Diálogo con Mo Yan: su obra y las traducciones
El Premio Nobel de Literatura Mo Yan dialogó el martes con su traductor al español Juan José Ciruelo, en una actividad del Instituto Cervantes de Shanghai que coordinó la escritora argentina Lucila Carzoglio.
Presentados por la directora del IC, Inmaculada González Puy, y por el editor de libros de Mo Yan en español, Ángel Fernández Fermoselle, quien valoró que el autor de “Sorgo rojo” y muchas otras novelas haya elegido una “pequeña editorial independiente” para publicar su obra en español, los escritores hablaron de la trayectoria de Mo Yan, la labor de la traducción y la literatura china actual. La actividad contó con la colaboración de Casa Asia.
Mo Yan nació en la provincia de Shandong en 1955, hizo labores campesinas de niño y se enroló en el Ejército Popular de Liberación, donde contó que conoció la obra de Gabriel García Márquez y que cuando leyó el inicio de “Cien años de soledad” pensó que él tenía muchas historias así para contar, recogidas de sus familiares mayores en su pueblo, historias mágicas, fantasiosas, que mezclaban la realidad con la imaginación. Ese fue el inicio de su carrera.
Carzoglio —editora, licenciada y profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, coeditora de la revista “Chopsuey”, dedicada al intercambio cultural entre China y los países de habla hispana—, le preguntó al premio Nobel cómo encontró su lenguaje literario, y él contó (Mo Yan siempre cuenta) que escribe en “la lengua que hablaban las personas en el pueblo de Shandong donde me crié. Una lengua antigua, que me plantea el trabajo de hacerla accesible a todos, incluso a las personas cultas, para que entiendan que es la forma de hablar de la gente simple”.
El escritor, cuya primera novela fue “Lluvia en una noche de primavera”, de 1981, definió su lenguaje como una mezcla entre lo coloquial y lo culto, y destacó la importancia que han tenido las traducciones y las óperas tradicionales chinas a la hora de encontrar un estilo.
Contó que cerca de Qindao, capital de su provincia natal, y de su pueblo hubo muchas batallas en la invasión japonesa. Y muchas historias. “Yo combinaba eso como un mosaico, no eran historias reales a ojos de la gente que la cuenta. A más tiempo pasa, cambia la versión, porque cada uno la cuenta a su modo y añade sus propias imaginaciones y exageraciones y detalles. Al escribir Sorgo Rojo, pienso o me preguntan si es verdadera la historia. El acontecimiento sí, pero los detalles y personajes son ficción. En los 80, cuando me eduqué, no iba a copiar el relato de lo que me contaban mis mayores, sino contar una historia real con elementos propios, entrando al mundo de mis abuelos, pero también saliendo para mi propio mundo, mezclando historias. La ficción es historia subjetiva, no objetiva”.
Con Carzoglio conversó justamente sobre la memoria y la historia nacional en sus obras, sobre los “descendientes” de Sorgo Rojo, hoy empresarios y en una sociedad de vértigo tan modernizada. Autor de “Las baladas del ajo”, “Grandes pechos, amplias caderas”, “Rana”, “Cambios” y otros trabajos, muchas de las novelas de Mo Yan indagan en la historia china. Sin embargo, como afirmó, el País del Centro ha cambiado mucho en los últimos años. “Mis paisanos también viven se actualizan a un ritmo muy rápido. Incluso escritores como yo, ya no conocemos los jóvenes del campo”, sentenció.
Ciruelo, por su parte, planteó los desafíos del traductor. Capacitado en la Universidad de Beijing y catedrático de la Universidad de Granada, dijo que traducir del chino es “un reto enorme, para todos los registros, épocas, nombres, incluso en la literatura moderna hay un propio registro, cada autor crea su propio registro y su propio mundo literario. Y el desafío es dar coherencia interna y respetar al máximo, fiel al máximo, al autor, y luego encontrar ese tono coherente del relato”. Subrayó también, en una conexión que intenta ser un cruce entre antípodas, la dificultad que implica traducir una obra como “Trece pasos”, representante de ese realismo alucinatorio, distintivo de la obra de Mo Yan. “Me focalicé en el sistema lingüístico, en ser fiel al texto”, aclaró Ciruela, y destacó que es importante “vivir la lengua” para comprender la idiosincrasia del país. “Uno trabaja con un idioma, pero también con la cultura”, agregó.
Mo Yan ha valorado siempre el trabajo del traductor, al punto que contó que cuando recibió el Nobel invitó a Estocolmo a algunos de sus más importantes traductores. Su obra ha sido llevada a muchos idiomas.
“Algunos traductores a veces me visitan, me hacen preguntas, plantean dudas, detalles incomprensibles para ellos. Y acordé que si había cosas ilógicas o imposibles de entender, que directamente las tacharan. Hubo un traductor que hizo anotaciones en cinco colores sobre el texto de Sorgo Rojo, que es difícil de traducir. Yo mismo me enredo si la releo Sorgo Rojo”, reconoció. “El trabajo del traductor no es algo técnico, requiere mucho trabajo mental, creativo, una conexión mágica entre dos lenguas, dos culturas, dos idiosincrasias. Solo un traductor excelente puede conectar esos dos mundos, requiere mucha imaginación y bagaje cultural”.
Recordó que “una de las traducciones al japonés estuvo muy bien porque el traductor consiguió transmitir las sensaciones que había en mi novela. La traducción estuvo lograda porque el lector no se daba cuenta de que estaba leyendo la obra de un autor chino”. Luego refirió un recuerdo menos grato: “La traducción a lenguas lejanas tiene complicaciones importantes. En una traducción al francés, incluso había cambio de personas (un ‘yo’ por un ‘nosotros’, y así).”
Carzoglio le preguntó también, en referencia a su novela “Trece pasos”, en la cual el protagonista es un loco encerrado en una jaula de hierro, cuál era su propia jaula. Mo Yan contestó: “El lenguaje, la propia lengua. Los géneros también pueden ser jaulas. La novela, la poesía, el teatro. Un novelista trata de salir de la jaula rompiendo, deformando su obra, forzando los límites de un subgénero. Moviéndose. A veces hace inventos y combina diferentes jaulas, Debemos ser rebeldes ante lo clásico, no negarlo, sino a base de lo clásico (conocerlo profundamente) establecer lo propio, renovar y romper esos límites”.
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