Alfredo Eric Calcagno (1924/2024)
Hace unos días falleció, a los 99 años, Alfredo Eric Calcagno, un notable exponente del pensamiento independentista latinoamericano, ex funcionario de la CEPAL, la UNCTAD y de gobiernos argentinos. Escribió para DangDai en 2021, sobre China como “`pueblo digno”.
Abajo se reproduce, en su recuerdo y homenaje, ese artículo donde cuenta un viaje de 1979 como funcionario de Naciones Unidas a las ciudades de Guangzhou, Guilin y Nanning, y reflexiona sobre la legitimidad del poder político que, dice, “surge de la aceptación de la sociedad civil, fundada en los resultados de la administración, que se logra con la estabilidad económica, el aumento de los ingresos y el logro de mejores condiciones de vida”.
China, 1979
Un pueblo digno
Por Alfredo Eric Calcagno para DangDai (*)
Entre el 7 de mayo y el 3 de junio de 1979 se realizó en Manila (República de Filipinas) el Quinto período de sesiones de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). En esa oportunidad, nuestros colegas, los funcionarios chinos de la UNCTAD, organizaron un viaje para visitar China, que realizamos después de la Conferencia. Así se concretó una excelente experiencia para todos nosotros.
Tuvimos entonces una visión directa –aunque superficial- de la China de esa época. La situación que surge después de la muerte de Mao Zedong (el 9 de septiembre de 1976) muestra un cambio fundamental. Vino primero un corto gobierno de Hua Guofeng (1976-1978) y luego las reformas profundas de Deng Xiaoping (1978-1989). Nuestro viaje fue a mediados de 1979.
¿Cómo era China?
Pudimos ver tres ciudades: Cantón (Guangzhou), Kweilin (Guilin) y Nanning. Era una época en la que no existía el turismo organizado a China.
Nuestra primera impresión fue la de un país enorme y pobre, habitado por una población digna, igualitaria y solidaria. Todos se vestían muy parecido: zapatillas, pantalón y camisa; no había ni mendigos ni automóviles ni carteles de propaganda y estaba llena de bicicletas. Las ciudades que visitamos tenían muy pocos edificios altos y todas las casas eran parecidas. La pobreza se notaba, pero era igualitaria; en algunos barrios había una sola canilla de agua para toda la cuadra.
Todavía no había turismo, y cuando nuestro grupo iba por la calle, recibíamos aplausos cordiales. Fuimos a ver una obra de teatro. La sala estaba llena; pero cuando vieron que éramos visitantes extranjeros, varios asistentes nos cedieron el asiento espontáneamente. Por supuesto, no entendíamos lo que hablaban, pero no hacía falta, porque todo era muy sencillo: los protagonistas eran el malo reaccionario y el bueno revolucionario; durante toda la obra iba ganando el malo, hasta que al final, la chica se queda con el revolucionario. Pero lo interesante no era la comedia, sino la actitud del público: sus gestos reflejaban su emoción por lo que ocurría en el escenario.
Una noche fuimos a cenar a un restaurante donde comimos muy bien, con un buen vino. Cuando nos habíamos sentado a la mesa, vino un mozo a traernos un reloj pulsera que se le había caído a una de nuestras compañeras al atravesar el restaurante. Después, un colega quiso averiguar si aceptaban o no las propinas. Entonces, cuando pagamos la cuenta dejamos una buena propina; en seguida vino el mozo y nos devolvió el sobrante, diciendo que nos habíamos equivocado y pagado demás.
Nuestro hijo Eric nos había pedido que le lleváramos un gorro militar con una estrella. Fuimos a comprarlo en un supermercado, que acababa de cerrar. Nuestro guía le explicó que éramos extranjeros y que nos íbamos del país; entonces nos vendieron el gorro, y cuando le pedimos la estrella, el vendedor nos dijo: “el gorro viene sin estrella; la estrella se gana, no se compra”.
Después sólo tuvimos impresiones aisladas. Por ejemplo, visitamos un hospital y vimos como usaban la acupuntura como anestesia. Había poco desarrollo industrial; en la fábrica siderúrgica que visitamos, el equipamiento pesado era japonés.
Nuestro conocimiento tenía limitaciones, porque la opinión de los chinos la recibíamos sólo de los guías turísticos. Ninguno cuestionaba la situación política; pero se disculpaban por sus errores en el manejo del idioma castellano: decían “en la época de la revolución cultural estábamos casi todo el tiempo en asambleas y estudiábamos poco”.
En resumen: nos impresionó la dignidad personal y la igualdad de los chinos, junto con su cordialidad con los extranjeros (el turismo no era un negocio).
La China actual
Para que un relato histórico tenga también un sentido político, es necesario señalar qué ocurrió después. El juicio histórico variará si las reformas o revoluciones fracasaron, o se cumplieron o, en todo caso, generaron cambios sustanciales. Nuestro viaje fue en junio de 1979, y después de la Revolución Cultural de Mao, se había iniciado la reforma de 1978, dirigida por Deng Xiaoping.
Por eso, para cerrar esta descripción, sintetizaré –desde mi punto de vista- lo ocurrido después de ese viaje. Como no regresé a China, me baso en la información general y, en especial en el libro de Michel Aglietta y Guo Bai (La voie chinoise. Capitalismo et empire, Odile Jacob, Paris, 2012).
Todavía estoy conmovido por la impresión que me causaron las fotografías actuales de lugares que visitamos hace 40 años. El aspecto de la gente, la aglomeración de automóviles, la altura y concentración de los edificios actuales, muestran un cambio sustancial de magnitud y condiciones de vida. Ignoro la trascendencia de esas transformaciones en otros órdenes individuales y sociales; pero a primera vista, parecen dos mundos diferentes.
Sin embargo, por encima de los cambios de aspecto, China mantiene su soberanía política que rige desde hace dos milenios, que ejercía el Emperador y que ahora es atribución del Partido Comunista. La legitimidad surge de la aceptación de la sociedad civil, fundada en los resultados de la administración, que se logra con la estabilidad económica, el aumento de los ingresos y el logro de mejores condiciones de vida. En ese sentido, una de las finalidades del 13 Plan Quinquenal (2016-2020) consiste en construir una sociedad “de bienestar medio”.
Con ese criterio, si algunos mecanismos de la economía de mercado sirven para producir más riqueza, se los utiliza para eso cuando es oportuno, pero son instrumentos, no finalidades.
En síntesis: comparto el punto de vista que cree que desde 1978, el gobierno conduce una reforma que transforma al mismo tiempo las estructuras económicas y las instituciones. El sentido de la reforma no se refiere a ningún modelo ideal: es inseparable de la práctica. Con esta interpretación, la reforma china no se hizo para ingresar en el capitalismo, sino para reforzar el régimen político dirigido por el Partido Comunista. Si hay que dinamizar la economía, pueden aplicarse mecanismos de mercado, que son instrumentos que pueden utilizarse o rechazarse según las circunstancias. Los objetivos de largo plazo continúan siendo el mejoramiento de las condiciones de vida de la población y la recuperación de la jerarquía histórica china de potencia mundial. Con esas pautas, esto es lo fundamental y permanente; lo demás, es accesorio y puede cambiar según las épocas.
(*) Revista DangDai Nº 30, Verano de 2021.
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