Contrastes generacionales en la crianza de los chinos
El psicólogo Alberto Belmonte Balao, autor del libro “China sin tapujos: 6 años en el gigante asiático”, ofrece su opinión sobre los cambios generacionales en la educación de los niños chinos.
Crianza china: el antes y el ahora
Profundizaré en la abismal diferencia entre los métodos de crianza chinos de hace unas décadas y los presentes, fuertemente influenciados por Occidente. Los abuelos y algunos padres de la actualidad crecieron en familias extensas, con progenitores poco expresivos emocionalmente, pero sacrificados y trabajadores. Padres fríos y distantes junto a madres resolutivas y prácticas. Como en toda sociedad tradicional, los roles familiares y sociales estaban muy marcados y nadie se salía del tiesto fuera de lo consensuado. Existía cierta seguridad y estabilidad dentro de las pocas opciones de progreso que permite un régimen político comunista (el de ahora, curiosamente, así se sigue haciendo llamar).
El chino del siglo XX se ha caracterizado por ser un gran represor emocional capaz de aguantar carros y carretas. Lo colectivo se impuso ante lo individual y el vaso de su inconsciente casi nunca terminaba rebosando. Un superyó gubernamental potente secundado por sistemas familiares obedientes que ponían a cada sujeto en su sitio. Introyecciones fructíferas que no permitían rebeliones y que garantizaban una relativa armonía social. El resultado: individuos resistentes desde un punto de vista moral y emocional al estilo estoico que anulaban su creatividad y espontaneidad por el bien común. En la época maoísta, incluso escondían sus trastornos psico-afectivos para no ser tachados de capitalistas quejicas y se acostumbraron a sufrir por dentro cualquier atisbo de vulnerabilidad consecuente del estilo de vida imperante.
¿Qué ha ocurrido entonces para que los jóvenes chinos del siglo XXI hayan reducido a cotas mínimas su tolerancia a la frustración, se dejen llevar por el hedonismo perezoso (que no epicúreo) o renieguen de todo lo asociado a la tradición china (medicina tradicional, artes marciales, estilo arquitectónico de sus casas, etc.)? Habría que comenzar por los estragos derivados de una política de hijo único que no siempre se respetó (ver Secuelas del control de natalidad en China). Es el punto de inflexión donde todo comenzó a cambiar: a partir de 1979.
Los niños varones comenzaron a disfrutar de un trato privilegiado en el seno familiar: mayor atención, raciones de comida más generosas o apoyo financiero para sus estudios, siendo la esperanza a la que agarrarse en un sistema competitivo y liberal tras la apertura económica iniciada con Deng Xiaoping, que se abría al exterior y permitía la propiedad privada. El crecimiento económico era una opción y los ciudadanos adultos de poblaciones rurales emigraban en masa a las grandes ciudades para trabajar como operarios en fábricas, construcciones, etc. ¿Con qué propósito? Con el principal objetivo de poder sufragar los gastos universitarios de su único hijo varón, la gran esperanza familiar para aumentar de estatus socio-económico. Muchos de estos niños crecieron en poblaciones rurales con sus abuelos, con las conocidas implicaciones que ello comporta, viendo a sus progenitores una vez cada año: en las fiestas del año nuevo lunar. Las niñas, con un complejo de inferioridad acentuadísimo y entendible, se han esforzado durante años en un proceso de masculinización que nunca les ha otorgado el premio ansiado. A sus padres no les valía con que adoptaran el rol masculino. No era cuestión de hacer sino de ser. La mujer, por costumbre, una vez casada, abandonaría el hogar y pasaría a ser miembro del sistema familiar de su esposo. Por ende, no eran válida para la labor de cuidado y de apoyo económico una vez los padres alcanzaban la vejez.
Pongámonos en situación. Un chico criado entre algodones sin la supervisión de sus padres durante la mayoría del año. Se hace mayor y sale a un mundo hipercompetitivo donde tendrá que rivalizar laboralmente con millones de compatriotas para comenzar a ahorrar lo antes posible y devolver a sus padres el favor de haberle educado (piedad filial: tradición china aún vigente), dado que las pensiones por jubilación son todavía irrisorias en China. Durante su infancia y adolescencia ha estado estudiando ininterrumpidamente. La excesiva protección ni siquiera le ha permitido aprender habilidades sociales. Y, por supuesto, tampoco de cortejo, puesto que la represión sexual no se aplacaba en este país hasta la graduación universitaria.
La cosa no queda aquí. Para más inri, los padres de la potente clase media emergente, desde hace unos 15 años y bajo el influjo de Occidente a través de películas, programas, modas y demás, han comenzado a imitar nuestro patrón parental de indulgencia y sobreprotección. Ya no solo los niños, sino también las niñas de las últimas generaciones se han apuntado al carro de la vagancia, la superficialidad y el “princesismo”. En el gigante asiático, una chica de 18 años se encuentra en el polo opuesto al de una mujer de 45, tanto en maneras, como en sacrificio, valores u objetivos. Las jóvenes, por ejemplo, manejan a su antojo a sus poco espabilados novietes, a los que a veces se los ve cargados de bolsos y regalos, sudando la gota gorda, mientras ellas, de punta en blanco, se hacen instantáneas sin cesar. Pareciera que estas últimas se tomaran la venganza por la atención que se les denegó en su niñez pasada, a la par que, los chicos, para hacerse hombres de una vez, tuvieran que padecer en la adultez todo aquello que no padecieron durante su celestial infancia. ¿Qué será de China en el futuro? El tiempo lo dirá…
PUBLICAR COMENTARIOS