Internacionalización del yuan
En Diario BAE el economista Eduardo Luis Curia sostiene que “se está en una instancia ambivalente. En algunas plazas aledañas al territorio chino, se abren circuitos de un mayor uso monetario directo del yuan. Cabe añadir la práctica de swaps. De todas formas, todavía se aplican controles al movimiento de capitales en el país asiático, lo que condice menos con una plena internacionalización de su moneda. Por lo demás, otros reclamos concurrentes, como el de recurrir a un grado de mayor flexibilidad cambiaria, es poco digerible por el temor a una excesiva apreciación del yuan y a sus secuelas.”
Tiempo atrás apareció en esta columna nuestro artículo “El modelo chino: ‘¿pega la vuelta?’”. En él se aludía a rasgos que iban matizando la estrategia económica del gigante asiático, y que abonaban la idea de un cierto cambio de rumbo. En la presente nota, intentamos captar algunas repercusiones externas más amplias de las modificaciones en curso, constatando, incluso, que ellas pueden impactar en determinada dosis en el caso argentino.
Como es sabido, en el marco de un análisis más o menos estilizado, la notable epopeya china, que llevó al país de una condición periférica a otra de tenor central, se asoció grandemente a la estrategia centrada en el tipo de cambio competitivo (con políticas concurrentes en otros frentes), sumando un potente desarrollo industrial muy ligado al esfuerzo exportador, los pronunciados niveles de ahorro interno y de inversión y una resaltable acumulación de reservas internacionales. La experiencia de marras evidenció la capacidad de la matriz de tipo de cambio competitivo sostenible para fogonear instancias de crecimiento acelerado.
También se dio mayoritariamente en el tiempo superávit comercial y corriente externos, algo consecuente con la combinación de cambio competitivo y de alto ahorro interno. Se observó asimismo un avance hacia el superávit de la cuenta capital externa. En principio, un tal superávit congenia con un déficit de la cuenta corriente. Esto no fue tan así en China, en tanto la entrada de capitales externos –vgr., inversión extranjera directa (aunque no sólo este rubro)– no afectó particularmente la relación doméstica entre ahorro e inversión. Los superávits externos concluyeron canalizándose en gran parte en colocaciones –de las reservas acumuladas, que fungen como fondos públicos– en bonos del Tesoro americano (China, de esta manera, es un importante acreedor de los EE.UU.). A la postre, por la mecánica macroeconómica aplicada, las significativas importaciones de bienes de capital ligadas al proceso de desarrollo, de facto, “se pagaron” principalmente por las propias exportaciones chinas.
El giro estratégico mencionado significa desandar paulatinamente criterios esenciales del esquema recién referido. Una pieza clave al respecto fue abandonar en 2005 el peg con el dólar americano de su moneda, el yuan, apelando en adelante a un régimen de canasta de monedas administrado, que facilitó una apreciación real del yuan no trivial.
Asimismo, se acrecienta el énfasis en el consumo y el mercado internos, marcando cierta reorientación con relación al planteo afincado en la firme proyección exportadora en los mercados mundiales, con el palpable “efecto arrastre” de aquélla sobre el mercado local. De paso, el giro estratégico citado, tal como se adelantó, dispara derivas interesantes en el ámbito internacional.
Matices en el frente externo
En la sección anterior se señalaron distintos factores que definían la gestalt que alentó el proceso de fuerte y sostenido crecimiento chino. Allí está clara la incidencia del sector externo y de su especial configuración. Precisamente, el giro modélico que atisba, también presenta rasgos relevantes concernientes al sector externo, aunque con un carácter distintivo. Por de pronto, se distiende en parte la concentración en el reciclaje de los superávits externos –traducidos a través de la acumulación de reservas– en títulos de deuda de terceros países (naturalmente, tratándose en el caso de los EE.UU., del país central por excelencia).
Véase que China vino avanzando en el despliegue de la inversión extranjera directa en variados rubros, ayudándose al respecto, en buena parte, vía los “fondos soberanos”, que constituyen una alternativa para la colocación de sus reservas. Según el carácter de estas inversiones en otros países, ellas alientan exportaciones (a China mismo en especial dosis, tratándose de materias primas y alimentos esenciales) o importaciones provenientes del país asiático.
De todos modos, como expresan McKinnon y Schnabl, China es todavía un acreedor inmaduro. Porque, por ejemplo, a diferencia de Gran Bretaña en el siglo XIX y de EE.UU. después (y Alemania en un ámbito más acotado), el país asiático no puede aún prestar en su propia moneda, desenganchándose, así, en materia crediticia, del riesgo cambiario. En sus operaciones, aún debe asumir la mediación de la moneda de un tercer país, como el dólar, que juega como moneda internacional de referencia. Aquí persiste un dato de liquidez restringida, que lleva a que China todavía cuide el “financiar” sus superávits externos acumulando en forma de reservas los líquidos dólares, mientras se lanza con fuerza hacia las inversiones directas, que carecen de un rasgo tan acusado de liquidez, algo que es robustecido por la presencia in situ de importantes contingentes de directores y de personal chinos, y por un formato de aquéllas al estilo quasi barter (cuasi canje), con una cerrada imbricación entre desembolsos y cumplimiento de las fases de los proyectos.
Lo que se enfrenta es el tema del grado de internacionalización de la moneda china: el yuan o renminbi. Se está en una instancia ambivalente. En algunas plazas aledañas al territorio chino, se abren circuitos de un mayor uso monetario directo del yuan. Cabe añadir la práctica de swaps. De todas formas, todavía se aplican controles al movimiento de capitales en el país asiático, lo que condice menos con una plena internacionalización de su moneda. Por lo demás, otros reclamos concurrentes, como el de recurrir a un grado de mayor flexibilidad cambiaria, es poco digerible por el temor a una excesiva apreciación del yuan y a sus secuelas.
La ambivalencia también se nota en las posturas ante el dólar americano. Como se recordará, en 2009, el titular del Banco Central de China sugirió abandonar el sistema monetario internacional apoyado en la moneda nacional de un solo país, reemplazándolo por otro más plural, en el que podía participar el yuan. Esa posición terminó quedando solitaria hasta en su propio país, y hoy se ve relegada en la consideración.
En fin: el giro estratégico chino, con una mayor atención en su ámbito doméstico, se correlaciona con ciertos cambios de posicionamiento a nivel mundial. La mayor internacionalización del renminbi se halla aquí en juego. A su vez, las posibilidades y limitaciones de este proceso, pueden gravitar en las negociaciones de la Argentina con China buscando préstamos de este país, dada nuestra imperiosa necesidad de disponibilidad líquida de divisas.
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