Lectura argentina de “La imparable conquista china”
En momentos en que un nuevo gobierno de Argentina va perfilando su estrategia global, el escritor salteño Federico Lanusse analiza en la revista Claves el libro “La imparable conquista china”, en que Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo se plantean “un viaje por occidente para entender cómo China está desafiando el orden mundial”.
– La imparable conquista china
Por Federico Lanusse
En medio del ajetreado período que transcurrió entre la primera vuelta electoral y la segunda de las elecciones presidenciales en la Argentina pude dedicar una parte de mi cabeza y mi tiempo a leer el libro de dos periodistas españoles que fueron corresponsales de diversos medios en Pekín entre los años 2003 y 2014.
Justamente porque lo que se jugaba en esta elección no eran solamente las cuestiones de política interna de nuestro país, sino también y quizás en mayor medida o con mayores diferencias entre ambos candidatos, su alineamiento internacional, al menos por los próximos cuatro años, ya que carecemos en este ámbito de una clara estrategia de largo plazo compartida por la mayoría de las fuerzas políticas.
Juan Pablo Cardenal y Heriberto Araújo describen en el libro “La imparable conquista china”, editado por Ediciones Crítica, de Barcelona, “un viaje por occidente para entender cómo China está desafiando el orden mundial”.
Partiendo de Groenlandia, desde donde el inmenso y poderoso país asiático acecha los recursos naturales del Ártico, pasando por temas tan diversos como las refinadas estrategias de los millonarios chinos para sacar sus fortunas del país, las miserias de la contemporánea diplomacia británica, la construcción de enormes obras de infraestructura en el Canadá, las complejas relaciones del Vaticano y Pekín o el triunfo del ciber-espionaje industrial chino infiltrándose en las redes corporativas de las empresas de punta occidentales para robar tecnología, y los gigantescos fraudes bursátiles de empresas chinas en la bolsa de Wall Street, los autores nos pintan, a través de su viaje por cuarenta países y más de mil entrevistas, un panorama novedoso acerca de esta nueva etapa histórica que está cambiando y cambiará aún más nuestras vidas y las de nuestros hijos.
Lo que resulta notable del trabajo es la descripción del cortísimo período de tiempo en que los cambios más pronunciados se han llevado a cabo, si tenemos en cuenta los llamados “tiempos largos” con que algunos historiadores gustan describir el transcurrir de la humanidad y sus diversas etapas.
Desde la visita del presidente estadounidense Richard Nixon en 1972 a Pekín que rompiera el hielo del aislamiento chino, apenas han transcurrido unos cuarenta años.
Y sin embargo, en tan corto plazo histórico, China ha aprovechado todas y cada una de las crisis del sistema internacional para hacer realidad en la escena global aquello que siempre se mencionó en Occidente del símbolo peligro-oportunidad.
Sobre todo a partir de la última gran crisis del 2008, Pekín ha realizado un “tour de force” que le permitió acceder a los mercados occidentales mucho antes de lo que se preveía. China está provocando un dilema de hierro en el mundo occidental, y fundamentalmente en su principal socio-rival, los EEUU: ¿cómo tratar con un país gobernado por un autoritario Partido Comunista que, a la vez, posee una capacidad financiera superior a casi la suma de sus competidores y que ofrece el mercado en crecimiento más grande del mundo? Sus inversiones y adquisiciones son múltiples: desde activos en sectores estratégicos a deuda soberana de países financieramente asfixiados, pasando por tecnología de alto valor añadido, o empresas occidentales en quiebra. En muchos casos ha pagado precios altos a fin de poder penetrar de cualquier forma en los mercados occidentales e ir sentando las bases de una China convertida en potencia industrial de primer orden.
El mundo occidental supone una oportunidad inigualable para que las empresas del gigante asiático se transformen en jugadores globales. Y con eso consolidar definitivamente la estrategia de pertenecer al exclusivo conjunto de países que mueven los hilos del poder con su influencia política, su poderío económico y su capacidad militar.
