Herederos argentinos del examen imperial
Vicky Chen, Federico Kung, Eric Weicong y Victoria Zhong. Foto de Horacio Paone
Por Mónica Cofré
La exigencia superlativa del sistema educativo chino es una tradición que data del siglo VII, cuando había que aprobar un extremadamente estricto examen imperial (sólo entre 1 y 2% de los que se presentaban aprobaban) para trabajar en el gobierno. Todos -las mujeres tenían vetada la participación- los famosos pensadores y dirigentes chinos fueron evaluados de ese modo. Actualmente, Gaokao es el examen que cada junio rinden durante nueve horas alrededor de 10 millones de jóvenes chinos para poder acceder a la universidad. Durante esos dos o tres días que dura el examen, el país pone los ojos sobre ellos, las familias chinas están pendientes de que su “representante” –y futuro sostén del hogar- lo apruebe, de el/ella depende su futuro económico. ¿El pensamiento confuciano acerca del determinante rol de la educación en la sociedad continúa influyendo en los ciudadanos chinos tanto en China como en Argentina? ¿Son los jóvenes hijos de padres chinos, nacidos y criados en Argentina, herederos de ese modelo cultural educacional constitutivo del desarrollo social y político de China?
Dang Dai conversó con cuatro estudiantes (tres argentinos y uno chino) descendientes de familias chinas acerca de su inserción en el sistema educativo argentino, sus opiniones acerca de la educación en Argentina y en China, de la presión hacia los jóvenes en el sistema educativo en China, sus consecuencias -según las estadísticas en 2016 se contabilizaron 25 suicidios en Hong Kong y en 2015 se supo de que el 50% de los estudiantes sufrieron depresión tras no aprobar el Gaokao – y la efectividad o no de los sistemas educativos de ambos países en el logro de un trabajo redituable.
Victoria Zhong (20 años, estudiante de Diseño, Imagen y Sonido), Federico Kung (17 años, ingresante en la Licenciatura en Ciencias Antropológicas), Victoria “Vicky” Chen (19 años, estudiante de Licenciatura en Administración de Empresas) y Wu “Eric” Weicong (19 años, estudiante de Licenciatura en Ciencias de la Computación) contaron sus experiencias con sus padres, sus compañeros y sus profesores y hablaron de sus elecciones e intereses. Si bien los cuatro cursaron sus estudios secundarios en diferentes escuelas privadas (Paula Montal de CABA y el Instituto San Antonio de Padua de Rosario del Tala, Entre Ríos) y públicas como la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini y el Colegio Nacional Buenos Aires, todos estudian o comenzarán a estudiar en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
“La educación como meta prioritaria era un valor entendido para los hombres de aquel tiempo. Podían discutirse planes, posiciones ideológicas, méritos personales, cuotas de poder individual o corporativo, pero en ningún caso, el deber del Estado como garante insoslayable del impulso a la educación y su sostenimiento”, escribe la profesora de Historia e investigadora Aurora Ravina en la presentación de la muestra Del Colegio al Humor. Caras y Caretas 1900-1939, un homenaje al Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA) en su 150º aniversario. Sobre la base de este espíritu se creó en 1863 ese colegio en el que se formaron personalidades que ocuparon y ocupan un lugar destacado -en el ámbito de la política, de las ciencias, de las artes- en la escena pública nacional.
Según datos relevados por el CNBA, de una matrícula de 2.100 alumnos, 77 provienen de familias orientales, muchas de ellas coreanas pero también muchas chinas. Se trata de un alto porcentaje, y eso es debido a que el prestigio de la institución pesó cuando estas familias eligieron el tipo de educación para sus hijos.
En coincidencia con este postulado bajo el que se inauguró el CNBA, el gran pensador chino Confucio, quien ejerció como maestro, consideraba que las cualidades del individuo ejemplar se podrían encontrar en cualquier persona, no sólo, y no necesariamente, dentro de la aristocracia hereditaria. El potencial para este desarrollo no lo consideraba un privilegio inherente a ciertas familias, sino una dotación humana a la vez que natural y divina, que se podía sustentar socialmente sobre bases igualitarias.
Victoria y Federico coinciden en que el prestigio de sus colegios secundarios (Pellegrini y CNBA, respectivamente) incidió en la decisión de sus padres y en que el pasaje de una escuela primaria privada a un colegio secundario público introdujo la parte “política” a su formación educativa. “Me sirvió mucho para entender más lo social, a los docentes, para participar. Tal vez si me hubiese quedado en una escuela privada me hubiese faltado esa conciencia social”, reflexiona Victoria.
Eric, era el único chico chino en el pueblo cuando llegó desde Fujián, China a Rosario del Tala, Entre Ríos. Tenía 12 años. Con respecto al colegio no tenía opciones y la calidad educativa no le pareció buena. Vicky que cursó primaria y secundaria en la misma escuela privada en CABA dice que al ser bilingüe y un poco exigente, sus padres decidieron que siguiera allí. Ninguno de ellos dos siente una pertenencia a sus escuelas secundarias a diferencia de Victoria y Federico.
