El peso radical del pensamiento dominante de Occidente, así como los prejuicios hacia lo “desconocido” oriental, en particular lo chino dada su creciente incidencia en temas globales, ejercen influencia aun en las mentes más progresistas y críticas de los comunicadores. Emerge una batalla por la imagen y el sentido, y la estrategia de quien requeriría mejorarla no es la mejor.

Escribe Gustavo Ng en el blog AdSina: “Si los occidentales adoramos que nuestros poderosos nos mientan, en cambio odiamos que los enemigos —rusos, musulmanes, chinos— nos digan cualquier cosa”. Y también: el mensaje chino al comunicador, “entre indiferente y hostil, (es que) no sólo le ordena cuáles son las noticias que debe conocer y transmitir —siempre noticias buenas—, sino que jamás, nunca jamás, le pregunta qué quiere saber él de China.”