¿De qué asustarse?
Por Néstor Restivo (*)
Durante años, Estados Unidos presionó a China para que sobrevaluara el yuan y así mitigara el enorme superávit comercial que el país asiático tenía, y sigue teniendo, con la gran potencia mundial. China, ingresada en la Organización Mundial del Comercio en 2001 y cada vez comprometiéndose más, haciéndose más corresponsable del curso de los acontecimientos mundiales, fue aceptando aquel pedido, compartido por otros países occidentales, y no permitió que su moneda cayera, lo cual no afectó, por cierto, su nivel extraordinario de superávit externo. Ahora, después de muchos años, ha hecho un pequeño paso inverso y asusta a todos.
La devaluación de su moneda no es de gran importancia porcentual, en torno al 4%, pero mueve todo el tablero porque hoy China es el principal socio (comercial, inversor o financiero, o todo junto) de nada menos que 130 países, dos tercios del mundo. Por eso cada movida de su economía impacta de lleno. Pero, ¿qué podía hacer?
El principal mercado para sus exportaciones, la Unión Europea, se ha hundido y sufre todavía el golpe que la patria financiera global –que la dirige desde Frankfurt y Bruselas- le asestó en 2008. EE.UU., donde se desató la crisis, se vio afectado igualmente y si bien se recuperó en parte, frenó algo su demanda y sigue siendo un mercado también grande para China. Y el resto del mundo en general sufrió una retracción.
Si bien el gobierno chino viene intentando, con cierto éxito, virar el proceso de acumulación desde uno que pivoteara básicamente en sus exportaciones y las inversiones externas que recibe (como hizo desde el proceso de apertura y reforma de Deng Xiaoping hasta hace algunos años) a otro que tenga como principal motor el consumo interno, el sector externo chino sigue siendo importante. Y China busca cuidarlo, que no se retraiga más.
Ya la caída de su tasa de crecimiento del PBI del 9 al 7.5 por ciento anual es una bajón, un costo que debe asumir (más allá de que estaba previsto, en parte, aún antes de la crisis, para desacelerar el ritmo de expansión que le generaba daños colaterales). Y no podía, por lo se observa desde aquí, dejar de incidir, de ayudar a su comercio exterior también en alguna mejora a través de la política cambiaria.
Sus autoridades han dicho que de lo que se trata no es de una devaluación sino de un ajuste previsto en sus sistema cambiario, que incluyen la estrategia de internacionalizar el yuan como moneda de reserva global y convertible totalmente, y que “en vista de las condiciones domésticas e internacionales, no hay razones para una depreciación persistente del yuan”, con lo cual trata de llevar tranquilidad ahora que corrigió la paridad. Habrá que ver.
China no tiene interés en una guerra comercial de monedas. No le contiene en este contexto en el cual, de a poco, va ganando peso global. En todo caso busca un nuevo régimen cambiario que, aunque quizá no haya sido éste el momento mundial más feliz para empezarlo a aplicar, se adecúe al nuevo tiempo de freno económico mundial del que costará bastante salir, y en el cual Asia, con eje en China, sigue siendo el de mayor capacidad de reacción, para bien del resto del mundo.
(*) Codirector de Dang Dai. Nota publicada en Tiempo Argentino
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