La lección de Anne Cheng en Buenos Aires
La sinóloga francesa Anne Cheng estuvo en Buenos Aires (por primera vez en el país) y dio una estupenda lección en dos clases sobre la cosmovisión china, antigua pero con puentes en la modernidad y la actualidad. Autora de, entre otros libros, “Historia del pensamiento chino”, traducido ya al español, la especialista, hija de François Cheng, a quien el Nº1 de la revista Dang Dai dedicó un artículo, y catedrática en el Collège de France habló el jueves pasado de “Virtud y política, el concepto de soberanía en la China antigua” y el viernes, de “Seis Clásicos en busca de autor o Confucio y el imperio de los textos”.
Cheng fue invitada por el Centro de Estudios de los Mundos Eslavos y Chinos de la Universidad Nacional de San Martín, y presentada en sus exposiciones por el argentino Pablo Blitstein, del Institut National de Langues et Civilisations Orientales de París, quien destacó el aporte de Cheng al diálogo entre Oriente y Occidente a partir de sus estudios. Cheng dio cuenta de su erudición también en la lengua elegida para el auditorio, el italiano, la que encontró más afín al español -que no maneja- del público local, aunque ello afectara una cabal comprensión del público, que ignoraba que así serían las conferencias.
En su primera exposición habló sobe cómo se cruzaron la idea de moral y la dimensión política en los mitos fundadores de la China clásica e imperial, cuando nació como “País del Centro”, pero con una cosmogonía diferente de aquella de Grecia y Roma para Occidente. En especial, destacó lo diverso en la forma de influencia y control del orden social. De las diversas formas del poder –esto es, a través de leyes o normas, carismática individual o tradicionalista-, dijo que la China antigua fue pasando de la carismática individual, en torno al Príncipe o Emperador, al tradicionalista, y que aún hoy resuenan aquellas reminiscencias.
El mito fundador chino alude a la dinastía real Zhou, de aproximadamente un milenio antes de Cristo, que duraría por más de siete siglos e inauguró “cierto tipo de captación de la legitimidad política conquistando el poder en virtud de lo que llamaban Mandato del Cielo. En las dinastías anteriores primaba una idea que se asemeja a la figura de Dios o los dioses en Occidente, una concepción religiosa. Pero –explicó Cheng- cuando la dinastía Zhou toma el poder y él emanaba del Cielo, lo hizo como un mandato que abarca todo ‘el universo’ prácticamente, lo que equivale de algún modo a todo el Imperio”.
Los chinos lo entendieron, “y se puede ver reflejado en el Tao, inicialmente como una marcha del cielo que por ejemplo a través de la sucesión de estaciones refleja un orden cósmico natural, no cuestionable, necesario”. El soberano, por lo tanto, tiene una majestuosidad que “comúnmente en Occidente traducimos como virtud. Pero necesitamos entender ese concepto –aclaró- no al modo maniqueísta o como oposición al vicio o lucha entre el bien y el mal, sino como una especia de carisma”. Para Cheng, “es por eso que la dominación carismática es una cualidad que irradia”.
En la China antigua se habla mucho de esa virtud que irradia luz a partir de un centro, que se expande o desarrollo.
Uno de los aspectos más interesantes de la clase fue que la catedrática francesa fue explicando todo ese desarrollo de ideas a través de los caracteres de la escritura china, de cómo fueron modificándose para encontrar las palabras exactas. La idea de China en el centro del mundo, o de “Todo bajo el Cielo”, fue eclipsada por Occidente tras la Revolución Industrial y el repliegue chino desde el siglo XVIII / XIX. Pero con la emergencia actual del poder chino vuelve a tener relevancia. No harían mal en estudiar ese sinocentrismo los países que cada vez más se relacionan con China.
