Un té con Mo Yan
El Nobel de Literatura Mo Yan compartió una charla con su traductor al español, Juan José Ciruelo, que coordinó desde Shanghai, donde reside, la profesora de Letras argentina Lucila Carzoglio.
La actividad, de Casa Asia de España y el Instituto Cervantes de Shanghai, tuvo lugar en agosto pasado y fue relatada por Carzoglio en la Revista DangDai.
Presentados por la directora del IC, Inmaculada González Puy, y por el editor de libros de Mo Yan en español, Ángel Fernández Fermoselle –quien valoró que el célebre autor haya elegido una “pequeña editorial independiente” para publicar su obra en español—, los escritores hablaron de la trayectoria de Mo Yan, la labor de la traducción y la literatura china actual.
Mo Yan (Shandong, 1955) fue niño campesino y luego entró al Ejército Popular de Liberación, donde conoció la obra de Gabriel García Márquez que lo inspiró en su carrea: pensó que él también tenía muchas historias mágicas para contar, recogidas de sus familiares mayores en su pueblo.
Cuando Carzoglio —coeditora de la revista Chopsuey— le preguntó cómo encontró su lenguaje literario, él contó (Mo Yan siempre cuenta) que escribe en “la lengua que hablaban las personas en el pueblo de Shandong. Una lengua antigua, que me plantea el trabajo de hacerla accesible a todos, incluso a las personas cultas, para que entiendan que es la forma de hablar de la gente simple”.
Su primera novela fue Lluvia en una noche de primavera, de 1981, cuando definió su lenguaje como una mezcla entre lo coloquial y lo culto, y destacó la importancia de las traducciones y las óperas tradicionales chinas a la hora de encontrar un estilo. “No iba a copiar el relato de lo que me contaban mis mayores, sino contar una historia real con elementos propios, entrando al mundo de mis abuelos, pero también saliendo para mi propio mundo, mezclando historias. La ficción es historia subjetiva, no objetiva”.
Con Carzoglio conversó sobre la memoria y la historia nacional en su obra, sobre los “descendientes” de su novela más conocida, Sorgo Rojo, hoy empresarios en una sociedad de vértigo tan modernizada. China cambió, dijo el escritor, “mis paisanos también viven y se actualizan a un ritmo muy rápido. Incluso escritores como yo, ya no conocemos los jóvenes del campo”, sentenció.
Ciruelo, por su parte, planteó los desafíos del traductor, que enfrenta “un reto enorme, para todos los registros, épocas, nombres. Incluso en la literatura moderna hay un propio registro, cada autor crea el suyo propio y su mundo literario personal. Y el desafío es dar coherencia interna y respetar al máximo, ser fiel al máximo, al autor, y luego encontrar ese tono coherente del relato”. Para su trabajo sobre Mo Yan, dijo: “Me focalicé en el sistema lingüístico, en ser leal al texto, en vivir la lengua” para comprender la idiosincrasia del país. “Uno trabaja con un idioma, pero también con la cultura”, agregó.
Mo Yan ha valorado siempre el trabajo del traductor, al punto que contó que cuando recibió el Nobel invitó a Estocolmo a algunos de sus más importantes traductores. Su obra ha sido llevada a muchos idiomas.
“Algunos traductores a veces me visitan, me hacen preguntas, plantean dudas, detalles incomprensibles para ellos. Y acordé que si había cosas ilógicas o imposibles de entender, que directamente las tacharan. Hubo un traductor que hizo anotaciones en cinco colores sobre el texto de Sorgo Rojo, que es difícil de traducir. Yo mismo me enredo si lo releo”, reconoció. “El trabajo del traductor no es algo técnico, requiere mucho trabajo mental, creativo, una conexión mágica entre dos lenguas, dos culturas, dos idiosincrasias. Solo un traductor excelente puede conectar esos dos mundos, requiere mucha imaginación y bagaje cultural”.
Recordó que “una de las traducciones al japonés estuvo muy bien porque el traductor consiguió transmitir las sensaciones que había en mi novela. La traducción estuvo lograda porque el lector no se daba cuenta de que estaba leyendo la obra de un autor chino”. Luego refirió un recuerdo menos grato: “La traducción a lenguas lejanas tiene complicaciones importantes. En una traducción al francés, incluso había cambio de personas (un ‘yo’ por un ‘nosotros’, y así)”.
Carzoglio le preguntó también, en referencia a su novela Trece pasos, en la cual el protagonista es un loco encerrado en una jaula de hierro, cuál era su propia jaula. Mo Yan contestó: “El lenguaje, la propia lengua. Los géneros también pueden ser jaulas. La novela, la poesía, el teatro. Un novelista trata de salir de la jaula rompiendo, deformando su obra, forzando los límites de un subgénero. Moviéndose. A veces hace inventos y combina diferentes jaulas. Debemos ser rebeldes ante lo clásico, no negarlo, sino a base de lo clásico (conocerlo profundamente) establecer lo propio, renovar y romper esos límites”.
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