La China imaginada de Eduardo Berti

7 octubre, 2012

En el Nº3 de la revista Dang Dai Camilo Sánchez entrevista a Eduardo Berti, quien acaba de obtener el Premio Las Américas por la novela El país imaginado, sobre la vida de una adolescente en la China de los años 1930.

Berti aventuró una pirueta planetaria para ubicarse en aquel mundo y, una vez allí, en la piel de una adolescente. El resultado ha sido una obra premiada y una pieza del exótico cruce entre los mutuamente remotos Argentina de hoy y China de entonces.

 


Por Camilo Sánchez

 

Su premiado último libro El país imaginado cuenta los días de una adolescente en la China de 1930. Detrás, hubo varias señales azarosas que llevaron al escritor a recorrer el país asiático, frecuentar de oídos el mandarín, trabajar sobre los fantasmas de un país que parece haberlo cautivado.

 

No se pueden escribir casi doscientas páginas sin historia. La historia, que transcurre a comienzos de la década del treinta del siglo veinte, en una aldea china, es narrada en primera persona por una adolescente de 14 años, que no termina de despedir a su abuela muerta, aún enredada muy viva en la telaraña de sus propios sueños. Una joven que crece encorsetada en medio en una tradición vigorosa pero que ella, afiebrada por un amor furtivo, resquebraja por encantamiento poético.

Hay una historia, claro, pero El país imaginado, la última novela de Eduardo Berti, que ganó el premio Emecé 2011, es sobre todo clima, una música que genera encantamiento, una línea o vaivén de palabras que se desliza, arrojando al que ejerce la lectura, a un viaje que diluye los umbrales entre la vigilia y el sueño.

Detrás de la historia, hay otra, como siempre. La esposa del escritor que estudia chino mandarín desde hace años que los llevó a un viaje juntos por China, y el libro que, como director de la editorial La Compañía, Berti publicó en 2008: una traducción de un texto de Lafcadio Hearn, un irlandés que investigó antiguas leyendas y las reunió bajo el título de Fantasmas de la China.

Desde Madrid, donde vive, Berti respondió a Dang Dai sobre la génesis, desarrollo y expansión de su último libro.

 

— Primero, el lenguaje. Ciertos momentos de El país imaginado parece un homenaje, no a la lengua china sino a sus traducciones al castellano. Un gran referente, en ese sentido, es el libro Poemas Chinos de Alberto Laiseca. ¿Te resuena algo de esto?

— En ningún momento quise que mi novela fuese un homenaje a la lengua china ni a las traducciones del chino al castellano. Lo primero porque no hablo chino ni conozco lo suficiente ese idioma para poder homenajearlo. Lo segundo porque, la verdad sea dicha, no he leído muchas traducciones de literatura china al castellano. Tampoco hay tantas, me temo, y acaso este sea el motivo principal… He leído, en cambio, muchas traducciones chinas al francés o al inglés. Lo que sí me atrevería a suscribir es que late, en mi novela, una especie de homenaje a la idea de la “traducción” en el sentido más amplio (de traducción como puente entre culturas, épocas, sensibilidades distintas) y, ante todo, un acto de fe en la literatura, en la acción de inventar e imaginar.

— Los fantasmas de China ya habían aparecido en tus trabajos como director de la editorial La Compañía, con la publicación del libro de Lafcadio Hearn, Fantasmas de la China. ¿Cómo surgió ese trabajo?

— Los cuentos chinos de Hearn siempre me fascinaron y por eso quise editarlos en su momento. A Hearn se lo conoce, claro está, sobre todo por sus libros sobre Japón (o con historias japonesas) que fue escribiendo a medida que vivía allí. Pero los cuentos chinos, en cambio, los escribió muy joven, antes de haber viajado a Oriente. Digamos que su primer viaje a ese mundo, que ya lo atraía enormemente, fueron en cierto aspecto sus cuentos de fantasmas chinos. Y que esa China que él recrea allí resulta, a su manera, un país imaginado. Aparte de Hearn, en los últimos años descubrí con enorme placer los cuentos de fantasmas de Gan Bao (que vivió en el siglo IV de nuestra era), el Yuanhun zhi de Yan Zhitui (531-590), el Liao Zhai Zhi Yi de Pu Songling (1640-1715) o los relatos de Yi Jung (1724-1805). Esta tradición me resulta muy interesante y muy diferente de la escuela victoriana de historias de fantasmas. Y sé que estas lecturas influyeron, por supuesto, a la hora de escribir mi novela.

