Editores de DangDai expusieron en un Foro de la Academia de Ciencias Sociales de China
Los editores de DangDai, Gustavo Ng y Néstor Restivo, participaron recientemente del International Forum on Democracy: the Shared Human Values, junto a un amplio abanico de académicos y expertos de todas partes del mundo convocados por la Academia de Ciencias Sociales de China.
Lo que siguen son sus dos ponencias en el encuentro organizado por el Buró de Cooperación Internacional de la mencionada institución, que duró varias jornadas. Estas dos ponencias fueron presentadas en la sesión del 14 de diciembre pasado:
Gustavo Ng
Condiciones para el intercambio de experiencias democráticas
Buenos días.
Ante todo, quiero felicitar a los organizadores de este estupendo evento, absolutamente necesario, y deseo agradecerles que me hayan invitado a participar.
Mi nombre es Gustavo, soy editor de la Revista DangDai, dedicada desde hace diez años al intercambio cultural entre China y Argentina.
Mi país, Argentina, comenzó siendo una colonia de un reino europeo y una vez independiente, ha conservado algunos rasgos coloniales o semicoloniales. La democracia en Argentina fue instaurada con el modelo de democracia moderna que surgió en Europa y Estados Unidos, para luego ser irradiada a través de las vías de los imperios coloniales.
Argentina consagró la democracia en su Constitución Nacional de 1853 y desde ese momento su historia democrática ha observado una trayectoria que arrancó con un ejercicio restringido, luego pasó por más de medio siglo de importantes activaciones e interrupciones a través de dictaduras militares. Finalmente, entró en el período actual en la que los gobiernos institucionales se han mantenido, sin sufrir golpes militares en los últimos 40 años.
Los golpes militares que vejaron la democracia argentina fueron instrumentados por los sectores sociales que han concentrado el poder en nuestro país desde su inicio de su historia.
El último golpe de Estado que avasalló la democracia en Argentina se inició en 1976, para instaurar un gobierno dictatorial hasta 1983.
Los militares en el poder fueron criminales, tal cual lo determinó la Justicia argentina en los años posteriores. Los militares usaron los recursos del Estado, desde las fuerzas de seguridad hasta el sistema educativo y los medios de comunicación, para someter a la población.
Los tribunales argentinos demostraron que los dictadores militares ejercieron el terrorismo contra la sociedad, cometiendo delitos atroces como la desaparición forzada de personas, la tortura sistemática, y el robo y venta de bebés de las personas secuestradas.
Terminado aquel periodo oscuro, brutalmente democrático, la democracia fue acogida por los argentinos como una salvación.
Comprendimos que la vigencia del Estado de derecho nos liberaba del autoritarismo asesino de los militares que gobernaron en favor de países imperiales y los sectores nacionales ligados con ellos.
Los argentinos vivimos entonces la democracia como un sistema que no podía ser alterado, ni dañado.
Nos juramos una democracia intangible.
Otorgamos a la democracia un status cuasi sagrado.
Sin embargo, desde aquel momento han ido surgiendo algunas dudas. El presidente de 1983 fue Raúl Alfonsín, a quien identificamos, hasta hoy, como un prócer de la democracia.
Quisiera compartir con ustedes algunas palabras de él:
“Vamos a vivir en libertad”, decía. “Esa libertad va a servir para construir, para crear, para producir, para trabajar, para reclamar justicia —toda la justicia, la de las leyes comunes y la de las leyes sociales—, para sostener ideas, para organizarse en defensa de los intereses y los derechos legítimos del pueblo todo y de cada sector en particular. En suma, para vivir mejor; porque los argentinos hemos aprendido, a la luz de las trágicas experiencias de los años recientes, que la democracia es un valor aún más alto que el de una mera forma de legitimidad del poder, porque con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”.
Fueron palabras magníficas.
Sin embargo, desde entonces, la vida de los argentinos ha mejorado poco, o no ha mejorado en estos últimos 40 años de democracia.
