China, en el centro del sistema global, y transformándolo
En su último libro, La economía argentina en el siglo XXI. Globalización, desarrollo y densidad nacional, Aldo Ferrer examina -entre otros muchos puntos- los dos fenómenos que a su entender transformaron “el centro”, la categoría que siguen los economistas que analizan centro y periferia del sistema mundial, y “el orden global”. Uno es la financiarización de las economías del Atlántico Norte, que privilegió al capital financiero y especulativo y se derramó a gran parte del mundo. Otro es la emergencia de China. Aquí reproducimos, por gentileza de la Editorial Capital Intelectual, este último apartado incluido en el más reciente aporte de Ferrer, uno de los más respetados economistas argentinos, con una extensa y prestigiosa carrera académica y bibliográfica.
–China, antes y después
Por Aldo Ferrer (*)
(…) El segundo acontecimiento se refiere al surgimiento de China. El país más poblado del mundo está embarcado en un extraordinario proceso de transformación, fundado en la gestión del conocimiento y la industrialización, que le permitió incorporarse al centro del sistema global y transformarlo. A diferencia de la financiarización, que, al fin y al cabo, es solo una fase de la evolución de las economías capitalistas, el surgimiento de China es un acontecimiento de trascendencia histórica. Implica poner fin definitivamente a los cinco siglos de hegemonía en la gestión del conocimiento y la industrialización de los países occidentales y cristianos del Atlántico Norte.
El cambio iniciado por Japón y los tigres asiáticos, en el sentido de generar función céntrica más allá del Atlántico Norte, se ha multiplicado con la inclusión de China. La incorporación de centenares de millones de personas a la fuerza de trabajo industrial y al consumo a partir de la ampliación del mercado en los países asiáticos transforma al centro y a todo el orden global. Entre las economías industriales, es decir, dentro del centro, ese proceso amplía las fronteras de la especialización intraindustrial y las cadenas globales de valor. Al mismo tiempo, redistribuye el ingreso a partir de la competencia de los bajos salarios chinos, desplaza la producción y deprime el poder negociador de los sindicatos en las economías del Atlántico Norte. Respecto de los países menos desarrollados oferentes de productos primarios, la presencia de China valoriza los recursos naturales y reactiva la relación centro-periferia.
China participa de dos esferas de la división internacional del trabajo. En su carácter de potencia industrial comparte esa posición con las antiguas economías avanzadas del Atlántico Norte. La división del trabajo al interior del centro ampliado es de carácter intraindustrial y tiene lugar en cadenas transnacionales de valor, dentro de las cuales todos sus miembros innovan, se transforman y gestionan las nuevas tecnologías. Esos países mantienen un intercambio balanceado, en términos del contenido de tecnología y valor agregado, entre lo que exportan y lo que importan. En ese contexto, la especialización o –dicho de otro modo– la complementariedad ocurre al nivel de productos dentro de las mismas ramas productivas.
Al mismo tiempo, China es un protagonista importante en otra esfera de la división internacional del trabajo: la relación centro-periferia entre economías industriales y países menos avanzados. Con las economías subdesarrolladas de África y de América Latina, el país asiático se comporta como proveedora de manufacturas y capitales e importadora de productos primarios.
Asimismo, China se ha convertido en un protagonista importante de las finanzas internacionales. Los superávits en sus pagos externos le permitieron acumular reservas de dólares y otras monedas, que representan una parte principal de las reservas mundiales de divisas. China cuenta hoy con una extraordinaria capacidad de apoyar financieramente su proyección internacional y de promover sus intereses globales.
China tiene características propias que la distinguen de las economías avanzadas del Atlántico Norte. Siempre, desde el despegue del capitalismo y de la globalización, los Estados nacionales fueron fundamentales en el desarrollo de las economías hoy avanzadas y en la promoción de sus intereses en el resto del mundo. Pero China presenta una integración sin precedentes entre el poder político y las decisiones económicas. En otros términos, la gravitación de los intereses privados es mucho menor en China que en el resto del mundo industrializado. Las decisiones económicas fundamentales las toma el Estado.
Pero el sistema chino no es inmune a la colusión de funcionarios con actores privados surgidos del extraordinario desarrollo del país, problema existente también en otras latitudes. Sin embargo, la existencia de este problema no parece comprometer la defensa de los intereses de China frente al resto del mundo. Esa es una diferencia importante respecto de nuestra experiencia, donde la corrupción agravió el interés nacional a través de, por ejemplo, la especulación financiera y el remate del patrimonio público. Esta corrupción cipaya es la peor versión de la corrupción.