Foto de Horacio Paone
“Es importante saber que estás en un lugar que tiene prestigio y que cuando salís del secundario el título vale algo. En el Pellegrini quedaron los pupitres originales, es un lugar que tiene historia y hay una especie de cultura pellegrinense que se respira. Me da orgullo, siento como que es de la misma familia cuando escucho que alguien que estudió en mi mismo colegio es reconocido socialmente”, admite Victoria y Federico agrega que al Nacional todo el tiempo iba gente mayor a recordar “viejos tiempos” y dice que él también volverá para los aniversarios.
En comparación con lo que sucede en China, donde la educación responde a un proceso de “paso a paso” que de acuerdo a los niveles y calificaciones que cada estudiante logra supone mejores condiciones para el ingreso en la universidad y luego -al graduarse- un trabajo bien remunerado que de a su familia la posibilidad de una estabilidad económica, los cuatro estudiantes estuvieron de acuerdo en que no sucede lo mismo en Argentina, donde no existe la “meritocracia”.
Coinciden en que, si bien quienes egresaron del Nacional o del Pellegrini tienen una mejor preparación para aprobar en la universidad, el Ciclo Básico Común (CBC) funciona como un nivelador con el resto de los estudiantes. En el momento de ser seleccionado para un trabajo, opinan que a diferencia de China donde pesa el promedio en la selección de personal y no la experiencia laboral -ya que no se acostumbra a trabajar mientras se estudia en la universidad- en Argentina se le otorga más importancia a la experiencia laboral que al promedio con el que cada uno se gradua.
Eric y Vicky relatan sus experiencias disímiles en relación al idioma español. Eric pondera la labor de su profesora particular de español quien logró que empezara a poder comunicarse (durante sus primeros 12 años de vida había hablado en chino), mientras que quienes ayudaron a traducir los comunicados que enviaban desde la escuela, fueron los clientes y empleados del supermercado de los padres de Vicky. Derribar la barrera idiomática, pidiendo ayuda e interactuando para resolverlo, fue para ella una herramienta útil para aprender a desenvolverse sola.
Sus padres participaron en el momento de la elección de sus carreras universitarias, en algunos casos dando su opinión, en otros escuchando sus argumentos y en otros insistiendo en que siguieran carreras como economía, medicina, ingeniería o alguna relacionada con tecnología. Finalmente, todos respetaron sus elecciones. Federico (de padre taiwanés y madre argentina) reconoce el apoyo de su mamá para que pudiera anotarse en Antropología ya que su padre le aconsejaba que estudiara una carrera relacionada con la economía. “Mi mamá no tuvo la oportunidad de estudiar y le da valor a la medicina, ella piensa que un médico tiene mucho saber y por eso gana más plata”, cuenta Vicky quien trata de entender la insistencia de sus padres para que se anotara en carreras que ellos consideraban redituables.
Todos realizan otras actividades, incluso como segundas carreras universitarias. A Vicky le interesa el cine, la literatura y la repostería. A Eric, le apasiona la música, a Victoria el canto, el turismo y la moda y a Federico la gastronomía y el deporte.
Debido a su origen, tienen contacto con familiares y amigos inmersos en el sistema educativo chino. En relación al Gaokao coinciden en que la creencia en que de la aprobación de ese examen depende el futuro de cada familia es una presión excesiva sobre sus coetáneos. Ven como falencias un sistema educativo primario y secundario que prioriza las asignaturas como matemática o literatura y no estimula a quienes se destacan en deporte o en la rama artística y también el hecho de que dependiendo del poder adquisitivo de los padres, los hijos puedan saltar la prueba del Gaokao y se vayan a estudiar en otro país.
La superpoblación y como consecuencia la rigurosa competencia laboral como causas de un sistema educativo que privilegia ciertos saberes o habilidades y “la exigencia de memorizar, no de razonar” sino ajustarse a los requerimientos evaluativos, son puestos sobre la mesa de debate entre los jóvenes.
“Acá la competencia en algunas cosas es necesaria pero hasta a veces no está tan bien vista y genera polémica. Sería difícil implementarlo”, asegura Federico cuando se les plantea la posibilidad de una evaluación estilo Gaokao en Argentina. Todos coinciden en que no sería aplicable porque no es parte de la cultura. Aunque según Eric, con la implementación de un examen de ese estilo habría más competencia y eso elevaría la calidad educativa. “La familia china le da mucha más importancia a la educación que la argentina”, concluye Victoria.
Sin embargo, de acuerdo a lo que conocen de cómo funciona el sistema educativo-laboral en China coinciden en que después de la sobre-exigencia en la etapa estudiantil, los resultados no son los esperados en el campo laboral, ya que no es suficiente la obtención de un título de universitario de una prestigiosa universidad para asegurarse un empleo acorde a las expectativas tanto de ingresos económicos como de práctica profesional.
Opinión de especialistas,
¿Es la exigencia educativa de los padres de los jóvenes chinos una tradición, la única garantía de un buen futuro para sus familias, conciencia social o de clase, o una cuestión generacional? Dang Dai consultó a padres, profesores y especialistas.
