Calles de Beijing

24 febrero, 2013

Jugando al jian zi en una plaza de la capital china.

Las calles de Beijing mezclan una furiosa modernidad con, todavía, algunos rasgos de la antigua china imperial. Aquí, un diario de viaje por las calles, avenidas y pasajes de la asombrosa capital china, recorridas recientemente por uno de los editores de Dang Dai. La nota es parte de la edición gráfica del número 5 de la revista, que fue publicada a fines de 2012.


Calles de Beijing
Ese no sé qué, viste

Por Néstor Restivo

Lunes 17 de septiembre. Hay una calle que parte en dos a la Ciudad Prohibida, la antigua y majestuosa sede de los emperadores de los últimos cinco siglos de la China imperial. Es una calle, en verdad ancha avenida, que separa la Corte Exterior, la de las amplias edificaciones de las Armonías -la Suprema, la Central y la Preservada-, lugares de entrenamientos, ceremonias y recepciones importantes; y la Corte Interior, lugar para la familia del emperador y hogares de sirvientes, ministros, concubinas y eunucos, también con palacios imponentes como el de la Pureza Celestial, el de la Tranquilidad Terrenal o el Salón de la Unión. En vez de estrellas, como los hoteles, dragoncitos y otros animales en el techo marcaban su rango de importancia. Hay una Vía Imperial, un bello empedrado que forma el eje central del complejo (y en algún sentido, todavía hoy el de la ciudad de Beijing), que sólo podía ser jineteado o caminado por el emperador, acaso una sola vez por la emperatriz, el día de su boda, o por los estudiantes, si pasaban con éxito el examen imperial. Es improbable que el turista que hoy la pise como si nada entienda a esa figura del emperador, para muchos sin parangón en la historia occidental, excepto en la patética interpretación de W. Bush y sus “diálogos” con Dios. Porque él era a la vez líder político y un concepto metafísico, un emperador no sólo de China, sino de toda la humanidad, el venerado Hijo del Cielo, su intermediario simbólico, de lo cual emanaba todo el concepto moral que envolvía al régimen. Hay muchas calles en el interior de la Ciudad Prohibida, a la que uno accede deslumbrado apenas cruzar la plaza céntrica de la capital china, Tiananmen, encarando para el cuadro de Mao Zedong sobre el paredón de entrada. Pero las que más me impresionaron fueron, por un lado, una que me recordó las utilizadas por Bertolucci en su aclamada película, donde el último emperador PuYi, niño entonces, corre para siempre por una larga callejuela de paredes rojas que se interna sinuosa en la misteriosa Ciudad; y al norte del Palacio de la Longevidad, en un rincón, esa callecita con un pozo que evoca la horrenda muerte de la concubina Zhen, quien a fines del siglo XIX fue asesinada por mandato de la celosa emperatriz Cixi. Muchas leyendas de fantasmas en la Ciudad Prohibida. Poca gente, de noche, cerca de sus muros.

Martes 18. Extramuros, no puedo no preguntarme qué pensaría el emperador, el soldado mongol o de manchuria, el guerrillero maoísta, el campesino antiguo o aun el campesino moderno que aspira a emplearse en Beijing para una torre en construcción, de esa calle muy cerca del Mercado de la Seda, en Jia Nº 9 de la peatonal Guanghua Road, en una zona comercial con la galería The Place al centro, que tiene de techo ya no la bóveda celestial sino una tremenda pantalla Led de 250 metros de largo, la mayor de Asia, y que a las 7 pm empieza a disparar imágenes de todo tipo.

Miércoles 19. Los anillos. Seis, creo. Quizá ya sean siete, al ritmo de las topadoras. Anillos concéntricos de una mega metrópoli con, oficialmente, 20 millones de habitantes, pero que algunos elevan hasta el doble porfiando que no están incluidos los migrantes laborales. En Beijing se quejan del tránsito, pero cómo explicarle que en la Ciudad de Buenos Aires, seis veces más chica, puede ser peor. Todo es muy organizado. Los anillos que van rodeando como varias “General Paz” al casco antiguo y a los demás descomprimen las calles internas. Y además de las autopistas, las avenidas tienen varios carriles en cada sentido. Las calles “normales” pueden tener tres por lado, y hasta las calles angostas tienen dos. Además, claro, las ciclovías. Con las bicis, sobre todo eléctricas, el verdadero peligro del peatón. Debajo de todas ellas, un sistema de subtes de primerísimo nivel. Créanme, con tanta más población, con aglomeraciones que no envidiarían los porteños. No hay bocinazos. No sé chino, pero me pareció que no había insultos en las demoras.

