Wenmo y las represas en Argentina
Jin Wenmo llegó hace siete años como intérprete de China Gezhouba Group para la construcción de las represas hidroeléctricas en la provincia de Santa Cruz. En esta entrevista con DangDai cuenta sus experiencias personales de integración a la Argentina.
Una persona que es capaz de concentrar su deseo, su alma, su mente y su cuerpo en lo que está haciendo en este momento, no sólo vive la vida intensamente, sino que es capaz de cualquier proeza. La joven beijinesa Jin Wenmo llegó hace seis años a la Argentina como intérprete de la gigantesca corporación China Gezhouba Group y desentrañó la traducción de contratos intrincados hasta el infinito, se hizo amiga entrañable de la gente de Piedrabuena, pueblo perdido en la remota Patagonia. Consiguió labrar entre los compañeros de trabajo argentinos y chinos un entendimiento más allá del idioma, una avenencia en el trabajo, un concierto humano; soportó la pandemia varada en Argentina, sola, tan lejos de su familia, y finalmente, con los logros que consiguió con su concentración y entrega absoluta a cada tarea, fue promovida a Gerenta General de la rama Argentina, de esta empresa que es una de las constructoras más grandes del mundo, que hizo la represa Tres Gargantas, la mayor del planeta, y que en Argentina levanta su mayor proyecto fuera de China.
Varios argentinos que pasamos diferentes períodos en China, nos reunimos con Jin Wenmo en el bar El Federal de San Telmo. Ella llega y saluda con gran confianza. Es una jovencita de 28 años con una femineidad a la vez delicada e impetuosa. Tiene una confianza en sí misma a toda prueba, habla rápido y se ríe fácilmente. Es toda desenvoltura.
Nos cuenta que estudió en la única escuela de Beijing donde se podía aprender español, la Beijing Xicheng Foreign Languages School. Todas enseñaban inglés, y en la suya podía reemplazarse el inglés por francés o español. Ella eligió español porque “todos hablaban inglés. Sería imposible ser la mejor entre tantos”.
También lo explica con una figura: “Se le caía un cartel en la cabeza a alguien y nueve personas iban a ver el cartel. Si el cartel estaba en inglés, las nueve sabrían qué decía, pero si estaba en español, ni una sola persona podía saber”.
Cuando quiso estudiarlo en la Universidad de Estudios Extranjeros de Pekín (北京外国语大学; Běijīng Wàiguóyǔ Dàxué), el triunfo de España en el Campeonato Mundial de Fútbol (Sudáfrica, 2010) acababa de producir una locura por el idioma castellano y no consiguió vacante.
Pero no desistió. Emigró de su ciudad natal y consiguió entrar en la Shanghai International Studies University, de enorme prestigio en China.
Cuando terminó la carrera universitaria al cabo de cuatro años de estudio, se presentó para un puesto en la empresa China Gezhouba Group Internacional Engineering CO. LTD.
— Era mejor ir a la entrevista personalmente, pero era en Beijing, de modo que le pedí a mi padre que fuera por mí —cuenta Wenmo—. Los empleados de Recursos Humanos dijeron ‘¿qué es esto, cómo una candidata manda a su padre?’ Sin embargo, me llamaron, me entrevistaron y al fin me contrataron. Es muy difícil que manden a mujeres a proyectos en otros países. Las mujeres tienen otro plan de vida: si a los 25, 27 años no formaron una familia y no tienen hijos, se considera que no están haciendo lo que deben. Entonces, si van a otro país, quieren volver pronto y la empresa no puede disponer de ellas absolutamente, como hace con los hombres. En la entrevista me preguntaron si aceptaría ir al exterior, por ejemplo, a Venezuela, Ecuador, Guinea Ecuatorial, y les dije que sí.
— ¿No querías casarte, tener hijos, seguir el camino trazado para todas las mujeres?
— No me resultaba prioritario.
— ¿Qué es prioritario?
— Ver, conocer.
Cuando más tarde volvemos con el tema, le preguntaré:
— Además de tu capacidad, ¿por qué te eligieron por sobre varones, siendo que descartan a las mujeres para puestos como el tuyo?
— Me escucharon hablar castellano, la prueba de idioma fue importante.
— ¿Habrá influido algo de tu personalidad?
— Quizás sí. No son muy extrovertidas las chinas, viven de forma muy tranquila, y en cambio yo tengo esta personalidad expansiva.