Aquella promesa de Raúl Alfonsín, sin haber perdido su mística, ha ganado mucho desencanto. Ha habido democracia, y sin embargo no se han resuelto los problemas de la alimentación, la educación y la salud, entre otros.
En fin, Argentina está tan convencida de que el mejor sistema político que puede darse es la democracia, como está llena de dudas respecto de la democracia actual, una democracia que algunos intelectuales califican de liberal o formal, y por tanto, de incapaz de solucionar los problemas básicos de nuestra sociedad.
Estas dudas no nos llevan a renunciar de la democracia, pero han hecho que la democracia pierda su condición de sagrada y comenzamos a pensar que la democracia sí puede ser alterada para que mejore.
La intención de mejorar la democracia debería impulsarnos al intercambio con otras experiencias democráticas más allá de las que hemos conocido hasta ahora, las occidentales, que han formateado la nuestra.
Necesitamos debatir, enriquecidos con otras experiencias, conceptos como el de representatividad, así como el pasaje del derecho legal a la efectivización material, el universo de las elecciones, el de los demás mecanismos de la democracia, la idea de cuál es el “pueblo” que se da a sí mismo un gobierno democrático, la relación entre democracia y performance política, la relación entre la democracia y las bases culturales de la sociedad en la que se formaliza, la relación entre democracia y sistema económico.
Insisto, es propicio para Argentina, así como para cualquier país, que los temas básicos que configuran a la democracia pueden ser enriquecidos, definidos, mejorados en el intercambio.
Esta es la razón por la que celebro este evento.
El intercambio no debería ser entre partes desiguales.
El mejor intercambio es entre estados que respetan mutuamente la soberanía de los demás. Solamente en pie de igualdad el intercambio podría dar lugar a un enriquecimiento de las democracias de los países.
Para un intercambio positivo, es indispensable que se valore toda la experiencia democrática de los países intervinientes.
Es indispensable que no exista la imposición de una idea de democracia sobre otras.
La idea de democracia con que cada país concurre al intercambio debería ser tan respetable como todas las demás.
No puede haber intercambio enriquecedor si una idea de democracia es impuesta como universal y es utilizada como patrón para evaluar las demás.
Tampoco puede haber intercambio si se consideran a las distintas democracias de los distintos países como etapas de un desarrollo evolutivo que tiene a un modelo de democracia como la expresión superior, cúspide, a la que las demás deben llegar.
El doctor Zhang Weiwei ha explicado, por ejemplo, que la “democracia liberal” que algunos países centrales de Occidente quieren imponer a los demás, no puede ser aplicada en China por estas razones: la dimensión de la población, que carece de larga experiencia de la democracia liberal; la catástrofe en la que terminó el experimento de democracia liberal luego de la Revolución de 1911, con guerra civil y cientos de partidos políticos que respondían a terratenientes ligados con poderes extranjeros; con su régimen político, en las últimas décadas China ha tenido logros mucho mayores que las democracias liberales; las democracias liberales demuestran tener muchas fallas, procediendo de crisis en crisis, con problemas derivados del cortoplacismo, el populismo unipersonal y la excesiva importancia del dinero, y finalmente China consiguió un sistema de gobernando basado en una meritocracia, que combina selección con elecciones, en el que sólo los funcionarios más capaces acceden a los puestos de mayor decisión.
Algunos observadores han hecho notar, por lo demás, que algunos países que exigen que su modelo democrático sea impuesto a China, tampoco estarían aplicándolo en sus naciones.
Para que los países puedan enriquecer su práctica democrática en el intercambio con China, deben comprender cuál ha sido el camino propio que ha recorrido China con su democracia.
Con el fuerte egocentrismo de los países poderosos de Occidente, concebimos que el principio de la democracia fue Grecia. Deberíamos prestar atención a los antecedentes chinos, que son anteriores.
