Amor entrelíneas
Una telenovela china en una popular plataforma de series y películas online despierta en el autor de esta nota de AdAsina una íntima reflexión sobre las sofisticaciones del ser chino, sus pudores y estética, su rechazo a la pretensión occidental de querer universalizar sus creencias, sus fintas a la censura.
–Amor entrelíneas
Por Gustavo Ng
Netflix ofrece en su plataforma la telenovela “Recuéstate sobre mi hombro” (“致我们暖暖的小时光”). No puedo dejar de mirarla porque tiene olor a China.
Desde hace cinco años voy una vez por año a China —el año pasado fui dos veces— y en la pandemia me lastiman las ansias por estar allá.
No es que esta telenovela tenga en particular olor a China, porque la verdad es que todo lo chino tiene olor a China.
¿Por qué hablo de “olor a China”?
Una vez entrevisté a un grupo de chicas que habían pasado un tiempo en China. Cuando les pregunté qué extrañaban y qué les gustaba de China, me respondieron que no tenían manera de decir qué era eso tan propio de China que se siente nítidamente, pero que no puede definirse.
Una y otra vez les insistí y fracasaban en el intento de nombrar qué era aquello. En un momento, una chica al fin lo describió de esta manera: “los otros días compré ropa por internet, me llegó una caja grande y cuando la abrí, sentí el olor de China. Hundí la cabeza en una campera para meterme adentro de ese olor. Me puse a llorar de nostalgia y de amor por China”.
Cada vez se va a hablar más de China —que es el tema al que me dedico como periodista desde hace nueve años. Confieso que, como a la chica del olor, China me ha atrapado.
Para describir qué es China para mí, voy a intentar una figura diferente a la de la chica.
Aquí va.
Exageración y pudor
Los occidentales decimos que los chinos tienen cara de póker, o hablamos del “impasible rostro oriental”, para referirnos a la capacidad superlativa que tienen para reprimir lo que piensan o sienten.
Cuando damos un paso dentro de la idiosincrasia china, nos enteramos de que evitar la extroversión de la subjetividad es un precepto a la vez ético y estético.
Cuando nos ven gesticulando, con el sonido de la voz, con la cara, con los ojos, con las manos, lo que hacemos les parece feo y creen que no es un comportamiento correcto.
“¿Tanta energía necesitan para decir algo?”
Cuando ven a una mujer occidental maquillada, siempre la ven “pintada como una puerta”, “pintarrajeada”.
En el subte, los niños suelen clavarme la vista. Yo no pude entender qué les pasaba hasta que descubrí que todo el mundo tenía su cara de estatua, menos yo, y entonces era obvio que llamara la atención. Para los chinitos yo tengo realmente “monos en la cara”.
Esta ética y estética del pudor, la discreción y la contención para nosotros extrema, que se parece al moralismo, se evidencia también en evitar prendas que exhiban el cuerpo, y más aún, está en cuerpos de líneas tersas y curvas muy suaves.
Y todavía más: la circunspección es coherente con el parecido entre los chinos, que evita los contrastes explosivos, la variedad vivaz, las diferencias chispeantes.
Bien. Una vez que se ha descubierto y explorado este rasgo, es usual que se caiga en el error de pensar que los chinos son efectivamente todos iguales.
Obviamente, no lo son.
O creer que sus cuerpos están hechos de músculos sin fuerza porque no son voluminosos.
No es así.
Concluir que la pacatería en el vestir se debe a la represión sexual.
Tampoco es así.
Asumir que en su cara de póker no expresan nada.
Error.
¿Qué tal si expresaran, pero lo hicieran de un modo tan sutil que nosotros no lo percibimos, acostumbrados como estamos a expresarnos, por así decir, a los gritos?
Antes que ellos impasibles, seríamos nosotros los toscos que no registramos las sutilezas.
Hay algo de eso. En esos ojos de negro plano que parece absorber sin emitir un átomo, los chinos leen mucho más de lo que nosotros podemos expresar haciendo un show de morisquetas.
A nuestra mirada, todos los signos de la escritura china se asemejan, pero cuando se comienza a notar la diferencia, aparecerá una variedad riquísima. Y muchísimos de esos signos son, en sí, un poema.
Esto es lo que explica la sofisticación de la pintura china, la exquisitez de la caligrafía o la cantidad de vocales y consonantes que usan (las vocales tienen cuatro tonos cada una en mandarín, pero en otros idiomas chinos tienen más; por ejemplo, en el cantonés de mis antepasados, que usa hasta nueve tonos).
Es una expresividad mucho más rica y en un tono muchísimo más bajo que la nuestra.
Esto es para mí lo que para aquella chica era el olor de China.