El puesto a cubrir podía ser en Argentina, Guinea Ecuatorial o Venezuela.
— ¿Qué era Argentina para vos en aquel momento?
— Yo no sabía mucho de Argentina, sólo lo del fútbol y el tango, pero cuando cursamos la materia Literatura Hispanoamericana, encontré un libro de poemas de Borges y me quedé asombrada. Me preguntaba cómo era posible que en un país tan lejano, podía surgir alguien tan excepcional y tan maravilloso. Tuve mucha suerte de que me asignaran a la Argentina. Amo este país”.
— ¿Por qué no tenés un nombre en castellano, como otras chinas que vienen a Argentina?
— Mi nombre es Jin Wenmo (金 Jin, apellido; nombre: 文 wén, cultura + 墨 mò, tinta). Me lo dio mi abuelo. No tengo un nombre occidental porque mi nombre me gusta mucho.
Jin Wenmo llegó a la Argentina en 2015, pasó algunos meses trabajando en los contratos junto con colegas de Electroingeniería en Córdoba y luego, entre septiembre de 2015 y enero de 2016, permaneció en la localidad de Comandante Luis Piedrabuena, cercana al enclave donde se construirían las represas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic, en la provincia de Santa Cruz. De allí fue a Buenos Aires, para desempeñarse como intérprete para la Dirección de Proyecto, integrada por miembros de la empresa china y de Electroingeniería, su socia local, función en la que permaneció hasta el año pasado. La pandemia la ancló en Buenos Aires y entonces fue siendo encargada de nuevos proyectos, hasta ser nombrada Gerente General de la Sucursal Argentina.
— ¿Cómo fueron los meses que pasaste en Piedrabuena?
— Me gustó mucho, la pasé muy bien. Es una ciudad muy chica. Mas de la mitad de las personas trabajan de forma directa o indirecta para las represas. Hay dos supermercados, un cine, una calle comercial donde llena de locales de ropa, de electrodomésticos, de restaurantes. La gente no cierra con llave la puerta de calle. Es muy, muy tranquila. Yo iba caminando al lugar de las obras, que quedaba a cinco kilómetros, y me encontraba con una compañera de gimnasio, que estaba paseando su perro, o alguien desde un auto me saludaba amistosamente. Allí conocí a Celina, que era la recepcionista de la hostería donde yo vivía. Era de Formosa. Era verano cuando estaba en Piedrabuena, el sol baja muy tarde, a la medianoche, y cuando yo volvía del obrador, casi todos los días me quede charlando con ella. Era muy simpática y acogedora. Al verme sola, me invitó a su casa, y allí todos me trataban como si fuera una más de la familia. Su marido, Gustavo, me enseñó a tocar la guitarra, y así en Piedrabuena compré mi primera guitarra. Y Celina me enseñó a cocinar ensalada de frutas. Recuerdo que la primera vez que la comí en su casa, me dijo que era 100% de frutas, hasta el jugo, y eso me encantó. Cuando llegó Navidad, ella me invitó a que la pasara con su familia. Preparó una comida riquísima, pollo relleno. También comimos pan dulce y turrón, y ensalada de fruta, y lo más importante: nos quedamos charlando hasta que amaneció tomando mucha sidra y ananá fizz. Hasta ahora, cuando de vez en cuando tomo sidra, pienso en los días de Piedrabuena. Me hicieron sentir como en mi casa. En aquella Navidad, Celina hasta me regaló una camisa. Fue la primera Navidad en mi vida.
— Pocos argentinos llegan tan lejos dentro de Argentina como vos. Tuviste una vida en Piedrabuena.
— Pienso que tengo mucha suerte de poder encontrar adonde voy, a las personas amorosas. El tiempo que pasé en Piedrabuena es muy precioso en mi vida. Una chica extranjera como yo, con una cultura tan diferente, viviendo en el antípoda del lugar de nacimiento a los 22 años… Fue una vivencia única, irrepetible. ¿Puedo contarte algo más?
— Sí, por favor.
