Cuando Alfonsín estrechó la mano de Deng Xiaoping

11 julio, 2025

Invitado por el Presidente chino Yang Shangkun, el Presidente argentino Raúl Alfonsín viajó a China en 1988 para llevar a cabo una visita oficial, un episodio bastante olvidado que recreó en detalle la última versión impresa de Revista DangDai y aquí reproducimos.

Primavera de 1988, Beijing: Cuando Alfonsín estrechó la mano de Deng Xiaoping (*)

En un viaje con algunos contratiempos y mientras Argentina atravesaba una de sus crisis habituales, el primer presidente de la democracia recuperada visitó China para firmar varios acuerdos. El recuerdo de sus protagonistas.

Por Néstor Restivo

El viaje fue un poco accidentado. De ida, el Boeing 707 devenido avión presidencial que transportaba al Presidente Raúl Alfonsín y su comitiva desde Buenos Aires hizo escalas en Acapulco (México), Hagåtña (Isla de Guam, donde a los argentinos no los recibió ni el loro), las ciudades japonesas de Tokio y Nagasaki (la parada en la ciudad víctima de la segunda bomba atómica estadounidense fue imprevista, por un problema técnico) y, final y agotadoramente, aterrizó en Beijing, en un aeropuerto que distaba mucho de lo colosal que es hoy esa terminal.

El regreso, cuya escala sobre el Océano Pacífico fue esa vez en Papeete (Polinesia francesa), también sería con anécdotas y peripecias. Entre las primeras, algunos compraron trajes de baño para probar ese mar exquisito, incluso Alfonsín llegó a mojarse los pies arregmangándose los pantalones, pero pidió que no le tomaran fotos. Y como contratiempos, tres militares de la delegación, el mayor Ortelli, el coronel De Gracia Yago y el suboficial Onetto, protagonizaron una comedia de enredos al perder el vuelo por un atasco de tránsito que los demoró en camino hacia el aeropuerto. Al quedar “indocumentados” porque sus pasaportes iban en el avión, el embajador argentino en China, Arturo Ossorio Arana, debió generarles otros especiales para para prolongar su estadía y poder salir luego. El embajador, como corresponde, dejó todo lo referido a este episodio y a todos los pormenores del viaje de Alfonsín asentado en cables internos, los cuales se consultaron para esta nota en el Archivo Histórico de la Cancillería argentina, ubicado en Puerto Nuevo.

Cuando, apenas unas horas después de la llegada de la misión argentina, el líder Deng Xiaoping recibió con su mejor sonrisa a Alfonsín en el Gran Palacio del Pueblo, ubicado en uno de los costados de la plaza Tiananmen, Don Raúl ya casi que se tenía que volver, tan corta resultó su estadía en China, tan urgente estaban las cosas al otro lado del mundo.

Uno de sus acompañantes, el ministro de Economía Juan Vital Sourrouille, recordaría tiempo después que mientras el sucesor de Mao Zedong y viejo revolucionario hablaba de China en el largo plazo, por cierto imaginando cosas que se cumplirían asombrosamente y diciendo que “los últimos cien años vivimos en guerra, ahora vienen cien años de paz”, la misión de Alfonsín y en especial el mismo Sourrouille corrían contra el cortísimo plazo, ese “nano tiempo” que rige la vida pública argentina, como definió alguna vez uno de nuestros pioneros en estudiar a China y el entorno asiático, el académico Carlos Moneta. “Nos hablaban de un recorrido de doscientos años, mientras que nosotros teníamos un horizonte de quince días”, diría el creador del Plan Austral, que por cierto en esos días estaba por fenecer, y del Plan Primavera, que iba a reemplazarlo pronto, pero que tendría una vida todavía más breve.

Alfonsín fue el primer presidente electo de Argentina en visitar China. Antes, para buscar mercados, lo había hecho el dictador Videla, que fingió amnesia de su fervoroso anticomunista aprovechando la “no injerencia en asuntos internos” que es atávica en las autoridades orientales.

El dirigente radical había sido invitado por el Presidente chino Yang Shangkun para visitar Beijing, Shanghái, Guangzhou y Shenzhen, es decir las dos ciudades más grandes e importantes de China y dos también importantes más al sur, donde Deng experimentaba los primeros pasos de su exitosa Reforma y Apertura, con sus “zonas económicas especiales”. Pero Alfonsín solo pudo estar en Beijing, donde en las horas que estuvo se alojó en la Casa de Huéspedes para visitantes ilustres. El resto del periplo (tampoco, al cabo, hubo visita a Shenzhen, que debió cancelarse) corrió por cuenta del otro ministro presente en el viaje, el canciller Dante Caputo. Ya Sourrouille había regresado junto con el primer mandatario, con varias emergencias para atender desde el quinto piso del Palacio de Hacienda.

