiencia de trabajar en la Residencia Artística Mil Gotas?
— Intensa, desafiante, cálida. Es como tener tu casa en China, con dos anfitriones muy cordiales y atentos, como Sofi y Guille. Que ellos sean argentinos facilita mucho las cosas, no sólo por el idioma, sino también porque como cada día se vive mucho, percibís demasiadas cosas que te parten la cabeza, y es importante poder compartirlo con personas que tienen tu misma idiosincrasia pero que a la vez son ya un poco chinos y pueden dar contexto a lo que viste. Songzhuang es un mundo en sí mismo. Muchas puertas se abren all. No es pintoresco, es real, y yo llegué a encariñarme mucho con su fisonomía y sus sonidos.
— ¿Hiciste contacto con los vecinos artistas?
— El intercambio con los vecinos es otra cosa peculiar de la residencia. Les gusta juntarse, comer y beber, compartir y reírse como si no existiera ni una sola cosa de la que preocuparse en este mundo. Te invitan, te integran, con una enorme generosidad y calidez. Eso fue realmente conmovedor. Es además un acceso directo a las costumbres chinas.

— ¿Qué pintaste en Songzhuang?
— Pinté muchísimo. Surgió una invitación a una feria de arte en Chicago a la que vamos en abril con COTT, la galería que me representa en Argentina, y tuve que pintar en China todo lo que llevaría. Y desde la primera pintura aparecieron influencias de las cosas que veía allá. Desde los pomelos gigantes y la fruta del dragón hasta los demonios del Templo Dongyué. De cada paseo me traía imágenes, cosas que me interesaba pintar. Sentía que esas cosas me hablaban a mí, no las veía como exóticas, las sentía incluso familiares. La teatralidad, los personajes y sus vestuarios, los ornamentos, los vericuetos del espacio, lo infantil, la ternura, lo fantasioso. Fue un enorme bucle planetario, mi origen es el conurbano bonaerense y estaba en un conurbano de China, en un sitio sitio donde se trafican influencias con desparpajo y alegría. Como dijo Pedro Saborido “uno es un conurbano en sí mismo, está hecho de pedazos de cosas”.
— ¿Viste algo que, al verlo sabías que te iba a quedar para siempre?
— Mucho de lo que ves en China entra en la categoría de inolvidable. Te sumergís en un estado de permanente perplejidad. En un shopping vi jóvenes muy lookeados, las chicas maquilladas con cálculo y esmero, llevando sus mascotas en carteras, sin un detalle librado al azar. Vi la costumbre de ponerle orejitas a todo, los gorros, las fundas de los celulares, los calzados, las mochilas y bolsos. Vi los abrigos que usan para andar en moto, una especie de acolchado, como si todavía no hubieras salido de la cama. Vi la moda del hanfu: las chicas que se disfrazan de princesas y se sacan fotos en los escenarios imperiales. Vi al legendario panda Moe Lan, rodeada de una multitud china que sólo tenía unos minutos para verlo, y entonces había expectación que se cortaba con cuchillo. Me dediqué más a mirar a los chinos que al panda. En un momento, Moe Lan giró un poco la cabeza hacia atrás mostrando el perfil y cámaras y chinos explotaron y hubo como una ovación. En ese momento yo fui una más ahí.

Sobre Verónica Gómez
Buenos Aires, 1978. Se formó en Artes Visuales, IUNA (Instituto Universitario Nacional de Arte) y es profesora en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”. Obtuvo las becas Clínica de Artes Visuales, Centro Cultural Rojas (2006), Programa Intercampos, Espacio Fundación Telefónica, Beca a la Creación, Fondo Nacional de las Artes y la beca Pollock-Krasner Foundation.
Sus cuadros vienen siendo expuestos en Argentina, Francia, Ecuador, Israel, Finlandia, y China. Obtuvo el Primer Premio Pintura Banco Central, BCRA, el Gran Premio Adquisición Fondo Nacional de las Artes, el Premio 8M, el Premio Semana del Arte, del Ministerio de Cultura Ciudad de Buenos Aires, el Primer Premio en el XXI Premio Klemm a las Artes Visuales, el Premio de la Pollock-Krasner Foundation, Grant, la 4ª Mención de Honor Premio Braque, MUNTREF, el Primer Premio LXIV Salón Nacional de Rosario, Museo Municipal de Bellas Artes “Juan B. Castagnino”, una Mención de Honoren el Salón Pampeano de Artes Plásticas, Museo Provincial de Arte, La Pampa. 2003 y el Premio COAP Dibujo, Salón Nacional Artes Plásticas, Museo de Bellas Artes Bonaerense de La Plata.
Como escritora y crítica arte, ha colaborado en el Suplemento Radar del diario Página/12 y en el suplemento ADN Cultura del diario La Nación. Ha escrito prólogos a diversas muestras.
Su obra, que ha sido objeto de más de 60 artículos de prensa, integra las colecciones del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, Palais de Glace, Banco Central de la República Argentina, MALBA, Banco Supervielle, Museo Castagnino+MACRO, Fondo Nacional de las Artes y colecciones particulares.




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