Shanghai, perla de oriente
Ex cónsul argentino en Shanghai, Miguel Alfredo Velloso escribió para el número 5 de la revista Dang Dai este artículo sobre la gigantesca y sorprendente ciudad china. La nota repasa la historia de Shanghai, el cruce con Occidente a partir de la llegada de europeos tras la Guerra del Opio, la mixtura de tradición y modernización y su extraordinario crecimiento en las últimas dos décadas, para finalmente describir sus dos distritos más famosos articulado a ambos lados del transitado y caudaloso río Huang-Pu, afluente del Yangtsé: Pudon y Puxi. En Leer más, el artículo.
SHANGHAI
Epicentro del Zhong Guo (China) el “Pais del medio”
Por Miguel Alfredo Velloso (*)
Arte, creación, cultura y el dinamismo económico muchas veces van de la mano y marcan los destinos de los pueblos. En ciertas latitudes, junto al bienestar que expanden más allá de sus fronteras, una mágica combinación de dirigentes y comerciantes iluminados van cimentando nuevas síntesis, que dejan profundos trazos y hacen historia.
Vimos cómo, luego de haber estado anclada en la Europa medieval, en el siglo XVI Venecia -la reina del Adriático- se erigió en el epicentro del mundo socio-cultural, comerciando en todo el mundo por entonces conocido productos de Constantinopla y de Alejandría.
La siguieron con el tiempo muchos otros conglomerados que adquirieron reputación por su rápida expansión y capacidad de competir -desde su dinámica- con las capitales políticas de sus estados: Milán, Barcelona, San Pablo, Frankfurt, Mumbai…, todos los cuales se erigieron en atractivos polos de desarrollo tecnológicos y financieros.
Uno de los últimos que amalgamó eficazmente arte y comercio fue Nueva York, el centro financiero de la economía atlántica en el XX. Mas hoy asistimos asombrados al nacimiento de la nueva estrella que empieza a brillar en el firmamento asiático: Shanghai, la Perla de Oriente.
El veneciano Marco Polo, quizás el primer occidental en quedar maravillado por esta nueva cultura, merodeó sus alrededores en el siglo XIII, donde conoció la Ciudad del Cielo, Quinsai (Hangzhou, muy cerca de Shanghai), la ciudad de los 12.000 puentes.
Un poco mas al norte, dentro del mismo delta del río más largo de Asia –y tercero del mundo- el Yang Tse, florecen otras “Venecias” asiáticas: Suzhou, Wuzhen, Zhouzhuang e incluso Qipao, dentro de la ciudad, que aún conservan su encanto medieval.
La convulsionada historia reciente de Shanghai, marcada por la presencia británica, francesa y norteamericana, dejaron como contraparte una fusión de culturas, una rica arquitectura decimonónica, paisajes urbanos exuberantes, una gastronomía de gran variedad, en síntesis una vida urbana emocionante y una industria hotelera bien establecida,. No olvidemos que cuando concluye la Primera Guerra del Opio, en 1842, los británicos exigieron, por medio del Tratado de Nankín, que Shanghai y otros puertos se abrieran al comercio internacional, quedando varias zonas de la ciudad bajo concesión inglesa, francesa y estadounidense. En 1932 Shanghai ya era la quinta ciudad más grande del mundo y hogar de 70.000 extranjeros. Sin dudas encierra una dimensión original donde oriente y occidente se fusionan en una nueva síntesis capaz de desconcertar a cualquier viajero.
Al igual que Nueva York, aun no siendo capital, se convirtió -luego de la apertura económica de su país iniciada en 1978 bajo la inspiración de Deng Xiaoping- en el corazón económico y eje central del desarrollo logístico y comercial de la china moderna, además de ser una pieza clave de su explosión financiera, hoy en plena expansión.
Desde 2005 el puerto mas importante del mundo se ha ganado con justicia el calificativo de “Muestrario de la fábrica” asiática. Pero, a diferencia de Hong Kong, que fuera una plataforma financiera y logística británica, desde donde se irradiaba el comercio de la China continental hacia el mundo, esta ciudad se ha convertido en el espejo de la orgullosa China moderna, donde los habitantes de las nuevas ciudades del país-continente se miran, cuando buscan un reflejo del mundo exterior.
Con una población de 20 millones, la mitad de toda la Argentina, cada esquina rebosa de prosperidad. Su cotidianeidad nos certifica que en esta ciudad progresista y moderna, el futuro ya es presente.
