Oviedo y Castro opinan sobre la visita de Xi

5 julio, 2014

Con motivo de la presencia de Xi Jinping en Argentina, este mes, la última edición gráfica de Dang Dai publicó notas de opinión, no sin contrapuntos, de los especialistas Jorge Castro, del Instituto de Estudios Geopolíticos, y Eduardo Oviedo, de la Universidad de Rosario. Castro señaló que así como China “ya tiene claro el tema de la producción de proteínas (con Argentina y Brasil como principales proveedores de alimentos), “es imprescindible y crucial ahora que asuma nuestra agenda de desarrollo, que incluye lo industrial”. La visita de Xi “podría ayudar a mejorar el foco de China sobre nuestra región”. Oviedo, por su parte, reclamó por su parte una relación “realmente de beneficio mutuo” y que cambie para que no siga “vigente el intercambio desigual, de características centro-periféricas, en lugar de avanzar hacia un modelo intra-industrial”. En Leer más, las notas

 


Jorge Castro

El viaje del presidente Xi Jinping a nuestra región tendrá una importancia fundamental  para las relaciones con la República Popular China. Tanto para nuestras exportaciones agroalimentarias, ya garantizadas, como para nuestra agenda de desarrollo industrial. Por eso rechazo por peyorativos los análisis que se centran en la primarización de nuestras economías.
Todos nuestros países tienen como socio comercial principal a China, y con ella comparten una segunda característica estratégica: todos exportan materias primas que son productos fundamentales al mercado chino-asiático. En el caso de Brasil, 62% de sus exportaciones, en especial soja y mineral de hierro.
Para América del Sur y su inserción en la economía mundial, la doble vía de comercio e inversiones se mantiene con China-Asia a través de las exportaciones de materias primas. Pero lo más importante, que ya pasa con Brasil y está empezando a suceder con Argentina, es que el vínculo con China llegó a la fase de un creciente ingreso de inversiones directas, incluso industrial.
Dentro de ese marco para América del Sur, para Brasil y Argentina hay una doble particularidad.
1) Ambos son proveedores principales de proteínas (granos y soja) que demanda China. En 2013/14 la cosecha y exportación de soja de ambos países casi duplica la de EEUU. Y en materia de soja y crecientemente maíz la RPCh tomó una decisión estratégica de envergadura: exceptuar de su política de autosuficiencia y seguridad alimentaria, que mantiene para el resto de las producciones, a estos dos productos, lo que abre enormes posibilidades para Argentina y Brasil. O sea, hay un vínculo estratégico, no sólo comercial, en materia de demanda de alimentos.
2) Brasil y Argentina son dos de los tres grandes países industriales de América Latina. Brasil es la 6ª economía mundial con inversiones externas directas por 66.500 millones de dólares en 2013 y el único que completó su industrialización vía sustitución de importaciones ya en 1964-1968; hoy llega incluso a exportar manufacturas industriales. Argentina aún no, pero tiene más de un siglo y medio de historia industrial y acumula formación de capital, experiencia, redes de gran envergadura.
Entre ambos países tienen la 4ª industria automotriz a nivel mundial, y entre las dos, lideradas por transnacionales, cumplen una integración casi completa. En la visión de la economía internacional hay una industria automotriz brasileño-argentina.
Estas razones hacen que en el vínculo con China el papel de Argentina y Brasil asuma una categoría específica. No es el caso de los otros países de América del Sur, muchos con Tratados de Libre Comercio con China, como Chile o Perú, que sólo tienen un comercio exportador de productos metalíferos.
El viaje de Xi entonces no es a América del Sur, sino en particular al núcleo con especificidades en el ranking de intercambio comercial, económico y estratégico de China en el sistema mundial.