En las otras economías industriales, el mundo del dinero y el comercio internacional son, esencialmente, negocios privados, gestionados por el mercado y sus principales operadores, cuyo objetivo central es la ganancia. Existe una relativa independencia entre las esferas financiera y comercial. Un ejemplo lo suministra la situación creada por la reestructuración (autónoma de los acreedores y del FMI) de la deuda externa argentina, que generó el rechazo de los mercados financieros internacionales y los evaluadores de riesgo. El problema tiene su expresión más estrepitosa en el conflicto con los fondos buitre y el fallo de la justicia norteamericana. Sin embargo, se mantuvo la normalidad en el resto de las relaciones económicas con el exterior. El conflicto financiero no contagió los vínculos “reales” con el resto del mundo.
En el caso de China, la totalidad de las relaciones comerciales y financieras están bajo el comando de las políticas del Estado. El objetivo de la ganancia está subordinado al servicio del interés nacional. El gobierno chino tiene un poder negociador mayor al que nunca tuvieron las antiguas potencias industriales. Las esferas comercial y financiera están integradas. Un eventual conflicto con otro país en un área puede afectar la totalidad de la relación económica bilateral.
Otra diferencia radica en el tratamiento de la inversión extranjera en su propio territorio. Las otras economías avanzadas tienen regímenes liberales de admisión. China en cambio, como Japón en el pasado y la República de Corea en la actualidad, cuenta con el régimen más estricto de acceso. En ese contexto, China promueve la posición dominante de sus empresas nacionales, públicas y privadas, incluso en los negocios conjuntos con corporaciones transnacionales. Esta política no ha desalentado el ingreso de inversiones privadas directas, atraídas por el dinamismo y tamaño de la economía china.
Por último, China es un nuevo miembro del centro, pero no participa de la ideología neoliberal ni pretende imponerla en los países en desarrollo. En los acuerdos de China con estos países no existen “condicionalidades” de la política económica, como sucede, en cambio, con los países avanzados del centro del Atlántico Norte, principalmente a través del FMI y del Banco Mundial. Ejemplo de esto último se corroboró recientemente con el acuerdo bilateral celebrado con el Gobierno argentino, mediante el cual China aporta fondeo para obras de infraestructura y coopera en materia financiera con el swap de monedas sin ningún tipo de intromisión en las políticas económicas nacionales.
China registra tasas de inversión del orden del 50% del PBI, sin precedentes en la historia económica mundial. Son posibles por la elevada tasa de ahorro provocada, por una parte, por la fuerte concentración del ingreso en las ganancias de las empresas públicas y privadas y, por la otra, por el ahorro de las familias para compensar la insuficiencia del régimen de protección social.
Dado el consecuente bajo nivel del consumo, el aumento de la demanda agregada depende esencialmente de la inversión y, en medida variable, del superávit del comercio exterior. Este es el fundamento de las “tasas chinas” de crecimiento. Ese modelo de desarrollo no es sustentable en el largo plazo. En parte, por la intención de los Estados Unidos y de la Unión Europea de “reindustrializarse” para enfrentar la competencia de China y otras economías emergentes. Pero, fundamentalmente, porque aumenta, dentro del país, la demanda social y política por el bienestar y la equidad distributiva. Al mismo tiempo, China enfrenta un formidable desafío ambiental para evitar el deterioro del ecosistema y generar un desarrollo sustentable.
El actual plan quinquenal chino pretende que el aumento del consumo interno se convierta en el impulso principal del crecimiento. Se estima que el consumo estaría alcanzando el 50% de la demanda agregada. Estas tendencias provocan grandes cambios en la distribución del ingreso, la asignación de recursos, la estructura productiva y el comercio exterior. Respecto de esto último, cabe suponer un aumento sostenido y prolongado de las importaciones de alimentos y otros bienes de consumo y sus insumos, con un fuerte impacto en el comercio internacional. Las prioridades de las inversiones de China en países en desarrollo con amplios recursos naturales, como los de África y América Latina, apuntan a satisfacer su creciente demanda de productos primarios. Esto contribuiría a sostener en niveles altos los precios relativos de tales bienes, particularmente los de los alimentos.
(*) Capítulo sobre China en La economía argentina en el siglo XXI. Globalización, desarrollo y densidad nacional, de Aldo Ferrer. Capital, Intelectual, Buenos Aires, 2015. Reproducción autorizada por la editorial.
PUBLICAR COMENTARIOS