El abogado radical de Chascomús y el mandatario Yang, o sus respectivos ministros o secretarios, firmaron varios acuerdos en esa visita, que transcurrió entre los días 13 y 16 de mayo de 1988. Los más importantes fueron sobre Agricultura y Ganadería, Pesca, Nuclear y aeroespacial y Obras y servicios públicos. También hubo convenios y “MOUs” (memorándums de entendimiento) en materia financiera, entre bancos centrales, sobre comercio de carbón y siderúrgica, sobre cooperación en la Antártida, entre el INTA, el SENASA y la Academia china de Asuntos Agrarios, así como protocolos sobre asuntos culturales (hubo una exposición de fotografías argentinas en el Palacio de Bellas Artes de Beijing), educativos (encuentros con la Academia de Ciencias Sociales de China –CASS- y con el Instituto de Estudios Latinoamericanos) y mecanismos de diálogo político, además de los pilares para abrir un consulado en “Cantón”.

La misión oficial estuvo compuesta por el jefe de Estado, los dos ministros y los tres militares mencionados más Marcelo Cima, quien muchos años después llegaría a ser secretario de Relaciones Económicas Internacionales del gobierno de Javier Milei hasta 2024; Alberto Ferrari Etcheverry, en aquellos años subsecretario de Asuntos Latinoamericanos; Oscar “el Colorado” Yujnovsky, subsecretario de Cooperación Internacional; el jefe de Ceremonial de la Casa Rosada, Ricardo Pueyrredón (nieto de Don Hipólito, padre del músico César “Banana” Pueyrredón y tío de la actual ministra de Seguridad Patricia Bullrich, que también porta los apellidos Luro Puyerredón), la eterna secretaria de Alfonsín, Margarita Rouco, funcionarios de Agricultura y los embajadores Nicolás Sonschein, a cargo de la Dirección de Ceremonial de Cancillería, y José Amiune, embajador político y quien trabajó codo a codo con Caputo en el diseño del viaje. De hecho, fue quien redactó el informe final de la gira, al que se hará referencia más adelante.

Como ya se dijo, el embajador argentino en China en aquel momento, obviamente hiperactivo con la organización del viaje y todos sus pormenores, era Ossorio Arana, hijo de un militar de nombre homónimo que participó con fervor del golpe de Estado de 1955 contra el segundo gobierno de Juan Domingo Perón. En aquellos años varios funcionarios del servicio exterior (Cima, ya citado como presente en el viaje, era otro caso) eran hijos de militares fuertemente antiperonistas.

En forma paralela, viajó una nutrida delegación empresarial, más relajada porque voló por Lufthansa vía Frankfurt. Todavía los memoriosos recuerdan que los ejecutivos estaban más presentables para las fotos de rigor, contra lo demacrado de los funcionarios del gobierno argentino, no se sabía si por lo largo del periplo o por el infierno de Argentina que por unas horas habían dejado atrás. Entre esos hombres de negocios, los había de la CGE, la CGI y la Cámara de la Producción, la Industria y el Comercio Argentino China, cuyo presidente de entonces, Julio Werthein, fue parte importante del grupo, acompañado por el director ejecutivo de la Cámara en ese momento, Héctor Bruzzi. Otra figura fuerte fue el presidente de la Compañía General de Combustibles, Santiago Soldati. Viajaron también el empresario de la cámara lanera Jorge Srodek; Ernesto Fernández Taboada, por entonces directivo de una empresa europea en Argentina, luego se incorporaría a la Cámara Argentino China; enviados de entidades que firmaron acuerdos con sus pares de la poderosa CCPIT, la CSTEC y otras instituciones económicas chinas; asimismo del Banco Nación, que rubricaría un acuerdo con el Bank of China, o directivos de cerealeras y de las industrias químicas y farmacológicas y grupos como Acindar o Techint (que entonces, en aquel otro mundo, buscaba vender tubos de acero a China, mucho antes de convertirse en enemigo acérrimo y a la defensiva de las acerías chinas en la competencia global).

Otra figura de renombre fue Enrique Pescarmona, que ya tenía oficinas en Oriente y cuyas instalación de grúas portuarias fue uno de los motivos para que los argentinos fueran a visitar Shanghái. Allí, ya con la misión dirigida por Caputo, pararían en el hotel Jing Jiang, cerca del célebre Bund o costanera, aunque aún sin la mayoría de rascacielos ultramodernos que apenas comenzaban a construirse en la otra orilla del río Huangpu.