Evelia Romano, profesora de Letras (UCA) y doctora en Lingüística y Literatura hispánica (trabajó con estudiantes chinos en el CUI y es asesora de bilingüismo en la escuela nº 28, la primera escuela bilingüe Argentino-China) afirma que la exigencia educativa de los padres chinos va a depender de su poder adquisitivo aunque, debido a la tradición, “en China hay familias que se hipotecan para que sus hijos puedan estudiar y hay otras para quienes se trata de un vuelto”.
Susana “Lui” Shu, nacida en Sichuan, China, realizó toda su formación académica allí y ya como Licenciada en Letras vino a vivir a la Argentina cuenta que para los padres en China, la calidad educativa es el camino correcto para garantizar a sus hijos un brillante porvenir ya que debido a la superpoblación y el recurso educativo no es accesible para todos. Comparando con la educación primaria y secundaria argentina opina que algunos jóvenes no tienen conciencia que el estudio puede cambiar sus vidas y hay jóvenes que abandonan la escuela fácilmente.
Ana Luisa Ng, nacida en San Nicolás, provincia de Buenos Aires, cuenta que tanto su padre de la provincia de Cantón, al sur de China, ingeniero en una fábrica textil, como su madre nicoleña, enfermera, se enojaron mucho cuando ella decidió casarse ni bien terminó el secundario en un colegio privado. Los dos querían que ella fuera a la universidad. Hoy, se reprocha más no haber seguido una carrera universitaria que haberse casado tan joven.
“Había una necesidad de mi padre de que su proyecto de radicación en el país se completara conmigo. Eso, por un lado me beneficiaba porque me eligió la escuela con más prestigio de la ciudad (la ENET nº 1 de San Nicolás) pero por otro yo era un instrumento y eso me hacía sentir muy presionado”, se sincera Gustavo Ng, el hermano mayor de Ana Luisa. El padre de ambos pertenece a la primera generación de migrantes chinos que llegaron a Argentina.
Luciana Denardi, socióloga y magister en Antropología Social, investigadora sobre la comunidad china establecida en Argentina señala dos cuestiones que observó en los migrantes de esa primera generación (en su mayoría, taiwaneses) cuando sus hijos elegieron sus carreras universitarias: una tendencia a “aconsejar” que opten por carreras como economía, medicina, computación; y una diferenciación de acuerdo al género: “las hijas pueden seguir su vocación -fuera de estas áreas mencionadas- pero a los hijos se los presiona para estudiar esas carreras o trabajar, apenas salen del secundario, en el negocio familiar”.
¿La Patria es el lengua?
El desconocimiento del idioma se presenta como la principal barrera en la participación de los padres chinos como parte de la comunidad educativa a la que pertenecen sus hijo. “Es casi nula, porque no entienden el idioma español y tampoco el sistema educativo. Los docentes no saben cómo comunicarse ni con las familias ni con los alumnos. La integración depende de las ganas del resto de los padres de explicar, de invitar, por ejemplo a los cumpleaños de los chicos”, explica Denardi.
A diferencia de esta situación, en la escuela bilingüe Argentina-China -con una matrícula de 50% alumnos de familias chinas, 50% alumnos familias argentinas-, los padres chinos (en especial, las madres) se integran y participan de las actividades del colegio porque allí cuentan con traducción.
“Es muy difícil la realidad de los padres inmigrantes, están en otro país, con otro status educativo, con otras costumbres (desde el sistema de inscripción en las escuelas hasta la distinta óptica y nivel de exigencia de la sociedad con respecto a la educación). El desarraigo es un proceso familiar”, reflexiona Romano quien vivió más de 20 años en EEUU donde nacieron sus hijos y su emoción más intensa fue escucharlos hablar en español.
En la casa de los Ng en San Nicolás, no se hablaba chino, su padre nunca les quizo enseñar, pero tanto Gustavo como Ana Luisa lo recuerdan hablando chino con sus compañeros de trabajo coterráneos. “La música que tenía cuando hablaba, era otra voz, era el momento del contraste total. En ese momento era realmente un chino, en otros era mi padre”, cuenta Gustavo. A Ana Luisa no le gustaba que sus primas se rieran cuando lo escuchaban hablar en chino, “era algo muy privado de él”.
Abrir la comunidad china a la Argentina correspondió a los hijos de la primera generación de chinos (específicamente, taiwaneses) que llegaron al país hace alrededor de 30 ó 40 años; la migración china es más reciente y su integración y la de sus hijos (algunos nacidos en Argentina) a la vida social argentina tiene otras características: China se viene acercando más a Argentina no sólo en cantidad de inmigrantes sino en la calidad del intercambio en las distintas esferas sociales y en un interés mayor de parte de ambos países en el afianzamiento de la relación bilateral. Sin embargo, la importancia de la calidad educativa y el propósito de los padres chinos de que sus hijos cuenten con una formación académica como capital que les permita estabilidad o progreso económico, es un rasgo identitario, un denominador común, que la comunidad china conserva a través del tiempo y las fronteras.
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