— Un día, cuando iba caminando hacia el obrador, me siguió una perrita hermosa, que se me hizo muy fiel. Me esperaba en la puerta de la oficina y cuando salía para el baño, me seguía y me esperaba. Le puse de nombre “Linda”. Como en la hostería no se permitía mascotas, me esperaba afuera y me acompañaba a caminar todos los días. Pero una mañana, cuando estaba por partir al obrador a las 6, la perrita no estaba a la puerta de la hostería. Le pregunté a Celina, me dijo una chica turista había jugado con ella el día anterior, que la chica y su papá habían partido hacía un ratito en camioneta, y que capaz se la habrían llevado. Yo lloré todo el día, porque estábamos juntas todo el tiempo y era una amiga que siempre me escuchaba, y nunca me ladró. Después del trabajo, Celina y Gustavo me acompañaron a buscarla por todos lados, pero no la encontramos más. Cuando me fui a Buenos Aires, le pedí a un colega mío que me avisara si aparecía.
— ¿Cómo fue tu trabajo de intérprete en las Represas?
— Mi jefe chino era joven, tenía 45 años, y el argentino tenía más de 65, y era inteligentísimo. Yo tenía que hacer de intérprete, pero también buscaba que ellos se integraran uno al otro. Era consciente de que mi responsabilidad era no sólo traducir los idiomas, sino que se comprendieran, y así consiguieran hacer un buen trabajo en conjunto. En un acto de fin de año, frente a un grupo de trabajadores, le tomé al chino la mano, luego al argentino, e hice que pusieran una mano arriba de la otra. Ellos sonrieron y la gente se puso a aplaudir. Conseguir tender un puente real entre dos personas, entre dos culturas, es una cosa maravillosa, me hizo sentir muy útil, y le dio a mi trabajo un significado extraordinario.
— Cualquier persona necesitaría un intérprete para comprender lo que esos hombres debían decir, porque su idioma estaría lleno de términos técnicos y una lógica especial. ¿Tuviste una capacitación específica para interpretar el idioma técnico?
— No fue necesario, aprendí muy rápido. ¡Me encanta! Y me gusta mucho el lenguaje técnico legal. Me fascina. Soy feliz trabajando con los contratos.
Los cuatro argentinos que cenamos con Jin Wenmo hablamos muy rápido y, como vemos que comprende bien lo que decimos, terminamos perdiendo por completo el cuidado de darle referencias de lo que hablamos. Hablamos con sobreentendidos, dejando las frases por la mitad porque sabemos que el otro entiende y usamos palabras en código, y sin embargo a ella no se le escapa nada. Entiende cuando se le describe la receta de la bagna cauda, cuando discutimos si bailar tango es una pose o algo auténtico, cuando nos reímos porque una de nosotros, por ser de Santa Fe, se come las eses y dice “masitas” en lugar de “galletitas”. Ella remata su asombroso manejo del idioma contándonos que adora los dichos argentinos. Entonces le decimos los dichos más telúricos que conocemos y le prometemos que para su cumpleaños le regalaremos un libro que explica los dichos argentinos.
En 2017 trajo a sus padres a que pasearan por Argentina y otros países de América Latina. Sus padres son jubilados. Siempre la apoyaron en su carrera de idioma castellano. Están contentos con su trabajo, y si bien la extrañan mucho, aceptan que sea feliz con esta vida y los conforma su progreso dentro de la empresa.
— Mi papá es divino. No lo digo sólo yo. Todos mis amigos lo dicen. Mis amigas me dicen “¡quiero que tu papá sea mi papá!”
— Parece que estás cómoda en Argentina.
— La gente en Argentina es tranquila. Me daría miedo si estuviera en otro país. No es que acá no te roban (hace unos años, justo el día de mi cumpleaños, me arrebataron mi celular en la calle), pero no existe la violencia de otros lugares. Entre los chinos nos decimos que es mejor tener el celular guardado y llevar algo de dinero, y si nos roban, entregamos el dinero y el ladrón huye. Nada más.
Cuando nos despedimos, ofrecí acompañarla a su casa. Me miró extrañada:
— ¿Por qué?
— ¿No te da miedo?
— ¡No! ¡Está todo iluminado!
Hoy Wenmo vive en un edificio cerca del Parque Lezama.
— Estoy en contacto permanente con chinos, y tengo tantos amigos chinos como argentinos —explica.
Wenmo se prepara comida argentina (“ayer hice salsa bolognesa para toda la semana”) y se jacta de que sus postres son riquísimos. Cuando alguien propone que en la próxima reunión hagamos un asado, ella ofrece llevar una pastafrola que hará con sus manos.
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