El Comunicado Conjunto de Bucarest
Por Néstor Restivo (*)
Argentina y la República Popular China formalizaron sus relaciones diplomáticas el 19 de febrero de 1972. Producto del clima de “Guerra Fría”, el acontecimiento ocurrió en la insólita —y también fría, en pleno inverno— Bucarest, capital de Rumania, y se concretó con la firma, tres días antes, del “Comunicado conjunto sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la República Argentina y la República Popular China”.
La proclamación, en 1949, de la Nueva China por parte de Mao Zedong y del Partido Comunista chino había provocado un cimbronazo en las relaciones internacionales entre ese país y Occidente, que ya lidiaba con la Unión Soviética en la disputa entre los modelos capitalista y comunista. Así, medio mundo se alineó con el sector derrotado que, liderado por el general Chiang Kai-shek, se había refugiado en la isla de Taiwán y proclamaba que era la continuidad legal de la República China, fundada en 1912 tras la caída del último emperador y con la cual por cierto Argentina, como tantos países, ya tenían vínculos políticos.
Sin embargo, y más allá de lo formal, muchos gobiernos siguieron teniendo contactos con la China continental, incluida Argentina, desde Juan Domingo Perón a Arturo Illia y otros gobiernos. Pero oficialmente, Argentina desde 1949 reconocía como “China” al gobierno de Taipei y no al de Beijing.
El deshielo con Occidente comenzó en las Naciones Unidas y siguió durante el gobierno de Richard Nixon en Estados Unidos, lo que marcó el rumbo en Occidente.
En el caso de la ONU, el 25 de octubre de 1971, su XXVI Asamblea General aprobó por mayoría (76 votos contra 35 y 17 abstenciones) el derecho de la República Popular China a integrar ese cuerpo, el cual era ocupado por Taiwán, que fue expulsado de allí. Se consagró en la Resolución 2758, según la cual la RPCh era “el único representante legítimo de China ante las Naciones Unidas”.
Y en cuanto a Nixon, antes de su viaje a Beijing, Hangzhou y Shanghai y de sus encuentros con Mao —en aquel mismo febrero de 1972 del comunicado de Bucarest—, su asesor Henry Kissinger había tejido la reconciliación con el principal funcionario debajo de Mao, Zhou Enlai. En 1971 había ocurrido ya la llamada “diplomacia del ping pong”, cuando deportistas estadounidenses de esa disciplina visitaron el país asiático por primera vez desde la instalación del comunismo y Kissinger, que estaba en Pakistán y “desapareció” unos días de la gira oficial arguyendo una enfermedad, viajó en secreto a China. La intención era clara: aprovechar el enfrentamiento entre China y la Unión Soviética. Hubo otros países que cooperaron con el acercamiento. Así como en el caso de Argentina fue Rumania, en el caso de EE.UU., además de Pakistán, lo fue Polonia.
Mientras tanto, en Argentina gobernaba una dictadura bien anticomunista, encabezada por Alejandro Agustín Lanusse. Desde ya, no había razones ideológicas para restablecer lazos con China continental, como se había ido intentado durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen unos años después de que cayera, en 1911, el último emperador, cuando el presidente radical quiso instalar un primer viceconsulado en Shanghai; o cuando, en 1945, la Argentina gobernada de facto por Edelmiro Farrell nombró a su primer embajador en China, José Arce, quien luego fue ratificado por el presidente Juan Domingo Perón en 1946. La contraparte de Arce en Buenos Aires fue el embajador chino Chen Chieh (firmaría el primer tratado bilateral con nuestro país en 1947 y seguiría siendo embajador hasta su muerte en 1951). Pero la guerra civil entre el PCCh y el Kuomintang o Partido Nacionalista, una vez terminada la conflagración mundial y la invasión japonesa a China, alteró todo y en 1949, como se dijo, Occidente se alineó con el mariscal Chiang Kai-shek y con Taiwán.
El gobierno de Lanusse, cuyo canciller era Luis María de Pablo Pardo y donde también, más indirectamente, pesaba el Consejo Nacional de Seguridad (CONASE, donde entre otros reportaba el peronista Juan Carlos Puig, teórico de la relación entre la dependencia y la autonomía de los países periféricos y futuro canciller de Héctor Cámpora en 1973), planteaba eliminar las “fronteras ideológicas”, lo que conllevaba renunciar al “pro-occidentalismo”.