Pero las empresas que están desembarcando en los mercados son, por lo general, empresas estatales, cuando no directamente fondos soberanos del Estado chino.
Es decir que la mayoría de estas inversiones provienen de corporaciones que están al servicio del estado y del Partido Comunista. Según The Heritage Foundation, China ha invertido más de 257.000 millones de dólares en Europa, Norteamérica y Australia desde 2005 hasta 2014, cifras que alcanzaran entre el billón y los dos billones de dólares en todo el mundo hasta el año 2020.
Los autores pasan revista al cambio de actitud al que se han visto obligados los gobiernos de todo el mundo, especialmente los de la “arrogante Europa” de antaño, con respecto al gobierno chino y su manera de entender la cuestión de los derechos cívicos y humanos en su territorio. El gobierno chino, manejado por el Partido Comunista, ya no permite injerencias de los países occidentales en estas cuestiones dentro de sus fronteras, y los gobiernos de Europa y otros países han debido guardarse ese tipo de reclamos a fin de no perjudicar al mundo de los negocios.
Bajo ningún aspecto desvela a la cúpula dirigente del milenario gigante el desentrañar si lo que tienen en sus manos es un sistema económico socialista o comunista, o si se trata de un capitalismo de estado de estilo desarrollista. Menos aún les alarma si la forma en que se eligen sus autoridades es democrática al estilo occidental.
Su principal preocupación, además de engrosar sus propias cuentas bancarias privadas, es velar por la seguridad alimentaria de 1.300 millones de habitantes y procurar que nada agite los fantasmas de las grandes hambrunas del pasado, así como conservar un orden interno que evite que el otrora Imperio del Centro, hoy “imperio rojo”, corra cualquier riesgo de disolución corroído por unas fuerzas centrífugas que tironeen desde las regiones más apartadas, o porque la creciente clase media, además de consumir a destajo, comience a presionar por libertades o derechos que el partido único no está dispuesto a conceder.
Sólo los EEUU, por su poderío tecnológico-militar, puede levantar voces que advierten de los riesgos de ignorar la naturaleza del régimen chino, la competencia desleal de su capitalismo de Estado, o la entrega de tecnología, su activo más preciado que puede garantizar su superioridad en un claro horizonte de futura rivalidad en todos los órdenes. Las políticas de los Estados Unidos en relación a China no pueden dejar de lado por completo la posibilidad de un futuro conflicto bélico en el Pacífico, y menos aún la seguridad de que ambos países, más tarde o más temprano, rivalizarán por la supremacía económica y geopolítica mundial. Claro que esto no impide que los lazos económicos entra ambos países sean estrechísimos en la actualidad, como prueba el ingente volumen de comercio bilateral: sólo en el 2013 alcanzó la suma de 562.000 millones de dólares. El problema para los EEUU es que su déficit comercial con China se sitúa alrededor de los 300.000 millones de dólares.
Desde el año 2001, fecha de ingreso de China a la Organización Mundial de Comercio, los EEUU han perdido el 29%, alrededor de 3,2 millones, de sus empleos en el sector manufacturero, como consecuencia del déficit comercial bilateral. La primera potencia económica del mundo importa cuatro dólares de su principal socio por cada dólar que le vende a China. Es decir que los ciudadanos estadounidenses proveen al país asiático de las divisas con las cuales éste adquiere no sólo bonos del Tesoro americano sino también empresas, tecnología y otros activos. Justamente al pasado año 2014 esto quedo en evidencia, produciendo un giro histórico: por primera vez China invirtió más en EEUU que viceversa. Desde los años ochenta, en que gobernara Deng Xiaoping, el gobierno chino trazó una estrategia a fin de que su economía centralmente planificada transitara, con el impulso de la inversión extranjera, hacia un modelo que permitiera su propia modernización.
