Isabella Weber y una lectura imprescindible
Por José Alberto Bekinschtein para DangDai. A mediados de 2021 se publicó el libro de Isabella M. Weber “How China Escaped Shock Therapy”. Weber es una joven economista alemana, nacida en 1987 graduada en Berlín y con estudios de posgrado en Pekín y en Cambridge entre otros. Es de lectura imprescindible, no solo para interesados en China.
Con el apoyo de la New School Economics, redactó la tesis en que se basa el libro: cuál fue el soporte intelectual que permitió a China escapar de la llamada “terapia de shock” tan en boga en la década de 1980 cuando China iniciaba el camino de las reformas económicas. Para Weber, el eje de esa “medicina” es el pasaje fulminante de un orden planificado a un sistema de precios libres. El ejemplo es el de la transición en Rusia.
En adición al impresionante trabajo de investigación, el libro tiene dos virtudes: La primera es que incluye una cuidadosa recopilación sobre historia de las ideas económicas —y de sus consecuencias políticas— en la China antigua y de qué manera pudieron traslucirse en las discusiones y políticas después de la desaparición de Mao. Como antecedente de una larga tradición de pensamiento respecto al rol del Estado en el sistema de precios, en la época de los “Estados combatientes” (475-221 a.C), apareció el llamado Guanzi, prácticamente un tratado de política económica donde se habla del principio de “liviano y pesado” (qingzhong) para dar cuenta de la importancia relativa –y variable en el tiempo— de diversas mercancías en el sistema económico y establecer en consecuencia políticas fiscales y de precios acordes con esa situación entre ambos tipos de bienes. Los “pesados” pueden ser considerados “esenciales para la producción o el bienestar humano”, mientras que los “livianos” serían “no esenciales”.
En el Guanzi se destaca que, en parte, el carácter de pesado o liviano está determinado también por la escasez relativa, pero que los precios también pueden verse afectados por un segundo principio la “estructura institucional”. En palabras de Weber, “la escasez no se trata simplemente de la cantidad absoluta de mercancías en el mercado, sino que también depende de su distribución: si las mercancías están concentradas en pocas manos, quienes tienen el control de su oferta pueden generar escasez artificial para poder cargar precios más altos. Así es como el Guanzi anticipó la idea de alzas monopólicas de precios”. La recomendación acerca de un monopolio estatal sobre la sal y el hierro como mercancías esenciales y por lo tanto “pesadas” y los debates acerca de cómo proteger a la inmensa mayoría de campesinos de bruscas evoluciones en los precios hablan de un pasado lejano, pero también de una prolongada tradición en la elaboración de un sistema conceptual acerca de la relación entre estado y mercado.
La segunda “yapa” del libro es su capítulo dedicado a la historia de los controles de precios en los Estados Unidos —y en Alemania y Japón— durante e inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Entre los antecedentes, no pasa desapercibido el Programa Jederman en la Alemania de fines de 1948, bajo el gobierno Erhard, por el que se estableció un núcleo crítico de actividades económicas cuyos insumos eran asignados por el gobierno a precios fijado por el estado. Para Weber, ese sistema de “doble vía” donde coexisten precios libres y otros, de bienes “pesados”, administrados, presentaba rasgos similares al que sería adoptado 30 años después durante las reformas en China.
Luego de una descripción de distintas políticas de administración y control de precios, sobre todo en guerra y en la inmediata postguerra, la autora nos recuerda que “…incluso los Estados Unidos, auto declarados pioneros de la libre empresa, asumieron una aproximación pragmática en su utilización de la ‘mano invisible’ y controlaron, entre muchas otras cosas, la mayor parte de los precios y salarios para financiar la guerra en condiciones de baja inflación” (pg 65)
Ya en relación con las tesis centrales acerca de cómo China escapó al “big bang” de precios, insignia de las terapias de shock abogadas por la corrientes principal de la política económica en los 70s y 80s del siglo pasado, Weber recuerda que parte del éxito del Partido Comunista de China durante la Guerra Civil contra los Nacionalistas fue la aplicación de políticas económicas y de precios en las áreas bajo su control. A diferencia de la inflación que sufría la población bajo administración del Kuomintang, los economistas del PCCh –Weber menciona especialmente a Xue Muqiao— recomendaron la puesta en práctica de operaciones de mercado abierto por parte del Estado en el mercado de commodities (los controles de precios fracasaban) con el objetivo de estabilizar los precios, lo que se logró. Esos mismos economistas que actuaron durante la Guerra Civil y otros que emergieron durante la primera etapa de reformas, se sirvieron de su experiencia de esos años para entender que había que utilizar las fuerzas de mercado como medio para generar un proceso de reforma controlado y no explosivo como en la desintegración de la URSS.
Las reformas iniciadas por el III Plenario del 13º Congreso del PCCh en noviembre de 1978 constituyeron un apartamiento profundo de las políticas de Mao basadas por sobre todo en el igualitarismo, el entusiasmo político, el esfuerzo colectivo y el comando del líder. Desde el pensamiento económico, el nuevo esquema fue resumido por Hu Qiaomu, consejero de Deng Xiaoping (ambos, en la foto de apertura que ilustra este comentario) y primer presidente de la Academia China de Ciencias Sociales en su informe de 1978 al Consejo de Estado, titulado, ilustrativamente “Actuar de Acuerdo con las Leyes Económicas”.
