Marcos Rodríguez y el contacto con la colectividad taiwanesa
El director de Arribeños, documental sobre el Barrio Chino y la inmigración taiwanesa, cuenta en esta entrevista cómo fue el proceso de producción, los desafíos que le planteó la película y responsabilidad como ditector.
A veces puede darse que en un espacio que apenas alcanza el kilómetro se oculte un universo de periplos interoceánicos y sagas familiares. En las dos cuadras de Arribeños, entre Juramento y Olazábal, se encuentra lo que se ha dado en conocer como el Barrio Chino, un lugar que entre sus dos extremos esconde la posibilidad de varios mundos paralelos, el de las distintas generaciones de taiwaneses y chinos venidos a Argentina, los que apenas hablan castellano, los que aprenden con esfuerzo mandarín, los que se sienten porteños hasta la médula y los que, cuarenta años después, aún sueñan con regresar a su tierra. Marcos Rodríguez es lo suficientemente generoso e inteligente como para no luchar contra esta cantidad de relatos e información, y prácticamente regala sus imágenes a los testimonios de quienes viven su cotidianidad en Arribeños. Y lo hace a través de una estructura en apariencia (y sólo en apariencia) sencilla y una mirada asombrosa para captar el desperezarse diario del vecindario, esa patria entre dos calles a la que hizo referencia el poeta Song Lin en su emotivo Barrio Chino (Fran Gayo en el catálogo del BAFICI)
-¿Cómo definirías la película?
-Arribeños es un documental sobre el Barrio Chino de Buenos Aires y sobre la comunidad taiwanesa en torno a la cual surgió. Se podría decir que tiene dos aspectos: por un lado, funciona como un documental de observación por el trabajo que hicimos de registrar las calles del barrio a lo largo de un año; por otro, el centro de Arribeños es la historia de las familias de inmigrantes que llegaron de Taiwán en los años ’70 y ’80 y se instalaron en Buenos Aires. Cada uno de estos aspectos tiene sentido en relación con el otro: el lugar sólo se entiende a partir de su historia y la historia solo tiene sentido dentro de ese contexto.
-¿Qué desafíos se plantearon al hacerla?
-Creo que la película presentaba dos desafíos fundamentales. El más concreto era poder entrar en contacto con la comunidad taiwanesa, acercarnos a ella y que sus integrantes nos contaran su historia. Pero, por otro lado, el proyecto también planteaba un desafío formal: ¿Cómo contar esta historia múltiple, la historia de toda una comunidad, de un espacio, de una inmigración? A medida que avanzábamos los dos desafíos se fueron resolviendo de forma bastante natural y orgánica: a medida que íbamos entrando en contacto con la gente, ellos mismos se abrían y nos invitaban a entrar en su comunidad y, a medida que íbamos avanzando con la película, la forma que iba a tomar se iba haciendo más clara. Si bien siempre tuve una idea desde el principio, había que llevarla adelante.
-¿Cómo fue el proceso de producción y con qué apoyos contaste?
-Hubo una primera etapa que fue más bien de investigación, como un acercamiento al proyecto. Quería probar si es que se iba a poder realizar el documental y estuve trabajando durante prácticamente un año solo con mi cámara. Esto me permitió avanzar en muchos sentidos. Después recibimos el apoyo del INCAA para documentales en digital y, a partir de ese momento, la producción se pudo formalizar un poco más. Seguimos siendo siempre un equipo chico, pero al contar con recursos pudimos, por ejemplo, sumar a Ada Frontini como directora de fotografía y unas cuantas personas más que fueron fundamentales para que la película pudiera alcanzar la forma que necesitaba. Con este equipo estuvimos filmando prácticamente un año más de modo espaciado, porque era lo que necesitaba la película: cubrir el paso del tiempo. Finalmente, recibimos el apoyo de la Ley de Mecenazgo del Gobierno de la Ciudad, que nos ayudó para la posproducción.
-¿Cómo te definís como director? ¿Cuáles son tus principales referentes del rubro?
-No sabría cómo definirme como director. Hasta hace no mucho tiempo no me habría definido como director: simplemente quise y tuve la suerte de poder hacer las películas que quería. En cuanto a referentes, podría armar una lista de nombres que son importantes para mí, pero puntualmente para esta película trabajé con la referencia del cine asiático en la línea minimalista. La referencia para Arribeños es Hou Hsiao-hsien, fundamentalmente sus primeras películas, las de la década del ’80. No sólo porque temáticamente era importante, sino porque había algo en su forma de narrar, en el uso del plano general fijo, ciertos ritmos que tenían que ver con lo que quería contar.
-¿Qué expectativas tenés para la película una vez terminado el festival?
-Nuestro primer objetivo, que por suerte se dio, era proyectar la película en el BAFICI, no sólo por lo que representa como festival sino fundamentalmente porque nos daba también la oportunidad de estrenar la película en Buenos Aires. Arribeños es, entre otras cosas, una película sobre un pequeño sector de Buenos Aires y era importante que se pudiera ver acá. Y por eso vamos a seguir trabajando para que se pueda ver. Una vez terminado el festival espero que la película se pueda seguir proyectando en otros lugares, que encuentre su público.
La entrevista en Otros Cines
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