Cada mañana, la Plaza del Pueblo, de forma redonda -ya que fuera el Hipódromo durante la ocupación británica-, se convierte en punto de encuentro para los amantes de la cultura nativa. Como en un juego circular, el otrora lugar de reunión y esparcimiento en torno a competencias ecuestres de las elites en épocas coloniales es hoy escenario de tan ordenadas como pintorescas sesiones de tai chi chuan, con las que la gente cultiva su espíritu y preserva su salud en un masivo ejercicio del “yo colectivo”.
Desde allí uno accede al entretejido de las 11 líneas de subterráneo con 278 estaciones que dispone la ciudad. Construida en sólo cinco años, la red hoy recorre 434 kilómetros y es la más grande del mundo. Cuando esté concluido el trazado, hacia 2020 según lo proyectado, habrá 22 líneas que cubrirán 877 km. Como referencia, basta mencionar que París necesitó un siglo para construir un cuarto de esta distancia en subterráneos.
Así es Shanghai: la ciudad más poblada y organizada del planeta, con récords en velocidad de construcción de puentes y túneles, autopistas inteligentes y líneas férreas de alta velocidad. Y, al mismo tiempo, con una historia de tradiciones que perduran, y que puede contarse desde el siglo VII antes de Cristo.
Shanghai debe su nombre a dos simples ideogramas chinos que la marcaron, como un sino inexorable: “hacia el mar”. Alrededor del siglo VII a.C. era un asentamiento pesquero, en la desembocadura del río Yangtsé, con sus 5800 kilómetros. Adquirió presencia regional hacia el año 1000 de nuestra era, y forjó sus murallas protectoras en 1553, cuando consolidó su status de ciudad. La ya mencionada primera Guerra del Opio –cuyas consecuencias se extendieron entre 1839 y 1842–, surgida ante la resistencia china a una burda maniobra para equilibrar la balanza de pagos deficitaria para los británicos (grandes importadores de té chino y comercializadores del opio cultivado en la India por su Compañía de Indias Orientales), concluyó en un enfrentamiento naval, en 1841, con la posterior derrota de China, que se vio forzada a suscribir el tratado de Nankín. Un par de años después, noventa comerciantes británicos –entre ellos, siete mujeres–, se instalaron en la ciudad, inaugurando la presencia europea en Shanghai.
El “libre comercio” –naturalmente para los británicos, y en especial el del opio– fue impuesto a cinco puertos chinos, incluido el de Hong Kong. Detrás de la pérfida Albión (como fuera caracterizada por el poeta Ximénez) vendrían las otras potencias marítimas (Estados Unidos, Francia y Rusia) a participar del festín, forzando a China a abrir otros once puertos al comercio exterior en 1860. El fracaso de los Bóxers –verdaderos ninjas de la época–, en su heroica rebelión contra los invasores extranjeros, tibiamente respaldados por la emperatriz Ci Xi, daría por tierra también con la ya tambaleante dinastía manchú, e impulso al surgimiento de la República China, en 1911, liderada por Sun Yat-sen.
Fue para ese entonces que la presencia extranjera en Shanghai, que se extendió por casi un siglo y compartimentó la ciudad en tres concesiones o zonas de influencia –la francesa, la británica y la norteamericana, las dos últimas fusionadas en 1863–, introdujo el esplendor de la cultura decimonónica occidental en la nueva metrópoli asiática, que llegó a ser denominada La Perla de Oriente. Sucesivamente, fue asilo para la desperdigados zaristas y refugiados que huían de la revolución bolchevique de 1917, escondite de revolucionarios coreanos en 1919, puerto de acceso a la China continental para las huestes del Imperio del Sol Naciente, con el que China mantuvo dos guerras (1894-1895 y 1937-1945) y albergue temporario para una nueva migración de más de 18.000 refugiados austríacos y alemanes judíos que huían del nazismo y que también encontrarían alivio en la Pequeña Viena o Pequeña Berlín, el gueto donde se instalaron en 1941, en el barrio de Hongkou.
Como sucedió con la Reina del Plata, el Shanghai de los años 30 fue moldeando, junto a sus transitorios ocupantes, una metrópoli extravagante y compleja, pero exclusiva para los ocupantes europeos, que en sus delirios de superioridad fijaron carteles prohibiendo el acceso tanto a “perros como a chinos” a los respectivos asentamientos.
Esta mezcla de tradiciones y costumbres, en cuya génesis participaron invasores, refugiados, aventureros y comerciantes provenientes de los mas recónditos lugares del planeta, configurarían una cultura nativa propia, diferenciada de la poderosa y milenaria tradición campesina –rica en ya arraigadas manifestaciones como la ópera, la poesía, la pintura, el tai chi chuan, el feng shui y la medicina tradicional–, que se fue arraigando en el espíritu popular chino a lo largo de sus más de cinco milenios de historia conocida, y que perdura hasta la actualidad.
