Un balance de la asociación estratégica integral
El historiador e investigador de la Universidad de Buenos Aires Rubén Laufer publicó en la revista digital Jiexi Zhongguo un artículo, luego traducido al mandarín en una compilación de la Universidad de Xuzhou y enviado ahora a Dang Dai, sobre Argentina y su asociación estratégica con China en la era Kirchner. Allí plantea que “en competencia con intereses norteamericanos y europeos de antiguo arraigo en el país y en la región, se expandieron aceleradamente las relaciones económicas y políticas entre Buenos Aires y Beijing”, lo cual llevó al desarrolló en la Argentina de “importantes grupos empresariales y terratenientes —con fuerte influencia en esferas de gobierno a nivel tanto nacional como provincial— asociados a intereses estatales o privados de la potencia asiática”.
Para Laufer, “la asociación estratégica con China constituye ya una política de Estado: en ella coinciden sectores diversos e incluso opuestos del arco político local que, con escasas diferencias, convergen en la estrategia de promover la adaptación de áreas esenciales de la economía a la complementación con China. La alianza con la potencia asiática suele ser presentada en términos de oportunidades y desafíos”. O bien “permitiría a nuestro país desarrollar sus producciones, diversificar sus relaciones internacionales y disminuir su endeudamiento” o bien hay reparos que “se limitan a la necesidad de afrontar los desafíos planteados por la marcada re-primarización de las exportaciones argentinas hacia China y por el masivo ingreso de bienes industriales chinos en perjuicio de la producción nacional”.
Su artículo –cuya versión en chino se publicó en Colección de Estudios Iberoamericanos (2015-2016). Zhu Lun y Xúlio Ríos editores, Editorial de la Chinese Academy of Sciences (CASS), Universidad Normal de Xuzhou, Jiangsu, 2016- concluye que “en la relación con China, el decenio transcurrido vuelve a plantear para la Argentina la disyuntiva entre el camino ya recorrido de la ‘relación especial’ con una potencia hegemónica, o el de reformular esa relación en la perspectiva de un desarrollo independiente y autosostenido, integrado con el de sus pares latinoamericanos y orientado al beneficio de las mayorías populares y al fortalecimiento de la capacidad de decisión soberana de nuestras naciones”.
Texto completo
–Argentina y su asociación estratégica con China en la era Kirchner
Rubén Laufer
“Tenemos que pensar en China como nuestra Gran Bretaña del siglo XXI”.
Embajador argentino Eduardo Sadous, 16-09-2010
“Pasaron los siglos y América Latina… sigue trabajando de sirvienta. Continúa
existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el
hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con
destino a los países ricos que ganan, consumiéndolos, mucho más que lo que América
Latina gana produciéndolos.”
Eduardo Galeano: Las venas abiertas de América Latina, pág. 1.
“Asociación estratégica integral”, la escala más reciente de un proceso vertiginoso
Durante los once años y algo más que ocupan las presidencias de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011 y 2011 a la actualidad), China se convirtió en uno de los principales socios comerciales e inversores y uno de los apoyos financieros fundamentales del gobierno argentino. En competencia con intereses norteamericanos y europeos de antiguo arraigo en el país y en la región, se expandieron aceleradamente las relaciones económicas y políticas entre Buenos Aires y Beijing. La “asociación estratégica” que el gobierno argentino estableció con China en 2004 fue elevada a “asociación estratégica integral” en 2014. Como resultado y a la vez motor de esa alianza, se han desarrollado en la Argentina importantes grupos empresariales y terratenientes —con fuerte influencia en esferas de gobierno a nivel tanto nacional como provincial— asociados a intereses estatales o privados de la potencia asiática.
En la Argentina, la asociación estratégica con China constituye ya una política de Estado: en ella coinciden sectores diversos e incluso opuestos del arco político local que, con escasas diferencias, convergen en la estrategia de promover la adaptación de áreas esenciales de la economía a la complementación con China. La alianza con la potencia asiática suele ser presentada en términos de oportunidades y desafíos. Voceros gubernamentales, empresariales y académicos de distinto signo, haciendo propio el modo como las autoridades de China describen el vínculo comercial bilateral y las inversiones de esa potencia en la región(1), consideran ese vínculo una oportunidad que permitiría a nuestro país desarrollar sus producciones, diversificar sus relaciones internacionales y disminuir su endeudamiento; los reparos, cuando los hay, se limitan a la necesidad de afrontar los desafíos planteados por la marcada re-primarización de las exportaciones argentinas hacia China y por el masivo ingreso de bienes industriales chinos en perjuicio de la producción nacional.
El gobierno de los Kirchner, mediante visitas personales a China y a través de la gestión de ministros del gobierno nacional y de gobernadores provinciales aliados o integrantes del partido oficialista (Frente para la Victoria), ha sido y es un fuerte impulsor de la nueva relación especial(2) con el capital estatal y privado y con el gobierno de China.
