Deconstruyendo prejuicios

1 julio, 2013

Luciana Denardi, licenciada en Sociología, doctoranda en Antropología Social y Becaria de CONICET, escribe para Dang Dai sobre los prejuicios argentinos hacia los chinos. En el artículo, va deconstruyendo opiniones sesgadas, e ignorantes, acerca de costumbres de esa colectividad en cuanto a la comida, lo laboral, las relaciones sociales. “Estereotipos, generalizaciones –escribe-, que no dan cuenta ni de las particularidades de cada persona, ni de las diferencias al interior de esas comunidades y mucho menos, de las semejanzas entre personas que pertenecerían a ‘culturas’ diferentes”. En Leer más, el artículo completo.


“El chino del súper” y los prejuicios argentinos

Por Luciana Denardi

Se estima que, en la actualidad, alrededor de 120 mil chinos viven en Argentina. La mayoría están localizados en la ciudad de Buenos Aires y en el área metropolitana, aunque últimamente, los “súper chinos” están llegando a las capitales y ciudades de las provincias más pobladas del resto del país. Las representaciones sobre los migrantes chinos que circulan en los medios de comunicación y en el imaginario social argentino son la de “mafiosos” o de “competidores desleales”, ya que al instalarse en una determinada zona, condenarían al cierre a pequeños comercios cuyos dueños son argentinos. Actualmente, podemos observar una gran contradicción: estamos frente a un boom en el que se presenta a la “cultura china”, su medicina, sus filosofías, sus prácticas, sus artes, como la posibilidad de sumergirse en un mundo mágico en el que el bienestar personal se consigue de manera natural, pura y ancestral. Sin embargo, las personas que provienen de la misma región de donde surge aquello que consideramos superior a lo “occidental”, generan rechazo.

Quiero aprovechar este espacio para deconstruir –o al menos hacer tambalear- algunas de las categorizaciones que se atribuyen a los migrantes chinos. Que son “cerrados”, que se comunican “a los gritos”, que “comen ratas”, que “viven en los supermercados en los que trabajan”, que “viven para trabajar”, que “lo único que les interesa es el dinero”…. Y la lista de prejuicios y estereotipos podría continuar. Como mi punto de partida es concebir el desconocimiento como la base de estos estereotipos, me propongo dar a conocer algunas particularidades de este grupo de migrantes, para hacer el ejercicio de encontrar diferencias entre “ellos” –es decir, las diferencias al interior de la  “comunidad china”- y las semejanzas de “ellos” para con “nosotros” –es decir, “los argentinos”.

Dentro de la comunidad china, existe una tendencia a trabajar con las personas cercanas afectivamente ya que inspiran confianza. Antes de emprender relaciones comerciales con desconocidos, prefieren hacerlo con gente de la comunidad, lo que les genera cierta seguridad. Esto les ha hecho ganar la fama de “cerrados”, “herméticos”. Disputando este supuesto hermetismo, en el trabajo de campo para mi investigación me encontré con adultos, jóvenes y niños que me recibieron con los brazos abiertos en sus instituciones, asociaciones, iglesias y templos. Una bienvenida que incluyó charlas, comidas compartidas, diálogo respetuoso, interés por conocerse mutuamente y cálido intercambio.

¿Se comunican a los gritos? El idioma chino posee una fonética, una tonalidad, una escritura que, junto a la ausencia de un alfabeto, complejizan el aprendizaje y el entendimiento. Esta dificultad genera que quienes no comprenden el chino centren su atención en el volumen de la enunciación. En el imaginario local, los chinos gritan, y esa es una manera de ocultar una relación casi indisociable para el argentino: el que grita es poco educado, es grosero. Sin embargo, en la caja de un supermercado o detrás del mostrador de una venta de bijouterie, podemos encontrarnos a una cantante de ópera, un artista, un tallador, un profesor.

¿Comen ratas? A ningún miembro de la comunidad china con el que trabajé le consta. Pero siempre hay algo para compartir,  por pequeñísima que sea la ocasión: un café batido, un té sin azúcar, sopa o grandes banquetes que incluyen tofu, algas, verduras salteadas, carnes agridulces. En el tiempo que llevo conociendo a migrantes chinos, si hay algo que nos acerca es la importancia que le atribuimos a la comensalidad, y a los vínculos que nacen al compartir una mesa.

¿Viven en los supermercados? Algunos sí; otros por un corto tiempo Otros no. La llegada a un nuevo país está repleta de vicisitudes a veces impredecibles. ¿Viven para trabajar? Si, muchos de ellos sí, otro no tanto. Muchos comerciantes chinos adoptan una estrategia comercial que requiere una maximización de volumen de venta para sostener los bajos precios obligándolos  a mantener abiertos los comercios durante muchas horas. Otro factor que puede explicar los extensos horarios de trabajo es la necesidad de envío de remesas a la familia que quedó en su lugar de origen. En otras familias los hijos mantienen económicamente a los padres, como retribución y agradecimiento al sacrificio que éstos hicieron al criarlos. Sin embargo, como muchos de ellos llegaron hace casi treinta años a Argentina, están comenzando a disfrutar de pequeñas escapadas de descanso y turismo los fines de semana largos.

Como he tratado de poner en discusión, esas afirmaciones que parecen irrebatibles en las charlas cotidianas con vecinos y familiares, se diluyen al acercarse a “los chinos” y su “comunidad” y “cultura”. Porque son eso, estereotipos, generalizaciones, que no dan cuenta ni de las particularidades de cada persona, ni de las diferencias al interior de esas comunidades y mucho menos, de las semejanzas entre personas que pertenecerían a “culturas” diferentes. Dentro de lo que comúnmente se nombra como “los chinos”, existen tantas diferencias y particularidades como personas. El respeto por esas diferencias  es lo que debemos ejercitar como sociedad.

Categorías: Contribuciones

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