La belle époque, con sus matices de libertinaje, euforia, bienestar y optimismo, alimentó la fantasía de los aventureros: el embrujo de Shanghai, con sus mujeres fatales y los vicios ocultos, atrajo a miles de viajeros. En los años 30, con sus 3 millones de habitantes de más de 40 nacionalidades, era quizá ya más cosmopolita que muchas ciudades europeas. A ello contribuyeron incuestionablemente los británicos y sus aliados, en especial el clan liderado por la familia de David Sassoon, un judío sefardí originario de Bagdad que comerciaba con su flota la seda, el té y la plata china, a cambio del opio que su flota traía de la India.
La pujanza y creatividad de este poderoso clan familiar fueron determinantes en la construcción de los iconos tradicionales del dominio financiero inglés en el Bund, fachada fluvial de la ciudad sobre el río Huang-Pu. En él descuellan aun imponentes edificios que fueron de su propiedad: una de las mejores reliquias del art déco de la época, el Hotel Cathay (hoy Peace Hotel), citado por André Malraux en épicos episodios de la guerra civil china en su obra “La condición humana”; el monumental HSBC –Hong Kong Shanghai Banking Corp.– construido en 1921 y que fue sede del ayuntamiento en el período más “comunista” de la ciudad, entre 1950 y 1990; el imponente Banco de China, y la sede central de la Aduana interna, con una torre superior a los 30 metros, coronada por un clásico reloj al mejor estilo británico.
La costanera fluvial –el Bund– está unido por una larga calle peatonal con otro centro de esparcimiento neurálgico de la época colonial, ubicado en medio de la ciudad antigua: el citado hipódromo británico, convertido en los años 50 por las autoridades comunistas en la Plaza del Pueblo. Sobre las antiguas tribunas del hipódromo, recicladas, se construyó el Museo de Arte Moderno, coronado por una torre de reloj neoclásica; junto a él, el de Arte Contemporáneo; y a ambos lados del Palacio de Gobierno, ubicado en el medio de la plaza, el Museo de Infraestructura y Planificación (donde se puede apreciar en maquetas el Shanghai de hace 100 años… y el de los próximos 50); el Teatro Nacional–obra de conocidos arquitectos franceses– y el imponente Museo de Arte Oriental, con más de 1.200.000 piezas de cerámica, bronces, pinturas y caligrafías tradicionales.
Sin dudas, la ciudad vivió hasta el advenimiento del comunismo un período de prosperidad y opulencia sin igual, donde el refinamiento de la cultura europea dejó una marca definitiva que hoy, con la creciente globalización china, recuerda su condición cosmopolita.
Uno de los espacios que han podido superar el embate del modernismo en la ciudad han sido los denominados Jardines de Yu Yuan, verdadera “Chinatown” de Shanghai. Se trata de un microcosmos creado entre 1559 y 1577 (entre la primera y la segunda fundación de Buenos Aires), durante la dinastía Ming, a imagen y semejanza de los jardines imperiales, con su mágico pabellón en forma de estrella, encastrado en el medio de una fuente a la que se accede traspasando laberínticas pasarelas, las que según la tradición se construyeron para evitar ser seguido por los malos espíritus.
Tiempos modernos
Hoy, los 20 millones que componen la población de Shanghai, al igual que el medio millón de extranjeros que llegaron en los últimos años movidos por la ambición, los sueños de un enriquecimiento rápido y el gusto por la aventura y lo desconocido, rebosan de energía. La sensación predominante es la de que todo es posible, y hay mucho de cierto. De la noche a la mañana puede duplicarse la fortuna de los que apuestan en la Bolsa; puede cambiar íntegramente un barrio en lo edilicio, pero también… simplemente desaparecer, arrastrado por insensibles topadoras al servicio de nuevas ideas de los planificadores desaprensivos, que, a la hora de mejorar la calidad de vida de la población, no miden consecuencias. Todo se hace a “escala planetaria”, porque la decisión de jugar en primera en la arena económica mundial está definitivamente internalizada.
Si fuera necesario caracterizar la personalidad de sus actuales moradores, bien podría hablarse de una “pasión por el gigantismo”, especialmente edilicio, quizá reminiscencia de un apego a las pagodas, en su impotente búsqueda del cielo desde tiempos del Celeste Imperio. El municipio de Shanghai, con sus 6340 kilómetros cuadrados, está hoy articulado a ambos lados del transitado y caudaloso río Huang-Pu, afluente del Yangtsé. Sus dos riberas se enfrentan como un espejo dividido por la historia: el pasado en Puxi (al oeste del río Huang Pu) y el deslumbrante futuro, encarnado en Pudong, al este del mismo río.