Cuando, en el siglo VI y V antes de Cristo, aparece la figura de Confucio asesorando al Emperador, esta idea de virtud del soberano “se convierte en una filosofía”, señaló Cheng. En el mundo de Confucio el soberano o príncipe tiene una cualidad moral y una dimensión política “integradas completamente, a tal punto que para el chino moderno hay una palabra que iguala familia a moral y a política. Se trata de no oprimir al pueblo sino transformarlo. Buen soberano, para Confucio, es que transforma”. Y aquí Cheng ve uno de los ecos que llegan a tiempos recientes. “En la China maoísta, más que prisiones o campos de concentración hubo centros de ‘reeducación’. No es que fuera muy humanista ese régimen… pero es una idea de reeducación”. O sea, no de purgas al estilo stalinista, quiso sugerir sin decirlo Cheng, sino de aquella idea confuciana de transformar a las personas.
“Gobernar quiere decir ser recto, tener rectitud moral, esa es la idea. Basta permanecer así para gobernar, no le hace falta nada más, ni emitir leyes ni normas. Es un centro ejemplar que irradia influencia moral. Una influencia cósmica, natural, aceptada por todos, por lo tanto es central la idea de una relación continua de la dimensión moral y de la dimensión política”, sintetizó.
Lo carismático –aquí Cheng presumió de su conocimiento de Argentino, mentando al ex presidente Perón- se opone a la forma despótica o hegemónica, que era otra corriente de pensamiento en los tiempos de Confucio. Ésta estaba basada en leyes penales con premios y castigos. “Había confucianos versus legistas, porque estos últimos decían que no se podía contar sólo con la supuesta calidad moral de uno solo”. Curiosamente también ahora con el poder que emana de China como segunda economía mundial, Beijing siempre se esfuerza en aclarar que su crecimiento no busca hegemonías.
En 1912 se instaló la primera república y terminaron dos mil años de imperio donde “se fue imponiendo al cabo una combinación de esas dos tendencias: un cuerpo burocrático (los legistas) recubiertos por un discurso confuciano (el emperador con un número de virtudes morales)”, dijo Cheng.
Siempre reflejando sus dichos en la evolución del vocabulario, la catedrática francesa comentó que en chino moderno se relaciona el ideograma ciudadanía al de virtud pública; “se retoma el término antiguo, la dimensión moral”, explicó.
Luego, en la segunda conferencia, habló de “Seis Clásicos en busca de autor o Confucio y el imperio de los textos”.
Tras recorrer el primer imperio centralizado logrado por la breve dinastía Qing o Ching (“breve pero importante, porque de ahí deviene la palabra China”), sostuvo que el modelo se consolidó con la dinastía siguiente, la Han, que va del siglo II aC hasta el II dC. “Ella dio cierta identidad por el nombre China; por ejemplo empezó a hablarse de lengua china. Bien, en ese contexto se empezaron a canonizar los textos de Confucio del siglo V aC”.
De su corpus más conocido, Cheng citó primero el libro de la poesía, el llamado Shijin, con 305 poemas, que “fue muy importante para la posterior elite literaria. Eran populares, canciones de amor incluidas. Sirvió mucho para la educación. Confucio decía que si no alguien no conocía esos poemas no serías capaz de ser un buen diplomático, por ejemplo”.
Otro corpus, de historia o documentos históricos, incluía discursos, registros o instrucciones atribuidos a gobernadores de la antigüedad. Hubo otro dedicado a la música o los cantos, “no como divertimento sino la música haciendo parte de la práctica ritual y cultural”. Luego, el llamado libro de la Primavera y el Otoño.
También, el más difundido libro de los Cambios o Mutaciones, de donde viene el I Ching, “que en origen era un manual de la adivinación, que tanto gustaba a Xul Solar y su amigo Borges”, dijo Cheng en otro guiño al público local. Otro más, el Libro de la corrección o de los ritos”.
En general, todos estos son corpus canónicos. Diversas escuelas posteriores agregaron otros. “Una diferencia con la Biblia, el Corán o la Torá es que esos textos no aluden a la divinidad ni a una redención o liberación”, sostuvo la conferencista.
Muchos estudiantes de cultura e idioma chinos, de universidades públicas, privadas o los Institutos Confucio, se hicieron presentes en dos clases que dejaron ganas de más tiempo y de una adecuada traducción.
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