Un bárbaro en Asia
La mirada del poeta y artista plástico Hénri Michaux (1899/1984) es fundamental para entender los rasgos más ciertos del pueblo chino. Traducido por Borges, quien seleccionó el texto para su Biblioteca Personal, en 1985, mantiene una tensión inigualable de belleza y verdad.
Camilo Sánhez presenta en la Revista Dang Dai (Nº2, Diciembre de 2011) textos de la obra de Michaux Un bárbaro en Asia y dibujos con el francés intentó capturar el espíritu de la caligrafía china.
Textos de Un bárbaro en Asia, de Hénri Michaux
El pueblo chino es artesano nato. Todo lo que se puede encontrar carpinteando, ya lo han descubierto los chinos.
La carretilla, la imprenta, el grabado, la pólvora de cañón, la mecha, la bengala, el barrilete, el taxímetro, el molino de agua, la antropometría, la acupuntura, la circulación de la sangre, tal vez la brújula, y muchas otras cosas.
La escritura china parece un idioma de empresarios, un conjunto de signos de taller. El chino es artesano y artesano hábil. Tiene dedos de violinista.
Sin ser hábil no se puede ser chino: imposible. Hasta para comer, como él lo hace con dos palillos, hay que tener una cierta habilidad. Esta habilidad, la ha buscado. El chino podía inventar el tenedor, que cien pueblos han encontrado, y utilizarlo. Pero ese instrumento, cuyo uso no requiere destreza alguna, le repugna.
En la China el unskilled worker no existe. ¿Qué cosa más sencilla que ser vendedor de diarios? Un vendedor de diarios europeo, es un pilluelo gritón y romántico que se agita y vocea a voz en cuello: “¡Matin! ¡Intran! 4ª. edición”, y tropieza con uno. Un vendedor de diarios chino es un experto. Examina la calle que recorre, observa dónde están las personas y, poniéndose la mano como pantalla, dirige la voz. A una ventana, a un grupo, más lejos a la izquierda, en fin, donde sea necesario, tranquilamente. ¿A qué ahuecar la voz y lanzarla donde no hay nadie? En la China no hay nada sin destreza.
Gestos vivos, breves pero no duros, ni siquiera precisos. Nada de muy marcado, decorativo. Loco por los petardos, los quema con cualquier motivo y le gusta su ruido seco y sin consecuencia ni resonancia (también le gusta el ruido de las carracas que las mujeres llevan en los pies). También le gusta mucho el abrupto croar de la rana.
También la luna, a la que se asemeja asombrosamente la mujer china. Esa claridad discreta, ese contorno preciso le habla como un hermano. Por otra parte, muchos están bajo el signo de la luna. No hacen caso alguno del sol, ese gran fanfarrón, les gusta mucho la luz artificial, las linternas aceitosas que, como la luna, no alumbran más que a sí mismas, y no proyectan ningún rayo brutal.
Rostros asombrosamente aceitados de sabiduría; a su lado los europeos tienen un aire de todo punto excesivo, defectuoso, verdaderos jabalíes. Ningún tipo deformado o de retrasado mental: los mendigos, bastante raros, conservan un aire espiritual y de buena sociedad, e intelectuales, muchos fins parisiens, con un aire de precisión delicada, como suelen tener los retoños de una vieja familia aristocrática, debilitados por enlaces consanguíneos.
Las mujeres chinas tienen cuerpos admirables con el trazo de una planta, y nunca, el aire de ramera que la europea adquiere con facilidad. Las viejas y los viejos tienen cabezas tan agradables, nada extenuadas, sino vivarachas y despiertas, con un cuerpo siempre dispuesto a su trabajo, y una ternura entre ellos, y para sus hijos, que es un encanto.
El idioma chino está hecho de monosílabos, y de los más cortos, los más inconsistentes, y cantado en cuatro tonos. Y el canto es discreto. Una especie de brisa, de idoma de pájaros. Idioma tan medido y afectuoso que uno lo escucharía toda la vida, sin molestarse, aun sin comprenderlo.