En el libro “Historia oral de la política exterior argentina”, su autor Mario Rapoport entrevista a De Pablo Pardo, quien señala que primaba el principio de la “causalidad circular o interdependencia funcional” para restablecer vínculos con la República Popular China, así como para mantener relaciones con la Unión Soviética, o Cuba, o el Perú del general nacionalista y de izquierda Juan Velasco Alvarado, o el Chile efímero del socialista Salvador Allende, aunque en cada caso con particularidades. Los negocios y el comercio exterior eran una clave fundamental. Lo ideológico dejaba lugar al “interés nacional”. Pero en el caso del restablecimiento de relaciones diplomáticas con China, el ex canciller de Lanusse agrega otro dato, el “apresuramiento”. “No queríamos que Estados Unidos apareciera en una actitud anterior a la nuestra para no aparecer con seguidismo. Por eso queríamos apurarnos, y era Lanusse el que se oponía a eso”, dijo.
Una dificultad era que el Ejército argentino tenía muy buenas relaciones con Chiang Kai-shek y el Kuomintang. Tantas que, durante las gestiones secretas en Rumania, Lanusse movió hilos sigilosos para que dos generales taiwaneses llegaran a los emisarios argentinos, para meterles presión. La Marina y la Fuerza Aérea tenían otras lógicas y, en materia de política exterior en general, a veces se coincidía y a veces no. Finalmente, Lanusse aceptó la idea de cerrar enseguida el trato con los enviados de Mao y se llegó a la declaración del 19 de febrero de 1972. Por todas estas razones, otro estudioso del tema, Eduardo Oviedo, suele insistir con la palabra “normalización de relaciones diplomáticas” para definir lo firmado ese día por el subsecretario de Estado de la Cancillería argentina José María Ruda y el embajador chino en la capital rumana, Zhang Hai Feng, justamente atendiendo los antiguos lazos entre ambos estados.
En cuanto a la prevención frente a que EE.UU. primeriara en esa jugada, fue estéril. Recién en 1979 Washington formalizó sus vínculos con Beijing. Antes, en 1973, lo que sirvió a la transición fueron sendas Oficinas de Enlace en ambas capitales, siempre con altos funcionarios a cargo, dada la sensibilidad del tema. Del lado norteamericano, por ejemplo, uno de ellos fue el futuro presidente George H. W. Bush. La gira de Deng Xiaoping del invierno del ‘79 fue un punto de inflexión en las relaciones, que irían por buen andarivel (con Gerald Ford, con Jimmy Carter, con consejeros top de ambos partidos, como Kissinger o Zbigniew Brzezinski) hasta la escalada que iniciaron, ya en el siglo actual, aquel mismo Bush y en especial Donald Trump, luego continuadas por el actual presidente Joe Biden, tratando a toda costa de frenar el ascenso de China. Entre tanto, una ley específica de relaciones estadounidense con Taiwán garantizó, desde el deshielo con la RPCh, que EE.UU. siempre estuviera a disposición para protegerlo. Y en 2021 se oficializó, por si alguien no lo sabía, la presencia de marines en la isla.
Volviendo a la Argentina, a partir de esos hechos de 1972 casi todos sus líderes trataron de tejer lazos con China. En 1973, el peronismo, que alcanzó el gobierno por tercera vez tras una proscripción de 18 años, envió a María Estela Martínez de Perón a una gira por China, en la que la futura presidenta vio a altos funcionarios. Su derrocamiento en 1976 por otro régimen anticomunista como el de Jorge Rafael Videla no impidió que el dictador mismo viajara a Beijing con todos los honores, en 1980. Recuperada la democracia, de Raúl Alfonsín a Alberto Fernández, y destacando que en el viaje de Néstor Kirchner de 2004 se dio un salto cualitativo en el vínculo, todos los presidentes argentinos viajaron a China. A su vez, el gigante asiático envió a nuestro país a líderes como Yang Shangkun, Jiang Zemin, Hu Jintao, Xi Jinping y otros altos funcionarios además de esos presidentes, y se fue convirtiendo cada vez más en un aliado clave y estratégico para Argentina como para muchos países de América Latina y del mundo.
Esta nota se publica también hoy en la agencia oficial Télam.
Ver también, sobre este mismo, tema, este artículo de la La Ruta China.
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