Otra calle cualquiera. Un grupo de la tercera edad juega al jian zi, una “pelotita” (en verdad cilindros del tamaño de una ficha de casino, los de abajo de goma y el resto de lata o cartulina) con varias plumas que lo hacen volar suavemente. En círculo, hombres y mujeres le pegan de bolea pero les gusta más de taquito, doblando la pierna detrás de la espalda, o haciendo un cuatro, y son maestros en mantenerlo en el aire mucho tiempo. Difícil creer que los chinos aún no puedan hacerlo con una pelota. Cuando despierten al fútbol, y quizá falte poco, habrá que temer, hubiera dicho Napoleón. Además del jiang zi, el bádminton estilo chino (otra pelota con plumas, pero para raquetas), desde luego el tai chi chuan, bailes con música de diversos ritmos y otros deportes o ejercicios para mantener sano y ágil el cuerpo. Más mentales y menos físicos: el mahjong o el wei qi. O musicales, el erhu de dos cuerdas. En las calles y en las plazas. Sobre todos en las mañanas.

Jueves 20. Alguna gente, o me pareció, en pijama a la puerta de su casa, hablando con el vecino. Mucha vida social en los barrios. Hay casas que, dicen, todavía no tienen baño propio. Mucho baño público, entonces, en la ciudad. Y una anciana que vende unos buñuelos, o bollos, cocidos al vapor en cestas de bambú y rellenos con cerdo, más grasa que carne de cerdo. También hay churrerías, algo más parecido a lo nuestro. Y en un mercado de comidas, escorpiones o serpientes. La verdad prefiero, en un buen restaurante, pato laqueado, aunque luego de comerlo me dicen que al pobre bicho lo tienen desde que nace varios meses inmovilizado y comiendo para que esté pechugón cuando lo asen con leña de árboles frutales, lo que le dará otro sabor. Un horror. ¿Hacemos algo más benigno con las vacas?

Una calle, Xi Dan, a una o dos estaciones de metro de la de Nanlishilu, donde está mi hotel, el Palacio del Pueblo de China. Shoppings, nada importante para decir.

Viernes 21. Liulichang, calle antigua, con anticuarios y librerías donde el guía informa que está prohibido comprar y vender piezas anteriores al siglo XVIII, el anteúltimo de la dinastía Qing. Y si bien nadie del grupo piensa en compras importantes, advierte sobre las falsificaciones o sugiere compras con piezas que lleven el sello lacre del Buró de Reliquias. Otra calle antigua es Yandai Xiejie (pasaje de la pipa), en el distrito Xicheng, cerca del hermoso parque y lago Houhai. En efecto era el lugar en el cual hacia los siglos XVII y XVIII se reunían los hombres a fumar pipa, en particular una de madera que medía metro y medio. Restaurada en 2007, hoy es una calle comercial básicamente para souvenirs, pero conserva cierto encanto de lo que debió haber sido Beijing.

En Dazhalan 24, al sur de la plaza de Tiananmen, una farmacia muy antigua, abierta en 1669. Ofrece remedios naturales. En la comercial Qian Men, mezcla de casas tradicionales y marcas internacionales, o sus copias, una vieja zapatería donde Mao Zedong y Deng Xiaoping, también Jackie Chan, se compraron zapatos onda mocasín, pero más chatitos y muy clásicamente chinos. Y en el Zhengyang Market, Qian Men west, la casa de té y restaurante Laoshe, nueva pero de estilo antiguo, hasta se puede almorzar disfrutando del teatro de sombras. Tomar sólo remedios naturales, calzarse bien, comer bien. Hasta donde sé no es un refrán chino, pero podría serlo.

Sanlitun. Barrio de calles occidentalizadas, embajadas, un gran Apple Store, chicas que se ofrecen con algún sigilo, chicos gay (¿no era que no había?), Starbucks.

Hutong. Callejuelas antiguas, en el viejo casco de la vieja ciudad hoy sepultada por la modernidad. Casas tradicionales, para el turista. Carricoches que te llevan. Vale la pena. En una ciudad conveniente para el bolsillo porteño, ahí no hay que tomar nada desprevenidamente, o a lavar los platos y los palitos.

Categorías: Economía Turismo

PUBLICAR COMENTARIOS