— En algún reportaje comentaste que tu esposa comenzó a estudiar chino, siete años atrás, y que se apasionó con el asunto. ¿Cómo viviste una entrada tan cercana a una lengua tan distinta?

— Como un privilegio, en primer lugar. Mi mujer sigue estudiando chino y nos hemos hecho, ella y yo, muy amigos de su profesora, una nativa de Beijing que vive desde hace ya tiempo en España. Ella ha sido, incluso, la lectora “piloto” de mi novela: cuando tuve una primera versión establecimos una serie de encuentros y a lo largo de unas tres semanas fui leyéndosela en voz alta, frase por frase. Me parecía justo y necesario que el primer lector del libro fuese una mujer china. Eso sí, por favor, que quede bien claro que eximo a mi amiga de todos mis errores y le endilgo todas las posibles virtudes del libro.

— ¿Qué es lo primero que te viene a la memoria de tu viaje a China?

— Fue un viaje inolvidable. Pasamos, con mi mujer, casi cuatro semanas en Beijing y unas dos semanas en Shanghai. Fuimos, por supuesto, a la Gran Muralla. Y recorrimos algunos lugares más. No sabría por dónde empezar a contarte… Si por las escenas de karaoke en los shopping, los mercados de té, los templos donde se quema incienso, el olor a tofu en lo mercados, los rickshaw que recorren los antiguos barrios llenos de hutongs o los ancianos que, en los parques, juegan al go, sacan a pasear a sus pájaros o caminan de espaldas para mantener despierto el sentido del equilibrio. Lo que te puedo decir es que, desde entonces, no veo la hora de volver. Fue una experiencia tan intensa y tan distinta que siento que es insustituible… Quiero decir que no se puede sublimar ni reemplazar viajando a ningún otro lugar.

— La historia de El país imaginado parece revelar una investigación precisa sobre el país durante la década de 1930. ¿Querés aportar detalles de este trabajo previo?

— Nunca concebí este libro como una “novela histórica” en el sentido convencional que suele dársele al término: el de una novela que debería ilustrar determinado momento histórico y que, en tal sentido, cumpliría un rol incluso didáctico. Siempre sentí que El país imaginado aborda cuestiones totalmente universales (el amor, la amistad, la muerte de un ser querido, la “idealización”, los mandatos familiares, la presiones sociales, etc.), sólo que enmarcándolas en un contexto singular. La mayoría de las acciones centrales se dan, además, en marcos cotidianos: en un parque, en un mercado, en una habitación nupcial. En cuanto a la China “verdadera” y a gran escala (como cultura y como país) me sentí más atraído por su aura, digamos, que por su sustancia. Por supuesto que hice averiguaciones, pero en forma muy libre. Y no tuve miedo de traicionar lo rigurosamente cierto y de inventar cosas. Digamos que investigué libremente y usé esa investigación más libremente aún.

— Hay varios desafíos además en el libro: tomar la voz de una joven adolescente china del siglo pasado. Justo en el momento en que, además, no vamos a revelar más detalles, se enamora. Y se la ve enamorada en la novela. ¿Cómo se forjó esa voz? ¿Recapitulaste tus propios amores en tu adolescencia?

— Ese fue el gran desafío, siento yo. Que esa voz (la voz de la narradora) fuese creíble pese a que es todo lo contrario de mí. La idea de antípoda, tan ligada a nuestro vínculo con China, está muy presente en las intenciones formales del libro: quien narra es de otra época, otra cultura, otro sexo y otra edad que la mía. Pero las experiencias que narra esa voz son mías, me atrevo a decir. O, mejor dicho, provienen de mi experiencia. Aunque estén sublimadas o transformadas, cosa bastante usual en la escritura literaria.

— China, después de Brasil, es el segundo socio comercial de la Argentina. Todavía es una sorpresa para muchos. ¿Cómo ves la intersección cultural entre ambos países? ¿Existe? ¿Crecerá?

— No me parece que exista demasiado en la actualidad. Ojalá que crezca porque todo intercambio cultural comporta un enriquecimiento, pero con toda honestidad no tengo elementos para poder decir si va a crecer o no… Tengo, ante todo, el deseo de que sea así.