En fin, las personas de otros países deberíamos aprovechar qué es lo que tienen los chinos para ofrecer en materia de ejercicio democrático, así como ofrecer la experiencia propia de cada uno.
Una última cuestión que deseo puntualizar que es el complejo estado de la comunicación entre China y otros países.
La comunicación tiene condicionamientos muy arduos, como el idioma y el escaso conocimiento que tenemos de China en Occidente.
A esto se suma un escenario de una guerra simbólica en la que los principales medios hegemónicos de Occidente hacen un gran esfuerzo por establecer en el sentido común de nuestros pueblos una imagen sumamente negativa de China.
De esta manera, El acceso a la información del universo democrático de China prácticamente está cerrado para las personas comunes de Occidente.
El intercambio está basado en la comunicación, y si la comunicación es rudimentaria, el intercambio no se podrá hacer efectivo.
Vuelvo a agradecer la organización de este foro, y estoy seguro de que significa un paso adelante en el intercambio entre nuestros pueblos.
Néstor Restivo
Los valores humanos compartidos y la gobernanza global
Buenos días.
Agradezco muy especialmente esta invitación al Foro y envío un saludo cordial desde Argentina.
La pandemia del Covid-19 demostró los límites de la así llamada “gobernanza global”. Hay un enorme aparato burocrático de establecimiento de normas, resoluciones, tratados o pactos mundiales que suponen que hay una coordinación en materias como el comercio, las finanzas, el desarrollo atómico, la soberanía política de los estados o el flujo migratorio, entre cientos de ítems. De ahí a que se cumplan hay una enorme distancia.
Hay una Asamblea de Naciones Unidas que, en 2021 por 184 votos contra 2 y 3 abstenciones y en años anteriores por márgenes similares, ha votado que Estados Unidos acabe de una vez el bloqueo económico de décadas a Cuba. Pero este sigue como si nada. Los derechos del pueblo palestino corren la misma suerte. Para que haya una coordinación en teoría más fácil de lograr, con muchos menos miembros, hay un Grupo de los 20 que, nacido en la crisis financiera de 2008, y cuando se veía que el Grupo de los 7 o de los 8 era un oligopolio insuficiente, discutió cómo reformar el Fondo Monetario Internacional y acabar con las “calificadoras de crédito” o las guaridas fiscales off shore para que el negocio de la “patria financiera” global termine, y con ella el hambre y la miseria de millones de mujeres y hombres del Sur global que, por la usura, ya pagaron varias veces una deuda que no vieron, pero siguen pagando con sus arcas exiguas. Pero el FMI no cambió, las guaridas fiscales crecen como hongos (según revelaciones de Panamá Papers, Pandora Papers, Offshore leaks, etc.) y nadie comenzó a calificar a las “calificadoras” de crédito que ejercen otro más de los oligopolios que de verdad mandan.
¿Se puede llamar a eso gobernanza global?
Claro que peor sería un mundo sin Naciones Unidas, sin Organización Mundial de Comercio, sin Panel del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático o sin Tratado de No Proliferación Mundial, entre otras iniciativas loables. Pero acaso sería mucho mejor con instituciones que funcionaran.
El problema de fondo es que la normativa global surgió hace ya más de tres cuartos de siglo en Yalta, Postdam, Nueva York, San Francisco o Bretton Woods con una serie de acuerdos fijados por los ganadores más poderosos de la Segunda Guerra Mundial, que luego fueron reformándose pero siguiendo esos criterios, y ese mundo ya perimió, es un cadáver insepulto, con potencias que hoy perdieron poder, autoridad moral o ambas cosas a la vez.
Si comenzamos esta reflexión con la pandemia del Covid-19 no fue solo porque demostró con mucha claridad la falta de coordinación mínima para afrontar conjuntamente, como especie humana, el flagelo, sino porque era una oportunidad de oro para aplicar un nuevo paradigma de cooperación y respuesta colectiva.