En 2004, con motivo de la visita del entonces presidente Néstor Kirchner a Beijing, el gobierno y los medios empresariales de la Argentina se mostraron exultantes por los objetivos proclamados en el “Memorándum de entendimiento” firmado por ambos gobiernos. El comunicado de prensa oficial declaraba: “La Argentina ha concluido la misión comercial más importante de su historia”(3). La misión, sin embargo, trascendió en mucho las relaciones puramente comerciales. Aunque las expectativas generadas entonces en materia de inversiones no se materializaron —el gobierno anunció 20.000 millones de dólares en inversiones chinas—, el Memorándum fue el punto de partida de un verdadero salto en la relación bilateral. El gobierno de Beijing logró entonces el reconocimiento de China por Buenos Aires como economía de mercado, y con ello el apoyo argentino al ingreso de ese país a la Organización Mundial del Comercio.
Pero, al concentrarse las crecientes exportaciones a China en el complejo sojero, la relación así entablada contribuiría a reafirmar el perfil primario-exportador de la economía argentina(4) y la apertura a las importaciones industriales y a las inversiones chinas, actualmente radicadas en áreas económicas fundamentales de las 23 provincias del país sudamericano(5).
El reverso de la complementariedad comercial ha sido el avance de corporaciones estatales y privadas de China —directamente o a través de la asociación con grupos económicos locales— en su presencia o dominio de palancas básicas de la economía argentina, y el acrecentamiento de su influencia en esferas de decisión política del Estado, elementos centrales de lo que habitualmente se conoce como dependencia. Todo ello tiñe y condiciona la evolución global del país.
China dentro de América latina
China es ya una gran potencia del siglo XXI. No sólo por su vertiginoso ritmo de crecimiento económico y la rápida expansión mundial de sus intereses comerciales e industriales: también por su creciente peso político internacional. El rápido ascenso de la participación de China en la producción manufacturera, el comercio y las inversiones globales convirtió a esa potencia en la locomotora de la economía mundial —individualmente y asociada con los otros integrantes del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)—, erosionando la posición hegemónica de los Estados Unidos.
América latina es escenario activo de esos desplazamientos. La intensificación de las relaciones bilaterales argentino-chinas se inscribe en un marco regional. China es el principal socio comercial de Brasil, Chile y Perú, y el segundo destino de las exportaciones de Argentina, Costa Rica y Cuba. China desplazó a Estados Unidos como primer socio comercial de Brasil y Chile, y superó a la Unión Europea como segundo socio comercial de América latina(6). Desde 2004 China firmó tratados de libre comercio con Chile, Perú y Costa Rica; en virtud de esos acuerdos, y valiéndose de su posición como gran comprador de los bienes exportables de sus contrapartes (cobre, harina de pescado, circuitos integrados), China avanzó hacia la obtención del arancel cero para gran parte de los productos industriales que exporta a esos países, mayor apertura de los sectores de servicios, y concesión de “trato nacional” a los inversores chinos(7), es decir, todos los principios de liberalización económica promovidos por las grandes potencias durante el auge del neoliberalismo(8).
Corporaciones estatales y privadas de China se radicaron en áreas decisivas de las economías latinoamericanas (petróleo, minería, finanzas, ferrocarriles, puertos, pesca, producción de alimentos, electrónica, comercio interior y exterior, etc.), en forma directa o en asociación con grupos empresariales locales. Sectores significativos de las clases dirigentes latinoamericanas se tornan socios o intermediarios de intereses estatales o privados de China, convirtiéndose en la base social interna de su creciente influencia en las orientaciones económicas y de política exterior de los países de la región. El proyecto y la realización de un nuevo canal interoceánico que una corporación china vinculada al gobierno de Beijing está construyendo en el sur de Nicaragua evidencia los aspectos estratégicos —incluyendo los comerciales, financieros, inversores, y los relativos a su posicionamiento geopolítico regional y mundial— que conlleva la presencia de la potencia oriental en América latina.
Durante la última década, en Venezuela, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay y Argentina se instalaron gobiernos de perfil reformador o neo-desarrollista con programas de sesgo industrialista, autonomía respecto de Estados Unidos, relativa equidad social e impulso a la integración regional. Otros gobiernos del área —Chile, Perú, Colombia, que junto a México constituyen la llamada Alianza del Pacífico— persisten, en cambio, en el alineamiento con Washington y en la aplicación de políticas neoliberales. Así se delinearon dos bloques geopolíticos latinoamericanos con distintos enfoques respecto a su inserción internacional. Sin embargo, la asociación estratégica con China parece configurar ya un verdadero “consenso” a escala regional, suscrito por gobiernos de signo ideológico diverso o incluso opuesto alineados a ambos lados de esa divisoria(9).