Pudong
Con un tamaño similar a Singapur, que hasta hace tan sólo 18 años fue un extenso arrozal, Pudong hoy alberga una suerte de “ciudad gótica” repleta de rascacielos de hierro y vidrio. En su meandro principal, once esferas de cristal encastradas en un curioso y característico trípode de cemento, coronados por una aguja de 480 metros, dan nombre a la Oriental Pearl Tower, símbolo de la paz y la armonía en el I Ching.
Dividida en su planificación urbana, tiene cuatro segmentos estratégicos: el financiero, el industrial, el de alta tecnología y el logístico. La nueva Manhattan ya es sede de 250 de las compañías líderes que integran la selecta lista de Fortune 500 y de dos de los edificios más altos del planeta: el Shanghai Hill WFC (World Financial Center), con sus 101 pisos y 492 metros de altura, y el Jin Mao Building, de 88 pisos y 421 metros, considerado hoy el hotel más elevado del mundo, y tercer edificio en altura.
El Aeropuerto Internacional de Pudong, el tercero mundialmente en términos de cargo, recibió en 2010 40 millones de viajantes –la mitad internacional- que llegaron en 87 líneas, provenientes de 194 destinos de los cuatro puntos cardinales. El aeropuerto está unido a la ciudad por el único tren de levitación magnética comercialmente operativo en el mundo: el Maglev, que se desplaza a 435 kilómetros por hora. Lo mismo sucede con su puerto marítimo, ya que al manipular un volumen de carga de más de 30 millones de TEU, es el primero del mundo.
Las proyecciones parecen infinitas. Hoy ya nadie duda de que Shanghai será, si no lo es ya, el mayor centro de distribución y plataforma de negocios del mundo. El valor de las exportaciones e importaciones realizadas a través del puerto crece anualmente. Sucede que cerca de 40.000 empresas extranjeras ya han invertido en proyectos locales por más de 30 mil millones de dólares, que le proveen el 30% de las ganancias a la ciudad.
Pudong también aspira a quitarle el cetro a Hong Kong como capital financiera asiática en el corto plazo. Su Bolsa de Valores es hoy considerada la quinta del mundo con un “market cap” de 2,3 billones de dólares en 2011.
Puxi
El crecimiento de Puxi no se queda atrás. Esta capital económica de China cuenta con más de 4.000 rascacielos, y más de 200.000 viviendas se construyen y venden anualmente. Esto explica por qué “una de cada cuatro grúas de construcción en el mundo” trabajó durante estos últimos años en Shanghai. Pero, a diferencia de Pudong, donde todo es cemento y cristal, en este margen del río se evidencia una síntesis de lo oriental con lo occidental. Elegantes edificios de arquitectura contemporánea –aunque siguiendo fielmente los parámetros del feng shui, con sus fachadas encarando al Sur y ángulos que evitan la dispersión de la energía– se extienden a lo largo y lo ancho de la ciudad. Desde la Plaza principales fácil percibir el elemento dominante que caracteriza el arte edilicio local: los edificios culminan con las figuras más estrambóticas, que incluyen coronas reales, ilusiones de pagodas iluminadas y hasta imposibles moebius.
El poder adquisitivo de la población de Shanghai es seis veces superior al de los demás habitantes de este país-continente. Y ello es fácil advertirlo en los barrios y distritos de la ciudad, donde conviven las tiendas familiares, con productos a precios módicos, junto a los gigantescos malls internacionales, con una oferta de productos de altísima calidad a precios comparables con los de Londres. Y en medio de esta babélica ciudad sobresalen los mercados de pulgas, una suerte de imán para millones de extranjeros que buscan productos de marca a precios de timba, luego de confrontarse con la capacidad negociadora de políglotas vendedores armados de una calculadora al efecto.
La excelencia es buscada en todos los ámbitos. La educación pública es obligatoria, y extremadamente exigente. Hay un moderno sistema de enseñanza superior y 25 universidades, algunas catalogadas entre las mejores del mundo. Los institutos de educación superior tienen formación bilingüe obligatoria, existen 626 escuelas primarias y 945 escuelas medias.
Si China es hoy considerada con razón “la fábrica del mundo”, Shanghai es sin dudas su muestrario. Nada hace prever una desaceleración de su ímpetu en las próximas dos décadas, ya que a su extensa presencia comercial a nivel mundial se le puede agregar la rápida incorporación de los 800 millones de campesinos a la sociedad de consumo, siguiendo el ejemplo de la “Venecia de China” que adoptaron como modelo de vida.
(*) Embajador. Ex cónsul en Shanghai
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