Lo que vimos, en cambio, fue un mundo fragmentado, un uso político y geopolítico de los mecanismos para enfrentar al virus, en particular con las vacunas; lo que observamos fueron líderes incapaces, salvo excepciones, de estar a la altura de las circunstancias, acusaciones cruzadas, prejuicios y racismo, mientras las víctimas, como siempre, fuero cientos de millones de personas que sin duda en muchísimos casos hoy estarían vivas si la respuesta a esta nueva y grave enfermedad hubiese sido multilateral y llevada adelante por una institución aceptada por todos, como podría haber sido la Organización Mundial de la Salud si todos los estados, en igualdad de condiciones, se avinieran a sus consensos. Es un poco obvio, pero las vidas de un canadiense, un alemán o de un bangladeshí o un haitiano deberían valer lo mismo y tener la oportunidad de acceso a una vacuna en igualdad de condiciones. Durante la conferencia de líderes del G20 en Roma, en el último noviembre, el presidente argentino Alberto Fernández, al reclamar que las vacunas contra el Covid-19 fueran un “bien global”, dijo que “casi 80% de las vacunas producidas se aplicaron en países de altos ingresos. En cambio, más de 60% de la población de nuestra región (América Latina y el Caribe) aún no tienen completado su esquema de vacunación”.
Ese doble estándar apesta. Como pasa cuando miles de niños de Bengasi o de Basora son descuartizados por “daños colaterales” de las guerras e invasiones de las potencias dominantes y uno no puede dejar de preguntarse cuál sería la reacción mundial si esos niños fueran de Liverpool o de Minneapolis.
Hay países muy importantes del mundo que, en los últimos años o par de décadas, han comenzado a dar respuesta a esa subrepresentación que, con razón, sienten en el sistema global de toma de decisiones.
El mundo de este siglo XXI es uno donde Asia oriental, con eje en la República Popular China, volvió a concentrar como siglos atrás el mayor porcentaje de generación y circulación de riqueza; donde Asia del Sur, con la emergencia de India, o Eurasia en general, con el pivote que puede significar la Federación Rusia, o incluso América Latina con el poderío de Brasil y el Mercosur, o África con la democratización de Sudáfrica, aun con todas las muchas dificultades de desarrollo que presentan, conforman territorios que van confluyendo en nuevas instancias de articulación que, sin patear el tablero del orden establecido, reformatean el camino hacia una gobernanza global más acorde a los gigantescos desafíos de la hora y del porvenir.
Tomemos el caso de China, que por ser la segunda potencia mundial y estar ya a la vanguardia en muchos sectores económicos, financieros, comerciales, científicos y tecnológicos lleva la delantera. En su camino a la modernización, se sumó a los esfuerzos multilaterales vigentes, aun cuando éstos presentaran su ineficiencia, obsolescencia y declive. Acepta ser parte de esa institucionalidad a pesar de estar subrepresentada. Y al mismo tiempo, China ha ido construyendo, en algunos casos con países (que no apenas “mercados”) emergentes como los citados en el párrafo anterior, una institucionalidad nueva, centrada en objetivos que retoman lo mejor del deseo de paz de los diseñadores del mundo de 1945, pero que suman variables con perspectivas más alineadas a necesidades actuales. Nos referimos, entre otras, a la Organización de Cooperación de Shanghai, a los BRICS, a la RCEP, al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura y, entre otras, a la Iniciativa La Franja y la Ruta.