El gobierno de Néstor Kirchner ubicó a China —junto a los países del Mercosur y la Unión Europea— en el centro de su estrategia de relaciones internacionales.
El aspecto económico del gran interés de China por la región se centra en obtener, a través del comercio y la inversión, acceso masivo y estable a los recursos minerales y alimentarios que demanda su acelerado proceso de urbanización y de crecimiento industrial. China se ha convertido en un comprador decisivo del petróleo de Venezuela y Ecuador; es el principal mercado de la soja de Argentina y Brasil; adquiere al Uruguay carnes y buena parte de sus exportaciones de lana; es el principal destino del cobre de Chile y de la harina de pescado de Perú. Paralelamente, China va haciendo de todo el subcontinente sudamericano un mercado importante para sus exportaciones manufactureras y un destino decisivo para las inversiones de sus corporaciones industriales, sostenidas ambas por una intensa corriente de aportes financieros en forma de préstamos, radicación de bancos de inversión y convenios de intercambio monetario (swaps).
Las corrientes de comercio de la región evidencian un notorio re-direccionamiento hacia China, y las estructuras productivas una creciente adaptación a los requerimientos del nuevo socio. Históricamente, la asociación comercial de las clases dirigentes latinoamericanas con las grandes potencias compradoras ha sido la puerta de entrada de los capitales de esas potencias en las economías primario-exportadoras de los países del área. En la Argentina, la promesa de un mercado amplio y duradero y de grandes inversiones chinas impulsa a sectores de terratenientes y capitalistas locales a asociarse a intereses privados o estatales de la potencia ascendente convirtiéndose en sus intermediarios internos, y a utilizar sus influencias en el ámbito estatal para promover la orientación de los vínculos externos hacia el nuevo socio estratégico, en una compleja trama de competencia y alianzas con sectores de las clases dirigentes ligados a otras potencias.
Sojización, re-primarización, concentración, extranjerización, dependencia
La visita del presidente chino Xi Jinping a la Argentina en julio de 2014 —como parte de su segunda gira latinoamericana— culminó en la conformación de una asociación estratégica integral y en la firma de una veintena de convenios relacionados con grandes obras de infraestructura, petróleo, finanzas y energía atómica, entre otros. Los acuerdos —incluyendo la participación china en la construcción y el financiamiento, por casi 7.000 millones de dólares, de dos represas hidroeléctricas y de la reactivación de un estratégico ramal ferroviario, y un préstamo de intercambio monetario por otros US$ 11.000 millones— develan las modalidades y objetivos de la alianza que va consolidándose entre Argentina y China. Una alianza que excede el interés comercial y se interna en el plano político: el gobierno argentino aspira a asociar las perspectivas económicas del país al crecimiento de China y a hacer de la sociedad con Beijing un apoyo que le permita tomar distancia de la influencia regional de Estados Unidos y favorecer el acercamiento o el ingreso de Argentina en el grupo BRICS; la potencia oriental consolida su posicionamiento estratégico frente a la competencia de
EEUU, Europa y Rusia en América latina
China es actualmente el segundo socio comercial de Argentina después del Mercosur, y el tercer inversor después de EEUU y España. En 2013 el país asiático fue el segundo destino de las exportaciones argentinas, que superaron los US$ 11.000 millones. Entre 2000 y 2004, la balanza comercial de la Argentina con China pasó de un saldo negativo de US$ 350 millones a un superávit de US$ 1.200 millones. En ese lapso, las exportaciones argentinas se multiplicaron por tres, mientras las importaciones apenas se recuperaban gradualmente de su vertical caída en 2002 debido a la profunda crisis que atravesaba el país. En 2003, las ventas argentinas a China aumentaron 112,6%(11): China se constituyó en el cuarto socio comercial de la Argentina en el mundo, “lo que —como subrayó entonces un representante chino— ya evidenciaba la gran complementariedad binacional”(12).
Sin embargo, mientras entre 2002 y 2010 las exportaciones de Argentina a China aumentaron en casi 10 veces a una tasa del 23,2% acumulativa anual, las importaciones lo hicieron a un ritmo mucho mayor: 48,1%(13). Hasta 2008 la balanza comercial fue favorable a la Argentina. Sin embargo desde ese año esta tendencia viró fuertemente en su perjuicio: ya en 2010 el déficit comercial con Beijing sumó casi US$ 1.900 millones(14); en el primer semestre de 2011 ya había superado esa cifra(15) —fundamentalmente por importaciones industriales, ya que la balanza agropecuaria seguía siendo marcadamente positiva(16)—, y en 2013 alcanzó los US$ 5.800 millones, con proyecciones de US$ 6.400 millones para 2014(17).
