Miguel Ángel Petrecca ilustrado

7 enero, 2017

Miguel Ángel Petrecca

El periodista y escritor Osvaldo Aguirre escribe en La Agenda Buenos Aires una radiografía concienzuda de Miguel Ángel Petrecca, el mayor traductor del idioma chino que tiene Argentina. Destaca que se ha convertido en un especialista en su literatura, está haciendo un doctorado en la materia en Francia y repasa sus traducciones: la selección Un país mental, 100 poemas chinos contemporáneos, la antología de narrativa, Después de Mao, La piedra de Kata Tjuta (2015), antología de poemas de Yu Jian, para una editorial mexicana, Kong Yiji y otros cuentos, de Lu Xun (2015), para otra de Chile y El invisible, novela de Ge Fei.

También cuenta de los encuentros de Petrecca con China, país al que “no ha dejado de viajar a China en los últimos diez años”.


 – Una caja en un pozo

Por Osvaldo Aguirre

La noche antes de irse de Pekín, cuando volvía al hotel, se encontró con una pareja que cavaba un pozo en un cantero. Estaban en la vereda de una gran avenida, cerca del centro de la ciudad. La mujer lo iluminaba con una linterna y el hombre cavaba. Cada tanto trataban de poner una caja en el agujero. Se quedó un rato largo mirándolos, sin acercarse. Miguel Ángel Petrecca no supo qué significaba aquello, por más que le dio vueltas al asunto, pero tuvo la sospecha de que esa especie de ceremonia íntima podía contener alguna clave de China, el país al que no ha dejado de viajar en los últimos diez años y en cuya literatura se ha convertido en un especialista.

A fines de 2007, la profesora con la que estudiaba chino le contó que el gobierno de la República Popular, como se llama, daba unas becas para estudiantes extranjeros. Él tenía 28 años y dos libros de poemas publicados, El gran furcio y El Maldonado. Se presentó en mayo de 2008, en julio le avisaron que había ganado y al mes siguiente ya estaba en Pekín. Antes de viajar, se preparó para evitar los lugares comunes del mundo oriental. No quería saber nada con el budismo, el taoísmo y las representaciones occidentales de China. Pero apenas llegó, desorientado ante la edificación típica de cualquier ciudad moderna, extrañó el color local. “Mi primera impresión fue un poco de decepción”, recuerda.

Lo más raro no fue viajar a China sino volver a la Argentina después de un año. Sus relatos de viaje decepcionaron a algunos amigos: querían que les contara que la cultura oriental era totalmente diferente y lo que traía eran más bien las impresiones de “una modernidad especialmente voraz y especialmente hostil a toda forma de historia e identidad”, materializada en las torres y los shoppings construidos sobre la demolición de barrios antiguos de Pekín. A veces iba por la calle y se paraba, extrañado de que nadie lo mirara, de que no se formaran grupos a su paso, como le había pasado. Sentía que aquel viaje había sido un corte en su vida, “porque el contacto directo con el lugar le dio un arraigo concreto y definitivo a lo que hasta entonces era un interés que no sabía dónde podía terminar”.

El primer resultado fue la antología Un país mental, 100 poemas chinos contemporáneos (Gog y Magog, 2011), donde tradujo a diecinueve jóvenes poetas desconocidos en lengua española. La repercusión del libro –se publicó también en Chile- tuvo que ver en primer lugar con sus versiones, en un registro que hacía hablar a los escritores chinos en rioplatense y descubría que al fin de cuentas no estaban tan lejos en cuanto a sus búsquedas y preocupaciones. En 2013 pasó otros seis meses en Shanghai, como parte de la investigación para otra antología, esta vez de narrativa, Después de Mao (Adriana Hidalgo, 2014). Desde entonces volvió todos los años. “El último viaje estuvo muy bueno porque aparte de estar en Pekín, por trabajo y estudio, acompañé a un escritor que se llama Ah Yi a su aldea natal, en la provincia de Jiangxi –cuenta Petrecca-. Fue interesante ver de cerca el mundo rural, que es un mundo en declive, porque los habitantes de los pueblos y aldeas se van a las ciudades a trabajar y los que quedan son los viejos, los locos y los muertos”.

Hay al menos dos imaginarios alrededor de China. Uno surge de la poesía y la literatura tradicional, ligado a la naturaleza, el conocimiento y la apreciación del paisaje. “No tiene nada que ver con lo que uno experimenta allá –dice Petrecca-. Uno llega y se encuentra con grandes ciudades que muchas veces carecen de cualquier rasgo de identidad. La primera impresión puede ser la de que, si no fuera por los ideogramas, por la escritura china que aparece exhibida por todas partes, podrían ser cualquier ciudad de cualquier país. Como un gran no lugar”.