Al mismo tiempo, el presidente Xi Jinping ha lanzado al mundo la consigna “una comunidad de futuro compartido para la humanidad”. Ha esbozado sus ejes principales en varias ocasiones. Una de ellas fue en un discurso difundido el 1º de enero de 2021, cuando el líder chino afirmó que “la humanidad se encuentra en una era de gran desarrollo, así como de profundas transformaciones y cambios, y también en una era de numerosos desafíos y riesgos crecientes”. Ante ella, la respuesta debería ser “construir una comunidad con un futuro compartido para la humanidad y lograr un desarrollo compartido y beneficioso para todos”. Esa comunidad “debe promover la asociación, la seguridad, el crecimiento, los intercambios entre civilizaciones y la construcción de un ecosistema sólido”, en tanto reafirmó las postura del gobierno del Partido Comunista de China en cuanto a su “compromiso de defender la paz mundial, buscar el desarrollo común y fomentar las asociaciones, y también en su compromiso con el multilateralismo”. Finalmente, expresó la “disposición de China para trabajar con todos los demás Estados miembros de la ONU, así como con organizaciones y agencias internacionales para promover la gran causa de construir una comunidad con un futuro compartido para la humanidad”.
La línea expresada por Xi Jinping fue desarrollada por él mismo varias veces en ocasiones anteriores, ya por ejemplo en 2014, a poco de asumir la primera magistratura de su patria, cuando habló del “sueño chino”, otra de sus líneas de acción, vinculado al ideal del rejuvenecimiento nacional chino ya presente en la Revolución de 1911 (con Sun Yat-sen) y en conceptos similares en la formulación de la República Popular China en 1949 (con Mao Zedong) o en la Reforma y Apertura de 1987 (con Deng Xiaoping). Y ató el “sueño chino” a los “sueños” latinoamericanos, europeos o africanos, en su discurso de Fin de Año de aquella ocasión.
Son muchos los gobiernos que, como el de China, o como el de mi país, la República Argentina, militan el regreso a un multilaterismo proactivo, pacífico, respetuoso de las particularidades de cada cultura y civilización, que avance en el cuidado ambiental del planeta y en la seguridad de sus pueblos.
En ocasión de la Reunión Extraordinaria de Líderes del G20 de marzo de 2020, el presidente argentino Alberto Fernández planteó que “para poder sortear esta crisis (la de la pandemia), se nos exige diseñar y suscribir un gran Pacto de Solidaridad Global. Nada será igual a partir de esta tragedia. Tenemos que actuar juntos, ya mismo, porque ha quedado visto que nadie se salva solo”.
Sin embargo, durante la emergencia sanitaria de 2020/2021, un puñado de naciones atentó contra el trabajo conjunto global, asumiendo posturas unilaterales y arrogantes. Más que eso, contribuyó a la generación de información falsa, al negacionismo sobre los avances científicos y al desfinanciamiento de programas de ayuda global en aras de un nacionalismo anacrónico. Y no fueron capaces de alentar acciones drásticas de ayuda social, financiera y científica para los países y poblaciones más vulnerables, víctimas de un sistema económico mundial a todas luces injusto y desigual, en ocasiones genocida.
China, en cambio, se adentró en este momento crítico del siglo XXI con una gran cooperación en materia sanitaria frente a la irrupción del Covid-19; o generando políticas internacionales inclusivas y de desarrollo, como sus propuestas ya mencionadas de La Franja y la Ruta y Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura, entre otras, o finalmente alimentando este sueño de una comunidad internacional de intereses comunes y compartidos para toda la humanidad. En el caso de la cooperación con Argentina, le vendió casi 1.500 toneladas de insumos médicos para fortalecer el sistema sanitario argentino, en momentos de escasez mundial. Y para eso mi país organizó un organigrama de vuelos inéditos con el país que tiene más alejado de sus costas. Hasta septiembre, Argentina ha recibido casi 24 millones de dosis de vacunas chinas, la gran mayoría de Sinopharm y un pequeño lote de CanSino.
En los últimos meses de este escenario nuevo que abrió para la humanidad la irrupción de la pandemia surgió otra disputa que en nada ayuda a buscar un horizonte común de trabajo cooperativo. Nos referimos a querer dividir el mundo entre “democracias” y “autocracias”.