Durante la última década el desequilibrio bilateral se manifestó y profundizó también en la composición del intercambio: las exportaciones argentinas hacia China son casi exclusivamente productos primarios y manufacturas de origen agropecuario, mientras que las exportaciones chinas hacia la Argentina son en su casi totalidad productos industriales.
En ese período la Argentina se convirtió en el tercer exportador mundial de soja en grano (después de EEUU y Brasil) y el primero en aceite de soja. Las ventas argentinas de ambos productos están concentradas en China, mientras que las de harina de soja se dirigen principalmente a Europa. En 2010 el país asiático adquirió nada menos que el 25% del total de las exportaciones del complejo oleaginoso y sus compras oscilan hasta hoy en ese nivel.
El desequilibrio comercial en términos de valor se agrava, como ya señalamos, por el acentuado proceso de re-primarización de las exportaciones argentinas hacia China: en 2013 el 85,6% de los envíos fueron productos primarios y manufacturas de origen agropecuario, y el 11,4% combustibles y energía(18). Los porotos de soja y el aceite de soja sumaron el 58,7% de las ventas del primer rubro (49,8% y 8,9% respectivamente). Por el lado de las importaciones, en cambio, en 2010 los principales productos comprados a China fueron computadoras (10%), teléfonos celulares (8,5%), productos químicos (3,5%) y motocicletas (3,3%)(19). Esta composición se mantiene con pocas variantes en la actualidad.
Ya en 2009 la CEPAL estimaba que este tipo de relación no se diferencia mucho del llamado “modelo agroexportador” que el capitalismo europeo asociado a las oligarquías terratenientes y comerciales latinoamericanas impuso en la región hace más de un siglo:
“China tiende a convertirse en el segundo socio comercial de América latina en los próximos cinco años… La buena noticia es que nos estamos conectando de manera cada vez más intensa con el motor de la economía mundial del siglo 21. La mala es que lo estamos haciendo con un modelo exportador similar al del siglo XIX”.(20)
La emergencia de China desde fines de los años 1990 como gran comprador mundial de soja en grano y en aceite (y la evolución opuesta de la Unión Europea)(21) contribuyó decisivamente a acentuar la especialización productiva y exportadora de la Argentina centrada en la oleaginosa. “Beijing considera a la logística y el transporte de granos un tema estratégico, por eso vienen a invertir en la Argentina”, explica Ernesto Fernández Taboada, director de la Cámara de la Producción, la Industria y el Comercio Argentino-China(22).
El pronunciado vuelco de las exportaciones argentinas hacia la soja y hacia el mercado chino dio motivo a que se hablara de “soja-dependencia” y hasta de “chino-dependencia” de los terratenientes y empresas exportadoras, y aún de las clases dirigentes argentinas en general. China (como otrora Gran Bretaña) se convirtió en el parámetro de la inserción comercial internacional del país. Aunque el comercio con Beijing experimentó en los últimos años una tenue diversificación (las exportaciones al país asiático incluyeron desde 2007 algunos rubros industriales como cilindros para GNC, compresores para estaciones de servicio y medicamentos)(23), los productos agrícolas o derivados siguen representando una proporción abrumadora de esas exportaciones (entre el 80% y el 90%), con un sesgo muy pronunciado hacia los productos del complejo sojero (alrededor del 70% entre grano y aceite). Mientras en 2001 la soja y sus derivados ocupaban apenas el 17,7 % de las exportaciones nacionales, en 2006 ya alcanzaban el 20,5 %, hasta llegar al 24% actual(24).
Correlativamente, la superficie destinada a la producción de soja se duplicó entre 2003 y 2007, y en el decenio 2003-2013 pasó de 9 a 20,2 millones de hectáreas(25) (dos tercios del total de 30 millones de hectáreas destinadas a granos), desplazando a las actividades ganaderas y a cultivos tradicionales como trigo, maíz y girasol(26).
La “relación especial” determinada por la asociación estratégica con China contribuyó, así, a reforzar la tendencia a la especialización primario-exportadora centrada en un solo cultivo. La soja transgénica —de la que apenas un 5% se destina al consumo interno— se propagó en la Argentina a costa de otras actividades vinculadas al consumo de la población y a la producción industrial. Han sido desplazados o eliminados cultivos de huerta, establecimientos avícolas, tambos, campos ganaderos, montes frutales, y producciones como papa, batata, arroz, arveja, algodón, lino, etc. Esto incide, sin duda, en el acentuado proceso inflacionario que afecta en los últimos años a los productos alimentarios y materias primas destinados al mercado interno.
La expansión de la soja transgénica acentuó, también, la concentración en la tenencia y explotación de la tierra y el control efectivo de grandes áreas fértiles por pools de siembra en manos de poderosos consorcios nacionales y extranjeros, con el consiguiente desplazamiento de chacareros de la producción directa y despoblamiento del campo.