Para ella es el olor, para la mí la expresividad, y para otros, China será otra cosa. El tema es que será para muchos, porque China va expandiéndose y va llegando a cada lugarcito del planeta.
Claro que ese florecimiento es sentido como una invasión por aquellos a quienes les llega su influencia. No es que los chinos lo impongan con la fuerza de las armas —como lo han hecho los europeos y su extensión norteamericana desde Colón, entre otros pueblos—, pero China tiene un peso económico tan gigante que hace imposible mantenerse fuera de su influjo.
Lo que filtra la censura
El rechazo contra los chinos tiene todo tipo de motivos. Uno de ellos es provocado por el autoritarismo del gobierno chino, al que los países capitalistas consideran heredero de los despotismos dinásticos.
Lo cierto es que el tema de las libertades, especialmente las libertades individuales, es un asunto ajeno a China. Para ellos, es algo que construimos en Occidente, con las revoluciones burguesas anteriores y posteriores a la revolución paradigmática, la francesa.
Para el sentido chino de la vida, eso es cosa nuestra. Lo de “universal”, les causa algo de gracia, porque ¿cómo algo se pretende universal si sólo fue discutido entre los imperios de Occidente? El “Universo” debería ser un poco más amplio.
De modo que las libertades que sentimos como fundamentales para vivir en sociedad se quedan del lado de afuera de la muralla china.
Los habitantes de países capitalistas ponemos el grito en el cielo por la falta de libertad de expresión en China. Más allá de que la censura en nuestras sociedades no es menos implacable que la china, en China la expresión en contextos sociales está firmemente controlada por el gobierno, aduciendo que es en bien del pueblo.
A eso respondemos desde Occidente: “mentira. No es en beneficio del pueblo sino de los gobernantes, que son corruptos y ladrones”.
Para esa objeción tienen los chinos dos respuestas. Primero: “ustedes tienen cada vez más pobres, nosotros, que somos muchos más, tenemos cada vez menos”. O sea que la libertad sería una suerte de moneda de pago por el bienestar del pueblo.
Segunda respuesta china: “cada vez que miden la opinión de los chinos, las encuestadoras de ustedes comprueban que la aprobación al Partido Comunista en el gobierno es abrumadora”.
Por supuesto, hay contestaciones para estas dos respuestas, y la disputa nunca se acaba, pero podemos quedarnos con que la censura es asumida.
Y ahora voy a volver a traer la figura que propuse para definir lo chino, la de la sutileza infinita para expresar.
La prohibición de expresarse puede ser sorteada con un modo de comunicar que resulta imperceptible para el censor, como dos personas que, al prohibírsele hablar entre ellas, se comunican por señas, o con los ojos.
Y así llegamos al fin a la telenovela “Recuéstate sobre mi hombro”.
Podrá comprobarse en ella el modo en que los chinos sortean la censura —por supuesto, los censores no son tontos. El juego que se crea es el de las zonas de delicadísimos y volátiles grises, en el que el censor juega a hacer la vista gorda y quien habla juega a autocensurarse.
“Recuéstate sobre mi hombro”.es una historia rosadita. Momo es una chica que tiene un novio que no la atiende por jugar al básquet, y cada vez que ella tiene un problema se encuentra de casualidad con un amigo de Momo, tan hermoso que tiene a todas las chicas suspirando por él.
Punto. No hay mucho más. Todo es artificioso. Todo es falsete. No se verá un solo beso de labios mojados y lenguas en un plano detalle.
Sin embargo, se sentirán el deseo y el placer de los protagonistas de un modo más penetrante que si se viera algo explícito. Todo es ingenuo, inocente, bobalicón, pero a poco andar se descubrirá que eso no es más que una pose, como son una pose los ojos aparentemente inexpresivos.
Si se mira bien, esos ojos dicen muchísimo. Del mismo modo, esta telenovela dice muchísimo, realmente mucho, del modo en que viven los jóvenes chinos.
Habla de la relación entre los jóvenes y de la relación con los padres, de la sexualidad, de los sentimientos, de los planes de vida, del futuro, del hijo único, de qué es el trabajo para los chinos, de la comunidad y la individualidad, de la economía, del ascenso en las condiciones de vida en China, de la formación, de temas existenciales, de las cuestiones generacionales, de los sueños, de las frustraciones y la capacidad de lidiar con ellas.
Todo ello llega a nosotros tras una negociación con la censura.
Es una telenovela simplona y timorata, y sin embargo, la gran mayoría de las series occidentales dicen infinitamente menos, con toda la libertad absoluta de la que supuestamente somos campeones, tan campeones que nos creemos con derecho a imponérsela al resto de los países, incluso a China.
(Publicado en AdSina el 22 de agosto de 2020)
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