Hay que quitarle al término reprimarización el carácter peyorativo. Lo que sucede es que la industria brasileña tiene altos costos (los más elevados del mundo emergente) y baja productividad, por eso su industria fabril pierde posiciones incluso en su propio mercado y versus toda la competencia, no sólo por China. Y en el caso argentino el papel de la industria en términos de inserción mundial es muy pobre: tuvo un déficit de la balanza industrial de 32.000 millones de dólares en 2013, contra un superávit total de 10.000 millones de dólares, porque 66% de sus exportaciones son commodities o manufacturas de origen agropecuario. Nuestro problema es un sistema desarticulado y heterogéneo donde el rol de las inversiones extranjeras directas de parte de las transnacionales (que dominan casi todas las ramas) logró establecer brechas de productividad entre los diferentes sectores. Ejemplo típico es en la industria automotriz, donde los autos
tienen un alto nivel de calidad y un nivel laboral y de productividad a la par que en las casas matrices (General Motors, Volks Wagen, Fiat y otras europeas o norteamericanas) pero los autopartes de proveedores locales tienen niveles de productividad e innovación bajísimos. Por eso crecen las importaciones de insumos para la industria y cada vez se proveen menos del mercado doméstico. Es un problema de baja productividad que debe mejorarse.
La relación con China no es una cuestión de comodidad sino de inevitabilidad y el problema no es si nos relacionamos o no, sino cómo nos relacionamos.
A diferencia de los otros países de América del Sur, Argentina y Brasil tienen una agenda de desarrollo pendiente, lo cual incluye la cuestión industrial. En esa agenda de desarrollo China precisamente debe colocarnos en su estrategia de inversiones directas industriales. El vínculo  ya está asegurado en materias primas porque aquí está la plataforma de suministro de proteínas más importante del mundo. Ahora se trata de reconvertir, articular y proyectar la agenda de desarrollo industrial de Argentina y Brasil, y de definir cuál será el papel de las inversiones industriales chinas.
Argentina tiene oportunidades y hay ejemplos. El grupo Techint era el primer productor de tubos y hoy es una transnacional que hace servicios integrados vinculados al sector. Grobocopatel no es más un productor de cereales sino un complejo productivo, tecnológico, de gestión, de desarrollo proteínas y conocimiento a nivel nacional global. Recién estamos en el inicio de lo que puede ocurrir. Hay un giro en esa dirección y tenemos como ventaja un siglo y medio de historia industrial, un acervo de conocimientos que se va expandiendo. Podemos desarrollar clusters industriales como núcleos de experiencias que se expanden. Una industria no se inventa de la nada. Detrás de la industria en regiones como Córdoba y otras hay una historia de talleres, inmigrantes, industrias. Tenemos la mejor experiencia de América Latina. El boom cerealero del siglo XIX y XX fue acompañada del boom industrial más grande de América Latina. En 1932 y hasta los años
‘40 ya la industria manufacturera era más del doble que México y Brasil sumados. Eso aun antes de la sustitución de importaciones de la primera etapa de Perón. Ese ciclo podría retomarse con China sobre la base de su inversión fabril aquí, como hace ya en Brasil con autos o proveedoras  de alta tecnología para Apple, Cisco y otros grupos de última generación industrial.
Es un camino de doble vía de comercio e inversiones. Es imprescindible que China comprenda que hay subregiones en América Latina. Ya tiene claro el tema de la producción de proteínas. Es imprescindible y crucial ahora que asuma nuestra agenda de desarrollo, que incluye lo industrial. Reconversión y desarrollo industrial son clave para Argentina y Brasil. Es un problema estratégico. Cuando Xi venga para la reunión del BRICS en Brasil a mitad de año verá un mercado de 194 millones de habitantes, de dimensiones asiáticas. Y luego su visita a la región, la primera al Cono Sur, podría ayudar a mejorar el foco de China sobre nuestra región.