Luego, en Guangzhou, donde se alojaron en el Hotel Liu Huala, la misión principal fue iniciar la apertura del Consulado, que abriría varios años después (los trámites administrativos no se caracterizan por su velocidad en el Palacio San Martín) y cubre las provincias de Guangdong, Fujian y Hainan, más la Región Autónoma de la etnia Zhuang de Guangxi, según rezaba el texto del acuerdo original, el cable 321 y 322 con carácter de “secreto” y “muy urgente”. Consulado clave, porque Fujian se convertiría desde entonces en el lugar de origen de la gran mayoría de inmigrantes chinos en Argentina.

Volviendo a Alfonsín, además de con Deng y con Yang mantendría reuniones con el primer ministro Li Peng y con el secretario general del Partido Comunista de China, Zhao Ziyang, quien pocos meses después, en abril de 1989, tendría un rol clave en el “incidente de Tiananmen” tratando de contemporizar con los estudiantes que protestaban y serían reprimidos, lo que le valdría la salida del Partido (en paralelo, en Argentina ya arreciaba la hiperinflación que desencadenaría el fin de la experiencia alfonsinista y la salida anticipada del Presidente, pactada con su sucesor, Carlos Saúl Menem, quien también visitaría China años después).

El embajador Amiune, a cargo de varios detalles del viaje de Raúl Alfonsín y del reporte final, era hombre de plena confianza de Caputo, una especie de oveja negra en la familia Caputo, que supo dar funcionarios a experiencias bien distintas a las de Alfonsín y su visión de la política, la sociedad y las relaciones internacionales, como las de Mauricio Macri y Milei. Dante y José se habían exiliado durante la dictadura y, al regresar al país, si el primero se sumó como canciller a la experiencia del regreso democrático de 1983, el segundo lo hizo primero en el Ministerio de Obras Públicas y luego pasó a Relaciones Exteriores como embajador político para seguir, sobre todo, las negociaciones de la Ronda Uruguay del Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT, por su sigla en inglés, antecesor de la Organización Mundial del Comercio). En 1988, le asignaron encargarse del viaje a Beijing.

Para esta nota, Amiune contó que “Alfonsín y Caputo tenían una idea radial de la política exterior, y en ese sentido China, si bien de manera incipiente, ya se perfilaba con un gran potencial”. De hecho, en el informe que presentó en Cancillería el 6 de junio de 1988 como balance de la gira, destaca la importancia del “primer viaje de un Presidente Constitucional (a China) que representa la cuarta parte de la población mundial, es Miembro Permanente del Consejo de Seguridad y que, mediante sus políticas de modernización y apertura, ha consolidado su posición para afirmarse como un protagonista necesario del siglo XXI”. Perspectiva no les faltaba.

Amiune recrea el contexto tan difícil del momento. El gobierno de Alfonsín, dice, surgió rodeado de dictaduras militares, Caputo tenía la tarea de reinsertar a la Argentina en el mundo tras la derrota en Malvinas y con toda la pesada herencia dictatorial, tanto en materia de deuda externa, ese karma, como en la postración cultural y el empobrecimiento social, las heridas del genocidio, etc. Y en 1988, los mejores años del alfonsinismo habían quedado atrás. “Aun así, ambos supieron construir una política exterior radial e independiente, desde una posición de debilidad inédita en la Argentina del siglo XX”, señala.

Pese a que serían los acuerdos de 2004 entre Néstor Kirchner y Hu Jintao, en sus intercambios de visita a ambos países, los que significaron un salto cuanti y cualitativo de envergadura en la relación bilateral, Alfonsín y sus más leales colaboradores tenían una buena perspectiva sobre China. Ya en 1984, un destacado asesor económico convocado por el gobierno democrático, el economista Raúl Prebisch, había viajado a China (y en un restaurante pidió entrar a ver cómo hacían el pato laqueado, era así curioso, recordó una vez Ferrari Etcheverry) en el marco de la creación de una comisión mixta bilateral, como se hizo también con India. Y el viaje de Alfonsín en 1988 inauguró un vínculo profundo con China desde una perspectiva de gobiernos democráticos en Argentina. Un lazo que, pese a todo, se ha consolidado y profundizado en extenso.

(*) Nota publicada en el Número 46 de Revista DangDai, otoño de 2025. Fotos de Wang Chuanguo, de la agencia Xinhua, y de Dani Yako, enviado por la agencia DyN.

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