Perfil de Ai Weiwei, el activista
Una nueva retrospectiva del artista provocador Ai Weiwei ha sido publicada por La Nación. Leonardo Tarifeño traza un impecable perfil de quien “considera al Estado chino su oponente y se ve a sí mismo como un jugador de ajedrez. Sus últimos movimientos buscan denunciar los excesos con ayuda de las redes sociales”.
– El artista como activista
Por Leonardo Tarifeño
“La gran diferencia entre los hombres y los gatos es que los gatos también pueden abrir puertas, pero nunca las cierran”, dice Ai Weiwei en Never Sorry, el extraordinario documental de Alyson Klayman que retrata vida, obra y milagros del artista y activista chino. Weiwei se refiere a uno de los cuarenta gatos con los que convive en su casa de Pekín, un felino osado y atlético capaz de escaparse de cualquier cuarto cerrado. Como bien puede observarse en la película, el animal mide la distancia entre él y el picaporte, se impulsa hacia un salto-vuelo mayor de un metro, golpea la manilla en el lugar exacto y luego, cuando aterriza, sale tranquilamente para continuar su paseo. Con sus palabras, Weiwei elogia al gato y, al mismo tiempo, ofrece una de las mejores pistas para entender su trabajo. Minutos después, en otra escena del documental, es todavía más claro. “Me considero cercano al jugador de ajedrez -señala-. Mi oponente reacciona, yo reacciono. Ahora estoy esperando que mi oponente reaccione otra vez.”
El oponente de Ai Weiwei es el Estado chino, o mejor dicho, el intolerante y persecutorio gobierno de su país, para el que pocas cosas hay más importantes que la propaganda y el control ideológico. Su estética se inspira en la realidad política y social, toma forma en imágenes que resumen conceptos y explota en potentísimas y provocadoras estrategias visuales. Mientras tanto, en la era del inmediatismo comunicacional, redefine la viralidad como forma de arte. Una foto suya, tomada con su celular y subida a Twitter, muestra el momento en el que policías chinos lo detienen para evitar que testifique en el juicio contra otro activista. La imagen recorre el mundo en tiempo real y se convierte en la síntesis de todo lo que su trabajo artístico busca denunciar. ¿Cuál es la “obra”? ¿El soporte es la foto o la Red? En el mundo del artista, que surge del encontronazo entre la lógica de la opresión política y la democratización informativa global, quizás esas preguntas ya no sean relevantes. Lo que de veras vale la pena es saltar como el gato y abrir todas las puertas.
Ai Weiwei comenzó a influir en la opinión pública internacional a partir de sus críticas a los Juegos Olímpicos de Pekín, celebrados en agosto de 2008. Desde 2003 había trabajado en el diseño y la construcción del “Nido de Pájaro”, el asombroso estadio que albergó las ceremonias de inauguración y clausura, con capacidad para más de 90.000 espectadores. Sin embargo, cuando advirtió que el gobierno manipulaba los Juegos para convertirlos en propaganda, denunció lo que consideraba una trampa oficial dispuesta para exhibir una China falsa, escenográfica, orwelliana. Meses antes, el 12 de mayo de ese mismo año, un brutal terremoto de magnitud 8 sacudió el condado de Wenchuan, en la provincia de Sichuán. El temblor, el segundo peor en la historia de China, dejó casi 70.000 muertos, 18.000 desaparecidos y la certeza de que la catástrofe no habría sido tan grave si las construcciones hubieran sido antisísmicas. Jaqueado por la realidad, el gobierno se negó a distribuir listas oficiales de fallecidos, y entonces fue el propio Weiwei quien desde su blog pidió voluntarios para recorrer la zona y ponerles nombres y apellidos a las víctimas de la tragedia. Los voluntarios hallaron, entre mochilas, guardapolvos y libros, las identidades de 5212 niños muertos en escuelas mal construidas. El día del primer aniversario del sismo, el 12 de mayo de 2009, Weiwei publicó en su blog los nombres que el Estado chino no se atrevía a mencionar. Como consecuencia, las autoridades prohibieron su blog e instalaron cámaras de seguridad alrededor de su estudio en Pekín. En la partida de ajedrez, el oponente había reaccionado. La siguiente jugada del artista fue abrir un perfil en Twitter y subir, entre otras imágenes, fotos de las cámaras que lo vigilaban.
Así como en otras épocas el artista luchaba por la libertad, Weiwei parece especialmente preocupado por la transparencia. Es justamente la reivindicación de ese valor, crucial en la época de las relaciones en red, el que lo lleva a denunciar la hipocresía constitutiva de todo poder político, extrema en sistemas opresivos como el que padece China. Heredero de los artistas radicales separados por Mao durante la Revolución Cultural (entre los que se encontraba su padre, el poeta Ai Qing) y formado entre 1983 y 1993 en Nueva York, su tradición está cruzada por las coordenadas de la contemporaneidad: la globalización de la audiencia, la instantaneidad digital, el rechazo a los abusos del poder político, la agitación viral. Activismo, arte, vida cotidiana y conexión a la Red se cruzan como nunca en Ai Weiwei, cuya imagen personal va en camino de transformarse en un ícono de la resistencia neopolítica en la era afterpop. En las fotos que componen Dejando caer una urna de la dinastía Han (1995), el artista arroja al suelo una urna funeraria de la dinastía Han, correspondiente al año 207 después de Cristo. En 2007, su presentación en la muestra Documenta de Kassel consistió en llevar a 1001 chinos a esa ciudad alemana, a quienes retrató durante todo el largo proceso de autorización del viaje en un proyecto que llamó Retratos de cuentos de hadas (“el retrato no apunta a las ropas o las valijas de los participantes, sino a sus experiencias y hasta sus almas”, escribió el curador Philip Tinari). Y en las imágenes de Estudio de perspectiva (1995-2003) el artista levanta su dedo medio contra los grandes monumentos de la cultura occidental, de la Torre Eiffel a la Sagrada Familia, pasando por la galería Saatchi o el Coliseo romano. Ahora, en la Bienal de Venecia, recrea con dioramas y esculturas los 81 días de su detención en una cárcel china. Para entrar a Entrelazados, su muestra más reciente en San Pablo, había que quitarse los zapatos. La intención era recrear un rito de la cultura china y, también, evocar la sumisión impuesta por las autoridades que lo persiguen, vigilan y encarcelan. Tras recorrer la extensa muestra con los pies descalzos, la sensación al recuperar los zapatos indicaba que algo sencillo pero contundente había ocurrido en la última hora. Como si se hubiera abierto una puerta.
La nota en La Nación
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