La brutal deslocalización de empresas estadounidenses que “huyeron” hacia China desde la década de los ochenta incentivadas por las medidas favorables del gobierno comunista ha conllevado no sólo el traslado de una parte importante de su producción, sino también una paulatina pero continuada transferencia tecnológica.
Suelo gratuito, desgravaciones impositivas, mano de obra barata, falta de controles medioambientales, y una divisa infravalorada, provocaron una estampida de empresas extranjeras al país asiático.
La estrategia funcionó. Y las empresas chinas también han comenzado a invertir en suelo norteamericano, en una tendencia creciente. Esto mueve a la preocupación de quienes, desde el gobierno y los think tanks estadounidenses, creen en el peligro chino. Consideran que, al ser de naturaleza estatal, y por tanto controladas por el Partido Comunista, y penetrar en los secretos tecnológicos que marcan aún la supremacía norteamericana, las empresas chinas que invierten en su territorio no serían más que la punta de lanza del intento de dominio del país de Mao Tsé Tung sobre sus rivales occidentales.
Mientras tanto, y como réplica a los avances chinos, Washington impulsa la agenda comercial más agresiva de su historia: por un lado, el Acuerdo Estratégico Transpacífico entre doce países que dan al Pacífico y representan el 40% del comercio mundial, entre los que está Japón, pero no China. Y entre ellos, México, Chile y Perú.
El TPP (siglas en inglés) es parte de una estrategia mayor de EEUU en el área Asia-Pacífico, que pretende incrementar su presencia militar y su influencia política en la región. Comercialmente, se trata de abrir los mercados de todos los países signatarios del tratado, lo que obviamente es visto con muy buenos ojos por las empresas multinacionales. Pero esta alianza aspira a ser también una herramienta para aislar y competir contra el capitalismo de Estado chino.
Por otro lado y al mismo tiempo, Estados Unidos y Europa negocian el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversión (TTIP en inglés), la llamada “OTAN económica”, que supondría la eliminación total de aranceles, así como la conciliación de los estándares y requisitos técnicos, medioambientales, sanitarios y de seguridad en todo tipo de productos de ambos bloques.
Ambas alianzas geopolíticas servirían, de funcionar, para contener el auge de China y reencauzar la globalización de acuerdo con los valores y prácticas comerciales occidentales. China replica a todo esto con negociaciones de libre comercio con sus vecinos asiáticos y con el bloque Asia-Pacífico.
Las conclusiones que podemos extraer para nuestros países se refieren fundamentalmente a dos puntos. El primero tiene que ver con las posibilidades reales que tienen gobiernos con aparatos estatales en construcción, o reconstrucción después de años de prescindencia, para trazar estrategias de desarrollo socio-económico y político de mediano y largo plazo que nos permitan avizorar un futuro medianamente previsible frente a estados que, como el chino, utilizan una conjunción de fuerzas sincronizadas de manera única: partido gobernante, aparato estatal, estamento tecnológico- militar, y economía apoyada financieramente con enormes masas de capital .
El segundo dilema que nos plantea el modelo chino es si realmente las instituciones políticas existentes en nuestros países están a la altura de las circunstancias y si la tan meneada “alternancia en el gobierno” podría garantizar de alguna manera nuestra supervivencia como estados soberanos ante la agresividad de potencias que no trepidan en utilizar todo su poderío para ratificar su supremacía.
Claramente queda de manifiesto en el libro que comentamos la forma en que China se está posicionando en el mundo, y el cambio en el equilibrio de fuerzas y poder en el planeta.
Ni la dirigencia China está excesivamente preocupada, tal vez muy por el contrario, por cambiar su régimen de gobierno ni su sistema socio-económico, ni occidente tiene hoy una capacidad real de influir en estos aspectos. La cuestión, en todo caso, pasa por intentar dilucidar qué nos deparará el futuro y cómo podremos situarnos ante la ya comenzada nueva Larga Marcha del milenario país asiático.
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