De la soja depende ya no sólo el signo de la balanza comercial, sino buena parte de los ingresos fiscales: con retenciones del 35% a las exportaciones de ese grano y sus derivados, el gobierno argentino recauda anualmente unos 25.000 millones de pesos, más de la mitad de lo que el Estado nacional recibe por derechos de exportación. Ya en 2004 la economía estatal argentina dependía en gran medida de la soja y, de hecho, de los consorcios locales productores de ese grano y de sus mercados compradores externos, principalmente China(27). Una década después el complejo sojero, con ventas por US$ 11.000 millones, representa el 30% de los US$ 36.800 millones exportados en el primer semestre de 2014, manteniendo ampliamente su liderazgo ya que el complejo automotriz que le sigue en importancia dio cuenta del 13%, menos de la mitad(28).
Al avance de la concentración de la propiedad territorial y de la producción agraria se suma el de la comercialización de la producción de la soja y sus derivados, en manos de un núcleo reducido de empresas. Al igual que ocurría un siglo atrás con las exportaciones argentinas de carnes, las ventas de soja al exterior están concentradas en un puñado de grandes corporaciones extranjeras: en el período 1998-2010, la participación de los primeros cinco consorcios exportadores de granos pasó del 51% al 70% del total de las ventas. Y también se acentuó la extranjerización: mientras en 1988 se destacaban en ese negocio algunas entidades cooperativas y empresas de capital nacional (Federación Argentina de Cooperativas Agrarias, Agricultores Federados Argentinos), en 2010 la cúpula exportadora estaba compuesta íntegramente por corporaciones extranjeras (Cargill, Toepfer, Bunge, ADM Argentina y Dreyfus)(29).
El acentuado direccionamiento de las exportaciones argentinas hacia la soja y hacia el mercado chino acrecienta la vulnerabilidad de la economía nacional respecto de los vaivenes de la economía mundial y de las decisiones del propio mercado comprador. En 2014, acompañando la abrupta caída de los precios internacionales de las materias primas —petróleo y metales industriales como cobre, aluminio, plomo, níquel—, los precios de la soja se desplomaron a cerca de US$ 350 por tonelada, un 32% por debajo del promedio del período 2011/2013, lo que causaría pérdidas en el sector agrícola local por alrededor de US$ 2.700 millones(30).
La baja del precio internacional de los commodities ya impulsó a gobiernos de similar orientación en países vecinos, como Brasil, a implementar ajustes de corte liberal(31).
La extrema dependencia respecto del mercado chino se evidenció en 2010, cuando la industria argentina de la soja y los propios ingresos fiscales temblaron ante la negativa de Beijing a recibir dos buques sojeros provenientes de Buenos Aires: argumentando problemas sanitarios, China hizo sentir su poder de gran comprador cuando la Argentina aplicó medidas anti-dumping a una serie de productos de ese origen, en un intento por frenar la verdadera avalancha de bienes chinos que desde inicios de la década y hasta hoy invade el mercado interno, con efectos destructivos sobre la producción nacional y motivando encendidas protestas del empresariado PyME local(32).
La concentración monopólica en el rubro agroalimentario y la incidencia de los intereses chinos en él experimentó un verdadero salto de calidad con la reciente compra, por parte del consorcio estatal chino Cofco, de las mayorías accionarias de dos de las exportadoras multinacionales de granos más grandes instaladas en Argentina, Nidera y Noble, que compiten con otras corporaciones vinculadas a capitales estadounidenses (Cargill) y de otros orígenes (Bunge, Dreyfus, ADM). En sintonía con los planes estratégicos —dispuestos y promovidos centralizadamente por el gobierno chino—, orientados a asegurarse una cadena de suministro global de alimentos, esa corporación china creó hace unos años un fondo financiero especial de US$ 10.000 millones para adquisiciones y fusiones en el extranjero. Nidera Argentina es la empresa integrada más importante de la agroindustria local, e incluye actividades como recepción, almacenaje, acondicionamiento y comercialización de granos, oleaginosas, aceites y harinas, producción y comercialización de aceites comestibles, producción y provisión de semillas y distribución de insumos agropecuarios). Noble Argentina es subsidiaria de Noble Grain, la división agrícola de Noble Group, y opera dos puertos propios en Lima y Timbúes (provincias de Buenos Aires y Santa Fe respectivamente)(33).
Así, China asume una presencia clave en toda la cadena productiva del principal producto exportable de la Argentina, desde la semilla hasta los puertos de exportación; y a ello se suman las grandes inversiones en infraestructura relacionada con el acopio y el transporte de los productos con destino a China y la altísima concentración en las ventas externas a ese mercado. Una posición que de hecho permite a Beijing determinar volúmenes de producción y precios de algunos de los principales productos de exportación argentinos, e incluso presionar esos precios a la baja, afectando los términos de intercambio del país(34).
