Guiños y debates

3 septiembre, 2016

 – Por Néstor Restivo

El compromiso chino de hacer más esfuerzos por equilibrar la balanza comercial con Argentina, o de invertir más en energías alternativas como la nuclear o la eólica; el de Argentina de flexibilizar el tema visas, el guiño de Xi Jinping a la canciller Susana Malcorra en su carrera por la secretaría general de la ONU y al fútbol argentino para que coopere con la promoción de ese deporte en la República Popular (tema en que Xi tiene grandes expectativas), son algunos guiños y gestos que hay que leer en la clave de que Beijing y también Buenos Aires —pese al primer momento del gobierno de Mauricio Macri, cuando el presidente cuestionó la relación bilateral como “herencia” kirchnerista— quieren seguir apostando a un mejoramiento del lazo.


Macri insiste en que Argentina vivió una década aislada, lo que desde estas páginas nunca compartimos. No se aisló del comercio ni de las inversiones. Sí se aisló, en buena hora, del capital especulativo financiero y de los tratados de “libre comercio”. Pero mantuvo relaciones comerciales con todo el mundo, y superavitarias en el total.

Néstor Kirchner viajó a China en 2004 para dar el puntapié inicial de la asociación estratégica junto con 350 empresarios (y le sucedieron cantidades de misiones presidenciales, ministeriales, gubernamentales, de agencias de Estado y del sector privado, también a otros destinos). A Macri ahora lo acompañaron muy pocos empresarios a China. Es cierto que hay otro contexto, local y global. Pero bien haría el gobierno nacional en fijarse en los méritos propios, si cree que los tiene, y trazar continuidades ahí donde corresponde, ya que la política hacia China debe ser, y pese a todo parece que lo es, una política de Estado.

Como ya se ha señalado aquí, no sólo se han ratificado los acuerdos en represas de Santa Cruz, en el ferrocarril Belgrano Cargas, en centrales atómicas y demás (corregidos en algunos casos) sino que se profundizó por ejemplo el swap de monedas entre los bancos centrales argentino y chino, que el PRO había dicho antes que no servía porque —juzgaba erróneamente—  los yuanes no eran “convertibles”. Ahora el swap sigue vigente, profundizado y hasta ejecutado.

Un tema de conflicto asoma. A partir de este diciembre los países de la Organización Mundial de Comercio, OMC, deben ratificar o no a China como economía de mercado. El lobby de los capitales estadounidenses en América Latina y de Techint vía la Unión Industrial (más sus similares de Brasil y México) iniciaron el camino para que los gobiernos rechacen ese estatus. El argumento es la defensa del empleo y la producción nacionales.

Se puede discutir largamente el rol de las burguesías industriales latinoamericanas en su “aporte” al desarrollo regional, ya que más bien tuvieron actitudes rentísticas, monopólicas o fugadoras  de divisas y de asaltos a los Estados. El modelo de desarrollo chino, en cambio, fue de un Estado fuertemente disciplinador y rector del curso empresario y económico (como en todos los ejemplos históricos de países desarrollados, aunque en el caso chino directamente como agente central y casi omnipresente). Los resultados de ambos, el caso latinoamericano vs. el caso chino, están a la vista.

Argentina, y los países latinoamericanos con pretensión industrial, deben discutir su agenda productiva con el Estado presente, y logrando de China acuerdos que no primaricen sus economías. Pero nuestras grandes empresas juegan otro partido, más ligados a sus propias rentabilidades que al interés nacional. Se viene un gran debate en ese sentido, mientras los proyectos más soberanistas de la región se repliegan.

Categorías: Política

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