Tal el desafío al que se enfrentaban los líderes chinos: Cómo pasar de una economía basada en el colectivismo y el igualitarismo a otra donde los incentivos individuales tomaran relevancia. Desde el primer momento reconocieron que la clave iba a estar en la reforma del sistema de precios. Por suerte para China, la guía metodológica adoptada finalmente no fue la que sugerían eminencias del “mainstream” europeo o norteamericano, sino la consigna de Deng “Buscar la verdad en los hechos”.
Paréntesis para sudamericanos: “la conexión latinoamericana” (¡!) en las reformas chinas de fines de los 80 merece una sección detallada en el libro.
A finales de los años 80, siendo primer ministro Zhao Ziyang, se organizó una visita de investigación del recién creado Instituto de Reforma Económica a Brasil, Venezuela, Chile, México y la Argentina, costeada en parte por la rama china de la Open Society Foundation de George Soros. Weber comenta:
“Una difundida interpretación en la literatura reciente en inglés sobre el punto muerto a que se había llegado con las reformas en 1988 alude a que los informes que la delegación enviada a América Latina [tuvieron que ver con] el episodio inflacionario de 1988 [que a su vez] generó el escenario por el levantamiento de 1989”.
El foco del estudio de la delegación fue Brasil, en particular el despegue de su economía durante la dictadura militar desde 1964, que parecía una experiencia interesante para la situación china. Se trataba de la experiencia de un “milagro económico” generado por una política heterodoxa y desarrollista. El punto culminante del viaje fue la entrevista con quien era considerado el arquitecto de esa política, el ministro Delfim Netto quien, convocado por segunda vez como ministro de Economía, estaba no obstante fracasando en contener la crisis de balance de pagos e inflación que asolaba a la economía brasileña. Pese a esos padecimientos, Delfim aleccionó a sus visitantes acerca de la importancia del capital extranjero como acelerador del desarrollo y les comentó que la inflación es inevitable en momentos de rápido crecimiento, aunque bajo ciertos límites.
De todas maneras, mientras la delegación estaba aún en Sudamérica, Deng Xiaoping había comenzado a presionar por una reforma de precios radical. La autora menciona un hecho curioso para nosotros, muestra a la vez del pormenorizado trabajo de búsqueda de fuentes que trasunta el libro: el 15 de mayo de 1988 Deng, que ya estaba formalmente retirado –sólo conservaba el cargo de presidente de la Asociación China de Bridge— pero era aún líder protagónico, se reúne con el presidente Raúl Alfonsín a la sazón en Pekín. Deng usa esa reunión para proclamar su compromiso de impulsar con fuerza la reforma. Le dice a Alfonsín que diez años de reforma y apertura han sido un éxito en términos generales, pero le subraya —en lo que Weber interpreta como una señal a otros dirigentes para quienes las reformas habían ido demasiado lejos– que la política de reformas no sólo no se detendría, sino que China estaba lista para la próxima etapa.
Los mensajes de precaución de economistas y dirigentes como Yao Yilin, Li Peng (luego primer ministro) y Chen Yun, que alertaban acerca de los riesgos de esa política de shock de precios, fueron desoídos. Podemos decir que en parte lo que sucedió en China en los meses siguientes fue responsabilidad de Delfin Neto y la atracción de los modelos brasileño y chileno difundidos por la delegación del Instituto de reforma económica a su regreso de Sudamérica.
A mediados de agosto de 1988 el Politburó impulso el desarmado de la política de “doble vía” (precios administrados/precios de mercado) que había dominado la transición. Inmediatamente hubo corridas para comprar cualquier cosa antes de que subiera su precio.
Por primera vez desde la revolución, China ingresó en una espiral inflacionaria que culminaría con los sucesos de Tiananmen en junio del año siguiente.
Hasta aquí llega el relato de Weber. Sus conclusiones merecen un texto aparte: tienen que ver con las causas y desarrollo de los procesos inflacionarios, su relación con la estructura de mercados y la efectividad de políticas de control de precios: algo parecido a los que se discutía en la época de la sal y el hierro y los Estados Combatientes. Sobre eso mismo vuelve Weber en un artículo en The Guardian, “Could strategic price controls help fight inflation?”, de diciembre de 2021.
En 1992, Deng relanza la reforma, pero ya bajo el concepto marco de una Economía Socialista de mercado bajo características chinas (14º.Congreso del PCCh). Esta vez, la liberación de precios encontró una economía muy distinta a la de la década anterior, pero además la reforma no eliminó el papel del Estado en los puestos de comando como había ocurrido en las experiencias de “terapia de shock” de la ex URSS.
Así, hace unos días en la reunión de Davos, el viceministro Li He y principal asesor económico de Xi Jinping, pudo decir que todo lo relacionado con las reformas chinas gira en torno a la noción de establecer “una economía de mercado socialista”. En otras palabras, “dejar que el mercado juegue un papel decisivo en la asignación de recursos, y a la vez dejar que el gobierno juegue un mejor papel”.
Quizá una de las lecciones del libro es acerca de los riesgos de comprar “Planes modulares” aptos para su uso en cualquier lugar y circunstancia. Los reformistas chinos de fines de los años 1978 a fines de los 80, pareciera que pudieron evitar los efectos más catastróficos de ese tipo de soluciones.
Hoy sus sucesores enfrentan otros desafíos: ¿habrá entre ellos discusiones similares a las de principios de los 80? ¿O como en el debate de la sal y el hierro?
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