Inversiones chinas: economía y política
El correlato de la notable intensificación del comercio entre la Argentina y China y de la asociación estratégica con Beijing ha sido la masiva inversión china. Los negocios petroleros, la minería y las obras de infraestructura son un campo de intensa competencia entre corporaciones chinas, europeas, rusas y estadounidenses, con el respaldo de sus respectivos Estados(35). La IED china es, de hecho, parte protagónica del alto grado de extranjerización que en la actualidad mantiene la estructura industrial argentina(36).
Aunque abundan en la Argentina quienes advierten que la relación con China estaría reconstituyendo un “modelo exportador similar al del siglo XIX”, muchos de quienes manifiestan esa crítica al mismo tiempo adhieren a la fórmula de aprovechar las oportunidades que ofrece el crecimiento de China. Al tiempo que previenen sobre los desafíos planteados por el ingreso masivo de sus productos industriales y por la nueva especialización primario-exportadora, proponen diversificar la oferta exportable a China incorporando mayor valor agregado a las producciones primarias mediante la atracción de capital chino para la radicación de industrias manufactureras de ese país y para la construcción y financiamiento de obras de infraestructura dirigidas a facilitar las exportaciones —también a China—. La CEPAL se ha constituido en activa promotora de las supuestas ventajas de una industrialización dependiente concebida en base a tal tipo de complementación(37).
El capital estatal o privado de China tiene ya posiciones relevantes o aún dominantes en áreas económicas estratégicas de la Argentina. Ya hemos mencionado el lugar decisivo en la producción y comercialización de granos alcanzado con la adquisición de las mayorías accionarias de las filiales locales de Nidera y Noble por el gigante chino Cofco.
En 2010 la petrolera estatal Cnooc compró el 50% de Bridas (grupo Bulgheroni) y ésta, propietaria ahora del 40% de Pan American Energy (PAE) en la que está asociada con la británica BP, inició a su vez un proceso —aún no concluido— de compra del 60% restante. En febrero de 2011 PAE compró todos los activos de Esso Argentina. PAE tiene la concesión del yacimiento de mayor producción y reservas del país, el de Cerro Dragón, en Chubut. En un año Cnooc se convirtió así en la segunda petrolera de la Argentina, después de YPF.
En 2010 el presidente de Cnooc, Yang Hua, declaró significativamente que “Bridas, con una cartera de activos de alcance mundial en petróleo y gas, es una muy buena cabecera de playa para que nosotros entremos en América Latina”(38).
Por su parte la refinería estatal china Sinopec, la mayor de Asia, completó la adquisición, por valor de US$ 2.450 millones, d los activos que la estadounidense Occidental Petroleum (Oxy) tenía en la Argentina. Sinopec ya opera en la zona de Vaca Muerta (provincia de Neuquén), mientras YPF acaba de cerrar un acuerdo con la estadounidense Chevron para la explotación de petróleo y gas de esquistos en esa área. Con las grandes inversiones de las estatales Cnooc y Sinopec, China pasó de la ubicación 29ª a la 3ª entre los inversores extranjeros en la Argentina. Además, en 2012 las petroleras chinas TCL y Petro AP confirmaron su participación en la licitación de áreas hidrocarburíferas en la provincia de Mendoza. Petro AP ya explota en Jujuy el yacimiento El Caimancito.
Intereses chinos estatales y privados han avanzado o tienen en carpeta numerosos proyectos a nivel provincial: minería (hierro en Sierra Grande, provincia de Río Negro), armadurías de artículos electrónicos en la provincia de Tierra del Fuego; emprendimientos energéticos, turísticos y de construcción de viviendas en Mendoza; construcción de dos acueductos en Entre Ríos; financiamiento de un ramal ferroviario a las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones, y otros. Hacia fines de 2010, corporaciones privadas o estatales chinas ya habían hecho pie en las 23 provincias argentinas, con intereses centrados en la obtención de hierro, litio, maderas, y productos alimentarios (arroz y tabaco) en la región norte-noroeste; soja y derivados (aceite), biodiesel y ganado vacuno en la región pampeana; minería en la región cuyana; maderas y alimentos en la región litoraleña; y petróleo, gas y tierras para soja en la Patagonia(39). En 21 de las 23 provincias argentinas se habían instalado supermercados chinos, que actualmente controlan alrededor del 20% del comercio minorista.
En los últimos tres años la presencia del capital chino en la Argentina experimentó un verdadero salto cualitativo, reflejando el ritmo vertiginoso con que avanza la asociación estratégica de importantes sectores de las clases dirigentes argentinas con la burguesía china, cuyas inversiones son por lo general estimuladas con beneficios impositivos, obras públicas y otras condiciones promocionales. Lo que sigue es un breve repaso de algunos de esos avances, aparte de los ya mencionados.