A la vez, “ese imaginario tradicional está muy vigente, porque el aprendizaje de la poesía clásica forma parte de la educación, y de hecho la poesía clásica sigue siendo muy popular y tiene millones de practicantes amateurs, tanto que se vuelve casi invisible o banal: estás comiendo, por ejemplo, en un restaurante cualquiera y en el vaso que contiene los palitos hay una frase de Confucio, o un verso de Li Po”. O también una cita de Lu Xun, como le pasó cuando fue a cenar en un restaurante del distrito este del viejo Pekín, que se llamaba Kong Yiji, como el cuento que después tradujo, y donde se encontró con Ah Qian, uno de los líderes de la manifestación del Día de los Muertos de 1976 en la plaza Tiananmen, que estuvo preso, se hizo escritor y pasó de la primera línea de la movilización estudiantil a una especie de silenciosa resistencia contra la demolición de los hutongs, los viejos callejones de Pekín. “A veces, Ah Qian se levantaba en medio de una cena con amigos y se ponía a revolver entre los escombros de un baldío. Volvía con una de esas hermosas tejas grises, con relieves, de las casas tradicionales, que regalaba a alguno de los presentes”, anotó Petrecca en Facebook.

El otro imaginario se sostiene en la posición de China en la economía mundial y en su regreso al capitalismo. Para Petrecca, “nadie puede poner en duda el crecimiento y la transformación. Lo que sí es dudoso, a veces, es esa idea de que China está inexorablemente destinada a reemplazar a Estados Unidos como primera potencia. Un optimismo tópico que ahora parece estar siendo reemplazado por un pesimismo igualmente tópico: la idea de que el crecimiento chino sería una gran burbuja inexorablemente destinada a explotar. No creo en ninguno de esos dos imaginarios, son discursos que se ponen a circular también de acuerdo al momento y a determinados intereses”.

El regreso de Shanghai no fue a Buenos Aires sino a París. “Vine porque quería seguir una especialización en literatura china y ahora estoy haciendo el doctorado. En Buenos Aires no hay nada parecido todavía, y Francia es uno de los lugares del mundo con mayor tradición sinológica”. Poco después abrió Cienfuegos, “la última librería latinoamericana” en 4, rue de la Forge Royale, cerca de la Bastilla. Además de las que periódicamente publica en su web, hizo las traducciones de La piedra de Kata Tjuta (2015), antología de poemas de Yu Jian, para una editorial mexicana, Kong Yiji y otros cuentos, de Lu Xun (2015), para otra de Chile (“lo más difícil que me tocó traducir, porque está escrito en un chino muy diferente al de hoy”), y El invisible (Adriana Hidalgo, 2016), novela de Ge Fei (“tal vez el más interesante de la camada de narradores que empezaron a publicar en la década del ‘80”).

Durante el último viaje “caí en la cuenta también de que llevo casi diez años yendo a China, y me puse a pensar en la distancia entre el primero y éste, entre esos dos momentos de China -dice Petrecca-. Del año de las Olimpiadas, el final del período de Hu Jintao, a este momento tan diferente, con una economía enlentecida y una política más cerrada y restrictiva a nivel interno, que plantea muchas dudas sobre lo que puede pasar”.

Encontró esa distancia inscripta en la propaganda oficial, según pasan los años y sus versiones en letras blancas sobre fondo rojo en las banderas cruzadas a la entrada de los barrios o atravesadas en los puentes, en los carteles pegados en las paredes de las obras en construcción. “Cuando vine por primera vez, mucho del contenido de los eslóganes tenía que ver con las Olimpíadas, con el énfasis en un comportamiento civilizado -hacer la cola en la parada de un bus, no escupir- y también con el ‘desarrollo científico’ y la búsqueda de una ‘sociedad armoniosa’. Estas últimas dos consignas eran el emblema de Hu Jintao”. En 2013, con Xi Jinping como nuevo secretario general, se trataba de “sostener en alto el partido del 18vo plenario del partido comunista”. Este año, “encontré algunos eslóganes nuevos que, combinados con varios de los anteriores, parecen hablar de las apuestas del presidente actual, de los objetivos de lo que llama el sueño chino, en sonso paralelismo con su equivalente americano”. Ahora las consignas tampoco difieren demasiado de los gobiernos de Occidente: “un país próspero y fuerte”, “aplicación de la ley” y hasta “democracia”.

El 18 de noviembre, en su último día en Pekín, fue a ver los ginkgos del templo Lama, comió un plato de fideos cerca del templo Fahai, al pie de las montañas del oeste, y visitó el Lago Sin Nombre de la Universidad de Pekín, donde acudió en busca de la tumba del periodista norteamericano Edgar Snow, “an american friend of the Chinese people”, como dice el epitafio.

Fue cerca de la medianoche cuando volvió al hotel y se encontró con la pareja que hacía una excavación en la calle. Cada tanto interrumpían el trabajo para tratar de introducir la caja. Todavía se preguntaba qué estaban haciendo cuando dejó Pekín. Después recordó a un poeta que dice que la diferencia entre China y otros países es que mientras en esos países cada objeto proyecta una sombra, en China puede producir varias a la vez. “Supongo que quiere decir que es una sociedad especialmente compleja, con doble o triple fondo –dice Petrecca-. Salís a caminar y podés estar seguro de encontrarte dos o tres cosas que te inquietan, que te sorprenden, que no entendés”.

Categorías: Cultura

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