Cerdos y valor agregado
En El Cohete a la Luna, Néstor Restivo y Gustavo Ng analizan las negociaciones por un acuerdo porcino entre Argentina y China en clave de valor agregado y desarrollo, señalando que frente a las críticas que recibió el proyecto, incluso en las filas del propio gobierno argentino se escamotean apoyos y aclaraciones, excepto en la Cancillería.
La Nación también da cuenta del acuerdo que se busca y los críticos siguen sumando voces en fiestas de artistas y cantantes que están en contra.
La nota en El Cohete publicada ayer domingo 18.
–De cerdos, veganos y racistas
La posibilidad de exportar valor agregado y un debate enturbiado
Por Néstor Restivo y Gustavo Ng
Los súper La Anónima, en la Patagonia, de la familia Braun, ganan dinero de muchas formas. Una: importando cortes de carne de cerdo desde Chile y vendiéndolos al público de Argentina. Argentina le vende el maíz en bruto a Chile. Y allá alimentan los cerdos, los faenan, producen, fraccionan, enfrían, empaquetan, es decir le agregan mucho trabajo y valor, y luego se lo venden como producto terminado de nuevo a la Argentina. Es un gran negocio para nuestra primarización. Como lo es venderle granos de soja y de maíz a granel a China y que allí lo conviertan en cerdos o en pollos.
Se podría invertir esa lógica si le vendiéramos cerdos ya producidos acá. China, por ejemplo, los necesita y los requiere, hasta con urgencia. Pero pequeños grupos de veganos –que tienen todo el derecho del mundo de no comer carne– ya hicieron varias marchas ante la Cancillería, la propia tropa peronista tiene dudas con su gobierno, los racistas antichinos operan 24/7 y en el Estado pareciera que falta coordinación y prima más bien el silencio. ¿El acuerdo entró en un pantano? Ese sí sería muy mal oliente y contaminante. Pero en verdad el tema es que China debe dar ahora una respuesta y está evaluando las reformas al Memorando que hizo Argentina.
El estado de situación es que nuestro país reforzó en ese MOU (Memorandum of Understanding) la cuestión ambiental. El debate que se dio al respecto nació en parte por una mala comunicación del gobierno, sin coordinación ni explicación clara por parte de las diversas áreas que involucra, sin aportar datos concretos de beneficios en valor agregado, producción, exportación, divisas. Pese a los esfuerzos solitarios y fundados de la Secretaría de Relaciones Económicas Internacionales de Cancillería, dispuesta a dar todas las respuestas para un debate en serio, en otras reparticiones oficiales de ganadería, desarrollo productivo, medio ambiente u organismos técnicos faltó sustento para esclarecer sobre la iniciativa. O directamente los funcionarios no aparecieron. No contestaron los cuestionamientos. En una discusión que, si cabe aclarar, es más que bienvenida cuando es fundada y de buena fe.
En el MOU mencionado y reformado (por presión ambientalista, que igual no sirvió porque se siguen oponiendo) al que tuvimos acceso, Argentina propone que conste que los gobiernos de Argentina y China son “conscientes de que la cooperación debe realizarse en un marco de respeto al medio ambiente, leyes de protección de la naturaleza y compromisos internacionales sobre biodiversidad y cambio climático aprobados por nuestros países y salvaguardando la salud de nuestra gente”. Y luego se agrega que las partes acuerden en “promover las buenas prácticas ambientales con el fin de potenciar que estas inversiones empresariales sean respetuosas con las leyes ambientales, minimizando sus impactos, y también contribuyan activamente a promover la salud ambiental de nuestros ecosistemas y la protección de los recursos naturales en las regiones directamente involucradas”.
Es decir, el tema medioambiental ya no sólo figura en los considerandos, donde ya estaba, sino en la parte resolutiva. Y entonces la parte china y toda su maquinaria de Estado debe revisar el acuerdo. Además tiene que aprobar, en las circunstancias actuales, que el acuerdo sea firmado vía teleconferencia, lo que exige otro camino burocrático.
El gobierno argentino debe esperar entonces, y acaso aguarde también que baje el nivel de crítica. No quiere enfrentarse a las voces enardecidas y fundamentalistas que recibió de algunos sectores. Pero es difícil que eso pase por la irracionalidad de algunos planteos, como que “se importarán cerdos chinos” (falso, en genética y animales vivos, sólo se permite de Brasil y Canadá, y el SENASA tiene altísimos parámetros de calidad y seguridad reconocidos mundialmente) o que seremos toda una «megafábrica de cerdos chinos” o que se terminará de desmontar el país, otra falsedad. Claro que ya se desmontó demasiado, pero no hace falta más: lo que cambiaría sería que en vez de exportar granos se exportaría carne alimentada aquí por ese mismo grano.
Otros planteos han sido más serios, como el de granjas mixtas o el de revisar algunas dimensiones del proyecto, que participen pymes y cooperativas, que las granjas estén siempre en zonas alejadas del ya privilegiado núcleo agrícola-ganadero argentino, lo que el Estado argentino impulsó desde el primer momento.
Siendo, si avanza, un negocio entre privados, qué mejor que el Estado supervise y controle, ordene y acuerde a nivel binacional una actividad sustentable y de largo plazo.
China quizá tampoco tenga ahora tanto apuro porque estuvo atenta a las críticas y no quiere seguir perdiendo imagen, ya dañada por la campaña mediática que baja del Norte y tiene aquí muchos canales de difusión, incluso en la propia tropa del gobierno o sus bases. Pero a la vez necesita resolver su faltante de ganado por la gripe africana que afectó a su rodeo porcino, muy fuerte en su dieta alimentaria.
Una vez más, mientras tanto, aumenta en Argentina la pobreza, nos llenamos la boca pidiendo exportar con valor agregado, crece la falta de oportunidades en las provincias más atrasadas –lo que expulsa a mucha gente a los cascos urbanos, sin contribuir para nada, dicho sea de paso, a una vida ecológica y sustentable– y se atrasa el desarrollo.
Al agronegocio grande eso no le importa. Claro que quisiera que avance el acuerdo de las granjas porcinas con China y sacar la mayor tajada. Pero si no se puede seguirá con otros negocios, mayormente dolarizándose y fugando, el ejercicio habitual de los grandes capitales que operan en Argentina. Que si no cambia en algunas formas de construir la nación y una perspectiva más sólida para su pueblo seguirá tropezando con la misma piedra una y otra vez.
Si esta oportunidad se pierde, quizá la aprovechan países como Alemania o Dinamarca, que siendo mucho más pequeños que Argentina en territorio tienen una producción de cerdos incomparablemente superior a la nuestra o incluso mucho mayor a la que llegaría Argentina con el acuerdo con China. Y que, como todo el mundo sabe, desprecian su medio ambiente y están llenos de pobres… O quizá la aproveche algún país vecino.
Si no hay acuerdo, al menos quedó en debate la necesidad de trabajar en el fomento a la cadena porcina como una posibilidad de agregar valor donde podemos ser competitivos. Y también es posible que inversiones en el sector, de China o de dónde sea (si son de países con gente blanca y rubia quizá el racismo no se pronuncie, porque ese ha sido un punto sobresaliente de la crítica ambientalistas, que luego trataron de minimizar sin mucha convicción), igual podrían hacerse, con o sin MOU.
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