La empresa Tierra del Fuego Energía y Química SA (TFEyQ), filial local de la Shaanxi Chemical Corporation (70% propiedad del Estado chino) inició la construcción de una planta para fabricar fertilizantes, una central térmica que abastecerá a esa fábrica, y un puerto comercial en la provincia austral de Tierra del Fuego.
Con adelantos y retrocesos sigue en tratativas el acuerdo entre el gobierno de la provincia de Río Negro y la corporación estatal china Beidahuang de Heilongjiang para la construcción de sistemas de riego y la producción, en tierras provinciales arrendadas, de soja y otros cultivos para exportar a China. La compañía Beidahuang se asoció además con Cresud, una de las mayores propietarias territoriales en la Argentina, con el fin de comprar tierras para sembrar soja(40). En la misma provincia renueva sus exportaciones de mineral de hierro con destino a empresas siderúrgicas de China la compañía de ese origen MCC-Minera Sierra Grande —que antes fuera la histórica empresa argentina Hipasam—, cedida en 2005 por el gobierno provincial a la corporación china; junto con las instalaciones, MCC obtuvo el puerto de Punta Colorada, cuyas exportaciones son agraciadas con concesiones impositivas por tratarse de un puerto patagónico(41).
En la provincia de Córdoba sigue en desarrollo la construcción del nuevo sistema de trenes subterrá- neos, por US$ 1.800 millones financiados en un 85% con un crédito chino, a cargo de la China Railways Internacional y el grupo local Roggio. El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, aunque políticamente enfrentado con el gobierno nacional, encaró la construcción de una nueva línea de subterráneos, a cargo de la misma China Railways International y con financiamiento del Eximbank China. La empresa China Machinery Engeneering Corporation (CMEC) tiene en tratativas con la Secretaría de Transporte de la Nación y la intendencia de la ciudad de Rosario (provincia de Santa Fe) la construcción del sistema de transporte subterráneo en esa ciudad(42).
Entre los acuerdos sellados durante la visita del presidente chino Xi Jinping a Buenos Aires en julio de 2014 se destacan dos préstamos —por US$ 4.700 y 2.100 millones respectivamente— destinados a la construcción, por corporaciones chinas asociadas con empresas locales, de las represas hidroeléctricas Kirchner y Cepernic en la provincia de Santa Cruz, y a la renovación del ferrocarril Belgrano Cargas, reafirmando el convenio ya adelantado en 2010 en Beijing por la presidenta argentina Cristina F. de Kirchner.
El mencionado complejo ferroviario atraviesa catorce provincias del centro y norte del país, y es una red vital para el transporte de soja y sus derivados desde la zona nuclear de ese cultivo —principal producto de exportación de la Argentina— hacia los puertos del Pacífico para su salida hacia China, principal destino de esas ventas. El convenio contempla el cambio o reparación de 1.500 kilómetros de vías, 100 locomotoras, y 5.000 vagones nuevos o reparados en talleres locales pero con insumos chinos. La obra es financiada con un crédito del Banco Chino de Desarrollo, que aportará el 85% mientras el Estado argentino aportará el 15% restante. El préstamo está destinado a la compra de locomotoras, vagones de larga distancia y rieles fabricados en China(43).
Durante la misma visita se avanzó en un acuerdo por el que la China National Nuclear Corporation (CNNC) construirá la central atómica Atucha III con uranio natural y agua pesada. Empresas chinas competirán en la licitación pública ya abierta para la central hidroeléctrica Chihuido I, en la provincia de Neuquén(44).
De este modo, la infraestructura productiva y de servicios del país va siendo crecientemente condicionada por las necesidades y prioridades de la potencia asiática y de sus socios locales. Básicamente esas obras no comportan desarrollo de industrias nacionales ni transferencia tecnológica, sino importación de tecnología y materiales de China: suelen ser compras directas y sin licitación pública, como lo fue —en el caso de los convenios ferroviarios— la adquisición de casi 1.200 vagones y 50 locomotoras fabricados por la empresa estatal china CSR Sifang para los ramales San Martín, Sarmiento, Mitre, Roca y Belgrano Sur, por un valor total de US$ 11.500 millones(45). Una cifra enorme, basada en financiamiento externo y que no se destina a la reconstrucción de la industria ferroviaria argentina sino a la importación de ferrocarriles chinos, contracara de la fuerte dependencia que las exportaciones agrarias argentinas —particularmente las de soja y aceite de soja— tienen ya respecto del mercado de la potencia oriental.