— Acho Stol, músico de La Chicana, ha viajado varias veces y se lamenta porque en el colegio secundario nos hacen conocer hasta el hartazgo la historia europea y de China no le han contado más que banalidades.

— No me extraña lo que él dice. Es hora de que, poco a poco, conozcamos a los países de Asia o de África de una manera que vaya más allá de los lugares comunes o las banalidades. Las percepciones banales son formas de ignorancia. Y de la mano de esas simplificaciones vienen los prejuicios y, luego, los miedos que terminan suscitando todas las clases de xenofobias.

— Viviste en París. Cheng, el hombre que le enseñó el Tao y le leyó a Confucio a Lacan en los 70, cuenta cómo el psicoanalista se impresionaba con algunos conceptos centrales de la cultura china: el sentido de vacío y la veneración por los antepasados difuntos, entre muchas otras cosas. ¿Fue nutritivo para el Berti escritor indagar en “lo” chino para trabajar tu novela?

— Tengo la sospecha de que ha sido nutritivo en todo aspecto, no solamente como escritor. Siento que salgo transformado, en mayor o menor medida, de cada novela que escribí. Pero en este último caso, con El país imaginado, la sensación es mayor. Tal vez sea pronto para entender el motivo y el alcance de estas consecuencias. Pero eso no me impide sentirlas, claro.

— En un cuento parece más común que en una novela avanzar hacia un final imprevisible. ¿Tenías la historia de punta a punta cuando te pusiste a escribir?

— Creía tenerla, pero fue modificándose bastante a medida que avanzaba y comprendía mejor a los personajes. Hace tiempo que yo deseaba narrar el vínculo de una chica de alrededor de 14 años con otra chica más o menos de su misma edad. Hablo de un vínculo complejo, que no tiene un nombre preciso porque es una mezcla de amor, amistad, admiración, erotismo e idolatría, entre varias cosas. También deseaba completar ese vínculo con un hermano varón, por eso que explica tan bien René Girard acerca del “deseo triangular”. Pero en un momento dado estas primeras ideas se combinaron –como suele pasar– con otra línea de ideas. Así fue cómo apareció China como marco para la historia. Y el personaje de la abuela. Y diversas tradiciones y supersticiones con las que tropecé, ante todo, gracias a cierto Manual de supersticiones chinas que publicó hace unos cien años un jesuita francés (Henri Doré) y en el que abundan, por ejemplo, informaciones sobre las prácticas funerarias. Cuando el enfermo está a punto de expirar, cuenta Doré, no es raro que se le quite la almohada porque es imperioso morir en paz y la palabra china para “paz” significa también en ese idioma “recto, horizontal”; quien muere con prendas de pieles o una ropa confeccionada con pelos de animales, dice Doré, corre el riesgo de reencarnar en el cuerpo de una bestia. Y mil cosas por el estilo. Después, leyendo otros libros, me enteré de la existencia de las así llamadas bodas fantasmas, en las que un vivo se casa con una muerta… Todo esto fue a parar a ese caldo que acabó siendo El país imaginado.

— ¿Tenés idea sobre los artistas o escritores actuales de China? ¿Te interesado algún trabajo en particular?

— Me gustaron mucho varias películas chinas de los últimos tiempos, como Beijing Bicicle, de Xiaoshuai Wang. Pero estoy al tanto, sobre todo, del trabajo de algunos escritores. No todos viven en China. Algunos son chinos, pero viven afuera y hasta escriben en otro idioma o alternan el chino con otra lengua. Pienso en el Premio Nobel, Gao Xingjian, en la chino-francesa Shan Sa (la autora de La jugadora de go), en Balzac y la joven costurera china, de Dai Sijie, en los libros que escribe Xin Ran desde Gran Bretaña acerca de las mujeres chinas, y en nombres menos conocidos en Occidente: Wang Anyi, Han Shaogong, Chi Li, Ma Jian, Diao Dou , Bi Feiyu, Yan Lianke… Un librito que recomiendo mucho es Calma, de Shen Congwen, publicado originalmente en 1932 y traducido al castellano por Alpha Mini, en España. No soy un experto, sino alguien interesado en esta cultura. Y mi interés sigue en pie, e incluso parece crecer, pese a que ya estoy escribiendo otra novela que, como era de prever, no transcurre en China.

 

Categorías: Cultura

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