Tal es la mujer china. Y sin embargo, todo eso no sería nada si no llenara esa admirable condición de la palabra mitschlafen, co-dor-mir. Hay hombres tan movedizos que tiran al suelo hasta las almohadas, sin darse cuenta. ¿cómo hace la china? Yo no sé; una especie de sentido de la armonía, que subsiste hasta en el sueño, la impulsa, con movimientos apropiados a no apartarse nunca, a subordinarse siempre a lo que sería tan hermoso: ser dos armoniosamente.
En Europa, todo acaba en tragedia. Jamás hubo filosofía en Europa ( al menos después de los griegos, ya muy discutibles).
La tragedia mundana de los franceses, el Edipo de los griegos, el culto ruso de la desgracia, lo trágico jactancioso de los italianos, la obsesión de lo trágico en los españoles, el hamletismo, etcétera, etcétera.
Si el Cristo no hubiera sido crucificado, no tendría cien discípulos en Europa.
La gente se ha excitado con su Pasión.¿Qué harían los españoles si no vieran las llagas de Cristo? Toda la literatura europes es de sufrimiento, no de buen sentido. Hay que llegar a los americanos: Walt Whitman y el autor de Walden para oír otro acento.
Por eso el chino, que no hace poesía sentimental, que no se queja, apenas ejerce atracción sobre el europeo.
El chino no tiene precisamente, como suele decirse, espíritu religioso. Es demasiado modesto.“Indagar los principios de cosas que escapan a la inteligencia humana, ejecutar acciones extraordinarias que parecen ajenas a la naturaleza del hombre. He aquí lo que yo no desearía hacer.” (Cita de un filósofo chino, mencionado por Confucio, se adivina con qué satisfacción.)
A pocos europeos les gusta la música china. Sin embargo, a Confucio, que no era hombre exagerado, ni mucho menos, lo embargó de tal modo el encanto de una melodía que se quedó tres meses sin comer.
Yo sería más moderado, pero salvo ciertas melodías bengalíes, debo decir que la música china es la que más me conmueve. Me enternece. Lo que sobre todo molesta a los europeos es una orquesta hecha de estrépitos, que subraya e interrumpe la melodía. Eso es lo netamente chino. Como la afinación a los petardos y a las detonaciones. Hay que habituarse. Por lo demás, cosa curiosa, a pesar de ese formidable barullo, la múscia china es la más pacífica del mundo; ni dormida, ni lenta, pero sí pacífica, exenta del deseo de guerra, de mando, exenta hasta de sufrimiento, afectuosa. Qué buena , agradable, sociable es esta melodía.
No tiene nada de fanfarrona, de idiota, ni de exaltada, es humana, bonachona e infantil y popular, y muy “terturlia de familia”.
El chino no mira la Muerte como algo trágico. Un filósofo chino declara muy simplemente: “Un viejo que no sabe morir es un golfo.” Así lo entienden.
Pero hay un encanto, no mayor, pero quizá más constante, en la lengua hablada. Comparados a este idioma, los demás son pedantes, afligidos de mil ridiculeces, de una monotonía estrambótica que hace morir de risa: idiomas de militares y de mandones: es lo que son. El idioma chino ha sido hecho como los demás, por una sintaxis atropellada y ordenadora. No se han hecho las palabras con dureza, con autoridad, método y redundancia, de una aglomeración de sílabas retumbantes, ni por vía etimológica. No, son palabras de una sílaba, y esa sílaba es indecisa. La frase china es como una serie de débilies exclamaciones. Si una palabra consta de más de tres letras, una u otra consonante ahogada (la n o la g) la envuelve con un sonido de gong. En fin, para acercarse más a la naturaleza: es un idioma cantado. Hay cuatro tonos en la lengua mandarina, hay ocho en los dialectos del sur de la China. Nada de la monotonía de otros idiomas. Con el chino se sube, se baja, se vuelve a subir, se está a medio camino, se arranca. Queda, sigue cantando en plena Naturaleza.
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