10 años del viaje iniciático
En junio se cumplieron diez años de la visita que hizo a China el entonces presidente Néstor Kirchner, con lo que se inauguró la “relación estratégica” refrendada ese mismo 2004 con el viaje de Hu Jintao a nuestro país, el de Cristina Fernández de Kirchner a la República Popular en 2010 y, ahora, el de Xi Jinping a Argentina de aquí a dos semanas, donde quizá ese lazo pase a la categoría “estratégica integral”. En cada uno se consolidó una relación que hoy signifca en comercio e inversiones una de las más importantes para Argentina. Publicamos aquí una nota especialmente escrita para Dang Dai por el entonces canciller Rafael Bielsa, que recuerda el entorno de 2004 y los objetivos que perseguía en aquella coyuntura el Estado nacional, así como su admiración por el coloso asiático.
–A diez años de la nueva etapa en la relación con China
Por Rafael Bielsa, ex Ministro de Relaciones Exteriores
China había sido siempre, para mí, un foco de atención. Cuando fui nombrado Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Néstor Kirchner (2003) su arte, su historia política, su reciente voluntad de construir una sociedad más rica –el adjetivo “reciente” debe ser leído en correspondencia con la concepción china del tiempo– me estimulaban el sentimiento y el propósito de contribuir a forjar un vínculo sólido y duradero con tan imponente país. No perseguía ningún resultado inmediato; en esto, como en otras cosas, seguía un proverbio chino: “Si haces planes para un año, siembra arroz. Si los haces por dos lustros, planta árboles. Si los haces para toda la vida, educa una persona”. Estaba, por lo tanto, frente a una tarea diplomática que implicaba una opción cultural.
La Argentina es un país donde, si se repite convenientemente una simplificación que ayuda a confirmar un prejuicio, los que lo profesan la consideran una verdad. Se ha repetido que la política exterior no era una prioridad en la mente de Néstor Kirchner. Nadie mejor que quien fuera su Canciller para testimoniar lo inexacto de tal lugar común. Néstor Kirchner tenía –estoy tentado de escribir “padecía de” – una curiosidad enérgica, metódica e infatigable. Sus instrucciones eran concisas y precisas. Sus previsiones –que esparcía en la conversación como ingredientes sin importancia–, exactas como la cordura. Respecto de China, bastante antes de ganar el derecho a –y las obligaciones de– ser Presidente de la República, me había mostrado en qué medida era consciente de la importancia de dinamizar la relación bilateral y –para decirlo también al modo chino– de la magnitud de los desafíos y de las recompensas: “Si te sientas en el camino, ponte frente a lo que aún has de andar y de espaldas a lo ya andado”.
Fue necesario profundizar en el conocimiento del modelo de desarrollo –basado por entonces en la inversión y en las exportaciones, y también en el mercado interno–, en la sostenibilidad del crecimiento dentro del contexto del vértigo de su fase expansiva, en las grandes empresas estatales energéticas y las organizaciones financieras, en los rasgos de estilo y los protagonistas de su política doméstica (el Congreso Nacional del Partido, el Comité Central, las reuniones plenarias, el Buró Político, las Comisiones Centrales, la Asamblea Nacional Popular, el socialismo con características chinas, Jiang Zemin y la teoría de la Triple Representatividad, la Concepción Científica del Desarrollo, el liderazgo colectivo). Fue necesario hacer las valijas numerosas veces y experimentar sobre el terreno todo lo que se había aprendido desde mucho antes, por las publicaciones, y ya en funciones, a través de testimonios experimentados.
Otra simplificación acerca de quien desempeñara la Primera Magistratura argentina en aquellos años consiste en reprocharle una supuesta impaciencia a la hora de ser informado; nada más lejos de la verdad. China le importaba visceralmente, más allá de las etiquetas editoriales. Los trascendidos acerca de las discusiones de los Plenos del Comité Central del Partido Comunista de China, la evolución del mercado inmobiliario interno, los costos de producción, el añadido de valor de los productos, la oscilación del ingreso per cápita, todo era motivo para estimular sus preguntas afiladas y precisas y para desencadenar sus pedidos de cifras. No recuerdo respecto de ninguna misión a China o desde el Imperio del Medio que, en su etapa preparatoria y en la ejecución, no haya contado con su participación personal y su definición en punto a decisiones vinculadas con el marco amplio de la relación.
Tal vez, “azar” sea el nombre que damos en Occidente a lo que por pereza o por falta de aptitudes no llegamos a desentrañar: ni castigos ni premios, apenas una sucesión de consecuencias. Hablamos –entonces– de que una serie de acontecimientos tumultuosos provocan que la “ciega fortuna” guíe nuestros acertados movimientos (cuando somos beneficiados) o hunda nuestras “erróneas opciones” (cuando somos perjudicados). En China se repite que el sabio no dice lo que sabe y el necio no sabe lo que dice. Ni una cosa ni la otra, dijimos y sostuvimos que en nuestra relación con China se cifraba algo más que el resultado anual de nuestra balanza comercial recíproca. También, que de nada servirían todos los esfuerzos que pudiéramos hacer en la medida en que no los continuaran quienes nos sucedieran. Y supimos (porque nos lo enseñaron nuestros interlocutores chinos) que el camino de la comprensión recíproca era necesariamente arduo y empinado, que los logros se alimentan de los sinsabores porque, al fin y al cabo, llorando es como se nace y recién luego se comprende el por qué.
PUBLICAR COMENTARIOS