Una puja entre potencias disímiles
El economista Claudio Katz analiza la tirantez entre EE.UU. y China, una potencia “que agrede y otra que se defiende”, y en esa mirada va echando pistas sobre el proceso de desarrollo chino en el marco de la globalización, sus fortalezas, debilidades y desafíos.
Ente otros puntos, señala que “el comportamiento cauto de China se inscribe en la lógica geopolítica del poder agudo (sharp power), tan equidistante de las respuestas bélicas duras (hard power), como de las reacciones meramente diplomáticas (soft power)”
Y que “la postura defensiva de China es coherente con el status de un país que se expandió con cimientos socialistas, complementos mercantiles y un modelo capitalista enlazado a la globalización. Esa combinación apuntaló la retención local del excedente. La ausencia de neoliberalismo y financiarización le permitió al país evitar los desequilibrios más agudos que afrontaron sus competidores”.
Para Katz, docente universitario y miembro de Economistas de Izquieda, el presidente “Xi Jinping ejerce un fuerte arbitraje entre todas las vertientes de la elite gobernante. Para asegurar la cohesión territorial del país mantiene a raya a los enriquecidos acaudalados de la costa. Ha defenestrado multimillonarios y multiplicado las campañas contra la corrupción, para sepultar los gérmenes que condujeron a la disgregación semicolonial padecida en el pasado”.
A la vez, “China evita el conflicto con Estados Unidos para sostener esos equilibrios y por eso alentó la estrecha asociación económica con su competidor hasta la crisis 2008. Posteriormente intentó aligerar los superávits comerciales y las acreencias financieros, mediante un desacople hacia el mercado interno (…) Pero la búsqueda de ese compromiso con Washington está obstruida” (además de la propia ofensiva imperialista de EEUU, dice) “por la propia expansión del capitalismo. Las exigencias competitivas que impone el apetito por el lucro acentúan la sobreinversión y las consiguientes presiones para descargar excedentes en el exterior. La distensión con Estados Unidos es socavada por los proyectos expansivos que China multiplica para atemperar la sobreproducción”.
Luego escribe: “La postura defensiva de China frente a la agresividad de su oponente es coherente con el impreciso perfil de la nueva potencia. Esa ambigüedad es resaltada por varios intérpretes del sistema imperante en el país” es decir si es capitalista, socialista al modo chino o qué modelo desarrolla.
“No sólo la trayectoria histórica de China obstaculiza su conversión en potencia imperial. El gigante asiático mantiene un conflicto estructural con el mandante norteamericano, que impide la repetición del modelo sucesorio consumado a principio del siglo XX”, sostiene.
Hacia el final plantea que “las continuidades que prevalecieron en el traspaso de la dominación británica a la supremacía estadounidense no se extienden al escenario actual. Los dos colosos anglosajones estaban enlazados por múltiples vínculos políticos, culturales e idiomáticos. Esa estrecha conexión ha quedado reemplazada por contraposiciones frontales en todos los ámbitos entre Estados Unidos y China”, en la línea que había trazado en su momento el historiador británico Eric Hobsbawm.
Como resumen, Katz dice en su artículo (que en otros párrafos aborda la situación de América Latina en este escenario de conflicto): “No hay equivalencia en el principal conflicto geopolítico actual. Estados Unidos agrede y China se defiende. Washington pretende recuperar su liderazgo imperial y Beijing intenta sostener un crecimiento capitalista sin confrontaciones externas. La restauración inconclusa, el régimen político, la historia de acosos y el abismo cultural con su oponente limitan la conversión de China en una potencia imperial. Su creciente captura de flujos internacionales de valor es reciente. América Latina necesita combinar la resistencia a la dominación estadounidense con la renegociación comercial con China”.
Aquí, el artículo completo.
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