Del Che a Mao

7 enero, 2013

En la Patagonia inconmensurable, una noche Ernesto Che Guevara durmió en un galpón donde los guardaparques guardaban el pasto para los animales. Hoy ese rincón de San Martín de los Andes se convirtió en La Pastera Museo del Che, donde se exhiben algunas fotos del Che en China. Y este año, en el Three Shadows Photography Art Centre de Beijing y en Shanghai, se inauguró la muestra “Che fotógrafo”, selección de 232 fotos tomadas por el líder revolucionario, recuperadas por su esposa Aleida March y su hijo Camilo. La muestra sigue en Tokio. Los asiáticos pueden así recorrer, a través de la mirada del Che, su vida íntima y su camino, desde sus primeros viajes por América Latina hasta la Revolución Cubana. En el número 5 de la revista Dang Dai, de reciente aparición, se publica una nota sobre la relación del Che con China. En Leer más, el texto completo.


Del Che a Mao, o la fascinación por el jade

 

Por Romina Pighin

Las culturas chinas y las precolombinas mesoamericanas, en principio muy distantes, compartían la pasión por el jade, una piedra semipreciosa que para unos simbolizaba el honor y para los otros estaba considerada un don de los dioses. La revelación de ese factor, común entre dos culturas que dominaron sus respectivas regiones del mundo pero que no desarrollaron vínculos entre ellas, es un dato sorprendente.

Ernesto Guevara consideraba a China un ejemplo a seguir y admiraba a Mao Zedong, con quien se reunió en varias ocasiones. La primera visita del Comandante Che Guevara fue en noviembre de 1960, oportunidad en que fue recibido por Mao. El recibimiento al Che en el aeropuerto de Beijing –entonces Pekín- estuvo a cargo de Deng Xiaoping, acompañado de Liu Zhao y otros dirigentes. Los principales medios de difusión chinos, en especial la prensa escrita, ofrecieron una gran cobertura a la visita de la delegación presidida por el Che. Desde entonces, se continuaron las visitas y los encuentros con los referentes principales del Partido Comunista Chino.

Sin embargo, la fascinación del Che por el maoísmo comenzó antes de convertirse en una figura pública. Leyó los escritos de Mao años antes de embarcarse en la aventura cubana y lo deslumbraban las noticias que llegaban sobre el triunfo comunista chino. El gigante asiático formó parte de su lista prioritaria de países para visitar e incluso llamaba con frecuencia a su primera hija “mi pequeña Mao”.

Al Che y a Mao los unió su interpretación del marxismo. En esta ideología compartida había tres puntos fundamentales que los separaban del resto de las tendencias comunistas. En primer lugar, ambos concebían que la revolución debía empezar en el campo. A diferencia del marxismo clásico, que pregonaba el levantamiento inicial en las fábricas a partir del proletariado urbano, Mao Zedong se dio cuenta de que esa fórmula no podía funcionar en China, donde el proletariado urbano era muy reducido y donde las ciudades escapaban a la influencia comunista. Mao basó su victoria en el campesinado y el Che estaba de acuerdo con esta visión, que creía se adaptaba mejor a las circunstancias de América Latina. En segundo lugar, Mao confiaba en el esfuerzo y en el trabajo voluntario por  »

« encima de otras consideraciones racionales. Ese era el Gran Salto Adelante y pensaba que a través del esfuerzo colectivo se podía llegar al desarrollo del país. El Che admiraba esta faceta e incorporó en Cuba el trabajo voluntario tal como lo había instaurado Mao. Por último, los dos fueron extremistas en el uso de la violencia. Mao no concebía la posibilidad de renunciar a la lucha de clases, ya que ésta garantizaba la pureza del comunismo. Para el Che, la violencia era la única forma en la que los comunistas podían (y debían) alcanzar el poder. Así es como apoyó económicamente (e incluso en persona) movimientos guerrilleros en África y América Latina.

Además de estos puntos ideológicos comunes, lo que acabó por convertir al Che en una figura pro-china fue el conflicto que durante los años 60 enfrentó a la URSS y a China, cuando las dos grandes potencias rivalizaban por el liderazgo del mundo socialista. A pesar de que la línea oficial cubana se inclinó por Moscú, en numerosas ocasiones el Che criticó a los soviéticos y elogió las políticas maoístas.

En esos tiempos de tensiones ruso-chino, el Che elogiaba las políticas llevadas a cabo por Mao Zedong, criticaba a la URSS por su política de convivencia pacífica (que intentaba evitar una guerra nuclear) y defendía y subvencionaba guerrillas en América Latina y África (en contra de las intenciones rusas). En 1961 (justo al final del dramático Gran Salto Adelante), después de verse con Mao y de cenar con Zhou Enlai, afirmó que “en general no tenía una sola discrepancia” con Beijing. Además, los únicos técnicos chinos que trabajaban en Cuba lo hacían en el ministerio del Che. Durante su discurso ante las Naciones Unidas, Guevara defendió el reconocimiento en la ONU de la China comunista en lugar de la República China de Chiang Kai-Shek. Todas estas ideas y acciones enemistaron al Che con los dirigentes soviéticos y fue en estos momentos en los que se le empezó a conocer como el espía chino en La Habana.

¿Quién podía suponer en ese entonces que a Mao y al Che los iba a unir también un destino similar en la mercadotecnia y el imaginario colectivo? Por unas u otras razones, sus caras se han convertido en una moda (incluso en el arte) y pueblan millones de camisetas, llaveros y banderas a lo largo y ancho del planeta. Quién sabe si en alguno de esos encuentros, entre intercambios de ideas  y programas políticos, El Che y Mao hayan compartido también la fascinación por el jade.

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