Financiamiento chino: la “diplomacia del yuan”
Los objetivos estratégicos de la inversión china son respaldados con créditos de los bancos mayoritariamente estatales del país asiático (o de sus filiales en la Argentina), y con los acuerdos de intercambio de monedas entre los bancos centrales de ambos países (swaps). El empleo de sus enormes reservas financieras en inversiones, préstamos y créditos, y la auto-calificación de “país en desarrollo” o “emergente”, facilitan a la dirigencia política y empresarial china establecer fuertes vínculos económicos y políticos con los gobiernos de Asia, África y América latina, y promocionar como una vía de desarrollo y de independencia respecto de Estados Unidos y de las potencias europeas el avance de sus corporaciones estatales y privadas en el control de palancas decisivas de las economías de esos países (petróleo, gas, minería, ferrocarriles, puertos, finanzas, tierras).
Aunque el llamado “Consenso de Beijing” suele ser presentado como más amigable y exento de las condiciones que imponía a la región el neoliberal “Consenso de Washington” durante la década de 1990, las facilidades financieras que concede la banca estatal y privada china se corresponden naturalmente con sus necesidades de compra de alimentos y materias primas o sus proyectos de inversión. Y se integran a la estrategia de “poder blando” que ostenta la dirigencia de Beijing respecto de los países de la región y de otros del llamado “tercer mundo”, correlato político de su doctrina de “ascenso pacífico”(46).
En 2011 el Banco Industrial y Comercial de China (ICBC, la mayor entidad del mundo por capitalización de mercado y administración de depósitos), adquirió la filial argentina del Standard Bank, con más de cien sucursales en todo el país. La operación, según un comentario periodístico, tuvo por finalidad “acompañar la ofensiva de capitales chinos sobre sectores estratégicos de la economía local”(47).
La misma o mayor trascendencia adquiere el crédito de intercambio monetario por 70.000 millones de yuanes —equivalentes a unos US$ 11.000 millones— acordado en julio pasado y puesto en marcha a partir de noviembre. El acuerdo es un verdadero salvavidas para el gobierno Kirchner(48) en la medida en que esos fondos, convertibles a dólares, contribuyen a frenar la caída de reservas del Banco Central argentino (que perdió US$ 20.000 millones desde que Buenos Aires implantó en 2011 restricciones a la compra y salida de esa moneda), y afrontar importaciones de hidrocarburos y vencimientos externos, en momentos en que el gobierno argentino, asediado por los fondos especulativos que reclaman el cobro íntegro de su deuda, no puede conseguir financiamiento internacional. Para las corporaciones exportadoras e inversoras de China se constituye en un fenomenal trampolín económico, al permitirle la utilización del yuan para financiar importaciones y obras de infraestructura argentinas vinculadas al país asiático (a bajas tasas de interés, pero generalmente acompañadas con la exigencia de contratar a empresas chinas), y para la concreción de inversiones directas de China.
Con el tercer tramo del swap, efectivizado el pasado 11 de diciembre, el nivel de reservas de la Argentina recuperó volumen, pero lo hizo aumentando la proporción de recursos “prestados”: la participación de la moneda china (equivalente a US$ 2.300 millones) en el total de las reservas llegó al 7,7%, con sus correspondientes implicancias en endeudamiento e intereses(49).
La cuestión del financiamiento chino se vinculó circunstancialmente con el proyecto —temporariamente suspendido pero ya en curso— para la construcción de una estación de seguimiento y comando de actividades espaciales en la provincia sureña de Neuquén por la Agencia Nacional China de Lanzamiento, Seguimiento y Control General de Satélites, vinculada con el gobierno de Beijing y con el ejército chino(50).
El proyecto fue acordado por Cristina F. de Kirchner con el presidente chino Xi Jinping durante la reciente visita de éste a la Argentina. El gobierno provincial cedió gratuitamente, y por 50 años, el uso de las tierras donde está instalándose la estación china. Las objeciones de parlamentarios oficialistas y opositores frenaron por el momento la ejecución del proyecto, lo que motivó la protesta del embajador de China en Buenos Aires, Yang Wanming. Medios periodísticos sugirieron que la adjudicación a una corporación china de las obras del ferrocarril Belgrano Cargas y la autorización gubernamental para instalar la estación espacial habrían sido el “precio” a pagar por la Argentina a cambio del reforzamiento de sus reservas mediante el swap, y del financiamiento chino para la realización de las represas en la provincia de Santa Cruz(51).
“Socios confiables” en la economía y en el Estado
A impulso del extraordinario crecimiento del comercio bilateral y de las inversiones chinas en el país, en los últimos 10 o 15 años se han desarrollado y expandido en la Argentina grupos empresariales ?algunos de origen nacional, otros provenientes de anteriores vínculos con intereses europeos, rusos u otros, y muchos con fuerte influencia en medios gubernamentales, políticos, académicos y periodísticos—, convertidos ya en socios subordinados o en intermediarios de las políticas comerciales del gobierno de Beijing o de las corporaciones privadas o públicas chinas en grandes proyectos de inversión.
En este sentido son paradigmáticos algunos nombres de resonancia en la esfera de los grandes negocios como el de Julio Werthein, cabeza de
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