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Eduardo Daniel Oviedo

La llegada de un presidente chino a la Argentina siempre es un hecho importante. Sólo tres de ellos visitaron el país desde el inicio de relaciones diplomáticas en 1972. Yang Shangkun fue el primero en 1990, en el marco de la ofensiva diplomática mundial de China, con miras a revertir el impacto negativo generado por la represión a las protestas de la Plaza Tiananmen. En abril de 2001, el presidente Jiang Zemin retribuyó la visita realizada por Fernando De la Rúa el año anterior. Su gobierno había concluido el acuerdo bilateral para el ingreso de China a la OMC y la potencia asiática, amante del realismo político, prestaba atención al puesto 17º ocupado por Argentina en la economía mundial. Tres años después, Hu Jintao encontró al país aislado por el sistema financiero internacional y ubicado en el puesto 34º. Junto al presidente Kirchner dio inicio a las llamadas “relaciones estratégicas”, tristemente recordadas por la “promesa” de inversiones chinas en Argentina. Este año, de concretarse la visita, Xi Jinping encontrará al país en el puesto 25º, consolidado en su rol periférico dentro del esquema centro-periférico que predomina en la relación, cuya cara más visible es el “trueque” soja por trenes.

Estos cuatro momentos históricos sirven para observar las tendencias estructurales que determinan el esquema de vinculación. Hasta fines de los noventa, se trató de una relación entre Estados semi-periféricos, bajo el esquema Sur-Sur. Luego, el éxito de la industrialización china insertó a la Argentina en el proceso productivo global del país asiático, como exportador de materias primas ?principalmente soja y sus derivados? e importador de manufacturas. La complementación de intereses expandió el comercio bilateral, pero profundizó el intercambio centro-periférico; mientras que la ampliación de la asimetría económica (corroborado en la distancia entre ambos PBI y las consecuentes posiciones de las dos naciones en la economía mundial) acentuó el patrón Norte-Sur, donde China es cada vez más del Norte, y Argentina sigue sumergida en el Sur. Estos esquemas rigen la relación comercial y, a su vez, repercuten en el plano político, dada la preeminencia de la economía en la definición del interés nacional argentino.

Su carácter periférico aparece en la primarización de las ventas a China, con 56.6% y 61.4% de participación de las materias primas en 2012 y 2013, respectivamente. Esta primarización es sojera, en tanto el 86.2% de las ventas totales de soja en 2012 fueron a China, representando 54.2% de las ventas al país asiático y 71.2% si se incluye sus sub-productos. Sin embargo, la primarización sojera transita hacia la primarización agrícola diversificada, a medida que China pone en práctica los protocolos para el acceso de nuevos cultivos, con miras a diversificar horizontalmente las exportaciones (como sucedió con el tabaco, maíz, la cebada y posiblemente este año con el sorgo). Algo compatible con el interés chino, pero distante a las necesidades argentinas, cuya modernización requiere explotar verticalmente sus cultivos, con agregación de valor industrial y tecnológico.

Más allá de los discursos sobre des-primarización económica, los datos del Banco Mundial corroboran el aumento de la participación de la agricultura en el PIB, del 5% en 2001 al 9% en 2012, con pico de 11% en 2011. Además, si bien Argentina produce materias primas necesarias para China, los resultados de esta inserción no fueron propicios, pues en 2012 quedó fuera de los cinco primeros socios comerciales de China en Latinoamérica y el déficit alcanzó 18.276 millones de dólares en el periodo 2008-2013. Según el INDEC, China, con 5.377 millones, lideró la lista de déficits del sector externo argentino en 2013, seguido por Estados Unidos y Brasil. Si la apertura de nuevas oficinas comerciales y consulares en China era motivo para expandir las ventas argentinas; es claro que las mismas de nada sirvieron, dado que Argentina mantuvo paralizado el monto de las exportaciones desde 2008.

Las inversiones chinas operan para consolidar el patrón comercial. Desde 2010, cobraron impulso cuando varias compañías chinas (CNOOC, PetroChina e ICBC) invirtieron en activos relacionados con Argentina. Estas operaciones están orientadas a incrementar el control en la provisión de petróleo, minerales (y granos desde que COFCO adquirió el 51% de las acciones de Nidera). Así, China posiciona como inversor en empresas con fuerte presencia en Argentina, pero como aquéllas son realizadas vía “paraísos fiscales”, Estados Unidos, Brasil, Suiza y Chile siguen siendo principales inversores en el país. A estas se agregan las compras directas de material ferroviario. Este canal de “compre chino” sin licitación pública también estimula a provincias y municipios que, con el aval del gobierno central, buscan gestionar proyectos con financiamiento chino. No obstante, las restricciones cambiarias establecidas en 2011 generaron obstáculos al desarrollo de las inversiones extranjeras directas en Argentina, colocándose las empresas chinas en una posición de wait and see.

La expansión comercial también promovió la interacción política. Las visitas de funcionarios de alto nivel y los mutuos apoyos internacionales han sido constantes, sobre todo en la cuestión de Taiwan, donde Argentina apoya el “principio de una sola China” desde 1972. El cambio aparece en una política de derechos humanos más proclive a China, incongruente con el plano interno. Este tema, al igual que la migración ilegal china a la Argentina o la depredación de los recursos ictícolas en la zona económica exclusiva por barcos mercantes chinos, serán dejados a un lado en aras de renovar las promesas chinas de expansión de las exportaciones argentinas o nuevas inversiones.

Es necesario repensar el modelo de inserción de Argentina en las “relaciones estratégicas” que los chinos proponen. Las dos últimas décadas dejaron saldos negativos en el comercio y las principales inversiones pasaron por “paraísos fiscales”. Los agro-commodities son parte de una estrategia a corto y mediano plazo para financiar el modelo productivo, pero no pueden constituirse en el eje central a largo plazo, como se ha llevado a cabo hasta el presente, pues seguiría vigente el intercambio desigual, de características centro-periféricas, en lugar de avanzar hacia un modelo intra-industrial.

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