Lang Lang fue aclamado en Argentina
Por Gustavo Ng
Foto: Sofía Roncayoli Lombardi
El sábado pasado ofreció su primer concierto en Argentina el chino Lang Lang, uno de los pianistas de música clásica más famosos del mundo. Invitado por el Teatro Colón para la tercera fecha del Abono Bicentenario, Lang Lang tocó la Partita N° 1 en Si bemol mayor de Bach, la Sonata en Si bemol D. 960 de Schubert y los Doce Estudios Op. 25 de Chopin. Un Colón repleto ovacionó de pie al joven artista que tuvo entre sus maestros al argentino Daniel Baremboin.
Lang Lang nació en Shenyang el día que en el Atlántico Sur terminaba la Guerra de Malvinas. El censo confirmaba que China alcanzaba los mil millones de habitantes, mientras Deng Xiao Ping conducía al país en sus primeros pasos a una apertura que lo llevaría a la más vertiginosa y masiva expansión económica de la historia del mundo. Pocos años antes, sustanciando en lo cultural los acuerdos entre Nixon y Mao, el violinista Isaac Stern había dado una serie de clínicas en territorio chino. El documental que registró la gira (“De Mao a Mozart”) muestra a Stern silenciado por el asombro ante una multitud inacabable que se extendía por el interior descomunal de un teatro. Eran miles de personas, todos músicos. Stern entendió que estaba frente a una marea de generaciones de artistas acaso destinados a cambiar la música del mundo. Tarde o temprano la fuerza de la cultura china daría como una ola gigante contra el piano y la música universal comenzaría a revolucionarse.
Los embates se han corporizado, entre otros, en Yundi Li (nacido en Chongqing el mismo año que Lang), en Yuja Wang (Beijing, 1987), en Di Wu y sobre todo en este joven Lang Lang, “el artista de música clásica más popular del planeta”, según el New York Times, que el sábado pasado fue ovacionado por los argentinos que colmaron el Teatro Colón, desde la primera fila hasta los más íntimos rincones del Paraíso.
Los melómanos y los críticos especializados en música clásica querían dilucidar si Lang Lang está entrando en la adultez, dejando atrás el cliché del artista que fue niño prodigio y luego nunca más abandonó el capricho incendiario, el arrebato y el egocentrismo tirano. La Agencia Télam publicó la crónica del concierto de Mariano Suárez, en la que el veredicto es: “dejó atrás la explosión de su carácter de niño prodigio y se afirma en el camino que termina en la madurez artística”.
Fue la primera vez que Lang Lang tocó en el Teatro Colón, invitado por el establecimiento para el Abono Bicentenario, y en el año en que se cumple el 40º aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Argentina y China. Pero Lang Lang ya había protagonizado un intercambio fuerte con nuestro país en el encuentro con Daniel Baremboin. El diario La Nación publicó una entrevista a Lang hecha por Pablo Gianera, en la que el periodista explica que Lang “es además un fiel representante de la escuela china, que dedica especial atención al trabajo con los dedos. Todo lo que toca Lang Lang transcurre sin fallas. En todo caso, su déficit era estilístico, y fue en este punto en el que la influencia de Daniel Barenboim resultó decisiva para el pianista chino. Tal vez muchos recuerden esa master class de Barenboim con Lang Lang repetida tantas veces en televisión. A propósito de la Sonata Appasionata de Beethoven, Barenboim lo instaba a que tuviera una idea clara de la estructura. ‘No debes manipular la música, pero tampoco ser manipulado por ella’, observaba el maestro. ‘Me enseñó mucho sobre la estructura de las obras y, como es además director, me ayudó a tener una visión de la totalidad de las piezas’, explica el pianista antes de llegar a Buenos Aires. ‘También me contó cosas muy curiosas sobre la Argentina y quizá sea por eso que siento simpatía por el país aun antes de conocerlo.’”
La observación de Gianera ofreció una excelente clave para apreciar el concierto.
Lang Lang interpretó la Partita N° 1 en Si bemol mayor de Bach, la Sonata en Si bemol D. 960 de Schubert y los Doce Estudios Op. 25 de Chopin.
Lang recordó que empezó a tocar las obras de Bach a los cuatro años, tocó todas las invenciones “cuando era todavía muy chico” y “durante todos estos años seguí estudiando el repertorio entero”. En el Colón Bach ya no era sólo la música que flota, sino que había ganado una dimensión de puro movimiento, a veces agitado y a veces íntimo y tierno hasta la exquisitez, entre los trenes, las calles, la gente que se apura esquivando los edificios de la megalópolis.
Sobre su relación Schubert, Lang afirmó que “no siempre alcanza con entregarse al placer de la melodía; uno tiene que pensar también en la estructura, las armonías, la textura”. Ciertamente, sobre el piano ofreció con generosidad la exploración que ha amasado a lo largo de años, de los sentimientos de Schubert hacia el mundo. Luego tomó de la mano a Schubert y lo llevó a jugar a un territorio al que Schubert jamás había ido. Ese fue el momento en que el público sintió que el tiempo se había detenido allí dentro de la sala. La rebeldía intempestiva e imparablemente creativa de Lang revitaliza a Schubert, lo resucita con bríos y una hermosura como el sol que sale.
Con Chopin fue sólo música (las piezas fueron escritas con intención pedagógica), sin imágenes ni referencias del mundo espiritual. Mariano Suárez observó que “los cromatismos, arpegios y ligaduras de los distintos ejercicios se amoldaron en plenitud a la destreza de Lang. En ese punto el intérprete es un fiel exponente de la escuela pianística china, donde el trabajo de digitación asume un énfasis preponderante sobre la interpretación.” Lang se entusiasma todo el tiempo con Chopin: incorpora al dios Chopin.
Es difícil determinar cuándo alguien ha alcanzado la madurez. Quizás Lang nació maduro en el entendimiento de la musicalidad, quizás nunca abandone su irreverencia infantil ante lo inapelablemente consagrado. En todo caso, su falta el respeto está soberanamente justificada por un talento arrasador y la comprensión desde la trama de la creación que vuelve a crear. Schubert ya no será Schubert después de Lang Lang —aunque en sus manos, es también más Schubert que nunca—, cosa que asusta, pero el mundo siempre cambia, y a veces es inevitable que aparezca alguien con la dimensión necesaria para sacarle el polvo a los monumentos. Lang lo hace con todo lo que ha concentrado de la historia de la Humanidad el siglo XXI, con la apropiación que hizo de la música clásica el cine y la televisión, con sus bríos juveniles (tocó dos bises, salió tantas veces que al fin se quedó en el escenario, regalando todo lo que tenía, arrojando como un rockstar el pañuelo sudado), y sobre todo, con toda la fuerza y la masividad de la cultura china que supo ver en 1979 el violinista Isaac Stern.
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