Durante el gobierno de Estados Unidos liderado por el expresidente Donald Trump se activó la disputa de EE.UU. con China en materia comercial (centrada en el tema arancelario y el déficit norteamericano) y tecnológica (sobre todo, por el desarrollo del 5G, con China mucho más avanzada).
El actual gobierno de Joe Biden gira esa confrontación hacia un plano más geopolítico y de “valores”. Ha dicho el actual mandatario estadounidense, por ejemplo, que la lucha entre la “democracia” y la “autocracia” está en un “punto de inflexión”, según extractos de un discurso sobre política exterior que pronunció hace unos meses.
“En muchos lugares, incluyendo Europa y Estados Unidos, el progreso democrático está en peligro”, sostuvo luego, para la Conferencia sobre Seguridad de Múnich, de febrero de este año.
Y también aprovechó su discurso del Día de los Caídos en su país, de mayo pasado, para defender la “democracia imperfecta” de EEUU, pidiendo más trabajo para cumplir la promesa de lo que, dijo, sigue siendo “el mayor experimento” de la historia del mundo.
No hay dudas de que el sistema democrático de EEUU fue provechoso, en general, para su población, aunque no necesariamente haya sido la base de su riqueza, en cuyos logros también pesaron el expansionismo y las guerras de conquista. Tampoco nadie está en condiciones, fuera de EEUU, de cuestionar o preconizar sobre los valores que los estadounidenses entienden son su mejor modo de vida. Seguramente tendrá miles de méritos, como también “imperfecciones”, como levemente reconoce Biden. Hubiese sido interesante acaso conocer cuáles cree que son, ¿acaso en el terreno de las desigualdades sociales, políticas, raciales u otras?, ¿tendrán que ver con el daño infligido a muchos otros pueblos del mundo? No sabemos cuál son la imperfecciones que ve el Presidente Biden del modelo de democracia de EEUU. Lo que sí sabemos es que, no solo en el gran país norteamericano, sino en todo Occidente, la “democracia” no pasa por su mejor momento y no da respuesta prácticamente a ninguno de los flagelos que someten a esta parte de la humanidad y encabezados por el poder económico y financiero concentrado y despiadado. Lo que sí sabemos es que, como se debate sin tapujos, esa democracia está en crisis, aunque se debate muchomenos, lamentablemente, como reformarla antes de que sea tarde y ganen más espacio del que ya tienen los brotes de violencia y extremas derecha que ya asoman, nada democráticos.
Sin embargo, Biden advirtió en sus discursos que la democracia estaba “en peligro” en su país y en el mundo no por esas cuestiones someramente mencionadas en el párrafo precedente, sino por “fuerzas autocráticas” que no identificó, pero que todos saben incluyen, sobre todo, a China. Muchos de sus funcionarios han sido más explícitos para no dudar de que se apunta a China.
Entre tanto, el gigante asiático nos muestra otro camino posible, basado en formas de gobierno y organización social no necesariamente (ni quizá fácticamente) imitables, pero exitoso en los grandes desafíos como la superación de la pobreza, el reconocimiento del daño ecológico y las políticas verdes para revertirlo, la oferta global a un multilateralismo activo y comprometido, la disposición al diálogo y no al conflicto para superar los inevitables choques de intereses, entre otros. Desde luego hay otros países que han dado muestrs también de logros importantes, pero China lo expresa con la mayor continuidad de este tiempo.
Solo si la humanidad entiende que debe bajarse a como de lugar la tensión entre los poderes que declinan y los que emergen, si logra disciplinar y doblegar a la elite cada vez más pequeña que acumula riqueza sin pausa a costas del resto mayoritario y redistribuirla entre los millones de hambrientos, migrantes, desempleados, desesperanzados del mundo; y finalmente, si las instituciones globales cambian y se adaptan a esta nueva era será posible imaginarse un porvenir de valores humanos compartidos y una gobernanza planetaria que garantice la vida digna y la continuidad de nuestra especie.
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